La corte de los ilusos,
alex TZResumen18 de Enero de 2016
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El libro comienza hablando sobre Madame Henriette una francesa que vivía en México pero no tenía intenciones de quedarse aquí, Josefa Arámburu de Iturbide la contrato para ser la modista de su hijo Iturbide. Madame vio crecer a los cinco hijos que tuvo doña Josefa: Nicolasa, Josefa, Iturbide, Mariano y Francisco; estos dos últimos murieron ocasionando que se encariñara más con Agustin. Desde pequeño se le había ordenado a Madame vestirlo con las mejores prendas.
Cuando se casó con Ana María Huarte, una estudiante del Colegio de Santa Rosa, Madame cosió un uniforme de gala que dejó anonadados a todos los presentes. Agustín se llevó a la modista a vivir con él para que le confeccionara sus futuros uniformes.
Desde que Agustin decidió ser Emperador, Madame quedó sin mucho tiempo libre, añadiéndole que también tenía que ocuparse de la Emperatriz durante sus embarazos y de la Princesa Nicolasa, hermana de Iturbide que a sus sesenta años seguía soltera.
Cuando estaba confirmada la coronación de Iturbide la modista quería vestirlo de huehuenche pero Ana María dijo que él no podía ir vestido de esa manera, así que Madame confeccionó el uniforme de General de Celaya y diseñó el logo que representaría el Imperio de Iturbide. La Emperatriz ya le había dicho a su esposo que ella prefería una modista española, no entendía la necedad de su suegra en heredarle una costurera vieja y tan poco dispuesta a hacerse cargo de sus obligaciones.
El día en el que Iturbide pudo probarse el uniforme fue uno en el que enfermo de una hinchazón en la nuca y decidió ir a reponerse a casa de San Agustín de las Cuevas. Madame le decía una que otra verdad a Iturbide, Ana María no podía comprender porque era que ella se dirigía de esa manera a él. La modista pensaba que como conocía a Agustin desde pequeño y vivió varios momentos con él se tomaba a broma el llamarlo “Su Alteza Imperial” cada que tenía que pedirle que cambiara de posición para acomodar el traje.
Cuando se instaló la corte la modista no iba a dejarse gobernar por la clase superior ni permitir que la trasladaran dentro de un armatoste conducido por un cochero, así que cada vez que necesitaba algo salía del Palacio sin avisar al cochero.
Un día fue a comprar unas cosas y se perdió entre las calles, tenía que regresar al Palacio de Moncada, la nueva residencia de la familia Iturbide, donde Ana María había organizado un evento en el que citó a la Corte ya que sus miembros debían de dar opiniones acerca del nuevo uniforme con el que el Emperador iba a presentarse al pueblo mexicano.
La Princesa Nicolasa no asistió a la presentación porque estaba decidida a usar un vestido amarillo que le gustaba y se negaba a usar lo que Madame le había dispuesto, estaba enojada y por eso no quería bajar al salón.
Como la modista no llegaba la Emperatriz mandó a un cochero a buscarla. El obispo sugirió que primero se comenzara con la merienda y luego con el desfile de la indumentaria, ella dudo puesto que tenía todo organizado y una falla podía arruinar el plan. Así que empezaron a comer todos y a platicar sobre temas del nuevo Imperio y de cómo eran las cosas antes y después. Se habló sobre un robo que se narraba en el periódico y de que en los tiempos de Revillagigedo no había tanta inseguridad y sobre las condiciones de las calles.
El obispo Pérez al ver el vientre de la Emperatriz recordó lo que le había dicho su lavandera, le dijo que no era raro que Ana María estuviera embarazada tan seguido en tan poco tiempo, pues la causa era que en las noches de inquietud de Iturbide ella se arreglaba para poder ir con él y “tranquilizarlo”. Ya tenía 7 hijos y estaba esperando al octavo.
Iturbide ya se había fastidiado de lo que decían así que se levantó de la mesa y paseó por los salones de su Palacio hasta que se echó en un sillón y se quedó dormido.
La Emperatriz tenía una madrastra, se llamaba doña Amparo, su madre biológica Ana María Muñoz y Sánchez había muerto cuando ella era muy pequeña y su padre volvió a casarse. Doña Amparo trataba de ser una madre para ella, alegaba que lo que más quería en el mundo era ver a su amadísima hija vestida de Emperatriz y a sus nietos hechos príncipes antes que la matara la ciática.
El haber abolido los impuestos fue lo que dio popularidad al movimiento iturbidista. L a coronación se llevaría a cabo el día 21 de julio.
Madame Henriette llegó envuelta en el capotón oscuro del cochero y quejándose de la imposibilidad de las calles, entró muy agitada y gritando al salón. Iturbide fue despertándose lentamente. Al estar todos se llevó finalmente a cabo la prueba definitiva de la prueba imperial.
Llegó el día de la coronación, salieron en procesión a las 9 de la mañana la Emperatriz y el Emperador. Fue recibido por vitores y aplausos por los miembros de la Corte que estaban reunidos en el salón del Palacio para desfilar de allí hasta Catedral.
Joaquinita de Estanillo no podía ocultar su emoción y saludaba demasiado, aunque se le había dicho que mirara sólo de frente sin proferir palabra. Estaba muy nerviosa, pensaba en la corona imperial y que a los que la traían les podía pasar algo como tropezarse y poder tirarla. Rafaela, la prima de Iturbide y camarera menor de la corte, la tranquilizó diciéndole que las insignias eran de imitación, a partir de ahí Joaquinita se limitó a seguir de mala gana las ordenes que le decían.
La Princesa Nicolasa estaba feliz desfilando porque la habían dejado usar su vestido amarillo. La noche anterior Santa Anna fue al Palacio para recibir órdenes de Iturbide, mientras el miraba un cuadro del padre del Emperador, Nicolasa llegó y lo invitó a tomar asiento, comenzaron a hablar y Santa Anna dijo que el destino había elegido para él la carrera de militar y le confió un secreto, el en realidad quería ser poeta y que le gustaba demasiado el baile, éste era para él un impulso incontrolable.
La Princesa le preguntó que si estaba soltera y el respondió que hacía un tiempo tenía amores con una mujer que aún no conocía, alguien que se le presentaba en sueño y que posiblemente no era de México por la zona en la que aparecían.
La ceremonia marchaba bien, Iturbide y su esposa entraron a la iglesia caminando muy erguidos y sin tomar mucha importancia en las reacciones de algunos que estaban ahí. La iglesia estaba tapizada de flores y el olor de ellas con el de la multitud dificultaba respirar.
El obispo Cabañas fue el que llevaría a cabo el sermón puesto que al obispo Pérez lo habían excluido de participar en la ceremonia por algunas acusaciones que se hacían de él desde Roma. Se había traído a dos jóvenes. Unos días antes el obispo se había ido a quejar con Iturbide le dijo que estaba cansado de la humillación, el Emperador le dijo que lo ayudaría y que terminando la ceremonia en Catedral irían al Palacio de los Virreyes y tomarían un refrigerio para que el pueblo admirara su trabajo.
El asentista fue corriendo y le dijo al Mayor de Plaza que las hordas estaban desluciendo el evento, para calmarlos les arrojaron monedas, la tropa que había tenido tres meses sin recibir sueldo se peleaba por las monedas, así, la coronación pudo continuar.
Entre más avanzaba la ceremonia, Rafaela se entristecía más. No podía quitarse de encima la imagen de Fray Servando a un lado del desfile gritando a los participantes de la Coronación que todos eran un manojo de huehuenches. La prima del emperador se imaginaba como sería el hacerle un dulce de pepita y mazapán e imaginando una conversación con él.
No invitaron a la Güera Rodriguez porque temían que su belleza opacara la magnificencia de la coronación.
La ceremonia concluyó a las 3:30, Don Vicente Güido y Güido había salido a preparar la comisión que acompañaría a los emperadores de regreso. Pero Agustin I no quería regresarse por el mismo camino. El obispo Pérez se abria paso entre la multitud para recordar a el Emperador lo que le había prometido pero su anchura le impidió llegar a tiempo.
Agustin desviaba la ruta para poder pasar frente a la casa de la Güera Rodriguez y la procesión sólo lo seguía. En esos momentos la Emperatriz no sabía si eso era bueno o malo pero cuando iba caminando sola y vio a su marido irse cabalgando a lo lejos rumbo al balcón de la Güera en pleno día de su coronación, supo que haberlo dejado asistir a las anteriores reuniones de ella había sido pésimo. Se arrepentía de haberle creido las veces que le decía que tenía que salir con urgencia en las noches.
La comitiva tuvo que pasar entre zanjas y evitar algunos caños, emana un olor a pulque echado a perder. Don José Ramón le sugirió a la emperatriz abandonar la marcha y volver al Palacio por su cuenta, pero ella no quiso y se limitó a caminar con mucha dignidad concentrada en afrontar con valentía el momento; se tropezó con una losa y varios comenzaron a reir. Ella siguió adelante pero con muchos pensamientos en su cabeza.
El obispo Pérez y la Emperatriz eran buenos amigos, estaban en el Palacio poniéndose de acuerdo para realizar un pliego para invitar a la Orden de Guadalupe. Para ser parte de ésta había que ser ciudadano del Imperio, varón, católico, gozar de concepto público y hacienda.
Cuando la elaboración de los banquetes era demasiada para las cocineras, la Emperatriz les encargaba comida a las monjas de la Enseñanza Nueva y mandaba a Nicolasa a recogerla porque así podía quitársela de encima. No se le podían pedir muchos encargos a Nicolasa debido a su edad y por los problemas de su soltería.
La Emperatriz escogería al primer miembro de la Orden de Guadalupe, a su padre; el segundo sería elegido por Rafaela, Juan O´Donojú; y el tercero por Nicolasa, Santa Anna, ésta decía que no la incluían para participar en actividades imperiales. Ana María no quería que él fuera miembro, así que Nicolasa y ella empezaron a discutir, la hermana de Iturbide le llamaba intrusa y que había engatusado a su hermano.
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