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Seis ideas falsas sobre la globalizacion

yinbrayan28 de Noviembre de 2012

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SEIS IDEAS FALSAS SOBRE LA GLOBALIZACION

Argumentos desde América Latina para refutar una ideología

Carlos M. Vilas

Introducción

La globalización se ha introducido en el habla cotidiana de sectores amplios de población. Aunque se trata de un fenómeno complejo cuyo conocimiento dista mucho de haberse agotado, en América Latina parece predominar la idea de que la globalización es algo extraordinariamente poderoso, que obliga a actuar a los países de la región y a su gente de un modo que no deja alternativas. Identificada generalmente con la emancipación de ataduras y rigideces del pasado, parece implicar al mismo tiempo la reducción drástica del margen de opciones públicas: hay cosas que ya no se pueden hacer, y otras que es inevitable hacer, por la globalización.

Este discurso, eufórico y determinista, se basa en un conjunto reducido de proposiciones simples que se asumen como verdades autoevidentes; el cuestionamiento de las mismas es considerado la mejor prueba de la ignorancia, estupidez incluso, de quien aventura sus dudas.

Planteadas de manera muy resumida, esas proposiciones son las siguientes:

1. La globalización es un fenómeno nuevo.

2. Se trata de un proceso homogéneo.

3. Es, asimismo, un proceso homologeneizador: gracias a la globalización todos seremos, antes o después, iguales y en particular los latinoamericanos seremos iguales en desarrollo, cultura y bienestar a nuestros vecinos del norte y de Europa.

4. La globalización conduce al progreso y al bienestar universal.

5. La globalización de la economía conduce a la globalización de la democracia.

6. La globalización acarrea la desaparición progresiva del Estado, o al menos una perdida de importancia del mismo.

En conjunto, esas proposiciones constituyen el núcleo de lo que podemos llamar la ideología de la globalización. Se trata de una ideología conservadora que encubre la realidad para inhibir la voluntad de cambiarla. Como toda ideología conservadora, enfoca selectivamente al mundo de acuerdo con una configuración de poder dada, a la que trata de preservar y consolidar. Así presenta como necesaria e inevitable una configuración contingente de la realidad, y como producto de la dinámica inmanente de la técnica lo que es en realidad producto de particulares decisiones en función de objetivos e intereses específicos. La dinámica egoísta del mercado y la búsqueda de la ganancia pecuniaria por encima de cualquier otra consideración son exaltadas como la realización de la razón y del progreso, postulando como un avance hacia la modernidad, e incluso la “posmodernidad”, lo que en muchos aspectos es un regreso a las modalidades más perversas y depredadoras del capitalismo decimonónico. El enunciado de esta ideología está acompañado generalmente de referencias ambiguas y confusas al fin de siglo y a la inminencia de nuestro ingreso en el tercer milenio. El efectismo de estas alusiones contribuye adicionalmente a confundir a la audiencia desprevenida; el impacto de perderse la oportunidad de entrar por la puerta grande de la globalización a otros mil años de historia es demasiado fuerte incluso para ponerse a pensar que ninguno de nosotros estará vivo al final del próximo siglo para contrastar, con el beneficio de la experiencia, la plausibilidad de las proposiciones que se enuncian en nombre de las próximas cien décadas.

Afortunadamente no será necesario esperar tanto. Las afirmaciones que integran esta ideología conservadora no se encuentran avaladas ni por la historia ni por la observación del presente; al contrario, cuando se las contrasta con la realidad la mayoría de ellas resulta desvirtuada, o por lo menos tan fuertemente acotada que pierde toda validez. Dicho llanamente: estas proposiciones están equivocadas. El de la globalización es un proceso, o mejor aun, un conjunto de procesos, que vienen desarrollándose con aceleraciones y desacele-raciones a lo largo de los últimos cinco siglos.

Estos procesos tienen dinámicas y ritmos desiguales, y su efecto conjunto es profundamente diferenciador tanto dentro de los espacios económicos nacio-nales y regionales, como entre las regiones del mundo. Dadas ciertas condiciones ligadas aun conjunto amplio de factores socioeconómicos, culturales y políticos, la globalización puede redundar en oportunidades de mayor bienestar social, progreso técnico y desarrollo económico, pero en otras condiciones puede generar efectos exactamente opuestos y verdaderas catástrofes.

Normalmente unos y otros efectos han estado, y siguen estando, es-trechamente relacionados. La globalización es una dimensión del proceso multisecular de expansión del capitalismo desde sus orígenes mercantiles en algunas ciudades de Europa en los siglos XIV y XV. Co-mo tal, es parte integral de un modo de organización económica y social profundamente desigualador, basado en la explotación de los seres humanos y la depredación de la naturaleza: un modo de organización social y económica que asocia el progreso de algunos con la desven-tura de muchos; el éxito con los quebrantos; la abundancia con el empobrecimiento. El debate en torno a la etapa presente de desarrollo de la globalización debe llevarse a cabo, por lo tanto, en el marco de la etapa contemporánea de desarrollo del capitalismo.

Una de las características más destacadas de enfoque eufórico y liviano de la globalización es su ahistoricidad. La globalización como proceso y la globalidad como efecto son presentadas como una especie de gigantesca e indefinida nebulosa que lo abarca todo de manera ine-luctable e irreversible y encuentra en si misma la fuente y razón de su dinámica: una verdadera entelequia (Ianni,1992; 1966a; 1996b). La actitud no es nueva y más bien parece ser un rasgo recurrente en al-gunos ámbitos intelectuales, siempre proclives al consumo indiscriminado e irreflexivo de las ofertas de la moda. El peligro de esta propensión es conocido. Hace 500 años la fascinación por la novedad de los espejitos y las cuentas de colores acarreó no pocas tribulaciones a los hospitalarios americanos; entusiasmados por los brillos y los re-flejos, no se percataron de que detrás venían los arcabuces. Ni la ig-norancia ni la ingenuidad, de las que generalmente se echa mano pa-ra explicar el engaño de entonces, pueden ser invocadas honestamente en beneficio de quienes hoy hacen gala de equivalente fascinación ligera ante las últimas novedades de la modernidad financiera.

Otra característica de la ideología conservadora de la globalización es su confusión entre metáforas y realidades. El recurso a la metáfora para disimular los aspectos de la realidad que cuestionan la legitimidad de la dominación de las élites es viejo; sin ir más lejos, re-cordemos las figuras retóricas del “contrato” y de la “mano invisible”, en los inicios de la civilización burguesa, para encubrir las luchas so-ciales y los profundos conflictos sobre los que el Estado y el mercado se apoyaban. La globalización suele ser presentada, por ejemplo, como una nueva versión del “tren de la historia” al que debemos subirnos, pues de lo contrario nos quedaremos abajo para siempre viendo cómo se nos escapa el progreso.

La discusión que sigue se lleva a cabo desde una perspectiva que tiene como referente principal América Latina. El modo en que la ideología conservadora de la g1obalición mistifica las situaciones y procesos de otras áreas del mundo cae, por limitaciones propias del autor, fuera de los alcances de este documento. Dado que la globalización es ante todo un proceso económico y político, la discusión presta particular atención a estas dimensiones.

I. Refutación de las proposiciones

1. Primera idea falsa: La globalización es algo nuevo

La idea demuestra poco conocimiento de la historia económica, incluso de la historia económica del capitalismo contrariamente a lo que afirma, la globalización es un proceso de desarrollo multisecular. Se origina en Europa hacia los siglos XV y XVI como dimensión particu-larmente dinámica del capitalismo y como efecto de su vocación expansiva (Sée, 1926; Polanyi, 1944; Wallerstein, 1974; Hobs-bawm, 1975; Braudel, 1979; Arrighi, 1994; Ferrer, 1996; etc.). Se ha expresado como acierto que las economías y mercados precapitalistas presentaron fuertes tendencias al dinamismo comercial, cuestión que permitió a Frank (1990), por ejemplo, plantear la tesis de un inicio muy anterior de los procesos de globalización. Es incuestiona-ble sin embargo que los desarrollos técnicos en algunas ciudades eu-ropeas (técnicas de navegación y de orientación, por ejemplo) y su aplicación al comercio, dieron a la globalización capitalista un em-puje y alcances sin paralelos, que habría de permitirle proyectarse sobre los espacios ocupados por las modalidades previas o no europeas de expansión. En particular, la incorporación de América a la economía europea y la consiguiente formación de una “economía atlántica”, constituyó un punto de inflexión de relevancia incuestionable (Hamilton, 1948; Davis, 1973).

Estamos hablando de un proceso que se extiende por lo menos durante 500 años. La globalización es un proceso ligado íntimamente al desarrollo del capitalismo como modo de producción intrínsecamen-te expansivo respecto de territorios, poblaciones, recursos, procesos y experiencias culturales. En el siglo XVI la dinámica expansiva del ca-pitalismo europeo, asociada al nuevo espíritu intelectual y político de la época, impulsó la apertura de nuevas fronteras para los procesos metropolitanos de acumulación. El desarrollo de la ciencia y su apli-cación a la producción favoreció la conquista de nuevas fuentes

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