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Teoria del Pobrecito

jcchavezcar73Ensayo21 de Agosto de 2015

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Debemos arriesgar la eficiencia de la organización para proteger al pobrecito?

LA TEORIA DEL POBRECITO Y LA EFICIENCIA

Compadecerse del ineficiente y perdonarlo no tiene cabida en las organizaciones que deben de supervivir en un mundo de competencia. El Ejército como parte del cambio organizacional, promueve mantener una actitud correctiva versus La Teoría del Pobrecito.

Consiste en mantener en la organización al incompetente, al irresponsable, con la única explicación de ¡pobrecito! Esta actitud se explica por ignorancia, falso humanismo, por irresponsabilidad, por cobardía, condicionamiento o ineficiencia del ejecutivo. En este caso, jefe y subordinado generan un círculo vicioso: la incompetencia se realimenta a sí misma, dentro de la organización. El incompetente, aprovechando esta situación, en vez de superarse trata de inspirar más compasión. Exagera su situación personal, incluye a su familia en la descripción de su fingida desgracia.

Cuando un ejecutivo que no se deja sorprender, actúa con firmeza y energía, toda la incompetencia, en actitud proselitista, se yergue en defensa de su afiliado y califica a dicho jefe, que trata de cumplir con su deber, de abusivo y conflictivo. La única razón: ¡pobrecito!

El ejecutivo ineficiente defiende y mantiene al incompetente, el cual se sostiene en la organización, “prendido” de los que el llama “buena gente”. Así, la ineficiencia se realimenta y el incompetente se reafirma en la organización: pobre organización.

¡Los pusilánimes callan su deber frente al irresponsable!, pero, ¿y la organización?

La teoría del Pobrecito no tiene cabida en ninguna organización eficiente, donde lo que importa es el conjunto. Quizás por eso se afirma que la eficiencia es cruel, pues obliga a

arrancar  al incompetente de la organización, cautelando los intereses de la mayoría o, por lo menos, obligando a hacer justicia sancionando la irresponsabilidad. La eficiencia es cruel. Ella nos impulsa a actuar con sincera firmeza en bien de la organización. Muchas veces, por tratarse de un amigo, no decimos nada ante la ineficiencia. Tenemos temor de resentirlo. Sin embargo, no consideramos que él no tuvo la misma delicadeza con sus colegas y jefes para pensar que su ineficiencia podría ofendernos y hasta ponernos en peligro.

El silencio frente a los casos de ineficiencia nos hace cómplices, aun que es necesario aclarar que no siempre el mutismo significa asentimiento; otras veces, es la apatía indiferencia y cobardía. Es verdad que perdonar es comprender o como cita Luis Alberto Sánchez, de Anatole France: “Comprender es perdonarlo todo”. Pero a veces nos adelantamos y perdonamos simplemente por perdonar, sin comprender, que también nos afecta personalmente. No entendemos que la ineficiencia de un elemento en un sistema, afecta a todo el sistema.

La organización es como una cadena: la resistencia (eficiencia) está dada por el eslabón más débil, no por el más fuerte.

Lo peor es q el ineficiente no comprende que su ineficiencia afecta todo. Racionaliza su conducta diciendo: “No te preocupes por mí, tú cumple con tu deber”. En una organización nos debemos consideración y respeto mutuos. Todos tenemos la obligación de ser eficientes. ¿Qué pasaría si viajáramos en un avión de pasajeros (sistema) y el piloto, que es nuestro amigo, no es eficiente? ¿Perdonaríamos su ineficiencia? ¿A caso no reemplazaríamos al piloto?

Pues bien, una organización es una nave. En ella viajamos todos. Por culpa de un ineficiente (incompetente), la organización puede fracasar, o figuradamente, puede estrellarse.

La administración de justicia y la responsabilidad moral son dos funciones esenciales de un ejecutivo eficiente, las cuales están indisolublemente ligadas e invaden nuestras emociones personales más profundas.

Cuántas veces nos enfrentamos al doloroso dilema de tener que sancionar a alguien, quien puedes ser nuestro amigo o compañero, sintiéndolo realmente. Pero se aplique a quien se aplique y cualquiera sea el motivo, vacilamos, como  péndulo, entre “lo merece” y  “le hará bien”, no obstante es nuestro deber.

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