Terror Edith
danny21031993Tesis6 de Noviembre de 2013
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Desde que la pequeña Edith encuentra a la muñeca Maddie dentro de la habitación de Amadine Tussaud, la antigua dueña de la casa, una extraña obsesión por la muñeca nace en ella, al mismo tiempo que comienzan a suceder trágicos y terroríficos acontecimientos dentro de la familia. Al final, todo resulta ser el plan profético de Amadine, quien aún después de muerta, planea un sangriento sacrificio para poder volver a la vida.
"Me dijo cosas tan secretas,
Que tú no puedes oír,
Me confesó algunos pecados,
Que prefiero no decir..."
Mi muñeca me habló (canción)
Dicen que cuando los niños traviesos están en silencio por mucho tiempo, es porque algo muy malo están haciendo y eso fue lo resonó en la cabeza de Axel cuando se percató de que su hija, Edith, no se escuchaba correr ni gritar por los pasillos vacíos y silenciosos de la casa nueva.
_ ¡Edith! ¿Qué estás haciendo? –Preguntó y en la casa sonó un eco que se estiró entre las habitaciones
Pero ella no respondió. Axel estaba desempacando algunos adornos de vidrio y cerámica de Maia y poniéndolos sobre el estante de roble que le regaló su madre como obsequio de bodas, pero al no ver a Edith por ningún lado, dejó de hacerlo y buscó con la mirada hacia las proximidades de la casa que estaban dentro de su campo visual. Nuevamente no vio a nadie.
_ ¡Maia! –Le gritó a su esposa que estaba en el segundo piso ¿Está Edith contigo?
Ella bajó la escalera con apuro, sus talones sonaron en eco al golpearse con los escalones.
_ ¿Edith? –Dijo No, pensé que estaba contigo. Ahora que me lo dices, no la he escuchado desde que comenzamos a ordenar esto último. –Giró la cabeza hacia afuera y dirigió su mirada al porche, sobre los tablones fríos de madera, había unas hojas de otoño coladas sobre la alfombra en la puerta principal, pero Edith no estaba allí. Hacía tres días que se habían mudado y ese había sido el lugar que había elegido para jugar a "tomar el té" con sus dos peluches grandes. Mi amor, ¿estás ahí?
Caminó hasta allí, pero no la vio. El frente era grande, entre el porche y la verja había un gran cuadrado verde en el que florecían tristemente pequeñas florecitas de color amarillo apagado, siete higueras medianas y un enorme sauce llorón que en conjunto le daban a la casa un toque tétrico y melancólico. En el sauce, colgaba un hamaca hecha con dos cuerdas sucias y una madera gruesa e hinchada por la humedad, Edith se había hamacado varias veces allí, pero en ese momento, los ojos de su madre sólo percibían un columpio vacío y estático como un recuerdo congelado.
_ ¿No la ves, cariño? –dijo Axel desde adentro
_ No, no está aquí. ¡Edith! –Gritó de nuevo
En eso, mientras el llamado de la niña se iba perdiendo entre las ásperas ramas de las higueras, Axel logró escuchar un tímido murmullo que venía desde una de las habitaciones. Dio media vuelta y se dirigió hasta allí, al verlo, Maia lo siguió.
_ ¿Edith? –Dijo viendo la habitación entreabierta ¿A caso no te dije que no vayas a esa habitación?
_ ¡Guarda silencio, papá te va a escuchar! –exclamó ella un segundo antes de que su padre se asomara por la puerta y se llevara una sorpresa.
Aunque Edith los había desobedecido, ella parecía estar bien. Estaba sentada a los pies de la cama de dos plazas sobre el piso polvoriento y rechinante, frente a ella, había un cuadrado de terciopelo color rojo y finalmente, sobre éste yacía sentada una vieja y macabra muñeca.
_ Niña, ¿qué estás haciendo? ¿No escuchas que te estamos llamando? Te dijimos que no entres aquí, estas cosas son de la antigua dueña del lugar.
Entró a la habitación junto con Maia que acababa de llegar al lugar, era la segunda vez que lo hacían y no dudaban en tirar a la basura todos los muebles de la señora Amadine Tussaud, quién hacía ya diez años, se había suicidado precisamente en esa habitación por razones desconocidas.
_ Lo siento, es que estoy jugando con mi nueva amiga, Maddie.
Los ojos de sus padres se posaron como flechas despiadadas sobre la muñeca sentada sobre el terciopelo. En seguida, Maia se acercó para tomar la muñeca.
_ Oh, Edith. ¿De dónde la has sacado? –preguntó levantándola, notando lo horrible del aspecto de la muñeca.
_ La encontré en ésa caja. –dijo señalando con el dedo al baúl abierto en el rincón de la habitación Lo abrí y estaba ella, sonriendo alegre de haber encontrado una amiga, me ha contado muchas cosas y ahora es mi mejor amiga.
_ ¿Contado? ¿Es parlanchina? –Preguntó su madre separando las dos cintas de velcro que su espalda para encontrar un parlante, pero no había nada
_ No lo creo –agregó Axel, mira lo que es. Probablemente tiene más de cincuenta años.
La muñeca estaba muy bien cuidada, pero por la supuesta antigüedad que mostraba su apariencia, lucía espeluznante. Tenía décadas dibujadas en su rostro de goma dura, pintado a mano los detalles de sus ojos, pestañas, cejas, labios y pecas. Tenía una mirada penetrante y profunda, que junto con el peculiar gesto de su cara y su sonrisita pícara daba la sensación de una niña curiosa y burlona que había descubierto algo y se jactaba por eso. Su pelo, sin duda y como todas las muñecas de su supuesta época, era real, de color castaño oscuro que le caía hasta la cintura y que podría estar reluciente si las cortinas pesadas, de color gris no hubieran impedido la entrada de los opacos rayos de luz del sol de otoño en la habitación. Llevaba puesto un desgastado vestido de novia de color lino, sobrecargado con tul y armado con seda y organza descolorida, acompañado con dos zapatitos negros que desencajaban con todo su vestuario.
_ Mami, ¿me la puedo quedar? –Preguntó Edith
_ Ay, no lo sé. Mejor te compro una nueva mañana –le contestó ella, desaprobando la idea de quedarse con ese horrible vejestorio
_ ¡Yo quiero a Maddie, no quiero una muñeca nueva! –exclamó dramatizando la situación, sobresaltándose violentamente.
Maia apartó la vista de la muñeca y se fijó en su hija, nunca había reaccionado así en sus seis años de vida.
_ Está bien, está bien. Te la puedes quedar, pero no grites así. A mamá y papá no le gusta que nos grites. ¿De acuerdo?
Ella asintió con la cabeza y le arrebató con ligereza la muñeca para retirarse de la habitación.
Al irse, Maia se dirigió hacia Axel, todavía pensando en el comportamiento de Edith.
_ ¿Viste cómo me gritó? Eso no es típico en ella.
Axel se acercó hacia ella y la envolvió en sus brazos.
_ Probablemente sea el estrés por el cambio de casa. Está en pleno crecimiento, no podemos exigirle mucho. –Le dio un beso que duró un par de segundos Y ahora que estamos hablando del tema, yo también me siento muy estresado y con ganas de...
_ Axel, ahora no. –Interrumpió, apartándose de él, camino unos cuantos pasos por el dormitorio y le habló sin mirarlo Ya ha pasado más de un año y sigues sin comprenderme. Entiende que no es fácil para mí.
Se fue hacia las ventanas y corrió levemente las dos cortinas para dejar pasar un poco de luz, quería evitar a toda costa tener otra discusión relacionada con su frigidez.
_ ¿No es fácil para ti? –le dijo en un grito bajo Eso fue lo más egoísta que has dicho en los últimos años, ¿qué se supone que haga yo, que me masturbe hasta la vejez esperando en vano que mi mujer recobre su libido sexual? De verdad que me impresionas.
_ ¡Yo no pedí esto! –exclamó y se escuchó desde afuera, pero Edith estaba muy ocupada hablándole en el oído a Maddie y poniendo su oreja en la boca de la muñeca
_ ¡Yo tampoco! Y espero que lo consideres. Piensa un segundo en mí y verás que tengo razón. exclamó él
Sin palabras, decidieron terminar con la discusión en ese instante. Ambos sabían que Edith había escuchado los gritos, tal y como lo había hecho los últimos meses, pero por lo menos se consolaban con su inocencia que no la dejaba comprender nada de lo que decían.
Como si nada, siguieron examinando la habitación de Amadine, una antigua residente del pueblo, según los agentes de bienes raíces, una solterona antisocial que no salía de su casa si no era necesario y fiel seguidora de una religión africana de la cual no se tenían datos. Con esa información, pudieron comprender por qué en los roperos se escondían grandes cajas de velones de colores blancos, negros y rojos, junto con frasquitos con colonias, esencias y otros tipos de sustancias caseras que al destaparlos, despedían un olor asqueroso. También, entre la colección de posesiones de la señora Tussaud, había inciensos, sahumerios y materiales extraños que posiblemente usaba para ofrendas o trabajos especiales.
A la tarde, todo eso fue tirado a la basura, incluido los muebles. Ninguno de los dos era supersticioso ni nada por el estilo, pero pensaban que era correcto apartar todas aquellas cosas relacionadas con la extraña Amadine y sus prácticas diabólicas, pero nunca pensaron la furia que desataría ello.
Cuando las acciones del hombre son manejados por el deseo de la carne, la mente muere. Era justo lo que le había sucedido a Axel, que aprovechando el turno nocturno de Edith en el hospital, llevó una amiga a su habitación.
Edith dormía tranquilamente abrazada a Maddie. Luego, durmió sola.
Axel pasó de la mano de su amiga, Deborah, una rubia voluptuosa que había visto en internet y prometía dar un intenso momento de placer si de por medio había un moderado monto de dinero. Atravesaron
...