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Literatura

vivi4412 de Abril de 2015

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Esencia de la literatura

Pese a todos los esfuerzos de los académicos y a las rígidas definiciones enciclopédicas, tenemos la firme sospecha de que nadie sabe realmente qué es la literatura. Cualquiera de nosotros la reconoce, estamos con ella día a día, la degustamos en frases y páginas, pero si alguien intentase preguntarnos qué entendemos por literatura, todas las palabras del diccionario nos quedarían escasas para expresar ese aura milenaria, nacida con los épicos versos de Homero. Toda definición sería poca para explicar a Virgilio, a Dante, a Borges, al ficcional universo que se nos plantea capítulo a capítulo.

Y tal vez así deba ser. Tal vez la esencia de la literatura nos esté vedada porque si ella se revelase, perdería la hechizante magia que ahora posee. Derrumbaría todos los intentos de acercarse a ella, intentos que a lo largo de la historia han conformado una innumerable cantidad de libros, ríos de tinta y mares de palabras. Cada libro escrito es, a la vez, un paso de acercamiento hacia ese núcleo misterioso que la literatura oculta, y es también un inevitable retroceso.

El escritor sabe de antemano que no descifrará el enigma, pero pese a ello, seguirá escribiendo, porque conserva secretamente un compromiso con su arte.

DIALOGOS › RICARDO PIGLIA HABLA SOBRE EL LECTOR Y LA LECTURA DEL ESCRITOR

“La literatura siempre se está preguntando por su esencia”

Ricardo Piglia traza el itinerario que llevó al lector de ser un mero apéndice externo a la literatura a un lugar de notable consideración. De él se ocupa en su libro El último lector, y sobre él debate en esta entrevista, en la que también desmenuza la lectura de los propios escritores y de la crítica literaria.

Por Carlos Alfieri *

–En la apreciación crítica del último medio siglo, el lector ha pasado a ser, de un mero apéndice externo a la literatura, el coprotagonista de ella. El último lector se ocupa intensamente de él. ¿Podría trazar el itinerario que ha llevado a tan alto puesto la consideración del lector?

–Es difícil contestar, porque existen varias respuestas posibles. Una de compromiso sería: “Bueno, en realidad el lector siempre ha estado presente”. En efecto, el interés y la intriga por el lector nunca dejaron de estar presentes, más allá de que con frecuencia han protagonizado el debate literario otro tipo de cuestiones, como las experimentaciones lingüísticas, la energía de la trama, la ruptura temporal. Me parece que la idea de interrogarse sobre el lector está ligada al fin de la noción de que la literatura tendría una esencia que permitiría identificarla en el objeto mismo. Se trata de esa gran tradición anclada en los formalistas rusos y otros, que designaban como literaturidad a aquello que hace de un texto un texto literario. ¿Qué es lo que hace que un texto sea un texto literario? Esta pregunta en un momento dado intrigó poderosamente a los críticos, preocupados por determinar la cualidad específica por la cual la literatura podía ser identificada. Ocurre que la literatura tiene una particularidad que no poseen otras artes y es que, como utiliza el lenguaje natural, siempre se está preguntando por su esencia (raramente un pintor se pregunta qué es la pintura o un músico qué es la música, porque se sabe que son artes que están articuladas sobre un lenguaje diferente). Pues bien, esto generó una serie de respuestas que fueron derivando después, creo que por obra de los propios escritores, en el planteamiento de que la definición de literatura tiene mucho que ver con la forma en que quien lee construye el texto.

Este es un modo de contestar a su pregunta de manera general: todos los debates sobre el lector vendrían a superponerse a la interrogación sobre qué es la literatura. Por otro lado, los escritores siempre hemos padecido una pregunta envenenada, aquélla de “¿para quién escribe usted?”. Ante ella nos hemos sentido siempre incómodos, porque pareciera que tiende a hacernos pensar en una estrategia oportunista, del tipo “yo escribo para mujeres divorciadas de entre cuarenta y cincuenta años”, o “yo escribo para los jóvenes”, etcétera. Y también las respuestas de transacción, que siempre resultan antipáticas, como “yo escribo para mí mismo”.

En un momento dado, empecé a tomar notas acerca de cómo aparecían los lectores en las obras literarias, para ver si podía encontrar no digo una respuesta, pero sí las maneras en que el acto de leer estaba narrado. Era como hacer un experimento antropológico-arqueológico sobre una civilización perdida de la que sólo quedaban rastros en las novelas. De alguna forma, es un modo de responder a esa pregunta imposible de contestar –“¿Para quién escribe usted?”–. Si uno pudiera contestarla, sabría qué cosa es la literatura.

Dicho esto, debo reconocer que hoy está estabilizada una gran tradición crítica que podríamos identificar con Roger Chartier, ese notable historiador de los hábitos de lectura formado en la escuela francesa de los Anales, que ha realizado aportes extraordinarios al respecto. Esto, por un lado. Por otro, ha habido muchas teorías sobre el lector, como la teoría de la recepción. Y además, me parece que los escritores han reflexionado acerca de esta cuestión de un modo un poco lateral, pero siempre interesante. Por ejemplo, allí está la novela de Nabokov Pálido fuego, sobre ese tipo que lee de manera delirante un poema. En fin, creo que los escritores siempre hemos visto en el lector una figura menos neutra y menos trivial, más amenazadora, más loca que esa figura un poco plana que aparece cuando se habla estadísticamente de los lectores. ¿Dónde están los lectores? Bueno, los lectores son unos locos que están por ahí leyendo libros. Es la locura que ya está en Don Quijote, ¿no?

–Roberto Calasso afirma que los más grandes críticos literarios del siglo XX son generalmente escritores, como Gottfried Benn, Proust, Borges, Valéry, Auden o Mandelstam, y que no conoce ningún libro esencial que haya sido generado en el seno de alguna disciplina crítica. ¿Comparte este punto de vista?

–Sí, totalmente. En cierto modo, la conferencia que pronuncié en Barcelona, en el mismo ciclo en que intervino Calasso, que se llamaba El Escritor como Crítico, trabajaba sobre esas mismas hipótesis. Para la crítica, para lo que entendemos por crítica, en fin, las grandes tradiciones, como el formalismo ruso, Lúkacs, etcétera, la literatura es una suerte de saber sometido, diría yo. El crítico trabaja sobre la literatura a partir de un saber que aplica con la mayor o menor elegancia y fluidez con que esto pueda ser hecho. Estos saberes son, básicamente, la lingüística, el marxismo, el psicoanálisis; después surgen dentro de ellos diversas tendencias. Por lo tanto, la literatura es un campo de experimentación para ciertas hipótesis que son previas. En cambio, me parece que la crítica ejercida por los escritores tiende a ser al revés, es decir, toma la literatura como un laboratorio para, a partir de ella, entender lo real, para extraer hipótesis sobre el funcionamiento de la literatura, sí, pero también acerca de cómo funcionan el lenguaje, las pasiones, la misma sociedad. Se trata de un procedimiento inverso.

–Podríamos decir que para los escritores la literatura es el punto de partida, mientras para los críticos es el lugar de llegada.

–Exactamente. Entonces, creo que esa tensión debe señalarse. Yo traté de plantear algunos de los rasgos con los que uno podría identificar el tipo de crítica que los escritores practican, tanto esos autores que mencionaba Calasso como otros que a mí me gustan especialmente –Ezra Pound, Joseph Brodsky–. De manera que yo veía ahí algunos rasgos que podrían ayudarnos en estas hipótesis delirantes de clasificación. Uno de ellos es el tipo de escritura crítica, que tiende a ser muchas veces marginal, es decir que se trata de prólogos, de diarios, de conferencias, de cartas; son intervenciones muy puntuales y a la vez tienen efectos de iluminación notables. En este terreno, hay algunos textos verdaderamente extraordinarios, como el de Mandelstam sobre Dante, y siempre con un resto que a mí me parece muy interesante y que es una especie de posición pedagógica. Así es, existe un tipo de intervención de los escritores que trata siempre de modificar un cierto estereotipo: por ejemplo, El ABC de la lectura, de Pound. En definitiva, consiste en redactar un manual, en erigir el manual como modelo. Pienso que los escritores están más interesados en hacer un manual –pero hablo de esos manuales extraordinarios (Borges se la pasaba haciendo manuales)– inspirado en la idea de llevar la pasión por la literatura lo más lejos que se pueda, incluso más allá de su propio ámbito. Y esto a diferencia de los críticos, que me parece que trabajan en función de discusiones muy cerradas, que responden a ambientes muy restringidos.

En general, la crítica que hacen los escritores es muy clara. No suele haber en ella una jerga técnica, es muy coloquial; son textos escritos con mucha fluidez, y esto también es una virtud. Por ejemplo, el Diario de Kafka es una excepcional reflexión continua sobre la literatura.

Después, habría determinados rasgos que podríamos considerar al examinar esta cuestión de los escritores como críticos. Uno es la idea de estar más interesados por la construcción de las obras literarias que por la interpretación, es decir, el estar más preocupados por cómo está hecho un libro antes que por lo que significa. Sería como si alguien mirara esta

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