Oportunidades quiero en justicia y verdad. Experiencias de un hijo de migrante

Oportunidades quiero, en justicia y verdad: Vivencias de un hijo de migrante.

Nací en Lima, mi padre es de Trujillo. Provinciano que se quedó. Enciendo la tele y veo los noticieros. Desastre ocurriendo en diversos lugares del territorio nacional. Horror, tristeza, sorpresa, indignación. Sentimientos encontrados por doquier. También en nuestro espíritu. Las primeras noticias pormenorizan la destrucción de casas ubicadas por los huaicos. Asombro y horror, luego disconformidad con las autoridades por no prever y, aquí está la cuestión, por la terquedad de esas poblaciones que, a pesar de la insistencia de las autoridades y de la opinión de los expertos y los “opinólogos”, deciden seguir viviendo allí, justamente allí por donde el huaico pasará.

En otro lugar de la capital, los vecinos van por las calles buscando agua. La encuentran en los jardines públicos de las avenidas o de los parques; o la toma para abastecer a los bomberos en casos de incendio, o las cisternas. Las primeras colas se van alargando con la presencia de otros, que vienen de lejos. Llegan en carretillas, mototaxis o camionetas cargadas de baldes y bateas de todos los tamaños. Empieza la tensión. “Esos son de la invasión”. “¿Por qué no buscan por su zona?”. “El problema es que ya no cabemos tantos, somos casi 10 millones en la ciudad”. “Y siguen viniendo”. “¿Por qué no regresan a su tierra?” “Somos muchos y siguen llegando”. Realidad irrefutable. Ingentes cantidades de paisanos. Serranos y Charapas, norteños y sureños, “characatos” - arequipeños, ayacuchanos. Y a ellos sumamos los “extranjeros”. De Venezuela, Argentina, Bolivia, Ecuador. Chile. Pero como vienen se van. Todos buscan algo. Añoran algo.

Oportunidades. La clave de lectura del fenómeno es oportunidades. Muchos tienen en sus localidades de la costa sierra y selva, sus chacritas o sus propiedades – no siempre pequeñas. Pero no todo es tener, también quieren saber, aprender, poder. Y llegan desde provincias con el sueño de tener su restaurante, o su taller, o su negocio. Algunos llegan buscando  título, universitario o tecnológico. La mayoría llega sin una opción específica y se van insertando en la cosa productiva como ambulante, informal, reciclador o cualquier alternativa de sobrevivencia que encuentren. En cierta ocasión, maravillado por el verdor de un paisaje en Uchiza, en la selva central, mi éxtasis se convirtió en amargura al escuchar a un joven de la zona decirme: “¿le parece bello? No, es un infierno. Aquí no hay futuro. Cada joven que llega a la mayoría de edad, en cuanto puede se va a la ciudad a buscar un futuro mejor”. Aún conservo el sinsabor.

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