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La Estética De Lo Real Y Lo Maravilloso


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2014  •  5.791 Palabras (24 Páginas)  •  221 Visitas

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La estética de lo real maravilloso

Lo real maravilloso obliga hacia otro punto de mira. Parte de la existencia de una realidad maravillosa, peculiar, distintiva en sus procesos históricos, sociales y en sus comportamientos naturales pero que a su vez puede existir independientemente de la conciencia del hombre, inclusive fuera de aquel que la percibe para transformarla. Su propia existencia natural es quien le da el matiz maravilloso.

Inmerso en esta estética, la sobrenaturalidad de un fenómeno puede ser vista de manera aparencial, se pretende escindir de una comprensión enfocada hacia la inverosimilitud pero no puede huir de ella. La motivación realista es un proceso imprescindible dentro de lo narrado de manera que la referencia mágica-mítica se distinga del propio contexto. La perspectiva de lo real maravilloso es asumida tal como lo afirma Irlemar Chiampi como un acto lúdico en el arte de narrar.

Se conjuga estilísticamente la proliferación de elementos o significantes que acuden en función de aprehender la denotación del fenómeno contado, que a su vez se ramifican y recomponen nuevas connotaciones, de manera que adentrarnos en el discurso siempre represente una renovación y logre además construir una imagen más efectista. Este elemento es muy apreciado en el interés de aclimatar la mirada receptiva del lector y eliminar cualquier extrañamiento.

En Lo Real Maravilloso Americano la capacidad cohesionadora se escinde, y se estructura el texto de acuerdo a una arquitectura contrapuntística, a una confrontación de perspectivas (negro/blanco), que da como resultado la sorpresa a través no de la identidad, sino de la diferencia. Pero a su vez el contacto y la convivencia de tales puntos de vista es siempre conflictivo, se esta en presencia de una suerte de justificación textual, de construcción de universos de sentido, que permiten normalizar la percepción de lo extraño desde la racionalidad, desde la credibilidad y la verosimilitud una suerte de justificación textual, de construcción de universos de sentido, que permiten normalizar la percepción de lo extraño desde la racionalidad, desde la credibilidad y la verosimilitud.

El papel del creador reside en proporcionar esa óptica advertida capaz de distinguir lo diferente. Todo opera regido por la causalidad, de acuerdo a una lógica cartesiana. No se preponen realidades paralelas o míticas sino que se rescatan, se modelan a partir de su existencia histórica. El plano de irrealidad en que se sitúa el enunciado viene a conformar esa esencia mítica o legendaria. Se hace una transformación distanciada de lo que entendemos como real, el hecho o personaje extraído de la realidad histórica.

El narrador según la opinión de Vargas Llosa se vale de las mayúsculas para impregnar de solemnidad y nimbar de un aura religiosa ciertos hechos, seres o creencias, que, realzados de esta manera sobre los otros, van erigiendo una dimensión espiritual o mágica en la realidad ficticia: los Grandes Pactos, el Falso Enemigo, Aguasú, Señor del Mar, las Oraciones del Gran Juez, de San Jorge y la San Trastorno, las Muletas de Legba, el Señor de los Caminos, la Batería de las Princesas Reales, la Puerta Única, y, por supuesto, los Loas del vudú —Loco, Petro, Ogún Ferraille, Brise-Pimba, Caplao-Pimba, Marinette Bois-Cheche y otros— son más que nombres propios que ameriten aquella distinción ortográfica.

Esclarece que cuando Carpentier se autotitula incapaz de 'inventar' una historia y afirma que todo lo que escribe es 'montaje' de cosas vividas, observadas, recordadas y agrupadas, luego, en un cuerpo coherente, dijo una verdad muy mentirosa y continua que con la utilización de las mayúsculas para denotar ciertos personajes que no están definidos ni explicados, sino mencionados desde la perspectiva de quienes ya saben quiénes son y creen en ellos (por un sinuoso narrador que para nombrarlos se coloca cerquísima de aquellos creyentes).

Según él el autor cubano entrega al lector figuras llamativas, espectáculos que, de tanto en tanto, colorean fugazmente la realidad ficticia, agrietándola y revelando en ella un trasfondo fantasmagórico, de dioses, diosecillos y seres malignos, y conjuros y otras fuerzas espirituales cuyo benéfico o maléfico poder opera desde la sombra en los hechos históricos y las peripecias individuales.

Esas estratégicas mayúsculas van sembrando la realidad ficticia de misterio, revelando que ella está hecha, también, de un nivel sagrado al que sólo se accede a través de la fe y las prácticas mágicas por lo que la astucia del narrador hace que este nivel esté constantemente asomando en su relato, pero, siempre, desde la perspectiva de los personajes cuya credibilidad, ingenuidad o miedos y esperanzas sostienen en pie aquella dimensión mágico-religiosa con la que el narrador —en eso consiste su astucia— jamás se compromete pues nunca le da su propio aval.

La perspectiva que narra es más culturalizada, su esencia radica en el hecho de que los creyentes conciban una realidad mítica donde se hace posible la vida de ultratumba, las levitaciones, las metamorfosis. He ahí su propósito desmitificador, se ha pretendido reevaluar la realidad americana, despojarse de la visión antigua y externa, europeizante de nuestro mundo. De manera que el matiz antitético que se percibe en la manera de denotar contextos tan disímiles como la realidad americana y la europea, puede aparecer explícitamente en referencias como acá – allá.

El narrador, en obras de esta tipología está siempre moviéndose entre distintos planos o niveles de realidad; el más arriesgado y radical de sus desplazamientos es éste, que lo lleva casi —pero sin nunca franquear esta frontera— a saltar casi a lo fantástico. Para ello, se sitúa para narrar en la perspectiva de un personaje crédulo —creyente, alucinado o supersticioso— y narra desde allí escenas o hechos que de este modo alcanzan una suerte de fantasmagoría, hechizo o encantamiento.

Esto puede parecernos una especie de laberinto a donde irá a parar la perspectiva que cuenta sin más remedio, sin embargo, el diestro narrador se las arregla para conservar siempre su autonomía —un punto de vista propio, diferenciado del personaje cuya perspectiva ha adoptado para narrar—, de modo que la historia ficticia se mantenga dentro de una verosimilitud racional y objetiva; es decir, para nunca mudar a lo puramente fantástico.

La espaciología aquí es, en cambio, muy distinta. Ya no se trata del lugar de la coherencia magicorrealista, sino del lugar de la contradicción, ya no estamos, en efecto, ante el espacio homologador, imaginario, sino ante un espacio escindido, suma de contextos de cuyos choques emerge el suceso mágico en el relato.

Hay una intención

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