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La Diana.


Enviado por   •  3 de Marzo de 2014  •  Tesinas  •  7.512 Palabras (31 Páginas)  •  160 Visitas

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Otro día por la mañana la sabia Felicia se levantó, y se fue al aposento de Felismena, la cual halló acabándose de vestir no con pocas lágrimas, pareciéndole cada hora de las que allí estaba mil años. Y tomándola por la mano, se salieron a un corredor que estaba sobre el jardín, adonde la noche antes habían cenado, y habiéndole preguntado la causa de sus lágrimas y consolándola con darle esperanza que sus trabajos habrían el fin que ella deseaba, le dijo:

-Ninguna cosa hay hoy en la vida más aparejada para quitarla a quien quiere bien, que quitarle con esperanzas inciertas el remedio de su mal, porque no hay hora en cuanto de esta manera vive que no le parezca tan espaciosa cuanto las de la vida son apresuradas. Y porque mi deseo es que el vuestro se cumpla y después de algunos trabajos consigáis el descanso que la fortuna os tiene prometido, vos partiréis de esta vuestra casa en el mismo hábito en que veníais cuando a mis ninfas defendisteis de la fuerza que los fieros salvajes les querían hacer. Y tened entendido que todas las veces que mi ayuda y favor os fuere necesario, lo hallaréis sin que hayáis menester enviármelo a pedir. Así que, hermosa Felismena, vuestra partida sea luego, y confiad en Dios que vuestro deseo habrá buen fin, porque si yo de otra suerte lo entendiera, bien podéis creer que no me faltaran otros remedios para haceros mudar el pensamiento como a algunas personas lo he hecho.

Muy grande alegría recibió Felismena de las palabras que la sabia Felicia le dijo, a las cuales respondió:

-No puedo alcanzar, discreta señora, con qué palabras podría encarecer ni con qué obras podría servir la merced que de vos recibo. Dios me llegue a tiempo en que la experiencia os dé a entender mi deseo. Lo que mandáis, pondré yo luego por obra, lo cual no puede dejar de sucederme muy bien siguiendo el consejo de quien para todas las cosas sabe darlo tan bueno.

La sabia Felicia la abrazó diciendo:

-Yo espero en Dios, hermosa Felismena, de veros en esta casa con más alegría de la que lleváis. Y porque los dos pastores y pastoras nos están esperando, razón será que vaya a darles el remedio que tanto han menester.

Y saliéndose ambas a dos a una sala, hallaron a Silvano y Sireno y a Belisa, y Selvagia, que esperándolos estaban; y la sabia Felicia dijo a Felismena:

-Entretened, hermosa señora, vuestra compañía, entre tanto que yo vengo.

Y entrándose en un aposento, no tardó mucho en salir con dos vasos en las manos de fino cristal con los pies de oro esmaltados; y llegándose a Sireno, le dijo:

-Olvidado pastor, si en tus males hubiera otro remedio sino este, yo te le buscara con toda la diligencia posible, pero ya que no puedes gozar de aquella que tanto te quiso sin muerte ajena (y esta esté en mano de solo Dios), es menester que recibas otro remedio para no desear cosa que es imposible alcanzarla. Y tú, hermosa Selvagia, y desamado Silvano, tomad este vaso, en el cual hallaréis grandísimo remedio para el mal pasado y principio para grandísimo contento, del cual vosotros estáis bien descuidados.

Y tomando el vaso que tenía en la mano izquierda, le puso en la mano a Sireno y le mandó que lo bebiese, y Sireno lo hizo luego; y Selvagia y Silvano bebieron ambos el otro. Y en este punto cayeron todos tres en el suelo adormidos, de que no poco se espantó Felismena y la hermosa Belisa que allí estaba, a la cual dijo la sabia Felicia:

-No te desconsueles, oh Belisa, que aún yo espero de verte tan consolada como la que más lo estuviere. Y hasta que la ventura se canse de negarte el remedio que para tan grave mal has menester, yo quiero que quedes en mi compañía.

La pastora le quiso besar las manos por ello, Felicia no lo consintió, mas antes la abrazó, mostrándole mucho amor. Felismena estaba espantada del sueño de los pastores y dijo a Felicia:

-Paréceme, señora, que si el descanso de estos pastores está en dormir, ellos lo hacen de manera que vivirán los más descansados del mundo.

Felicia le respondió:

-No os espantéis de eso, porque el agua que ellos bebieron tiene tal fuerza, así una como la otra, que todo el tiempo que yo quisiere dormirán, sin que baste ninguna persona a despertarlos. Y para que veáis si esto es así, probá a llamarlo.

Felismena llegó entonces a Silvano y tirándole por un brazo, le comenzó a dar grandes voces, las cuales aprovecharon tanto como si las diera a un muerto, y lo mismo le avino con Sireno y Selvagia, de lo que Felismena quedó asaz maravillada. Felicia le dijo:

-Pues más os maravillaréis después que despierten, porque veréis una cosa, la más extraña que nunca imaginasteis. Y porque me parece que el agua debe haber obrado lo que es menester, yo los quiero despertar y estad atenta porque oiréis maravillas.

Y sacando un libro de la manga, se llegó a Sireno, y en tocándole con él sobre la cabeza, el pastor se levantó luego en pie con todo su juicio, y Felicia le dijo:

-Dime, Sireno, si acaso vieses la hermosa Diana con su esposo, y estar los dos con todo el contentamiento del mundo, riéndose de los amores que tú con ella habías tenido, ¿qué harías?

Sireno respondió:

-Por cierto, señora, ninguna pena me darían, mas antes los ayudaría a reír de mis locuras pasadas.

Felicia le replicó:

-Y si acaso ella fuera ahora soltera, y se quisiera casar con Silvano y no contigo, ¿qué hicieras?

Sireno le respondió:

-Yo mismo fuera el que tratara de concertarlo.

-¿Qué os parece -dijo Felicia contra Felismena- si el agua sabe desatar los nudos que este perverso del amor hace?

Felismena respondió:

-Jamás pudiera creer yo que la ciencia de una persona humana pudiera llegar a tanto como esto.

Y volviendo a Sireno, le dijo:

-¿Qué es esto, Sireno? Pues las lágrimas y suspiros con que manifestabas tu mal, ¿tan presto se han acabado?

Sireno le respondió:

-Pues que los amores se acabaron, no es mucho que se acabe lo que ellos me hacían hacer.

Felismena le volvió a decir:

-¿Y qué es posible, Sireno, que ya no quieres bien ni más a Diana?

-El mismo bien le quiero -dijo Sireno- que os quiero a vos, y a otra cualquiera persona que no me haya ofendido.

Y viendo Felicia cuán espantada estaba Felismena de la súbita mudanza de Sireno, le dijo:

-Con esta medicina curara yo, hermosa Felismena, vuestro mal; y el vuestro, pastora Belisa, si la fortuna no os tuviera guardadas para muy mayor contentamiento de lo que fuera veros en vuestra libertad. Y para que veáis cuán diferentemente ha obrado en Silvano y en Selvagia la medicina, bien será despertarlos, pues basta lo que han dormido.

Y poniendo el libro sobre la cabeza a Silvano, se levantó diciendo:

-¡Oh Selvagia, cuán gran locura ha sido haber empleado en otra parte el pensamiento,

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