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Transporte metálico

0178Tesis6 de Agosto de 2014

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Ubicado en la parte más alta del planeta, alejado del puerto de transporte de minerales y centros de producción de bienes de consumo, el Cerro de Pasco recibió a partir del siglo XVII, el valioso aporte de un personaje muy importante en la actividad minera de entonces: el mulero. Éste no solamente debía traer miríadas de mulas del norte argentino en largas jornadas, sino también transportar enormes masas de mineral desde los socavones hasta los ingenios ubicados a considerables distancias; de vuelta, madera, carbón y sal, elementos muy útiles para la metalurgia de entonces; en casos muy especiales, lingotes de plata de nuestras callanas hasta la Casa de Moneda de Lima con todos los riesgos y peligros que la empresa imponía. La cosa no queda ahí; debido a que en la ciudad minera no se cultiva ningún producto alimenticio, debía traerlo de considerables distancias.

Inicialmente se utilizaron las llamas para el transporte metálico, más tarde, los mineros se vieron en la necesidad de cambiarlas por las mulas. La sustitución se llevó a cabo entre los años 1600 a 1610. En el comienzo, cuando resultó extremadamente abundante la producción minera, la llama y el caballo resultaron débiles e insuficientes para el transporte de la metálica saca. La llama, por ejemplo, podía cargar hasta cien libras de peso cubriendo una distancia de diez leguas diarias y le era dramáticamente difícil vencer los ríspidos y agrestes caminos de la zona andina; por esta razón se recurrió a la solución ideal: la mula.

Este híbrido resulta del cruce de un asno macho con yegua. Su parecido físico con sus progenitores es obvio; el éxito de la mezcla radica en la resistencia que proporciona el padre (asno) y la velocidad, temperamento y elegancia de la madre (yegua). Su coeficiente digestivo le permite aprovechar alimentos que los caballos asimilan con mucha dificultad, por esto su mantenimiento resulta más barato que el del caballo. No solamente resultaba idóneo para el transporte metálico como había ocurrido en Potosí, sino también para el pisoteado de la plata en los ingenios. Su compra entonces se torna increíble: Dos mil mulas diarias en el mercado, afirma admirado el visitante alemán Tadeo Hanke y, otro visitante, Tord Lazo, remarca: En el Cerro de Pasco activísimo centro comercial, el negocio mayor se realiza con Quito por sus textiles y Córdoba, Salta y Tucumán, como proveedores de mulas para el trabajo minero.

El notable visitante germano escribía admirado: “No obstante las asperezas de un clima agresivo y siempre cambiante, el Cerro de Pasco, es una de las más recomendables y admirables poblaciones del reino del Perú, tanto por su crecido vecindario, que cada día va en aumento, como por el mucho dinero que circula y hace todo el fondo de su comercio. Esta abundancia proverbial sirve también para dar vida a los pueblos vecinos que traen alimentos y otras cosas como Huánuco, Jauja, Tarma, Huancayo, Conchucos, Chachapoyas y pueblos de la selva. En dicha ciudad se presenta el espectáculo más agradable a la contemplación de los curiosos, pues se ve llegar a numerosos vecinos de Jauja, para expender una gran variedad de harinas; a los de Conchucos, con el mismo afán y con el de vender la abundante y hermosa ropa que labran en su país, no obstante que también los de Huamalíes conducen los suyos en variedad notable; a los de Ica, ofreciendo su muy solicitada gama de aguardientes, centenares de botijas de pisco, vino y vinagre; pero también, alfeñiques, chancacas y mieles; de Cusco y Huamanga bayetones dobles de color, fino y entero, de algodón abatanado, pañetes, pellones, alfombras de lana, chuses para adornos de iglesias y casas, tocuyos, suelas, badanas, petaquillas prensadas y figuras de madera y piedra; de Tarma, cordellates, jergas, y perniles de puerco; a los de Arequipa con ajos, cebollas, ajíes, ropa y suelas, además de jabones y aceite; a los de Huaylas cuya importancia principal se compone de azúcar; a los de Huánuco que conducen coca, chancaca, mieles, cascarilla, resinas, granos y frutas; a los de Cajatambo y Chancay que transportan el ingrediente tan necesario de la sal. A esto hay que añadir el comercio de dos mil mulas diariamente, las que se emplean para la conducción de los metales cuyo dinero se paga al contado, reportando a sus dueños de esta suerte, ganancias ventajosas, siendo el alma de todo esto, la propiedad de la mina.”

Para esas fechas, todavía circulaban recuas de cuatro a seis mil llamas, movilizadas en los trajines comerciales de la coca, el alcohol y los alimentos mencionados. Era un espectáculo especial cuando las llamas entraban en la ciudad en medio del ruido de sus cencerros y el silbido de los pastores. En cualquier caso, las características técnicas de esos dos animales de carga eran completamente diferentes, al igual que lo eran sus áreas de crianza, formas de propiedad y tipos de comercio en que se utilizaban.

Haciendo un promedio general, la tropa de mulas con vacas, carneros y carretas podían trotar 84 kilómetros en un día en aproximadamente doce o catorce horas de marcha. Los baquianos recomendaban un descanso de dos días entre cada jornada. Para evitar la demora, lo ideal era 8 horas de viaje diario para no agotar a los animales. Éstos eran alimentados con pasto verde fresco de las laderas circundantes y fardos de forraje seco, avena y maíz. Las mulas son muy fuertes y pueden cargar arriba de 100 kilos sin inconvenientes. Para salvaguardar la vida del animal en el ambiente montañoso y asegurar las cargas, le colocaban 60 kilos que, sumados a los aproximadamente 20 kilos de la “alabarda” (atalaje especial para sujetar la carga sobre el lomo del animal) hacían un total de 80 kilos.

El transporte de mercancías se efectuaba en recuas que llevaban un recipiente a cada lado. Ocho o diez cargueros conformaban una recua; cuando había más de seis se la dividía en retazos y para lograr que prosiguieran sin dispersarse, eran alentadas y guiadas por el cencerro de una madrina. Las carretas que también conformaban la tropa, estaban haladas por cinco mulas, una en las varas, dos laderas y dos cuadreras. El conductor o carretero debía apretarse fuertemente la cintura con una faja de lana para resistir la fatiga de diez o más horas de jornada y proteger los riñones a los cuales afecta el paso peculiar de la mula; sobre la faja usar cinturón común para la vaina del cuchillo que llevaba a la cintura.

Las caravanas no siempre llegaban indemnes a destino; muchas veces fueron asaltadas por ladrones de caminos que las esperaban en determinados lugares; por eso se trataba de que fueran compactas y nutridas.

Amarillentos documentos de aquellas épocas evidencian el increíble stock de mulas y caballos en el Cerro de Pasco. Las primeras, entre dos mil a tres mil, diariamente, utilizadas como medio de transporte de minerales de los seiscientos socavones para su depuración y beneficio en las respectivas haciendas. Los segundos, además de conducir a sus jinetes mineros, un millar, trabajando en los ingenios que molían y refinaban metales en las riberas de Pasco, Quiulacocha, quebradas de Pucayacu, Tullurauca y Ulcupalpa.

Pero la mula no se da así no más simplemente como el caballo o el burro; se necesita de una cría especializada que solamente se daba en el norte argentino, zona singularmente signada para la cría y venta de mulas. Ante el auge fabuloso de la venta de mulas, Córdoba, que por aquellos días pertenecía a la provincia de Tucumán, ocupaba la zona serrana que por la disposición de sus valles se transformaban en excelentes y resguardados potreros, como hechos ex profeso, con tan sólo un cerco en las entradas. Entre propiedad y propiedad, los límites quedaban asegurados a un bajo costo puesto que la naturaleza con sus vallados naturales, hacía importantísima la separación porque se utilizaban pircas de piedras o arbustos muy abundantes en la zona. Aquí estaban asentados los grandes criaderos de mulas y sus extensos potreros invernales, de tal manera que las tierras aptas de la sierra eran ocupadas en su totalidad. Cuando el espacio se redujo por la abundancia de animales, los potreros se fueron extendiendo en toda la zona pampeana argentina, especialmente en dirección a Santa Fe. Para entonces Córdoba ya estaba saturada por más de 800 estancias. En esa época, por el sentimiento de cooperación, los animales podían pastar en todas las extensiones sin limitarse a terrenos privados. Todo era comunitario. Al principio al menos, después se originarían los conflictos de propiedades. La cría de mulas había invadido todos los terrenos y no había lugar para la agricultura

El problema que representa su cría consiste en que, a diferencia del vacuno cimarrón que se produce libremente en los campos, exige ciertas técnicas para su reproducción y una especial dedicación en varias etapas, desde noviembre en que comenzaba la parición, hasta el 24 de junio, día de San Juan, en que comenzaba la hierra y la venta consiguiente. En todo ese tiempo había que seleccionar y separar los conjuntos reproductores, cuidar de la alimentación de las pequeñas crías, capar a los machos, marcarlos con hierro, amansarlos y, la prueba más brava, arrearlas, por millares, hasta la zona de venta de los ventisqueros de Pasco. La mula con toda esta delicada tarea de carga, sólo podía estar a cargo de personajes especializados: los muleros cerreños y los empresarios fleteros de Córdoba, Tucumán, Santiago del Estero, Salta, Jujuy. Desde allí había que traer las mulas que la industria minera cerreña requería. Así, los gauchos y cholos cerreños -llamados muleros por esta profesión- conducían miles de mulas a través de las inmensas pampas argentinas

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