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Medea


Enviado por   •  9 de Junio de 2014  •  Tesis  •  2.405 Palabras (10 Páginas)  •  295 Visitas

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MEDEA

Vese en la escena el palacio de Creonte

La nodriza: ¡Ojalá que la nave de Argos volase a la Cólquide y a las cerúleas Symplégadas, y nunca cayese en tierra el pino cortado en las selvas del Pelión, ni la hubiese armado de remos los héroes muy ilustres que fueron a conquistar el vellocino de oro de Pelias! No hubiera navegado Medea hacia las torres del campo de Yolcos, enamorada de Jason, ni las hijas de Pelias habrían dado muerte a su padre, ni habitarían en Corinto con su esposa y sus hijos, muy querida de estos ciudadanos, a cuyo país vino fugitiva, y complaciendo sin tasa a Jason; que el lazo más fuerte del matrimonio es la completa sumisión de la esposa al esposo. Pero hoy todo lo es hostil, e indecibles sus sufrimientos. Jason, faltando traidoramente a sus propios hijos y a mi dueña, contrae regias nupcias con la hija de Creonte, rey de Corinto. La desdichada Medea herida ignominiosamente en la fiebre más sensible de su corazón, clama y jura, invoca la fidelidad que Jason le prometió al darle su diestra, y pone a los dioses por testigos de su ingratitud. Yace sin tomar alimento, presa de intolerables dolores, y siempre desecha en lagrimas, desde que tuvo noticias de la injuria que su esposo le Hacia; ni levanta los ojos, ni los separa de la tierra, sino que, impasible como una piedra, o como las olas del mar, oye los consejos de sus amigos, a no sé cuando inclina su muy blanco cuello, y llora a su padre amado, a su patria y sus palacios, abandonados por acompañar a su esposo, que ahora la desprecia. La infortunada aprende a conocer sus penas a costa de lo que vale el cielo patrio. Odia a sus hijos y no se alegra al verlos. Y temo que maquine algo funesto, que es de carácter vehemente y no pude sufrir injurias. Yo, que lo se, me estremezco al pensar que acaso atraviese sus entrañas con afilado acero, o que mate a la hija del rey y al que se caso con ella, y le sobrevengan después mayores desdichas. Repito que es de carácter vehemente y que ningún adversario triunfara de ella con facilidad. Pero he aquí a sus hijos que vienen del gimnasio en donde corren los carros, sin pensar en su madre, porque en su edad juvenil no se suelen sentir los males.

El pedagogo ( Con los hijos de Medea): antigua esclava del palacio de mi dueña ¿Por qué estás sola a la puerta reflexionando en tu infortunio? ¿Cómo es que Medea no apetece tu compañía?

La Nodriza: Anciano ayo de los hijos de Jason: los buenos esclavos comparten las desventuras de sus amos y padecen también. Tan grande es mi dolor, que vengo a contar a la tierra y al cielo los infortunios de mi señora

El pedagogo: ¿No cesa de gemir la desdichada?

La Nodriza: ¡Singular es tu candor! Ahora empieza; aun no ha llegado a la mitad del camino.

El pedagogo: ¿Nada sabe la inocente, si es licito hablar asi de nuestros señores, de sus males novísimos?

La Nodriza: ¿Qué hay, ¡Oh anciano? Dímelo al instante.

El pedagogo: Nada; ya me arrepiento de haber hablado-

La Nodriza: Te ruego, por tu barba, que nada ocultes a tu consierva, que, si es necesario, guardara silencio.

El Pedagogo: Oi casualmente (fingiendo no escucharlo, y acercand me al juego de los datos, junto a la fuente sagrada de Pirene en donde se reúnen muchas ancianos) que Creonte, señor de esta tierra, había decretado que los hijos y la madre la dejasen. No sé si ese rumor es o no cierto; yo quisiera que no lo fuese

La Nodriza: ¿ Y consentirá Jason que sufran tal pena sus hijos, aunque no ame a la madre?

El pedagogo: Los nuevo amores triunfas de los antiguos, y Creonte no es amigo de la familia de Medea

La Nodriza: Perdidos somos si a mal antiguo se añade el que a anuncias, cuando aun no hemos apurado el primero.

El pedagogo: Pero tranquilízate (porque no conviene que lo sepa nuestra dueña), y calla la noticia.

La Nodriza: ¿Ois, hijos, cuan cariñoso es con vosotros vuestro padre? No deseo que muera, es mi señor, pero es criminal su conducta con prendas tan caras.

El Pedagogo: Entrad en el palacio, que no será inútil, ¡oh hijos! Alejalos tu cuanto puedas de su madre, y que no los vea airada. He observado el furor que expresaban sus ojos al mirarlos, como si algo tramara, y, no se aplacara su ira, lo se bien, como no la dscargue en alguno, ¡Ojala que la victima sea algún enemigo, no un amigo!

Medea (desde dentro) : ¡ Ay de mi, desventurada y míseria! ¡Ay de mis penas! ¡Ay de mi, ay de mí! ¿Cómo moriré al fin?

La Nodriza: Esto es lo que os decía, amados hijos; vuestra madre se agita, su bilis de remueve. Entrad pronto en el palacio, que no os vea; no os acerquéis a ella; guardaos de su índole cruel, y del impetud terrible de sus pasiones. Marchaos ya, entrad cuanto antes. Ya se levanta la nube; no tardara en estrellar con mayor furia. ¿Qué hará en su rabiosa arrogancia, que hara su animo implacable, aguijoneando por el infotunio?

Medea: ¡Ay, ay, ay, ay de mi! ¡Que males sufro tan deprorables! ¡Hijos malditos de funesta madre: que perezcáis con vuestro padre, que todo su linaje sea exterminado!

La Nodriza: ¡Ay de mí, ay de mí, ay de mí, desventurada! ¿Por qué han de espiar tus hijos las faltas de su padre? ¡Ay de mi! ¡Pobres hijos! ¡Cuanta es mi angustia, cuanto es mi deseo de que nada sufráis! Crueles son los tiranos y como mandan mucho y obedecen poco, difícilmente se aplacan sus iras. Mejor es acostumbrarse a vivir modestamente. Que yo envejezca tranquila, no rodeada de magnificencia. Es solo nombre de medianía es ya grato, su posesión el mayor beneficio de que disfrutan los mortales; nunca los excesos aprovechan a los hombres; al contrario, mayores son las calamidades que los Dioses, cuando se enfurecen, lanzan contra las familias.

El coro: He oído las voces; he oído los clamores de la desdichada que nació en Colcos, y cuya ira no se ha mitigado todavía. Cuentanos ¡Oh anciana! Lo que sucede; he oído lamentos en ese palacio de dole y puerta, y no me placen los infortunios de esa familia, ¡Oh mujer! A quien tengo afecto.

La nodriza: Ya no existe; merced a estos sucesos ha desaparecido el duende ahora en regio talamo; la dueña se consume en su lecho, y no tiene amigos que la consuelen.

Medea: ¡Ay, ay! ¡Que el fuego del cielo me abrace! ¿Qué gano yo con vivir? ¡Ay, ay! ¡Que la muerte me arrebate esta triste vida!

El coro: ¿No habeis oído, Zeus, Gea y Luz, las voces de la

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