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Opinion Publica


Enviado por   •  27 de Junio de 2014  •  4.303 Palabras (18 Páginas)  •  111 Visitas

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La opinión pública no existe*

Pierre Bourdieu

Quisiera señalar, en primer lugar, que mi propósito no es denunciar de manera mecánica y fácil

las encuestas de opinión, sino proceder a un análisis riguroso de su funcionamiento y sus

funciones. Lo que implica que se cuestionen los tres postulados que implícitamente suponen.

Toda encuesta de opinión supone que todo el mundo puede tener una opinión; o, en otras

palabras, que la producción de una opinión está al alcance de todos. Aun a riesgo de contrariar

un sentimiento ingenuamente democrático, pondré en duda este primer postulado. Segundo

postulado: se supone que todas las opiniones tienen el mismo peso. Pienso que se puede

demostrar que no hay nada de esto y que el hecho de acumular opiniones que no tienen en

absoluto la misma fuerza real lleva a producir artefactos desprovistos de sentido. Tercer

postulado implícito: en el simple hecho de plantearle la misma pregunta a todo el mundo se

halla implicada la hipótesis de que hay un consenso sobre los problemas, entre otras palabras,

que hay un acuerdo sobre las preguntas que vale la pena plantear. Estos tres postulados

implican, me parece, toda una serie de distorsiones que se observan incluso cuando se

cumplen todas las condiciones del rigor metodológico en la recogida y análisis de los datos.

A menudo se le hacen reproches técnicos a las encuestas de opinión. Por ejemplo, se

cuestiona la representatividad de las muestras. Pienso que, en el estado actual de los medios

utilizados por las empresas que realizan encuestas, la objeción apenas tiene fundamento.

También se les reprocha el hacer preguntas sesgadas o, más bien, el sesgar las preguntas en

su formulación: esto ya es más cierto y muchas veces se condiciona la respuesta mediante la

forma de hacer la pregunta. Así, por ejemplo, transgrediendo el precepto elemental de la

construcción de un cuestionario que exige que se les "dé sus oportunidades" a todas las

respuestas posibles, frecuentemente se omite en las preguntas o en las respuestas propuestas

una de las opciones posibles, o incluso se propone varias veces la misma opción bajo

formulaciones diferentes. Hay toda clase de sesgos de este tipo y sería interesante preguntarse

por las condiciones sociales de aparición de estos sesgos. En muchos casos se deben a las

condiciones en las que trabajan las personas que producen los cuestionarios. Pero, sobre todo,

se deben al hecho de que las problemáticas que fabrican los institutos de opinión están

subordinadas a una demanda de tipo particular. Así, cuando emprendimos el análisis de una

gran encuesta nacional sobre la opinión de los franceses respecto al sistema de enseñanza,

extrajimos de los archivos de una serie de gabinetes de estudios las preguntas referentes a la

enseñanza. Esto nos permitió constatar que desde mayo de 1968 se habían planteado más de

doscientas preguntas sobre el sistema de enseñanza, frente a menos de veinte entre 1960 y

1968. Eso significa que las problemáticas que se le imponen a este tipo de organismos están

profundamente ligadas a la coyuntura y dominadas por un tipo determinado de demanda social.

La cuestión de la enseñanza, por ejemplo, sólo puede ser planteada por un instituto de opinión

pública cuando se convierte en problema político. Se ve enseguida la diferencia que separa a

estas instituciones de los centros de investigación que generan sus problemáticas, si no en un

universo puro, en todo caso con una distancia mucho mayor respecto a la demanda social en

su forma directa en inmediata.

Un análisis estadístico sumario de las preguntas planteadas nos puso de manifiesto que la

inmensa mayoría estaban directamente vinculadas a las preocupaciones políticas del "personal

político". Si nos entretuviéramos esta tarde jugando a los papelitos y si yo les dijera que

escribieran las cinco cuestiones que les parecen más importantes en el tema de la enseñanza,

seguramente obtendríamos una lista muy diferente de la que obtenemos al sacar las preguntas

que fueron efectivamente planteadas por las encuestas de opinión. La pregunta: "¿Hay que

introducir la política en los institutos"? (o variantes de la misma) se hizo muy a menudo,

mientras que la pregunta: "¿Hay que modificar los programas?" o "¿Hay que modificar el modo

de transmisión de los contenidos?" apenas se planteó. Lo mismo con "¿Hay que reciclar a los

docentes?" Preguntas que son muy importantes, al menos desde otra perspectiva.

Las problemáticas que proponen las encuestas de opinión están subordinadas a intereses

políticos, y esto pesa enormemente tanto sobre la significación de las respuestas como sobre

la significación que se le confiere a la publicación de los resultados. La encuesta de opinión es,

en el estado actual, un instrumento de acción política; su función más importante consiste,

quizá, en imponer la ilusión de que existe una opinión pública como sumatoria puramente

aditiva de opiniones individuales; en imponer la idea de que existe algo que sería como la

media de las opiniones o la opinión media. La "opinión pública" que aparece en las primeras

páginas de los periódicos en forma de porcentajes (el 60% de los franceses están a favor de...),

esta opinión pública es un simple y puro artefacto cuya función es disimular que el estado de la

opinión en un momento dado es un sistema de fuerzas, de tensiones, y que no hay nada más

inadecuado para representar el estado de la opinión que un porcentaje.

Sabemos que todo ejercicio de la fuerza va acompañado por un discurso cuyo fin es legitimar

la fuerza del que la ejerce; se puede decir incluso que lo propio de toda relación de fuerza es el

hecho de que sólo ejerce toda su fuerza en la medida en que se disimula como tal. En suma,

expresándolo de forma sencilla, el hombre político es el que dice: "Dios está de nuestra parte".

El equivalente de "Dios está de nuestra parte" es hoy en día "la opinión pública está de nuestra

parte". He aquí el efecto fundamental de la encuesta de opinión: constituir la idea de que existe

una opinión pública unánime y, así, legitimar una política y reforzar las relaciones de fuerza que

la sostienen o la hacen posible.

Tras haber dicho al principio lo que quería decir al final, voy a tratar de señalar muy

rápidamente cuáles son las operaciones mediante las que se produce este efecto de consenso.

La primera operación, que tiene como punto de partida el postulado de que todo el mundo debe

tener una opinión, consiste en ignorar los no-contestan (1). Por ejemplo, le preguntas a la

gente: "¿Está usted a favor del gobierno Pompidou?" Registras un 30% de no-contestan, un

20% de sí, un 50% de no. Puedes decir: la parte de personas en contra es superior a la parte

de personas a favor y después queda este residuo del 30%. También puedes volver a calcular

los porcentajes a favor y en contra excluyendo los no-contestan. Esta simple elección es una

operación teórica de una importancia fantástica sobre la que quisiera reflexionar con ustedes.

Eliminar los no-contestan es hacer lo que se hace en una consulta electoral donde hay

papeletas en blanco o nulas; es imponerle a la encuesta de opinión la filosofía implícita de la

consulta electoral. Si se mira con mayor atención, se observa que la tasa de no-contestan es

más elevada de forma general entre las mujeres que entre los hombres, que la distancia entre

mujeres y hombres se eleva a medida que los problemas planteados son más específicamente

políticos. Otra observación: cuanto más trata una pregunta sobre problemas del saber, de

conocimiento, mayor es la distancia entre las tasas de no-contestan de los más instruidos y las

de los menos instruidos. A la inversa, cuando las preguntas tratan de problemas éticos las

variaciones de los no-contestan por nivel de instrucción son pequeñas (ejemplo: "¿Hay que ser

severo con los hijos?"). Otra observación: cuanto más se trata una pregunta sobre problemas

conflictivos, sobre un nudo de contradicciones (por ejemplo, una pregunta sobre la situación en

Checoslovaquia para personas que votan comunista), cuantas más tensiones le genera una

pregunta a una categoría determinada, más frecuentes son los no-contestan en esta categoría.

Por consiguiente, el simple análisis estadístico de los no-contestan proporciona una

información sobre lo que significa la pregunta, así como sobre la categoría considerada,

hallándose ésta definida tanto por la probabilidad que tiene de tener una opinión, como por la

probabilidad condicional de tener una opinión a favor o en contra.

El análisis científico de las encuestas de opinión muestra que no existe prácticamente

problema ómnibus ni pregunta que no sea reinterpretada en función de los intereses a quienes

se plantea, por lo que el primer imperativo es preguntarse a qué pregunta creyeron responder

las distintas categorías de encuestados. Uno de los efectos más perniciosos de la encuesta de

opinión consiste precisamente en conminar a las personas a responder a preguntas que no se

han planteado. Así, por ejemplo, las preguntas que giran en torno a problemas de moral, ya se

trate de preguntas sobre la severidad de los padres, las relaciones entre profesores y alumnos,

la pedagogía directiva o no directiva, etc., problemas cuya percepción como problemas éticos

aumenta a medida que se desciende en la jerarquía social, al tiempo que pueden ser

problemas políticos para las clases superiores: uno de los efectos de la encuesta consiste en

transformar respuestas éticas en respuestas políticas por el simple efecto de imposición de

problemática.

En realidad, hay varios principios a partir de los cuales se puede generar una respuesta.

Tenemos, en primer lugar, lo que se puede llamar la competencia política en referencia a una

definición a la vez arbitraria y legítima, es decir, dominante y disimulada como tal, de la política.

Esta competencia política no se halla universalmente distribuida. Varía grosso modo como el

nivel de instrucción. En otras palabras, la probabilidad de tener una opinión sobre todas las

cuestiones que suponen un saber político es comparable con la probabilidad de ir al museo. Se

observan diferencias fantásticas: donde un estudiante comprometido en un movimiento

izquierdista percibe quince divisiones a la izquierda del PSU, para un mando intermedio no hay

nada. En la escala política (extrema-izquierda, izquierda, centro-izquierda, centro, centroderecha,

derecha, extrema-derecha, etc.) que las encuestas de "ciencia política" emplean como

algo sin vuelta de hoja, algunas categorías sociales utilizan intensamente un pequeño rincón de

la extrema izquierda; otras utilizan únicamente el centro; otras utilizan toda la escala. Al final,

una elección es la agregación de espacios completamente distintos; se suma a personas que

miden en centímetros con personas que miden en kilómetros o, más bien, a personas que

puntúan de 0 a 20 con personas que puntúan entre 9 y 11. La competencia se aprecia, entre

otras cosas, por el grado de finura de percepción (ocurre lo mismo en estética, algunos pueden

distinguir los cinco o seis estilos sucesivos de un solo pintor).

Podemos llevar la comparación un poco más lejos. En materia de percepción estética, tenemos

en primer lugar una condición de posibilidad: es preciso que las personas piensen la obra de

arte como una obra de arte; a continuación, habiéndola percibido como una obra de arte, es

preciso que posean las categorías de percepción para construirla, estructurarla, etc.

Supongamos una pregunta formulada así: "¿Está usted a favor de una educación directiva o

por una educación no directiva?" Para algunos, esta pregunta puede constituirse como política,

al integrarse la representación de las relaciones padres-hijos en una visión sistemática de la

sociedad; para otros, es una pura cuestión de moral. Así, el cuestionario que hemos elaborado

y en el que le preguntamos a la gente si, para ellos, es o no política hacer huelga, llevar el pelo

largo, participar en un festival pop, etc., pone de manifiesto variaciones muy amplias por clases

sociales. La primera condición para responder de forma adecuada a una cuestión política es,

por tanto, ser capaz de construirla como política; la segunda, tras haberla construido como

política, es ser capaz de aplicarle categorías específicamente políticas, que pueden ser más o

menos adecuadas, más o menos refinadas, etc. Estas son las condiciones específicas de

producción de opiniones, las que la encuesta de opinión supone que se cumplen de forma

universal y uniforme con el primer postulado según el cual todo mundo puede producir una

opinión.

Segundo principio a partir del cual las personas pueden producir una opinión: lo que llamo el

"ethos de clase" (por no decir "ética de clase"), es decir, un sistema de valores implícitos que

las personas han interiorizado desde la infancia y a partir del cual generan respuestas a

problemas extremadamente distintos. Las opiniones que las personas pueden intercambiar a la

salida de un partido de fútbol entre Roubaix y Valenciennes le deben una buena parte de su

coherencia, de su lógica, al ethos de clase. Una multitud de respuestas a las que se considera

respuestas políticas se producen en realidad a partir del ethos de clase y pueden asumir, a la

vez, una significación completamente distinta cuando se las interpreta en el terreno político.

Aquí he de referirme a una tradición sociológica, muy extendida sobre todo entre determinados

sociólogos de la política en Estados Unidos, que hablan habitualmente de un conservadurismo

y autoritarismo de las clases populares. Estas tesis se basan en la comparación internacional

de encuestas o de elecciones, que tienen mostrar que cada vez que se interroga a las clases

populares, sea en el país que sea, sobre problemas referentes a las relaciones de autoridad, la

libertad individual, la libertad de prensa, etc., dan respuestas más "autoritarias" que las otras

clases; y se concluye de manera global que existe un conflicto entre los valores democráticos

(en el autor en que pienso, Lipset, se trata de los valores democráticos americanos) y los

valores que han interiorizado las clases populares, valores de tipo autoritario y represivo. De

ahí sacan una especie de visión escatológica: elevemos el nivel de vida, elevemos el nivel de

instrucción y, como la propensión a la represión, al autoritarismo, etc., va unida a bajos

ingresos, a bajo nivel de instrucción, etc., produciremos así buenos ciudadanos de la

democracia americana. En mi opinión, lo que está en cuestión es la significación de las

respuestas a determinadas preguntas. Supongamos un conjunto de preguntas de este tipo:

¿Está usted a favor de la igualdad entre los sexos? ¿Está usted a favor de la libertad sexual de

los cónyuges? ¿Está usted a favor de una educación no represiva? ¿Está usted a favor de la

nueva sociedad?, etc. Supongamos otro conjunto de preguntas del tipo: ¿Deben hacer huelga

los profesores cuando ven amenazada su situación? ¿Deben ser solidarios los docentes con el

resto de funcionarios en los períodos de conflicto social?, etc. Estos dos conjuntos de

preguntas arrojan respuestas de estructura estrictamente inversa en relación con la clase

social: el primer conjunto de preguntas, que se refiere a un determinado tipo de innovación en

las relaciones sociales, en la forma simbólica de las relaciones sociales, suscita tantas más

respuestas a favor cuanto más nos elevamos en la jerarquía social y en la jerarquía según el

nivel de instrucción; a la inversa, las preguntas que tratan sobre las transformaciones reales de

las relaciones de fuerza entre las clases suscitan cada vez más respuestas en contra a medida

que nos elevamos en la jerarquía social.

En suma, la proposición "las clases populares son represivas" no es ni verdadera ni falsa. Es

verdadera en la medida en que, ante todo un conjunto de problemas como los que atañen a la

moral doméstica, a las relaciones entre generaciones o entre sexos, las clases populares

tienen tendencia a mostrarse mucho más rigoristas que las otras clases sociales. Por el

contrario, en las cuestiones de estructura política, que ponen en juego la conservación o la

transformación del orden social, y no sólo la conservación o transformación de los modos de

relación entre los individuos, las clases populares son mucho más partidarias de la innovación,

es decir, de una transformación de las estructuras sociales. Podemos ver cómo algunos de los

problemas planteados --y a menudo mal planteados-- en mayo de 1968, en el conflicto entre el

partido comunista y los izquierdistas, están relacionados de forma muy directa con el problema

central que he tratado de plantear esta tarde, el de la naturaleza de las respuestas, es decir,

del principio a partir del cual se producen. La oposición que he establecido entre estos dos

grupos de preguntas nos remite, en efecto, a la oposición entre dos principios de producción de

opiniones: un principio específicamente político y un principio ético, siendo el problema del

conservadurismo de las clases populares producto de la ignorancia de esta distinción.

El efecto de imposición de problemática, efecto ejercido por toda encuesta de opinión y por

toda interrogación política (comenzando por la electoral), deriva del hecho de que las preguntas

planteadas en una encuesta de opinión no son preguntas que se les planteen realmente a

todas las personas interrogadas, así como del hecho de que las respuestas no son

interpretadas en función de la problemática por referencia a la cual han respondido las

diferentes categorías de encuestados. Así, la problemática dominante --de la que proporciona

una imagen la lista de preguntas planteadas en los dos últimos años por los institutos de

opinión--, es decir, la problemática que les interesa esencialmente a las personas que detentan

el poder y que quieren estar informadas sobre los medios de organizar su acción política, la

dominan de manera muy desigual las diferentes clases sociales. Y, cuestión importante, éstas

se hallan más o menos capacitadas para producir una contra-problemática. Con motivo del

debate televisado entre Servan-Schreiber y Giscard d'Estaing, un instituto de sondeos de

opinión hizo preguntas del tipo: "¿Depende el éxito escolar de los dones, de la inteligencia, del

mérito?" Las respuestas recogidas ofrecen de hecho una información (ignorada por los que la

producían) sobre el grado de conciencia que las diferentes clases sociales tienen de las leyes

de la transmisión hereditaria del capital cultural: la adhesión al mito del don y del ascenso

social por la escuela, de la justicia escolar, de la equidad de la distribución de los puestos en

función de las titulaciones, etc., es muy diferente en las clases populares. La contraproblemática

puede existir para algunos intelectuales, pero no tiene fuerza social a pesar de

haber sido recogida por algunos partidos y grupos. La verdad científica está sometida a las

mismas leyes de difusión que la ideología. Una proposición científica es como una bula papal

sobre el control de la natalidad, sólo predica a convertidos.

Se suele asociar la idea de objetividad en una encuesta de opinión al hecho de hacer la

pregunta en los términos más neutros posibles con el fin de darles todas sus oportunidades a

todas las respuestas. En realidad, la encuesta de opinión se hallaría sin duda más próxima a lo

que ocurre en la realidad si, transgrediendo completamente las reglas de la "objetividad", se les

ofreciera a las personas los medios para situarse como se sitúan realmente en la práctica real,

es decir, en referencia a opiniones ya formuladas; si en lugar de decir, por ejemplo, "algunas

personas están a favor del control de la natalidad, otras están en contra, ¿y usted?...", se

enunciaran una serie de posicionamientos explícitos de los grupos autorizados para constituir y

difundir las opiniones, de manera que la gente pudiera situarse en referencia a respuestas ya

constituidas. Se suele hablar de "tomas de posición"; hay posiciones que ya están previstas y

que se toman. Pero no se las toma al azar. Se toman las posiciones que se está predispuesto a

tomar en función de la posición que se ocupa en un campo determinado. Un análisis riguroso

tiene como objetivo explicar las relaciones entre la estructura de las posiciones a tomar y la

estructura del campo de las posiciones objetivamente ocupadas.

Si las encuestas de opinión captan muy mal los estados virtuales de la opinión y, más

exactamente, los movimientos de opinión, ello se debe, entre otras razones, a que la situación

en la que aprenden las opiniones es completamente artificial. En las situaciones en que se

constituye la opinión, en particular las situaciones de crisis, las personas se hallan ante

opiniones constituidas, ante opiniones sostenidas por grupos, de manera que elegir entre

opiniones es, claramente, elegir entre grupos. Este es el principio del efecto de politización que

produce la crisis: hay que elegir entre grupos que se definen políticamente y definir cada vez

más tomas de posición en función de principios explícitamente políticos. De hecho, lo que me

parece importante es que la encuesta de opinión trata a la opinión pública como una simple

suma de opiniones individuales, recogidas en una situación que, en el fondo, es la de la cabina

electoral, donde el individuo va furtivamente a expresar en el aislamiento una opinión aislada.

En las situaciones reales, las opiniones son fuerzas y las relaciones entre opiniones son

conflictos de fuerza entre los grupos.

Otra ley se desprende de estos análisis: se tienen más opiniones sobre un problema cuanto

más interesado se está por este problema. Por ejemplo, en relación al sistema de enseñanza la

tasa de respuestas está íntimamente unida al grado de proximidad respecto al sistema de

enseñanza, y la probabilidad de tener una opinión varía en función de la probabilidad de tener

poder sobre aquello de lo que se opina. La opinión que se afirma como tal, espontáneamente,

es la opinión de personas cuya opinión tiene peso, como se suele decir. Si un ministro de

educación actuase en función de una encuesta de opinión (o, al menos, a partir de una lectura

superficial de la encuesta), no haría lo que hace cuando actúa realmente como político, es

decir, a partir de las llamadas de teléfono que recibe, de la visita de tal responsable sindical, de

tal decano, etc. En realidad, actúa en función de estas fuerzas de opinión realmente

constituidas que sólo se manifiestan a su percepción en la medida en que tienen fuerza y en

que tienen fuerza porque están movilizadas.

Tratándose de prever lo que va a ser de la universidad en los próximos diez años, pienso que

la opinión movilizada constituye la mejor base. De todas formas, el hecho, del que dejan

constancia los no-contestan, de que las disposiciones de determinadas categorías no accedan

al estatuto de opinión --es decir de discurso constituido que pretende una coherencia, que

pretende ser escuchado, imponerse, etc.--, no debe llevarnos a concluir que en situaciones de

crisis las personas que no tenían ninguna opinión elegirían al azar: si el problema se halla

constituido políticamente para ellos (problemas de salario, de cadencias de trabajo para los

obreros), elegirán en términos de competencia política; si se trata de un problema que para

ellos no está constituido políticamente (relaciones represivas en el interior de la empresa) o si

está en vías de constitución, se guiarán por el sistema de disposiciones profundamente

inconsciente que orienta sus elecciones en los ámbitos más diferentes, desde la estética o el

deporte hasta las preferencias económicas. La encuesta de opinión tradicional ignora al mismo

tiempo los grupos de presión y las disposiciones virtuales que pueden no expresarse en forma

de discurso explícito. Por ello es incapaz de generar la menor previsión razonable sobre lo que

pasaría en situación de crisis.

Supongamos un problema como el del sistema de enseñanza. Se puede preguntar: "¿qué

piensa usted de la política de Edgar Faure?" Es una pregunta muy parecida a una consulta

electoral, en el sentido de que es la noche en que todos los gatos son pardos: todo el mundo

están en general de acuerdo sin saber sobre qué; sabemos lo que significó el voto por

unanimidad de la ley Faure en la Asamblea Nacional. A continuación se pregunta: "¿está usted

a favor de la introducción de la política en los institutos?" Aquí se observa un corte muy claro.

Ocurre lo mismo cuando se pregunta: "¿pueden hacer huelga los profesores?" En este caso,

los miembros de las clases populares, por una transferencia de su competencia política

específica, saben qué responder. Se puede preguntar además: "¿hay que transformar los

programas? ¿Está usted a favor de la evaluación continua? ¿Está usted a favor de la

introducción de los padres de los alumnos en los consejos de profesores? ¿Está usted a favor

de la supresión del examen de agregación?, etc.". Bajo la pregunta "¿está usted a favor de

Edgar Faure?" subyacían todas estas preguntas y las personas han tomado posición de golpe

sobre un conjunto de problemas que un buen cuestionario sólo podría plantear mediante al

menos sesenta preguntas en las que se observarían variaciones en todos los sentidos. En un

caso, las opiniones estarían asociadas positivamente a la posición en la jerarquía social; en

otro, negativamente; en algunos casos, la asociación sería muy fuerte; en otros, muy débil, o

incluso no se daría en absoluto. Basta con pensar que una consulta electoral representa el

límite de una pregunta como "¿está usted a favor de Edgar Faure?" para comprender que los

especialistas de sociología política puedan afirmar que la relación que se observa

habitualmente, en casi todos los ámbitos de la práctica social, entre la clase social y las

prácticas o las opiniones, es muy pequeña cuando se trata de fenómenos electorales, hasta el

punto de que algunos no dudan en concluir que no hay ninguna relación entre la clase social y

el hecho de votar derechas o izquierdas. Si tienen en cuenta que una consulta electoral plantea

en una única pregunta sincrética lo que sólo se podría aprehender razonablemente en

doscientas preguntas, que unos miden en centímetros, otros en kilómetros, que la estrategia de

los candidatos consiste en plantear mal las cuestiones y en jugar al máximo con el disimulo de

las divergencias para ganarse los votos indecisos, y tantos otros efectos, llegarán a la

conclusión de que quizás haya que plantear al revés la cuestión tradicional de la relación entre

el voto y la clase social y preguntarse cómo es posible que a pesar de todo se constate una

relación, aunque sea pequeña; e interrogarse sobre la función del sistema electoral,

instrumento que, por su propia lógica, tiende atenuar los conflictos y las divergencias. Lo que

es verdad es que estudiando el funcionamiento de la encuesta de opinión uno puede hacerse

una idea de la manera en que funciona este tipo particular de encuesta de opinión que es la

consulta electoral, así como del efecto que produce.

En suma, he querido decir que la opinión pública no existe, al menos bajo la forma que le

atribuyen los que tienen interés en afirmar su existencia. He dicho que existen, por una parte,

opiniones constituidas, movilizadas, de grupos de presión movilizados en torno a un sistema de

intereses explícitamente formulados; y, por otra, disposiciones que, por definición, no son

opinión si se entiende por tal, como he hecho a lo largo de todo este análisis, algo que puede

formularse discursivamente con una cierta pretensión a la coherencia. Esta definición de

opinión no es mi opinión sobre la opinión. Es simplemente la explicitación de la definición que

ponen en juego las encuestas de opinión cuando le piden a la gente que tome posición

respecto a opiniones formuladas y cuando producen, por simple agregación estadística de las

opiniones así producidas, este artefacto que es la opinión pública. Simplemente digo que la

opinión pública en la acepción implícitamente admitida por los que hacen encuestas de opinión

o por los que utilizan sus resultados, simplemente digo que esta opinión no existe.

*Conferencia impartida en Noroit (Arras), en enero de 1972, y publicada en Les temps

modernes, no. 318, enero de 1973, pp. 1292-1309. Ver, también: P. Bourdieu, Questions de

sociologie, París, Minuit, 1984, pp. 222-250. Texto de la versión en castellano de Enrique

Martín Criado, en: Cuestiones de Sociología, Istmo, España, 2000, pp. 220-232, Col.

Fundamentos, no. 166

http://pierre-bourdieu.blogspot.com/2006/06/la-opinin-pblica-no-existepierre.html

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