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Otelo Escena Primera

krly1Informe15 de Diciembre de 2012

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Otelo

Escena Primera

Chipre.-Una calle

Entran IAGO y RODRIGO

IAGO.- Aquí, ponte detrás de este saledizo; vendrá en seguida. Lleva desnuda tu buena tizona, y vete al bulto. ¡Pronto, pronto! No temas nada. Estaré a tus codos. Esto nos salva o nos pierde; piénsalo bien, y tente firme en tu resolución.

RODRIGO.- Colócate a mano; puedo fallar el golpe.

IAGO.- Heme aquí a tu lado, y ponte en guardia. (Se retira a corta distancia.)

RODRIGO.- No tengo fe en la empresa; y, sin embargo, me ha dado razones satisfactorias. No es más que un hombre menos. ¡Afuera, espada mía! ¡Morirá! (Se pone en guardia.)

IAGO.- He restregado esta joven pústula casi hasta lo vivo, y vedle inflamarse de cólera. Ahora, que mate a Cassio, o que Cassio le mate a él, o que se maten ambos, por cualquier camino salgo ganancioso. Si sobrevive Rodrigo, me requerirá para hacerle restitución del oro y las joyas que le he sonsacado bajo pretexto de presentes a Desdémona. Esto no debe ser. Si Cassio subsiste, hay en su vida una hermosura cotidiana que hará fea la mía; y, además, el moro podría desenmascararme ante él. Me hallo en gran peligro. No, debe morir... Pero chitón, oigo que viene.

Entra CASSIO

RODRIGO.-Conozco sus pasos, es él. ¡Villano, eres muerto! (Tira una estocada a Cassio.)

CASSIO.- Esta estocada me hubiera sido funesta, en verdad; pero mi cota es mejor de lo que tú suponías. ¡Voy a poner la tuya a prueba! (Desenvaina y hiere a Rodrigo.)

RODRIGO.- ¡Oh, muerto soy! (Iago hiere por detrás a Cassio en una pierna, y sale.)

CASSIO.- ¡Estoy lisiado para siempre! ¡Socorro, hola! ¡Al asesino! ¡Al asesino! (Cae.)

Entra OTELO a distancia

OTELO.- ¡La voz de Cassio!... ¡Iago cumple su palabra!

RODRIGO.- ¡Oh, qué villano soy!

OTELO.- ¡Es muy verdad!

CASSIO.- ¡Oh, auxilio! ¡Hola! ¡Luz! ¡Un cirujano!

OTELO.- ¡Es él!... ¡Oh, bravo Iago! ¡Hombro honrado y justo, que posees tan noble sentimiento del ultraje hecho a tu amigo! ¡Tú me enseñas mi deber!... ¡Favorita, vuestro amante yace muerto y vuestra hora maldita se acerca! ¡Ya estoy aquí, prostituta! ¡Quedan borrados de mi corazón esos hechizos, tus ojos! ¡Tu lecho, mancillado por la lujuria, será manchado con sangre lujuriosa! (Sale.)

Entran LUDOVICO y GRACIANO, a distancia

CASSIO.- ¡Eh! ¡Hola! ¿No hay ronda? ¿Ni un transeúnte? ¡Al asesino! ¡Al asesino!

GRACIANO.- Es algún accidente desgraciado. ¡La voz es verdaderamente pavorosa!

CASSIO.- ¡Oh, socorro!

LUDOVICO.- ¡Escuchad!

RODRIGO.- ¡Oh, miserable malvado!

LUDOVICO.- Dos o tres gimen... Es una noche oscura. Pueden ser lamentos engañosos. Guardémonos de acercamos al sitio de donde parten sin más amparo.

RODRIGO.- ¿Nadie viene? Entonces me desangraré hasta morir.

LUDOVICO.- ¡Escuchad!

GRACIANO.- ¡Aquí llega uno en camisa, con luz y armas!

Vuelve a entrar IAGO con una luz

IAGO.- ¿Quién va? ¿Quién arma tanto estrépito gritando: «¡Al asesino!»?

LUDOVICO.- No lo sabemos.

IAGO.- ¿No habéis oído gritar?

CASSIO.- ¡Aquí, aquí! ¡En nombre del cielo, auxiliadme!

IAGO.- ¿Qué ocurre?

GRACIANO.- Es el alférez de Otelo, si no me engaño.

LUDOVICO.- El mismo, en verdad; un camarada muy valiente.

IAGO.- ¿Quién sois, que gritáis aquí de una manera tan dolorosa?

CASSIO.- ¿Iago?... ¡Oh! ¡Estoy aquí inutilizado, asesinado por miserables! Préstame algún auxilio.

IAGO.- ¡Ay de mí, teniente! ¿Qué villanos han hecho esto?

CASSIO.- Pienso que uno de ellos está aquí muy próximo y en un estado que no le permite marcharse.

IAGO.- ¡Oh, traidores malvados!... (A Ludovico y Graciano.) ¿Quiénes estáis ahí? Venid y prestad alguna ayuda.

RODRIGO.- ¡Oh, favor aquí!

CASSIO.- ¡Ése es uno de ellos!

IAGO.- ¡Oh, vil asesino! ¡Oh, miserable! (Apuñala a Rodrigo.)

RODRIGO.- ¡Oh, maldito Iago! ¡Oh, inhumano perro!... ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!

IAGO.- ¡Matar a los hombres en las tinieblas!... ¿Dónde están esos ladrones sanguinarios?... ¡Qué silencio reina en la ciudad!... ¡Hola! ¡Al asesino! ¡Al asesino!... ¿Quién podéis ser vosotros? ¿Sois gente de bien o de mal?

LUDOVICO.- Juzgadnos cuando nos hayáis puesto a prueba.

IAGO.- ¿El signor Ludovico?

LUDOVICO.- El propio, señor.

IAGO.- Os pido perdón. Ved aquí a Cassio herido por villanos.

GRACIANO.- ¡Cassio!

IAGO.- ¿Cómo os va, hermano?

CASSIO.- Mi pierna está partida en dos.

IAGO.- ¡Pardiez, no lo permita el cielo!... ¡Luz, caballeros!... Voy a vendarle con mi camisa.

Entra BLANCA

BLANCA.-¿Qué ocurre? ¡Hola! ¿Quién gritaba?

IAGO.- «¿Quién gritaba?»

BLANCA.- ¡Oh, mi querido Cassio! ¡Mi dulce Cassio! ¡Oh, Cassio! ¡Cassio! ¡Cassio!

IAGO.- ¡Oh, notable bribona!... Cassio, ¿sospecháis quiénes sean los que así os han lisiado?

CASSIO.- No.

GRACIANO.- Estoy afligido de hallaros en este estado. Iba en busca vuestra.

IAGO.- Prestadme una liga... Así... ¡Oh, que no tuviéramos una litera para trasladarle fácilmente de aquí!

BLANCA.- ¡Ay, se desvanece! ¡Oh, Cassio! ¡Cassio! ¡Cassio!

IAGO.- Caballeros, sospecho que esta porquería aquí presente sea cómplice en la infamia... Paciencia un instante, buen Cassio. Marchemos, marchemos. Dadme una luz, ¿Conocemos esta cara, o no? ¡Ay! ¿Mi amigo y querido compatriota Rodrigo?... No. ¡Sí, de seguro!... ¡Oh, cielos! ¡Rodrigo!

GRACIANO.- ¡Cómo! ¿El de Venecia?

IAGO.- El mismo, señor. ¿Le conocíais?

GRACIANO.- ¡Que si le conocía! Sí.

IAGO.- ¿Il signor Graciano? Os pido vuestro gentil perdón. Estos accidentes sanguinarios deben disculpar mi falta de cortesía por haberos olvidado de tal manera.

GRACIANO.- Me alegro de veros.

IAGO.- ¿Cómo os halláis, Cassio? ¡Oh! ¡Una litera, una litera!

GRACIANO.- ¡Rodrigo!

IAGO.- ¡Él, él mismo! ¡Es él! (Traen una litera) ¡Oh, bien hecho!... La litera. Que algún hombre de bien le lleve cuidadosamente de aquí. Voy en busca del cirujano del general. (A Blanca.) En cuanto a vos, señora, ahorraos vuestro trabajo. -El que yace aquí asesinado, Cassio, era mi querido amigo. ¿Qué disentimiento había entre vos?

CASSIO.- Ninguno en el mundo; ni conocía a ese hombre.

IAGO.- (A Blanca.) ¡Cómo! ¿Palidecéis?- ¡Oh, sacadle al aire! (Cassio y Rodrigo son sacados afuera.) Esperaos, buenos caballeros.- ¿Estáis pálida, señora?- ¿No advertís el terror de sus ojos?- Pardiez, si estáis ya sobrecogida de espanto, sabremos más en seguida. ¡Contempladla bien! Por favor, miradla. ¿Lo notáis, señores? ¡La culpabilidad habrá de rebelarse, aun cuando la lengua está muda!

Entra EMILIA

EMILIA.- ¡Ay! ¿Qué sucede? ¿Qué sucede, esposo?

IAGO.- Cassio acaba de ser asaltado aquí, en la oscuridad, por Rodrigo y otros individuos que se han dado a la fuga. Le han medio matado y Rodrigo está muerto.

EMILIA.- ¡Ay, el buen caballero! ¡Ay, el buen Cassio!

IAGO.- ¡He ahí los frutos de la putería!- Por favor, Emilia, ve a informarte dónde ha cenado Cassio esta noche. (A Blanca.) ¡Cómo! ¿Os hace esto temblar?

BLANCA.- Ha cenado en mi casa; pero esto no me hace temblar.

IAGO.- ¡Oh! ¿Ha cenado en vuestra casa? Os lo ordeno, venid conmigo.

EMILIA.- ¡Vergüenza, vergüenza de ti, puta!

BLANCA.- ¡Yo no soy una puta, sino una mujer de vida tan honrada como vos que me insultáis así!

EMILIA.- ¿Como yo? ¡Quita allá! ¡Vergüenza de ti!

IAGO.- Amables caballeros, vamos a ver curar al pobre Cassio.- Venid, señora, nos contaréis otro cuento.- Emilia, corre a la ciudadela y refiere a mi señor y a mi señora lo que ha ocurrido.- ¿Queréis ir delante? (Aparte.) ¡Esta noche hago mi suerte o me destruyo por completo! (Salen.)

Escena Segunda

Dormitorio en el castillo.-Desdémona duerme en el lecho.-Arde una luz

Entra OTELO

OTELO.- ¡He ahí la causa! ¡He ahí la causa, alma mía!... ¡Permitidme que no la nombre ante vosotras, castas estrellas!... ¡He ahí la causa!... Sin embargo, no quiero verter su sangre, ni desgarrar su piel, más blanca que la nieve, y tan lisa como el alabastro de un sepulcro. Pero debe morir o engañará a más hombres.- ¡Apaguemos la luz, y después apaguemos su luz! Si te extingo, agente de la claridad, y me arrepiento en seguida, podré reanimar tu primitiva llama; pero una vez tu luz extinta, ¡oh, tú, el modelo más acabado de la hábil naturaleza!, no sé dónde está aquel fuego de Prometeo que volviera a encender tu luz. Cuando haya arrancado tu rosa, no podré darla de nuevo su potencia vital. Necesariamente habrá de marchitarse. (Besando a Desdémona.) ¡Quiero aspirarla en el tallo!- ¡Oh, aliento embalsamado que casi persuade a la justicia a romper su espada! - ¡Uno más! ¡Otro aún! ¡Quédate así, cuando estés muerta y te mataré, y acto seguido volveré a amarte! ¡Otro más! ¡El último!... ¡Nunca beso tan dulce fue tan fatal!... ¡Fuerza es que llore!... Pero son lágrimas crueles... ¡Este dolor es celestial; hiere allí donde ama!- Se despierta.

DESDÉMONA.- ¿Quién está ahí? ¿Otelo?

OTELO.- Sí, Desdémona.

DESDÉMONA.- ¿Queréis venir al lecho, mi señor?

OTELO.- ¿Habéis rezado esta noche Desdémona?

DESDÉMONA.- Sí, mi señor.

OTELO.- Si recordáis de algún crimen que os deje aún

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