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Serpiente De Oro

virgosep199831 de Agosto de 2014

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Resumen por capítulos[editar]

La novela se divide en 19 capítulos de variable extensión, rotulados y numerados con dígitos romanos. A continuación un breve resumen de la obra por capítulos.

I. EL RÍO, LOS HOMBRES Y LAS BALSAS.[editar]

Los cholos balseros de la novela viven en Calemar, un valle a cuyo lado pasa el imponente río Marañón, por el cual sienten profundo respeto. La creciente máxima del río ocurre en febrero. La corriente trae consigo palizadas, es decir troncos y ramas, que son muy peligrosas. La balsa que tiene la desventura de tropezar como una palizada se enredará para luego ser estrellada entre las peñas o sorbida por un remolino. Calemar está dominado por un enorme peñón, que es como una muralla natural de rocas. Existen dos caminos hacia al poblado. Uno que nace al lado del río, al pie de las peñas, por donde llegan los forasteros y por donde los cholos de Calemar van a las ferias de Huamachuco y Cajabamba. El otro es el que baja de la puna de Bambamarca, por donde llegan los indios de las alturas a intercambiar papas, ollucos, etc. por coca, ají y plátanos que produce el valle. Los indios no comen mangos, guayabas ni ciruelas porque creen que les dan tercianas (fiebres palúdicas), pero de todos modos enferman de dichas fiebres y mueren. Además de la coca y los frutales propios de la ceja de selva, en el valle abunda el cedro, pero el árbol maderero más apreciado es el palo de balsa, de color cenizo, que es de propiedad del dueño del lugar en el que nace. Con la madera se fabrican las fuertes balsas, herramienta primordial del cholo balsero. Pero dicho árbol es escaso. Por un palo de balsa pueden estallar disputas sangrientas, como la que ocurrió entre el Pablo y el Martín. Pablo mató de una cuchillada a Martín porque éste le cortó un palo de balsa mientras se hallaba ausente. Los palos de balsa abundan río arriba, en Shicún; sus dueños hacen negocio vendiendo balsas a los cholos balseros, aunque a precio muy elevado.

II. RELATO DEL VIEJO MATÍAS.[editar]

Corría marzo y el río ya estaba mermando. Al valle llega un forastero muy elegante, joven, de tez blanca y de contextura delgada, montado en un caballo zaino, quien solicita hospedaje en la casa del viejo Matías Romero. Este le recibe amablemente y mientras el forastero acomoda su toldo de dormir en el corredor, le pregunta su nombre y la razón de su venida. El forastero dice llamarse Osvaldo Martínez de Calderón, que es ingeniero limeño, y que venía a estudiar la región, para ver la posibilidad de formar una empresa dedicada a explotar sus recursos. Don Matías vivía con su mujer, doña Melcha, y su hijo Rogelio, un jovenzuelo de 20 años. Arturo, su hijo mayor, ya estaba casado y tenía su propia casa a unos cuantos pasos de allí, aunque de vez en cuando iba a visitar a sus padres. Llega también de visita el cholo Lucas Vilca, quien vivía cerca (él es uno de los narradores ficticios de la novela). Osvaldo tiene curiosidad por las costumbres y la vida del valle, y el viejo Matías, incansable charlatán, no desperdicia la oportunidad para contarle de todo. Le cuenta por ejemplo cómo durante la última crecida del río el nivel del agua fue tan alto y la corriente muy furiosa, que sus balsas fueron arrastradas y solo conservaron la balsita del Rogelio, hecha de unos palos varados por el río. Al otro lado del río, unos comerciantes celendinos o shilicos les rogaban que les trajeran comida y que les darían buena paga. Pero era difícil cruzar el río sin contar con buenas balsas. Entonces el Roge se ofreció para cruzar el río a nado llevando sobre los hombros un quipe (alforja) lleno de alimentos. El cholito realizó la hazaña, aunque retornó con una herida ligera en el pecho, que algunos dijeron que era un zarpazo del Cayguash, el monstruo que nadie había visto pero que decían que aparecía cuando el río crecía. Por su parte el forastero no quiso parlar sobre Lima, como le habría gustado al Matías, y se echó a dormir en su toldo, que le protegía de los mosquitos. La charla la continúan el Arturo y el Rogelio, quienes se ponen de acuerdo para ir al día siguiente a Shicún a comprar una balsa, cuyo precio, calculan, no bajaría de los 30 soles. Lucas Vilca, por su parte, solo pensaba en cuidar su platanar. Mientras tanto, el viejo Matías seguía parlando y menciona su proyecto de lavar oro, pues el río era pletórico en dicho metal.

III. LUCINDAS Y FLORINDAS.[editar]

Arturo Romero estaba casado con la Lucinda, una poblana de ojos verdes quien ya le había dado un hijo, al cual llamaron Adán, quien todavía era un caishita, es decir, un infante. El narrador nos cuenta enseguida cómo Arturo se enredó con la Lucinda. Ello ocurrió seis años atrás, cuando los hermanos Romero fueron al pueblo de Sartín, donde se alojaron en la posada de doña Dorotea, la mamá de Lucinda. La cholita se dedicaba entonces a servir la comida a los visitantes y destacaba por su fina faz y sus senos erguidos. Arturo se enamora de ella, y consigue el permiso a su madre para llevarla a la fiesta patronal del pueblo; en dicha reunión ambos se corresponden. La Lucinda destaca como eximia bailarina y por su belleza natural, dejando alelados al resto de los asistentes. Las bandas de pallas cantan y bailan incesantemente, y una banda de oroyeros representan el paso del Marañón por medio de cuerdas templadas. Arturo recuerda entonces su oficio de balsero y le dice a Lucinda si no quisiera ir con él a Calemar para vivir allí y formar una familia. Pero Lucinda no se decide, pensando en su mamá y en su pequeño hermanito a quien debía cuidar. Dos gendarmes o guardias civiles, venidos de Huamachuco, llegan al pueblo con el propósito de multar a todo el que bebiera en exceso, según la ley, aunque en realidad venían a aprovecharse de los pobladores. A Arturo le piden su libreta de conscripción militar, a pesar de no ser época de reclutamiento; en realidad los guardias habían puesto los ojos en la Lucinda y buscaban un pretexto para tomar preso al joven y aprovecharse de su pareja. Arturo extrae del bolsillo una libreta vieja y les enseña; entonces los guardias lo dejan ir. Ya entrada la noche, Arturo, Lucinda y Roge retornan a la posada de Dorotea. Pero aún quedaba un último día de fiesta y Arturo vuelve a pedir permiso para invitar a la Lucinda, esta vez a la fiesta en casa de doña Rosario, una devota de la Virgen en cuyo hogar había construido una capilla. En medio de la euforia producida por el alcohol, Arturo le dice a Lucinda que se casaría con ella de ser posible al día siguiente, a fin de llevarla consigo a Calemar. Pero la alegría se interrumpe cuando irrumpen los dos guardias de manera prepotente. Uno de ellos saca a bailar a Lucinda; luego el otro solicita lo mismo. Muy enojado, Arturo les pide no molestar a su mujer. Los guardias se enfurecen y se arma la trifulca. Víctima de los recios golpes de los cholos, los guardias quedan tendidos y desmayados. Al Arturo y al Roge no les queda otra sino escapar y se llevan consigo a Lucinda hacia Calemar. En el trayecto se hospedan en casa del cholo Venancio Landauro, en Shicún. Así fue como el Arturo se desposó con Lucinda, aunque los primeros años debieron vivir escondidos evadiendo la justicia. Luego, cuando el retén de gendarmes de Huamachuco fue renovado, pudieron vivir más tranquilos. Al principio Lucinda sufrió de fiebres tercianas, mal de los habitantes de las alturas trasladados a los valles bajos; tuvo asimismo varios abortos, pero luego, tras encomendarse a la Virgen, tuvo su primer hijo, el Adán. Sobre la Florinda, otra bella chinita, a la cual andaba cortejando el Roge, el narrador nos da a entender que tratará más adelante.

IV. ANDE, SELVA Y RÍO.[editar]

Don Osvaldo Martínez llega a la casa del hacendado de Marcapata, Juan Plaza, ya anciano y se alegra de encontrar a un blanco que hablaba un castellano claro, como él, luego de haber frecuentado solo con los cholos de la región. Don Juan recibe cordialmente al forastero, le presenta a su familia y lo invita a desayunar con él. Osvaldo es interrogado por los sucesos de Lima, la política y el gobierno, pero él prefiere hablar sobre otros temas. Informa que ha venido a explorar la región. Don Juan le ofrece entonces como guía a uno de sus peones indios, el Santos; luego le cuenta sobre las experiencias de otros osados exploradores que igualmente vinieron a esa escabrosa región y la manera como fallecieron o simplemente desaparecieron. Le cuenta la historia de Alejando Lezcano y dos polacos que cargados de instrumentales y equipos se internaron en la selva y nunca más se supo de ellos. Osvaldo lo escucha con interés, pero dice que a él no le ocurriría eso. Juan le aconseja entonces que al menos, antes de emprender la exploración, fuera a la cima del cerro Campana, pues de ahí se divisaba toda la región. También le aconseja que lo mejor sería hacer una empresa que se dedique a lavar oro en el río Marañón, pues era ganancia segura por su abundancia. Termina diciendo que “ande, selva y río son cosas duras”. Al día siguiente Osvaldo se dirige a Bambamarca junto con el Santos, el guía indio que le prestó don Juan, y luego sube al cerro Campana, donde sufre de soroche. Asustado, se cubre la nariz sangrante con su pañuelo y saca su revólver, increpando al indio por haberlo conducido hacia la muerte. Pero el Santos lo calma y le ofrece coca. Osvaldo, venciendo sus reticencias, masca las hojas secas y siente algo de alivio. Desde la cima del cerro puede divisar la selva, el Callangate, el brillante nevado de Cajamarquilla, y el Marañón, el majestuoso río que repta abajo como una serpiente.

V. MUCHOS PEJES Y UN LOBO.[editar]

El río se encontraba en merma. Debido a ello el viejo Matías y Lucas Vilca podían

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