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Violencia Musulmana


Enviado por   •  25 de Mayo de 2015  •  3.781 Palabras (16 Páginas)  •  143 Visitas

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Violencia Musulmana

La Organización Mundial de la Salud define la violencia como:

El uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones.

Uno de los aspectos más complejos de la definición es el de la intencionalidad. A este respecto, cabe destacar dos puntos importantes. Primero, aunque la violencia se distingue de los hechos no intencionales que ocasionan lesiones, la presencia de la intención de usar la fuerza no significa necesariamente que haya habido la intención de causar daño. En efecto, puede haber una considerable disparidad entre la intención del comportamiento y las consecuencias intentadas. Una persona puede cometer intencionalmente un acto que, a juzgar por normas objetivas, se considera peligroso y con toda probabilidad causará efectos adversos sobre la salud, pero puede suceder que el autor no los perciba como tales.

El Islam ha dado consuelo y paz espiritual a millones de hombres y mujeres. Ha otorgado dignidad y sentido a vidas ordinarias y empobrecidas. Le ha enseñado a gente de razas diferentes a vivir fraternalmente y a gente de credos distintos a vivir junta con suficiente tolerancia. Fue el origen de una gran civilización en la que otros, además de los musulmanes, desempeñaron vidas creativas y útiles, y que, por sus logros, enriqueció al resto del mundo. Pero el Islam, como otras religiones, también ha pasado por periodos en los que ha suscitado en algunos de sus seguidores una actitud de odio y violencia. Para nuestra desdicha, una parte del mundo musulmán está pasando ahora por uno de estos periodos y mucho de ese odio, aunque no todo, está enfocado hacia nosotros.

A veces el odio sobrepasa la hostilidad y se concentra en intereses específicos, en acciones o políticas o, incluso, en países, y se convierte en un rechazo de la civilización occidental; no sólo de lo que ésta hace sino de lo que es y de los principios y valores que practica y profesa. Éstos, de hecho, se perciben como un mal innato y a quienes los promueven o aceptan se les ve como "enemigos de Dios".

En el Islam la lucha entre el bien y el mal muy pronto adquirió dimensiones políticas e incluso militares. Mahoma, como se recordará, no sólo fue profeta y maestro, como los fundadores de otras religiones, sino también jefe de una organización política y de una comunidad, dirigente y soldado. Por consiguiente, su lucha incluía a un Estado y a las fuerzas armadas. Si los combatientes de la guerra por el Islam, la guerra santa "en la senda de Dios", luchan por Dios, se deduce que sus adversarios luchan en contra de Dios. Y dado que Dios es en principio el soberano, el jefe supremo del Estado islámico —y del Profeta y, luego del Profeta, de los califas que son sus vicerregentes—, entonces Dios como soberano está al frente del ejército. El ejército es el ejército de Dios y el enemigo es el enemigo de Dios. El deber de los soldados de Dios es enviar lo más pronto posible a los enemigos de Dios al lugar donde Dios los castigará; es decir, al trasmundo.

En la visión clásica del Islam, que ahora muchos musulmanes empiezan a retomar, el mundo y toda la humanidad se dividen en dos: la Casa del Islam, donde prevalecen la ley y la fe musulmanas, y el resto, llamado la Casa del Infiel o la Casa de la Guerra, a la que los musulmanes tienen el deber de conducir hacia el Islam.

La mayor parte del mundo sigue estando fuera del Islam y, según el parecer de los radicales musulmanes, incluso dentro de las regiones islámicas se ha socavado la fe del Islam y se ha anulado su ley. En consecuencia, la obligación de la guerra santa empieza en casa y se extiende hacia fuera, contra el mismo enemigo infiel.

Como todas las civilizaciones conocidas históricamente, en su apogeo el mundo musulmán se concibió a sí mismo como el centro de la verdad y la ilustración, rodeado por bárbaros infieles a quienes ilustraría y civilizaría a su debido tiempo. Pero entre los grupos distintos de bárbaros había una diferencia esencial. Los bárbaros del este y del sur eran politeístas e idólatras y no representaban una amenaza real para el Islam ni tampoco una competencia. En cambio, los musulmanes reconocieron desde el inicio que al norte y al oeste existía un auténtico rival: una religión mundial poderosa, una civilización distintiva nacida de esta religión y un imperio que, aunque más pequeño que el suyo, no era menos ambicioso en sus exigencias y aspiraciones. Se llamaba la cristiandad, término que durante mucho tiempo fue casi sinónimo de Europa.

La lucha entre estos dos sistemas rivales ha durado ya alrededor de catorce siglos. Empezó con el advenimiento del Islam, en el siglo VII, y ha continuado virtualmente hasta el presente. Ha consistido en una larga serie de ataques y contraataques, yihads y cruzadas, conquistas y reconquistas. Durante los primeros mil años el Islam llevó la delantera y la cristiandad estuvo en retroceso y bajo amenaza. La nueva fe conquistó las antiguas regiones cristianas del Levante y de África del norte, invadió Europa y reinó un tiempo en Sicilia, España, Portugal e, incluso, en parte de Francia. El intento por parte de los cruzados de recuperar las tierras pérdidas de la cristiandad al este fue detenido y contrarrestado, e incluso la pérdida del sudoeste de Europa en la Reconquista se vio ampliamente recompensada por los avances islámicos al sudeste de Europa, que en dos ocasiones llegaron hasta Viena. En los últimos trescientos años, desde el fracaso del segundo sitio de Viena por parte de los turcos en 1683 y el ascenso de los imperios coloniales europeos en Asia y África, el Islam ha estado a la defensiva y la civilización cristiana y poscristiana de Europa y de sus hijas ha atraído al mundo entero, incluyendo el Islam, hacia su órbita.

Desde hace ya mucho tiempo ha habido una ola creciente de rebeldía contra este predominio occidental y un deseo de reafirmar los valores musulmanes y restaurar la grandeza del Islam. El musulmán ha pasado por etapas sucesivas de derrota. La primera fue su pérdida de dominio en el mundo frente al poder creciente de Rusia y Occidente. La segunda fue el debilitamiento de su autoridad en su propio país gracias a la invasión de ideas, leyes y modos de vida foráneos y a veces hasta de gobernantes o colonizadores extranjeros, y a la aceptación de elementos no musulmanes. La tercera —la gota que derramó el vaso— fue el desafío de su supremacía en su propia casa por parte de mujeres emancipadas e hijos rebeldes. Era pedir demasiado, y el estallido de ira ante estas fuerzas ajenas, impías e incomprensibles que subvirtieron su dominio, desordenaron su sociedad

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