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LAS ÚLTIMAS HORAS DE UN ESPÍA

3 de Diciembre de 2014

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LAS ÚLTIMAS HORAS DE UN ESPÍA

Por Max Heindel

"Hay más cosas en el Cielo y en la Tierra de los que son soñados en su filosofía."

Él estaba sentado en el jardín devastado de un viejo monasterio mirando el desorden de flores y maleza, frutos del cuidado y del descuido; lo último parecía imponerse porque la guerra había alejado a los dueños originales, ya que los soldados que acamparon ahora ahí no tenían tiempo para flores.

Él no era uno de ellos, él era un cautivo, un espía. Capturado con papeles importantes, él había sido sentenciado a ser fusilado, y estaba ahora esperando por el pelotón de fusilamiento que pondría fin a todo.

¿Pero pondría esto fin a todo? Qué pregunta tan descabellada. Él fue educado en creer en un más allá, pero poco después de haber entrado a la Universidad se unió a la actitud mental general, la mentalidad científica de esa institución. La crítica superior había comprobado el engaño de la Biblia. En la sala de disección se hizo evidente la maquinaria mecánica del cuerpo, la química podía explicar la acción y reacción del organismo. La psicología ofrecía una amplia y suficiente solución de las maravillas de la mente; en pocas palabras, se demostró que el hombre era una máquina que se movía y pensaba, aun capaz de perpetuarse a sí mismo por medio de descendencia, que prosigue con el trabajo cuando la máquina progenitora está gastada y lista para la chatarra del cementerio. Soberano o súbdito, amo u hombre, santo o pecador, todos son nada más que sombras en la pantalla del Tiempo.

Pero sea de una manera u otra, él no estaba del todo seguro desde que la guerra le había puesto cara a cara con el asesinato en masa. Él había visto morir a centenares en el campo, en las trincheras y hospitales, y la absoluta convicción de ellos de la vida después de la muerte estaba pegándosele; por lo menos era perturbador. ¿Podía haber alguna verdad en sus afirmaciones de que habían visto "Ángeles" tanto en el campo de batalla como en sus lechos de muerte? ¡Qué va!, eso era una alucinación debido a la tirantez de la situación. Sin embargo, tantos que vieron esas cosas, compañeros como el Teniente K y el Capitán Y, sensatos y serenos, y el capitán nunca más volvió a blasfemar después de ese día en el Marne; aún más que eso, llevaba un libro de oraciones y predicó un buen sermón a un sargento, notorio por su lengua mordaz. Y había otros más.

Bueno, pronto lo sabrá; a las cinco estaba destinado a encararse con el pelotón de fusilamiento.

Entró al cuarto donde había dormido anoche. El guardia que había estado parado en la puerta mientras él estaba afuera le siguió, fusil en mano, y le observaba mientras él se dejó caer sobre el catre ordinario. Miró para arriba y vio una copia del famoso cuadro de Leonardo da Vinci "La Ultima Cena". Él nunca había sido especialmente amante del arte, pero parecía que algo le atraía al Cristo en esa hora. No cabe duda que Él había sido un personaje noble. Fue martirizado por una causa, y este retrato de Su última cena le hizo entender la analogía, porque él también había participado de la generosidad de la tierra por última vez.

Entonces le vino a la memoria la historia de cómo Leonardo da Vinci pidió a un amigo que apreciara el cuadro una vez que estaba terminado, y el amigo reparó en la incongruencia de las costosas copas de las cuales los apóstoles bebían. Da Vinci frotó su brocha encima de ellas y suspiró; él había puesto toda su alma y corazón en la cara del Salvador y esperaba que esa gloriosa cara iba a atraer la atención del espectador, borrando todo lo demás; en su lugar, uno de los detalles más insignificantes y de la menor importancia llamaron la atención de su amigo, excluyendo completamente al Señor de la Gloria.

"¿Será ese también el caso mío?" pensó él que estaba tirado sobre el catre. "¿Habré yo también fijado mis ojos sobre las cosas sin importancia en la vida? He visto la muerte con demasiada frecuencia para temerla ahora que mi turno ha llegado, no obstante, hay tanto que hacer en este mundo que a uno no le gusta pensar en la nada."

"Cristo dijo, 'Solamente una cosa se necesita', y si Él tenía razón, entonces yo he sido como el amigo de da Vinci, mi atención ha estado fijada en cosas no esenciales. En vez de buscar cosas eternas, yo he dedicado todo mi tiempo en asuntos temporales."

"¡Ay! ¿Para qué andar como alma en pena? Si sigo así, pueda que mis rodillas comiencen a temblar a la vista del pelotón de fusilamiento."

Se levantó y, seguido por el vigilante guardia, regresó al jardín donde le llamó la atención un viejo reloj de sol. Leyó la inscripción: "Oros non número nisi serenas" (Yo cuento sólo las horas de sol).

"¡Qué máxima tan bella, como para olvidar todas las cosas sórdidas y las pequeñeces de la vida, y reconocer solamente lo bueno, lo verdadero, lo hermoso!" Revisando su vida, que ahora estaba para terminar, ¿cuán apegado había vivido él a ese lema? Su consciencia le obligó a confesar que había fallado.

Y ahora ya era muy tarde. Perdido en la contemplación, sus ojos estaban pegados en la sombra del cuadrante. Había algo extraño en su deslizarse silenciosamente hacia el fatídico cinco, cuando el pelotón de fusilamiento debía aparecer.

Él no estaba preocupado por la muerte, pero había comenzado a querer comprender el problema de la Vida, y entonces le sobrevino un abrumador deseo de una solución. Pero ahí estaba la sombra del cuadrante, "ese intangible nada" deslizarse más y más con fuerza lenta y fatal. ¡Cómo no quisiera tener la oportunidad de buscar la luz en cuanto al problema de la Vida!

Era costumbre de ejecutar a la salida del sol a aquellos que eran condenados bajo la ley marcial, pero cortésmente le informaron que una repentina orden de movimiento para la división que lo mantenía prisionero, hacia la demora inconveniente y que tendrá que encarar el pelotón de fusilamiento a la puesta del sol. Contestó con una inclinación y un encogimiento de hombros. ¿Qué importaba? Sea más pronto o más tarde, él iba a estar listo. Ahora estaba comenzando a anhelar esas horas para poder razonar sobre esto.

Al volver de la sombra de la muerte del cuadrante, su progreso silencioso parecía más elocuente que cualquier sermón sobre la fugacidad de la vida y la inexorable certidumbre de la muerte.

Una vez más se estiró sobre el catre pensando sobre su problema de la existencia. En menos de media hora él sabrá todo o nada; o será aniquilado tan pronto como la luz de vida sea extinguida por la bala que inevitablemente va a dar en su corazón, o va a ser un Espíritu libre. Todo dependía de cuál de las dos teorías era cierta, y la sensación de suspenso estaba haciéndose más intensa cada momento, el anhelo por la vida estaba haciéndose tan vehemente que realmente dolía. De toda la gente que profesaba su fe en la inmortalidad del alma, nunca nadie parecía saber; todos creían - o sea, todos menos uno.

Entonces cruzó por su memoria el recuerdo de un encuentro con un hombre de extraña y fascinante personalidad en un famoso balneario, donde fue por descanso y quietud, cuando sus nervios habían estado agotados por el riguroso estudio de un tema científico. Este hombre, quieto, refinado y modesto, le atrajo desde un comienzo, y en una ocasión cuando su conversación se dirigía hacia las teorías sobre la vida, él había elegido el punto de vista materialista, y el desconocido le había confrontado con una cantidad de razonamientos aparentemente incontestables. Sin embargo, no era la fuerza de sus razonamientos lo que le impresionaba ahora, sino el recuerdo de su voz de autoridad, la manera y la conducta de uno que sabía lo que estaba diciendo, lo que le impresionaba y lo llenaba ahora con una quemante intensidad inquisidora.

"¿Sabría el desconocido realmente?"

Él había hablado de personas que "dejaban sus cuerpos a voluntad tal como nosotros dejamos nuestra ropa cuando entramos al agua para nadar." "Así mismo," había dicho, "hacen aquellos quienes entran a ciertos mundos invisibles."

Él lo había llamado "La Tierra de los Muertos que Viven," y había afirmado que los así llamados muertos funcionan ahí en un cuerpo más sutil, en posesión de todas sus facultades y con completo conocimiento y memoria de las condiciones que existían alrededor de ellos mientras vivían en esta vida. Qué no diera que ese desconocido estuviera aquí ahora, que pudiera hablar con él y averiguar más sobre este asunto que ahora había tomado tanta importancia en su mente.

¿Pero qué era eso que apareció en la esquina? ¿Era ése el desconocido, esa forma nublada, vaga, en aquella esquina oscura? Y ahora le parecía oír una voz diciendo, "le voy a encontrar cuando salga de su cuerpo." Entonces la figura desapareció.

¡Bah! pensó, esto tiene que haber sido un producto de su imaginación, una alucinación de su mente desordenada. El anhelo le había hecho ver cosas que no son; ya no iba a especular más. Nuevamente fue al jardín para ver el cuadrante cuya sombra avanzaba lentamente hacia el cinco fatal.

Ahí lo encontraron, con una radiante sonrisa en sus labios, mientras saludaba al oficial del pelotón de fusilamiento. Le rogó que fuera dispensado del ignominioso proceso de vendarle los ojos. Juntos caminaron hacia la pared del otro extremo del jardín, donde se volvió y encaró el pelotón de fusilamiento, mientras el oficial dio un paso a un lado y rápidamente dio la orden que disparó la bala que encontró su corazón.

Oyó

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