Matar por Capricho
nafer40Ensayo28 de Mayo de 2013
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Matar por Capricho
La Güera
Llegó haciendo ruido con sus tacones como si hubiese querido dejar huella. La mujer era tan guapa que inspiraba pensamientos indebidos. Tal vez sea cierta su leyenda: los hombres nacieron para adorarla. Olía, vestía y desparramaba Ed Hardy como toda chica edhardyzada. “Soy la Güera, la sicaria”, se presentó con ínfulas de “Camelia la Texana”, y el hombre le creyó a esa hembra de corazón porque sus uñas, largas y brillantes, eran una especie de navajas suizas.
LaGüera no era una persona callada, para nada. Decía que dormía con un Kaláshnikov debajo de su almohada y llegó a contar una estrafalaria historia sólo para remachar que los días de matar le sabían ya a aceite quemado. No porque le desagradara ser pistolera, pero como ocurre con la cerveza, después de mucha, fastidia.
En el tren de confesiones, sin embargo, la Güera le confesó al hombre que en los últimos veinte minutos se había inventado una vida. Su trabajo en el cártel era otro, no menos arriesgado: coquetearle a los narcos rivales; saber todo de ellos, nunca contar nada sobre ella y entregarlos al jefe para que les arrancara los dedos, les cortara los testículos y les agujereara la cabeza.
Una estrategia que muchos carteles han estado implementando a su organización: matar a los contras, y ahora las mujeres también forman parte de su plan empresarial. Los narcos de esta última década han entendido que hay mucha gente por matar y necesitan manos que estén dispuestas.
A la Güera no le gusta decir para qué cártel trabaja. Al principio, por el desprecio con que llegó a referirse del Chapo Guzmán, le hizo creer al hombre que su santo patrono era Vicente Carrillo. Pero a Vicente también maldijo y pidió a la Santa Muerte que el Chapo, su paisano, conquistara este país de muertos.
Con quien sea para quien trabaje, la Güera ha puesto su gotita de sangre para que 29% de las ejecuciones en México sucedan en este estado.
La Güera, por ejemplo, entregó al cártel a un policía que en la cama solía prometerle amor infinito. A otro, un narcomenudista, le soportó golpes y el sexo más salvaje, todo para llevarlo a una casa de seguridad donde lo torturaron hasta que lo decapitaron con una motosierra. También tuvo que flirtear con un gordo de aliento hediondo que lavaba dinero para los rivales. “A ése lo pozoliaron”, le dijo la Güera con una indiferencia de reptil, y el hombre imaginó al tipo metido de cabeza en un tambo con ácido, pataleando.
— ¿Y a poco no sueñas con toda esa gente que has entregado al matadero? —le preguntó el hombre a la Güera, y ella tamborileó las uñas sobre la mesa.
—Si lo hiciera, me tragaría el remordimiento —le contestó y soltó una sonrisa con la que hubiese sido capaz de sentar al Chapo y a Vicente Carrillo para hacer las paces—. No me estoy riendo de ti —le advirtió con suavidad—, es que orita me acordé de un hijo de la chingada.
Ese hijo de la chingada que le alebrestaba las entrañas era un matoncillo que, al parecer, no quería ni a su madre. Todo el día andaba hasta las cejas de cocaína y mataba a la misma velocidad con la que hablaba. Se vendió al otro cártel y, para comprarse vida, se fue a esconder a una ranchería de Parral. Allá lo encontró la Güera, en una cantina. “Me costó trabajo entregarlo porque el bato siempre andaba armado y escoltado”, me dijo la Güera. “Tuve que acostarme con él todo un pinche mes”, reprochó, y después contó que al tipo lo descuartizaron y que a dos de sus escoltas los quemaron. “A ésos, lueguito que los levantaron, les echaron gasolina y los prendieron vivos”.
El hombre sigue sin entender qué parte de este crimen llevó a la Güera a sonreír.
En menos de una hora, la Güera le habló al hombre de muchas cosas: de la camioneta 4×4 en la que anda por Juárez como si fuera un tiburón con el hocico abierto. De lo barata y pura que es la droga en Chihuahua. Que los desaparecidos son tantos y por eso todas las cifras son conjeturas. “50n un (h¡in60 105 mu3r705 qu3 y4 n0 (4b3n 3n 105 núm3r05″, dijo y casi se oyó cómo cambiaba las letras por números. Le dio a entender que la violencia creció a la par de los gobernantes corruptos. Le contó del día que su primo mató a la novia a golpes, de los sicarios que van al hospital a visitar pacientes heridos para terminar su trabajo, del tío que es cantante y de las ganas que tenía ella de ser actriz. También le dijo que los mil dólares que el cártel le paga al mes los invierte en cosméticos, ropa y tangas.
—Poca plata para mucho riesgo —le dijo el hombre cuando terminó su perorata didáctica.
—Sí, pero mi novio me compra todo.
— ¿Es narco?
—Comandante, pero es lo mismo.
— ¿Y qué es lo mejor que te ha comprado?
—Las chichis. Se miran bien, ¿no?
La Güera se tocó los senos. El hombre no pude contradecirla.
— ¿Cuándo te miras al espejo, a quién ves?
Ella se recogió el pelo, torció la boca y ya luego le contestó:
—Haces preguntas bien raras.
Segundos después, el mesero trajo los cortes de carne y la Güera comió como si hubiera recién bajado de la luna. Se dio tiempo, eso sí, para enumerar a la clase de gente que ha seducido para luego entregarla a los sicarios que no perdonan nada. En su mayoría eran encargados de las plazas.
—No entiendo —le dijo el hombre—, ¿cómo le haces para que no te identifiquen? Has de ser una mujer muy mencionada entre la malindranada.
—Siempre cae uno. Acuérdate que los hombres piensan con el pene.
Entonces la Güera agarró su bolso Ed Hardy y se marchó con la seguridad de las cabras en el monte.
Marta
a) Marta se pincha las venas y muchas voces brillantes le hablan todo el tiempo. En uno de esos delirios, escucha: en este país puedes matar a quien quieras, al cabo no pasa nada; anda, agarra el cuerno de chivo y escoge.
b) Marta lleva días en busca de una oportunidad. “Quiero ser sicaria”, les dice a sus jefes y uno de ellos le advierte: “En este jale sólo hay dos cosas seguras: no debes confiar en nadie y tú también serás asesinada”. Ella lo va a pensar mejor.
c) Marta se entera de que su padre ha muerto por un infarto y en vez de ir al funeral, va a la casa y le roba dinero a su mamá. Sabe que, tarde o temprano, cerrará la carpintería que forjaron sus padres, que se acabará la clase media y que ella no tendrá cómo comprar la droga. Chingue a su madre, qué tanto es tantito. “Jefe: le quiero jalar al fogón”. “Primero acompaña a la clica y luego vemos”. Marta ha estado esperando ese día, y ese día ha llegado.
d) Marta y un grupo de pistoleros levantan a una soplona en el centro de Ciudad Juárez. Quienes vieron cómo arrastraron a la vieja de las greñas y cómo la treparon a un camionetón bárbaro, olvidarán pronto el crimen, porque Juárez, y todo México, no sólo se borran la vida, también la memoria, y quienes recuerdan no salen vivos de la historia.
e) Marta azuza a sus amigos con una voz cargada de entusiasmo: “¡Hay que quemarla!”. La soplona va amordazada y la música sale a chorros por la ventana.
f) Marta escucha al jefe del escuadrón de la muerte: “¿Quieres quebrarla, morra?”. “Simón, no hay pedo”, contesta e infla el pecho como un gallo. Ella sabe, como se lo dijo un chamán, que los asesinatos son meras compensaciones para equilibrar al universo.
g) Marta va a matar a la soplona, pero tiene un dilema: ¿martillo o la nueve milímetros?
h) Marta escoge el martillo y le rompe la cabeza a la vieja. Luego mira a su jefe como quien se quita un peso de encima.
i) Marta siente chingón, sabe lo que es la adrenalina.
j) Marta le explica al hombre: “Tu primera muerte es como tu primera cogida, no la olvidas. Y hasta ese momento es cuando sabes si sientes culpa o no, y como yo no sentí ni madres, le agradecí a la Santa Muerte haberme permitido matar a esa pinche soplona”.
k) Marta no tenía nada personal en contra de la narcomenudista. Ni siquiera la conocía. Tampoco le vio la cara. “Cuando matas no tienes que ver al difunto, porque se te queda y puedes volverte loco”.
l) Marta quiere recalcar algo antes de continuar: la Santa Muerte es su guía. Dice que esa calavera de dentadura maltrecha se lleva a ricos y pobres por igual, y que por eso cree en ella. Ahorita le tiene prendida una veladora negra porque necesita fuerza y poder. Después le pondrá una amarilla, para la buena suerte.
m) Marta le enseña a la Santa al hombre, tatuada en su espalda como una barda publicitaria.
n) Marta tiene que ir a la celda de enfrente. Está enganchada a la cocaína y necesita esnifar su dosis del almuerzo. Ese hábito se está llevando lo mejor de ella.
Marta, la del rostro de niño. La que estudiaba administración de empresas. La fanática de los dulces de tamarindo. La que extraña a su novia. La que juró dar la vida por su clica. La que cuida a una doña de cara grande, como de catedral, que cayó en la cárcel por traficar coca. La que nació zurda hace veinte años. La que escucha los corridos del Chalino y de otros cantantes, en los que las historias dejen un halo de pólvora. La que no come verduras y pide la carne casi cruda. Esa misma Marta le cuenta su historia al hombre.
Malandrín 1, el encargado de cobrar las extorsiones en la parte centro de Juárez, tuvo que ir a Ojinaga para vigilar un cargamento porque a Malandrín 2, el que debía hacerlo, lo habían ejecutado la noche anterior. Mientras Malandrín 1 llegaba a Ojinaga, en Juárez el jefe reacomodaba a su gente. A Marta le tocó reemplazar a Malandrín
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