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Obra De Arte


Enviado por   •  20 de Junio de 2015  •  2.527 Palabras (11 Páginas)  •  187 Visitas

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“EL TRIANGULO NEGRERO

... o mejor dicho: el pecado mortal de Europa”

Parte de: “500 ENGAÑOS: Otra cara de la historia”, de JOSE IGNACIO LOPEZ VIGIL Y MARIA LOPEZ VIGIL. Basado en el texto de Eduardo Galeano, “Las venas abiertas de América Latina”.

ANIMADORA —Señoras y señores, ladies and gentlemen, tengo el gusto de presentarles ahora al valiente capitán inglés, experto en economía y en negocios... ¡¡John Hawkins!!

HAWKINS —Thank you, thank you, my friends. I'm glad to meet you!

ANIMADORA —Míster John Hawkins va a contarnos ahora su extraordinaria historia llena de aventuras y peligros. Y como él hizo muchos viajes por América Latina, va a poder hablar con ustedes en buen castellano... ¡Adelante, John!

HAWKINS —Pues sí, my friends, yo nací en el Condado de Devon. Gracias a Dios, soy inglés, inglés de pura capa. Nací hace mucho tiempo, oh yes, a mitad del siglo 16. Mi papá era capitán de barco, un verdadero lobo de mar. Mi papá gustaba mucho de viajar. Había visitado África en muchos viajes. Cuando regresaba de África, me contaba de las playas con cocoteros, de los elefantes y los leones de la selva. Y de los negros. Negros y negras fuertes, que se criaban allá. A mí se me hacía la boca agua, oh yes... Un día, siendo yo mayorcito, cumplidos mis 30 años, vino a visitarme un amigo...

AMIGO —Hello, John, ¿cómo te va?

HAWKINS —Aburrido, amigo mío. ¿No quieres una buena taza de chocolate?

AMIGO —Claro que sí, a lo mejor es el último chocolate que nos tomamos en la vida.

HAWKINS —¿Por qué dices eso, amigo mío?

AMIGO —Muy pronto no tendremos en Inglaterra ni cacao ni azúcar ni tabaco... ¡Oh, los sabrosos cigarros de América!

HAWKINS —No te entiendo, amigo mío.

AMIGO —Yo a quien no entiendo es a los españoles. Son estúpidos. Ni a los portugueses, más estúpidos aún.

HAWKINS —En eso estoy de acuerdo contigo, oh yes. Pero ¿qué tiene que ver todo eso con el chocolate?

AMIGO —Amigo John, España y Portugal se han portado como locos. Han acabado con los indios de América. Los liquidaron demasiado pronto. Ya no debe quedar ni una pareja de indiecitos para traerlos al zoológico.

HAWKINS —¿Y quién va a trabajar entonces para ellos en las plantaciones de América?

AMIGO —Ese es el problema, John. Necesitan mano de obra. Mano de obra barata. ¿De dónde le van a sacar?

HAWKINS —¿De dónde...? ¿De dónde? ¡Tengo una idea! ¡Oh, Jesus Christ! ¡Oh, Dios mío, gracias por haberme iluminado el coco! Yo sé dónde puede conseguirse esa mano de obra. Y no barata, sino gratis. ¡Gratis, my friend, gratis! ¡En África, amigo mío! En África podemos encontrar brazos y piernas fuertes para trabajar en América. Voy a cazar negros en África.

AMIGO —¡Estás loco, John Hawkins! ¿Cómo vas a cazarlos?

HAWKINS —Como se caza a un mono o un cocodrilo. Es lo mismo. Anímate. ¿Quieres entrar en el negocio conmigo? ¡Te prometo grandes beneficios, oh yes!

BANQUERO —¿Qué necesita el capitán John Hawkins para su expedición?

HAWKINS —Poca cosa, señor banquero. Un barquito para llegar a África. Y unos cuantos hombres bien valientes para atrapar negros. Y unos cuantos fusiles por si los negros no se quieren dejar atrapar.

BANQUERO —¿Algo más, capitán?

HAWKINS —Oh, yes, unos cuantos barriles de ginebra para emborrachar a los jefes de las tribus de los negros para que no molesten el negocio.

HAWKINS —Fue fácil el business. Me embarqué con un grupo de bravos marineros hacia las costas de África. Era el año 1562, no me olvido. A mi barco lo bauticé con el nombre de «Jesús». Porque yo, aunque no lo crean, soy un hombre religioso. Yo sé que a los blancos Dios los creó. Y a los negros el diablo los cagó, ja, ja... Como les decía, llegué a Guinea. Capturé 300 negros bien amarraditos. Y enfilé rumbo a América. En Santo Domingo los vendí a buen precio. Y regresé a Inglaterra con mucha plata. ¡Money, my friends, money! Claro, entonces comenzaron los problemas...

AMIGO —La Reina Isabel está furiosa contigo, John. Se enteró del contrabando de negros. Dice que quiere verte enseguida.

HAWKINS —Oh yes, yo también quiero verla para... para pedirle perdón.

REINA —Míster Hawkins, es horrible lo que usted ha hecho. Es un gran pecado que clama al cielo.

HAWKINS —Majestad, ¿cómo le explicaré...? Me han pagado mucha plata y un cargamento de jengibre y pieles...

REINA —¡Vender seres humanos! ¡Qué barbaridad!

HAWKINS —También me dieron por ellos varios quintales de azúcar...

REINA —¡Qué barbaridad!

HAWKINS —Y un lote de perlas preciosas, preciosísimas... ¡toda una fortuna!

REINA —¡Qué bárbaro!

HAWKINS —Le pido perdón, majestad, por... por no haberle avisado a tiempo del negocio...

REINA —¿Y no podrías hacerme socia comercial para... el segundo viaje?

HAWKINS —¡Por supuesto, majestad, oh yes!

HAWKINS —La Reina de Inglaterra fue inteligente, tenía espíritu de empresa. Me nombró caballero y me dio un escudo de armas. En el segundo viaje ya llevaba cuatro barcos grandes y pude cazar muchos negros más. En el tercero, en el cuarto... ¿Cuántos viajes habré hecho? ¡Alabado sea Dios, que bendijo mi esfuerzo y mi trabajo! Me sacrifiqué, sí. Pero en los negocios hay que ser decidido y emprendedor, my friends. Hay que ser vivo. Porque en esta vida, el vivo vive del bobo. Y el blanco, del negro. ¡Adiós, bay-bay, see you later!!

COMPADRE —Y toda Europa aplaudió la hazaña del capitán Hawkins. Y comenzaron a contratar barcos y marineros para tomar parte en el negocio. Holanda, Francia, España y Portugal, Alemania, Suecia, Dinamarca... Todos los países »cristianos y civilizados» de Europa, los más ilustres políticos y hombres de negocios, entraron en el comercio de

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