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Los Tres Mosqueteros


Enviado por   •  10 de Junio de 2013  •  718 Palabras (3 Páginas)  •  826 Visitas

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LOS TRES MOSQUETEROS

(ALEJANDRO DUMAS)

Prefacio

EN EL QUE SE HACE CONSTAR QUE, PESE A SUS NOMBRES EN “OS” Y EN “IS”, LOS HEROES DE LA HISTORIA QUE VAMOS A TENER EL HONOR DE CONTAR A NUESTROS LECTORES NO TEINEN NADA DE MITOLOGICO.

Hace aproximadamente un año, cuando hacia investigaciones Biblioteca Real para mi historia de Luis XIV, di por casualidad con las MEMORIAS DEL SEÑOR D´ARTAGNAN, IMPRESAS –como la mayoría de las obras de esa época, en que los autores pretendían decir la verdad sin ir a darse una vuelta más o menos larga por la Bastilla – en Ámsterdam, por el editor Pierre Rouge. El titulo me sedujo: las lleve a mi casa, con el permiso del señor bibliotecario por supuesto, y las devore.

No es mi intención hacer aquí un análisis de esa curiosa obra, y me contentare con remitir a ella a aquellos lectores míos que aprecien los cuadros de época. Encontraran ahí retratos esbozados de mano maestra; y aunque esos bocetos estén, la mayoría de las veces, trazados sobre puertas de cuartel y sobre paredes de taberna, no dejaran de reconocer, con tanto parecido como en la historia del señor Anquetil, las imágenes de Luis XIII, de Ana de Austria de Richelieu de Mazarino y de la mayoría de los cortesanos de la época.

Más, como sabe, lo que sorprende el espíritu caprichoso del poeta no siempre es lo que impresiona a la masa de lectores. Ahora bien, al admirar, como los demás admiran sin duda, los detalles que hemos señalado, lo que más nos preocupo fue una cosa a la que, por supuesto, nadie antes que nosotros había prestado la menor atención.

D´Artagnan cuenta que, en su primera visita al señor de Treville, capitán de los mosqueteros del rey; encontró en su antecámara a tres jóvenes que servían en el ilustre cuerpo en el que solicitaba el honor de ser recibido, y que tenían por nombre los de Athos y Amaris.

Confesamos que estos tres nombres extranjeros nos sorprendieron, y al punto nos vino a la mente que no eran más que seudónimos con ayuda de los cuales D´Artagnan había disimulado nombres tal vez ilustres, si es que los portadores de esos nombres prestados no los habían escogido ellos mismos el día en que, por capricho, por descontento o por falta de fortuna, se habían endosado la simple casaca de mosquetero.

Desde ese momento no tuvimos reposo hasta encontrar, en las obras coetáneas, una huella cualquiera de esos hombres extraordinarios que tan vivamente habían despertado nuestra curiosidad.

Solo el catálogo de los libros que leímos para llegar a esa meta llenarían un folleto entero, cosa que quizás fuera muy instructiva, pero a todas luces poco divertida para nuestros lectores. Nos contentaremos, pues, con decirles que en el momento en que, desalentados de tantas investigaciones infructuosas, íbamos a abandonar

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