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Precaución a los conductores en presencia de la señal de "bebé a bordo"

danaee52Trabajo30 de Mayo de 2014

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EL PODER DE LOS INCENTIVOS

Cómo los cinturones de seguridad pueden matar

La mayoría de las tesis económícas pueden ser resumidas en las siguientes palabras: “La gente responde a los incentivos”. El resto son sólo comentarios.

“La gente responde a los incentivos” suena bastante inocuo y casi todos admiten su validez como un principio general. Lo que distingue al economista es su insistencia en tomar seriamente este principio en todo momento.

Yo recuerdo el final de los años 70, esperando media hora para comprar un tanque de gasolina a un precio controlado por el gobierno federal. Virtualmente todos los economistas estaban de acuerdo en que si se permitía flotar libremente el precio, la gente compraría menos gasolina. Muchas personas que no eran economistas pensaban lo contrario. Al final, los economistas demostraron tener la razón: cuando se levantó el control de precios, las colas desaparecieron.

La fe de los economistas en el poder de los incentivos les sirve de mucho y ellos confían en él como una guía en territorio desconocido. En 1965, Ralph Nader publicó el libro titulado Inseguro a Cualquier Velocidad, un libro que llamaba la atención hacia el diseño de varios elementos que hacen a los carros más peligrosos de lo necesario. El gobierno federal respondió prontamente con una amplia legislación sobre la seguridad automotriz, obligando al uso de los cinturones de seguridad, del tablero de mandos acolchados, columnas de dirección plegables, doble sistema de frenos y parabrisas anti-impactos.

Incluso antes que la legislación entre en vigor, algún economista pudo haber previsto una de las consecuencias de dicha reglamentación: el número de accidentes automovilísticos aumentaría. La razón es que la amenaza de perder la vida en un accidente es un poderoso incentivo para manejar cuidadosamente. Pero un conductor con un cinturón de seguridad y tableros acolchados siente que enfrenta a una menor amenaza. Debido a que la gente responde a los incentivos, los conductores son menos cuidadosos. El resultado es: mayor accidentes.

El principio que estoy aplicando es exactamente el mismo que predijo la desaparición de las colas para la compra de gasolina. Cuando el precio de la gasolina es bajo, la gente escoge comprar más gasolina. Cuando el precio de un accidente es bajo (es decir, la probabilidad de perder la vida o el costo de los gastos médicos de recuperación), la gente escoge tener más accidentes.

Ustedes podrían objetar que los accidentes, a diferencia de la gasolina, no se perciben como “un bien” que la gente pueda escoger comprar. Pero la velocidad y la imprudencia se perciben como bienes que la gente aparentemente desea. Escoger manejar más rápido o con mayor imprudencia es equivalente a escoger más accidentes, por lo menos en un sentido probabilístico.

Queda una pregunta flotando. ¿Cuán grande es el efecto en cuestión? ¿Cuántos accidentes adicionales fueron causados por la legislación sobre seguridad automotriz de los años 60? Acá tenemos un modo fabuloso de enmarcar la pregunta: Las regulaciones tienden a reducir el número de muertes de los conductores, ya que con ellas es más fácil que sobrevivan a un accidente. Al mismo tiempo, dichas regulaciones tienden a incrementar el número de muertes de conductores que optan por tener un comportamiento imprudente. ¿Cuál efecto es mayor? ¿Cuál es el fin de las regulaciones, incrementar o disminuir el número de conductores muertos?

Esta pregunta no puede ser contestada en base a lógica pura. Uno tiene que remitirse a las cifras reales. A mediados de los años 70, Sam Peltzman de la Universidad de Chicago hizo justamente eso. Él encontró que ambos efectos tenían aproximadamente el mismo valor y por lo tanto, uno cancelaba al otro. Hubieron más accidentes y menos conductores muertos por accidente, pero el número total de conductores muertos no varió en esencia. Un efecto secundario interesante apareció: aumentó el número de transeúntes muertos; después de todo los transeúntes no obtenían ningún beneficio de los tableros acolchados.

He descubierto que cuando les hablo a personas que no son economistas sobre los resultados obtenidos por Peltzman, encuentran casi imposible de creer que la gente pueda manejar menos cuidadosamente por el simple hecho de que sus vehículos son más seguros. Los economistas, que han aprendido a respetar el principio de que la gente responde a los incentivos, no tienen ese mismo problema.

Si ustedes encuentran difícil de creer que la gente maneje menos cuidadosamente cuando sus vehículos son más seguros, consideren el hecho de que la gente es más cuidadosa cuando sus carros son más peligrosos. Ésta, por supuesto, no es sino sólo otra forma de decir la misma cosa, pero por alguna razón, la gente la encuentra más fácil de creer. ¿Si los cinturones de seguridad fueran retirados de su carro, acaso no sería más cuidadoso al momento de conducir? Llevando esta observación al extremo, Armen Alchian de la Universidad de California en Los Angeles ha sugerido una manera de conseguir una mayor reducción en el índice de accidentes: Exigir que todos los carros tengan un arpón incorporado en el volante apuntando directamente hacia el corazón del conductor. Alchian de manera confidencial predijo que entonces veríamos muchísimos menos conductores manejando pegados al vehículo de adelante.

Bajo ningún sentido temerario se deben tomar más riesgos cuando uno tiene un tablero de mandos acolchado. Manejar imprudentemente tiene sus costos, pero también tiene sus beneficios. Los consigue cuando usted va más rápido y puede “divertirse” más a lo largo del camino. La imprudencia puede tomar muchas formas: Esto puede significar pasar a situaciones peligrosas, pero puede también significar que usted deje que su mente divague o desviar temporalmente su atención del camino para buscar una cinta de cassette. Cualquiera de estas actividades harán que su viaje sea más placentero y cualquiera de ellas pueden significar un leve incremento de riesgo de accidente.

Ocasionalmente la gente está tentada a responder que nada –o al menos ninguna de las actividades anteriormente señaladas– representan ningún tipo de riesgo de muerte. Los economistas encuentra esta objeción particularmente frustrante porque ni los que elevan los riesgos ni nadie más lo cree realmente. Todas las personas se ponen en riesgo de muerte cada día por acciones y recompensas relativamente triviales. Manejar a la tienda para comprar el periódico involucra un claro riesgo, que podría ser evitado quedándose en casa, pero la gente igual se dirige a las tiendas en carro. No necesitamos preguntar si los pequeños placeres valen dichos riesgos; la respuesta, obviamente, es sí. La pregunta correcta sería cuánto riesgo valen dichos placeres. Es perfectamente racional decir: “Yo deseo buscar un cassette mientras manejo si esto significa una probabilidad de una en un millón de morir, pero no si significa una probabilidad de una en mil de morir”. Ésa es la razón por la cual mucha más gente busca un cassette a 25 millas por hora, que a 70.

Las observaciones de Peltzman revelan que el comportamiento al momento de conducir es extraordinariamente sensible a los cambios en el entorno del conductor. Esto brinda una oportunidad a algunos conductores para influir en el comportamiento de otros. Esos inconfundibles letreros de “Bebe a bordo” nos dan un claro ejemplo. Esa señal pretende señalar a los otros conductores que deben tener un cuidado extraordinario. Conozco a muchos conductores que encuentran dichas señales ofensivas porque ellas implican que la gente no conduce normalmente tan cuidadosamente como les sea posible. Los economistas son particularmente poco comprensivos con dicho sentimiento porque ellos saben que nadie nunca maneja tan cuidadosamente como le sea posible (¿acaso ha instalado usted frenos nuevos antes de cada viaje a la tienda?) y porque además saben que el sentido de vigilancia de la mayoría de los conductores varía sustancialmente con el entorno. Prácticamente todos los conductores se sentirán muy mal de lastimar a los ocupantes de otro carro; muchos conductores se sentirán especialmente mal si en el otro carro viaja un bebe. Esos conductores escogerán conducir más cuidadosamente si son alertados de la presencia de un bebe y estarán muy contentos de ser advertidos de dicha situación.

Esto, a propósito, sugiere un proyecto de investigación muy interesante. Los economistas sugieren que muchos conductores son más cautos ante la presencia de una señal de “Bebe a bordo”. El proyecto es averiguar cuánto más precavidos, observando los índices de accidentes para carros con dicha señal y sin ella. Desafortunadamente, los índices de accidentes pueden ser engañosos por, por lo menos, tres razones. La primera, aquellos padres que cuelgan dichas señales son probablemente inusualmente más cuidadosos al momento de manejar; ellos tiene muchos menos accidentes porque ellos mismos son conductores excepcionalmente cuidadosos, independientemente de cómo afecta la señal a los demás. Segunda, (y aquí introducimos un prejuicio en el sentido contrario), aquellos padres que cuelgan dicha señal saben que con la señal obtienen una mayor precaución de los demás y por ese motivo ellos se permiten

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