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ATRAPADO EN UN SUEÑO


Enviado por   •  18 de Octubre de 2022  •  Trabajos  •  946 Palabras (4 Páginas)  •  72 Visitas

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Juan Ignacio Suárez Pepe – Tomás Del Frate – Ezequiel Guaragnini

ATRAPADO EN UN SUEÑO

¿Alguno se acuerda de esa ciudad abandonada? ¿De la que no se sabe mucho aunque mucho suceda en ella? En esa ciudad, solía vivir Sebastián. Era un hombre alto y fornido, parecido al padre que siempre quiso tener. Era un chico tímido e introvertido, ya que luego de fallecer su madre, vivió en soledad en la misma vieja casa, sin remodelarla ni cambiar nada. Esta casa era muy antigua, de techos altos y habitaciones oscuras, las persianas siempre bajas y la mínima iluminación posible. Todas las habitaciones daban al patio interno, donde alguna vez la pérgola había estado llena de flores, de las que hoy solo quedan algunas pocas marchitadas y macetas vacías. Los muebles de hierro del patio, donde solían pasar él y su madre las tardes haciendo las tareas de la escuela, estaban ya oxidados y sin uso. Desde que su madre no está, pocas veces Sebastián regresaba a ese lugar. La escalera a la terraza ya hacía tiempo que no llevaba a ningún lado. La poca y única luz que se veía era la del velador de la sala principal, donde Sebastián pasaba sus días sumergido en libros y pensamientos. Como no acostumbraba a salir de su casa más que para lo justo y necesario, se lo veía siempre con sus pantalones de jean anchos y sucios, su remera blanca, ahora amarillenta por los años, y zapatos viejos con las suelas gastadas. Pasaba la mayoría de sus ratos sentado, solo levantándose para cocinar, lo que hacía a una gran velocidad para poder estar sentado nuevamente.

En una de sus escasas salidas, se encontró con una hermosa mujer. Se llamaba Sofía. Era una alta mujer, de pelo castaño y ondulado. Era delgada y de ojos del mismo color que su cabello, con unos anteojos que los resaltaban. Vestía un vestido de seda beige largo hasta las rodillas y un collar dorado con un rubí en el centro. Esta muchacha miraba a Sebastián, lo que le extrañaba, ya que la gente solía evitar el contacto visual con él.

  • Deben ser mis ropas - se dijo Sebastián a sí mismo.

Esa noche cenó pensando en ella, quería recordar si iban juntos a la escuela o si se conocían de alguna manera. A la mañana siguiente, se despertó dudando si esa imagen había sido real o solo un sueño. No sabía si debía volver a salir para encontrarla o esperar al próximo día de compras. Sebastián mantenía siempre la misma rutina: iba los martes al almacén de Don Pedro, y los viernes a la panadería. Don Pedro lo conocía desde chico y era casi la única persona con la que hablaba. Él sabía que Sebastián estaba solo, por eso cada martes lo esperaba  para hablar con él y recordar los tiempos en los que Sebastián era un niño feliz. La panadera era una gran amiga de su madre, que todos los viernes le preparaba sus masitas preferidas. Sebastián esperaba ansioso la próxima salida para volver a ver a esa misteriosa mujer que había llamado su atención. Pensó muchas veces en salir antes del viernes, pero no se animó y decidió seguir con su rutina habitual. Finalmente llegó el viernes y salió por sus masitas. En cada esquina volteaba la mirada en busca de Sofía, y caminaba notablemente más despacio que lo habitual. Llegó a la panadería sin ver rastro de aquella mujer, y pensó que quizás solo la había imaginado. Al otro día se levanto inquieto, caminaba por los pasillos de esa casa oscura con nerviosismo y ansiedad. Se asomó por la ventana, mirando fijo a cada uno que pasaba, tratando de recordar su cara. Llegó el martes de la siguiente semana y volvió a salir. Creyó verla cerca de la farmacia del barrio, apuró el paso pero la perdió. Pasó todo noviembre pensando en ella, sin volver a verla. Por la noche hablaba con su madre entre sueños, contándole cómo ansiaba volver a verla. Desesperado, creyendo que hasta estaba enamorado de ella, pasó a ser su único pensamiento, casi una obsesión. Dejó de leer sus libros, dormía menos e interrumpidamente y salteaba sus comidas. Agotado mentalmente, una noche se quedó dormido en el sillón del living, con su único velador iluminando el cuarto. De repente, ella apareció y la sala se iluminó por completo. Su ropa ya no estaba tan sucia y descolorida, y de la pérgola asomaban las más hermosas flores.

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