La administracion entre tradicion y renovacion
pipe9797Tutorial22 de Abril de 2013
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OMAR AKTOUF
LA ADMINISTRACION ENTRE TRADICION Y RENOVACION
Capítulo 1: DE LA MANO INVISIBLE A LA ORGANIZACION RACIONAL DEL TRABAJO
Adam Smith, Charles Babbage y Frederick Taylor
Adam Smith, Frederick Taylor y, adicionalmente, Charles Babbage son tres de los grandes pilares, hasta la actualidad inamovibles, del conjunto del pensamiento administrativo predominante en el occidente industrializado. Uno de los principios más evidentes y fundamentales de este pensamiento, de los más determinantes y más persistentes, desde Smith, es la división y la especialización del trabajo; principio que progresivamente ha llegado hasta la elaboración de las actuales concepciones que presiden la dirección del trabajo y la repartición de roles dentro de la empresa.
Fue Charles Babbage quien proporcionó -entre Smith y Taylor- un complemento de virtud económica a la división del trabajo, el que permitiría justificar y volver aún más atractiva la "necesidad" de subdividir y especializar las tareas en mayor profundidad. Veremos no sólo los aportes precisos de cada uno de estos tres clásicos, sino también cómo han sido aprovechados sus respectivos pensamientos, como se les ha interpretado o malinterpretado y cómo han sido adaptados. En resumen, haremos una selección sistemática entre los aportes originales de los autores y su transposición al contexto del cuerpo conceptual de la administración tradicional.
Adam Smith (1723-1790): La mano invisible y las virtudes de la división del trabajo
La fórmula que quizás mejor califica el aporte de Adam Smith al pensamiento administrativo o, más bien, lo que éste ha conservado e integrado de aquél, es señalado por el título del primer capítulo de una muy conocida obra de divulgación de ciencias económicas (Heilbroner 1971): "El mundo maravilloso de Adam Smith". En efecto, de todo lo que contiene este imponente enfoque moral, social, filosófico y económico que es la investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones , apenas se ha conservado y propagado la visión de un universo económico maravillosamente regulado por sí mismo gracias a la meticulosa intervención de la mano invisible y al equilibrio cuasiautomático surgido de la confrontación de los egoísmos individuales, milagrosamente propicios al interés general. Impregnado el todo en un "mercado", todos cuyos elementos se dosifican por sí solos, estimulándose o contrariándose mutuamente sobre la base de una competencia libre y absoluta; trátese ya sea de cantidades, precios, salarios, ganancias o incluso de la oferta y la demanda de trabajo.
Puede decirse que Adam Smith literalmente inventó la ciencia económica aunque retome a pensadores contemporáneos suyos, más o menos economistas como Quesnay. Para su época, fue más un filósofo o "filósofo social" que un economista en el sentido pleno del término. Dictaba cursos de moral en la Universidad de Glasgow pero, dada la amplia concepción que había de esta materia, ella incluía elementos de economía política y filosofía social. El profesor Smith era conocido y respetado incluso fuera de Gran Bretaña. Lo menos que puede decirse es que, desde su nacimiento en 1723 hasta su muerte en 1790, Smith atravesó una época de profundas transformaciones, conocida como Revolución Industrial. En efecto, ante todo debió vivir sus inicios y sus primeros hitos, pues la consolidación de aquella suele situarse hacia fines del siglo XVIII . Mas ello no impediría a este perspicaz observador hacer una observación extremadamente penetrante y rica en hipótesis audaces sobre todo lo que ocurría en torno suyo y trazar el rumbo de la industrialización de Occidente. Sus ojos captaron las señales de los cambios más significativos, y su cerebro comprendió, como lo dijo Heilbroner, que la sociedad empezaba a parecer guiada, regulada y manejada en su orden por algo distinto de la tradición o la autoridad central (ambas batidas en retirada por la decadencia del feudalismo, el incremento de la demografía urbana y la creciente influencia del racionalismo, iniciada particularmente por los trabajos de Descartes).
Para resumir, digamos que Smith imaginó la noción de mano invisible, metáfora que se aplica al funcionamiento de una entidad considerada autónoma y autodeterminada: el mercado. Esta mano, escondida tras infinidad de intercambios y transacciones, regula de manera implacable e invisible, aunque parezca lógicamente muy previsible, todo aquello que constituye la trama del funcionamiento y la evolución de la sociedad, especialmente en materia económica. Si bien el libro de Adam Smith es un trabajo de gran erudición y difícil lectura, es relativamente fácil extraer y comprender sus principios de base . Sus palabras claves son competencia y libre mercado: la dinámica de la satisfacción del interés personal hace entrar a todos en competencia. Y cada quien, buscando siempre aumentar sus propias ganancias, contribuye a mantener la competencia y a participar en el aumento de las ganancias de la sociedad que, en última instancia, deviene así en la beneficiaria de esta confrontación de egoísmos individuales.
Smith explica que, tan pronto como un producto o un servicio es lucrativo, atrae nuevos productores que automáticamente empujarán los precios a la baja, para atraer y mantener nuevos clientes para sí. Ello haría que, a igual calidad, ningún precio pueda mantenerse indebidamente elevado, salvo en caso de deliberada coalición de los proveedores o de un monopolio. Según Smith, de existir esta coalición o monopolio, sólo podrían ser transitorios, hasta que un nuevo operador, no miembro de la coalición, empezara a producir la misma mercancía y a venderla a menor precio. Así, la competencia, engendrada por la lucha entre los hombres (entre otros motivos, por la guerra de los precios), con el objeto de obtener una ganancia personal (egoísta) de las ocasiones que se presentan, es el mecanismo maravilloso e inevitable que, tarde o temprano, restablecerá el justo equilibrio de las cosas. Lo que es válido para el precio de las mercancías lo es también para el precio del trabajo, para el salario y para el ingreso del empresario. En efecto, la constante presión de la competencia sobre los precios los mantiene muy cerca de los costos reales de fabricación, impidiendo toda ganancia excesiva y nivelando los excedentes.
Por otro lado, en lo concerniente a los salarios, todo sector en expansión atrae mano de obra por el alza de remuneraciones debida a la momentánea escasez de empleados especializados en el sector en cuestión. Así, éste se saturará rápidamente y los salarios volverán a bajar en forma proporcional al incremento de la oferta de la fuerza de trabajo calificada. El equilibrio también se logra gracias a la competencia entre los trabajadores que, según la coyuntura, convergen en las industrias ascendentes o abandonan las que declinan, hasta llegar a una adecuación con la demanda. Se trata de un juego generalizado de vasos comunicantes.
Las leyes que regulan precios y salarios se aplican igualmente a la demografía: en este caso, la obrera. De acuerdo a Smith, si el alza de los salarios estimula la natalidad -al menos, si favorece la posibilidad de criar más niños por más tiempo -, también hace aumentar el número de quienes demandan empleo. Más, inexorablemente, la ley del juego de la oferta y la demanda se impone y, bajando los salarios, disminuye la capacidad de alimentar a tantos niños. A continuación, ocurre una disminución de la cantera de la población obrera hasta un nuevo repunte de la oferta de empleo, y así sucesivamente.
Esto es lo que suele llamarse "la utopía de la competencia libre y perfecta". Sin embargo, en tiempos de Adam Smith, como también lo subraya Heilbroner, todo ello distaba de ser lo ingenuo que parece, considerando que la mortalidad infantil en el mundo obrero y campesino era sumamente elevada y sensible a la mínima mejora en el nivel de vida. Esto es lo que, para gran satisfacción de las clases ricas, a través de la pluma de Smith, Malthus y Ricardo (los padres del pensamiento económico), legitima el hecho de no intentar mejorar de otra manera la suerte de las clases pobres, ya que éstas tendrían un instinto vicioso y desenfrenado de procreación. Más bien, por el contrario, convendría limitar la caridad y los salarios, pues éstos les harían un mal favor. Incluso hoy en día se recurre a este género de argumentos (Galbraith 1989).
No obstante, nuestro actual interés no es tanto conocer al detalle los mecanismos de la regulación económica señalados por Smith, sino detenernos en sus consecuencias en el mundo comercial y de los empresarios de la época, entonces en apogeo. Es ahí que la expresión "mundo maravilloso" adquiere todo su sentido: el mercado, autorregulador, y la mano invisible, implacable componedora de entuertos, por su naturaleza de apoyo al "laisser-faire" y de legitimación de la satisfacción de los egoísmos individualistas, eran una coartada extraordinaria, un parabrisas milagroso y una permanente absolución a toda práctica más o menos tortuosa a la que fuera posible recurrir con el fin de enriquecerse . Tan sólo la mano invisible sería responsable de que unos se hagan de fortunas colosales, mientras que otros se arruinen o se hundan aun más en la miseria .
Es fácil apreciar el provecho que la nueva clase dirigencial compuesta por los capitanes de la industria, obtendría de semejante afirmación, y cómo muchos de sus miembros, con algunas excepciones , darían libre
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