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Un Cuento

Chochimv19195816 de Febrero de 2015

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La vida cotidiana y la comunicación

Por Mariana Aragón de Viau

Nosotros, como seres humanos, creemos que nos podemos definir por nuestros grados académicos, la canti-dad de conocimiento que poseemos, el espacio de poder que tenemos bajo nuestro control, nuestra religiosidad o espiritualidad, el estatus económico que se relaciona con nuestro poder adquisitivo, etc.

Desde que tenemos derecho “maduro” de decisión, estamos toda nuestra vida intentando por todos los medios lograr el reconocimiento de nuestra familia para ser respetados... estudiamos para sentirnos más segu-ros y, conforme más nos adentramos en el conocimiento, es más probable que más dudemos de nuestro propio saber. Lo que sí es seguro es que, quizás, algún día descubramos que todo lo que sabemos “a ciencia cierta” probablemente no nos sea realmente útil o necesario en nuestra vida cotidiana.

Lo cotidiano supone que es lo que hacemos usualmente basado en nuestros hábitos. Tomamos un café porque así lo aprendimos... creyendo que nos despertaría para asumir las responsabilidades “cotidianas” pero seguimos el resto de los días medio dormidos intentando hacer de nuestra vida una vida con sentido. La cotidianidad supone intercambiar pensamientos y emociones... pero también crear experiencias nuevas basadas en lo que vemos y sentimos.

Para los seres humanos que somos sociables, la cotidianidad se convierte en cultura cuando habitualmente intercambiamos experiencias con otras personas y aprendemos de ellos o ellas para apropiarnos de las suyas. Esta actividad se podría convertir en un potencial aprendizaje si asumimos que todos los días, en todo lugar y cualquier hora podemos aprender. Aquí, la comunicación toma una importancia esencial porque se recibe y se emite un mensaje con sentido desde nuestro propio contexto, o sea, desde nuestra propia cosmovisión la cual, por cierto, está profundamente influenciada por nuestras creencias “culturales”.

Al ser la comunicación uno de los aspectos significativos de cualquier tipo de actividad humana, así como condición del desarrollo de la individualidad, la comunicación refleja la necesidad objetiva de los seres humanos de asociación y cooperación mutua.

Águila Ribalta (2005), en su ensayo titulado Comunicación en la vida cotidiana, explica que es un proceso que pone en contacto psicológico a dos o más personas y funciona como momento organizador y como escenario de expresión de la subjetividad en el que se intercambian significados y sentidos de sujetos concretos constru-yéndose la individualidad y el conocimiento del mundo.

El verdadero mensaje que transmitimos en nuestros actos diarios o cotidianos está profundamente in-fluenciado por nuestra propia experiencia de vida –con sus paradigmas característicos que aprendimos desde niños- y, además de ello, nos creemos los “únicos poseedores de la verdad” hasta el punto de considerar que todo el resto del mundo está equivocado o, al menos, relativamente “perdido” de lo que queremos expresar... pero olvidamos algo esencial: somos seres sociales por excelencia y esto supone tener un compromiso con nosotros mismos pero primordialmente con todas aquellas personas o ambientes en donde nosotros tenemos incidencia.

Es importante considerar que nosotros tenemos relaciones con todos los elementos a nuestro alrededor y, de igual manera, ellos lo tienen con nosotros. Poseemos una tendencia a existir desde el momento en que nos concebimos como entes materiales pero no tomamos conciencia de que somos parte de una red de relaciones que colisiona y redistribuye su energía en otras partículas.

Si contextualizamos esto con nuestras acciones cotidianas, nos damos cuenta de que en nuestros intentos por sobrevivir “colisionamos” desde muchos ángulos con otras redes

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