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ArgenLeaks
Los cables de Wikileaks sobre la Argentina,
de la A a la Z
Santiago O’Donnell
ArgenLeaks
Los cables de Wikileaks sobre la Argentina,
de la A a la Z
Sudamericana
Edición en formato digital: agosto de 2011
© 2011, Ramdon House Mondadori S.A.
Humberto I 555, Buenos Aires.
Diseño de cubierta: Random House Mondadori, S.A.
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte,
ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación
de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico,
fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia
o cualquier otro, sin permiso previo por escrito de la editorial.
ISBN 978-950-07-3672-5
Conversión a formato digital: Newcomlab, S.L.
www.megustaleer.com.ar
O´Donnell, Santiago
ArgenLeaks. - 1a ed. - Buenos Aires : Sudamericana, 2011.
EBook. - (Investigación periodística)
ISBN 978-950-07-3672-5
1. Investigación Periodística. I. Título
CDD 070.4
A la memoria de Leonardo Néstor Tossi
9
Agradecimientos
A Página/12 y Ernesto Tiffenberg por el lugar, la oportunidad
y el pasaje a Londres. A Horacio Verbitsky por la
recomendación. A mis compañeros del diario.
A Florencia Ure por los genes, a Marcelo Panozzo por
el título, a Martín Becerra por Lima, a Lucía Baragli por el
Sheraton y a Pablo Avelluto por la Cunnington con limón.
A Ramón Stocovaz y José O’Donnell por el aguante.
A mis padres Teresa Emery y Guillermo O’Donnell, y
a Hortensia Correa. A mi tía, Carmen Celia.
A mis hermanos Matías, Ignacio, María y Julia O’Donnell,
Francisca Araya, Federico Huber y Leonardo Pereira.
A los Ángeles de la Colina.
A Mónica Cuñarro por el C3, a Javier Badaracco por el
programita y a Rocío de Elía Peralta Ramos por la pastelería.
A María Cecilia Rojo Batch por el discreto encanto de
su compañía.
Diferentes versiones de Julian, Cargill, Das Neves, Duhalde,
Falklands, Garré, Hezbolá, Irán, Jaque, Kristinn, Macri, Menem,
Minas, Monsanto, Openleaks, Piqueteros, Sanz y Yabrán fueron
publicadas en el diario Página/12.
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0.1 | Prólogo
Wikileaks y las zonas erróneas
del periodismo y la política
Martín Becerra1
En la megafi ltración de Wikileaks están presentes los clásicos
factores que en la práctica periodística dotan a los
hechos de la jerarquía de lo noticiable: el caso refi ere al
gobierno más poderoso del planeta pero al mismo tiempo
involucra a los políticos y gobernantes locales de casi
todos los países incluyendo por supuesto a la Argentina,
proveyéndole así el imprescindible ingrediente de localía
que reclaman los manuales de la noticia; combina pasado y
presente, aludiendo a hechos de la historia reciente que, en
muchos casos, repercuten en la actualidad; amenaza con socavar
los cimientos de algunas viejas certezas del ofi cio periodístico,
como la necesidad de intermediación profesional
para la difusión de noticias, pero no alcanza a quebrarlas;
remite ingeniosamente al imaginario tecnológico digital,
con su secuela fetichista que consiste en proyectar sobre la
sociedad el funcionamiento reticular de Internet, como si
la comunidad fuese una auténtica “sociedad-red”; repone
desde un lugar novedoso la compleja discusión sobre el rol
1 Profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes y de
la Universidad de Buenos Aires e investigador independiente en el
CONICET. Es doctor en Ciencias de la Comunicación por la Universidad
Autónoma de Barcelona.
12
de los grandes grupos de comunicación, sus diversos intereses
económicos y sus sesgos y juicios editoriales. Como si
todo esto fuera poco, el caso se complementa con la trama
judicial por el pedido de extradición de Suecia hacia Gran
Bretaña del líder de Wikileaks, Julian Assange.
Santiago O’Donnell es el único periodista argentino que
ha tenido contacto personal con Assange y es uno de los
pocos que tuvo acceso directo a los 2.510 cables de la megafi
ltración que hablan de la Argentina. Estos 2.510 cables
representan sólo el 1% de la base de datos del escándalo,
indicador éste que refi ere a la valoración de la importancia
geopolítica argentina por parte de la diplomacia estadounidense.
Aunque la propagación de los “papeles del Departamento
de Estado” por parte de Wikileaks comenzó en noviembre
de 2010 y tuvo amplia repercusión en los medios
masivos, la información publicada en este libro es, en buena
medida, inédita. Si bien Santiago O’Donnell es autor de
varias notas publicadas en Página/12, lo cierto es que el
ambiente de polarización política que afecta al sistema de
medios argentino ha imposibilitado la difusión de información
clave porque resulta inconveniente para algunos de los
intereses en pugna. El silencio de las empresas periodísticas
argentinas frente a algunos de los cables aquí publicados se
añade a los ingredientes de interés que trae Wikileaks.
Ministros y ex ministros del gobierno argentino, líderes
de la oposición política, referentes religiosos, jueces, empresarios
y columnistas políticos de los diarios más leídos
asumen en sus contactos con la embajada una faceta que
contrasta con sus apariciones públicas. Algunos de estos
casos fueron divulgados y ahondaron el conocimiento sobre
las confi dencias hechas a los diplomáticos estadounidenses
por Sergio Massa o Mauricio Macri, por ejemplo. Pero otros
cables que involucran a funcionarios más encumbrados y
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menos conocidos, como Carlos Zannini, hasta ahora fueron
eludidos por la difusión de los principales medios locales.
Este libro revela las zonas erróneas de la estrategia de
difusión planifi cada por los cerebros informáticos y periodísticos
de la organización Wikileaks y por los medios masivos
que operaron como difusores. La alianza establecida
entre Wikileaks y el sistema de medios tradicional explica,
en parte, la existencia de esas zonas erróneas. La megafi ltración
ha demostrado que el mundo digital, previsto como
relevo de los medios tradicionales, necesita nutrirse de la
credibilidad y el ofi cio editorial de los grandes periódicos
para alcanzar impacto público. Pero la alianza entre lo viejo
y lo nuevo, atravesada de intereses corporativos, no es
serena. En efecto, para dar a conocer los papeles del Departamento
de Estado, Wikileaks se asoció con cinco de las
principales corporaciones periodísticas del mundo, todas
con sede en países centrales (otro indicador del “conventillo
global”, expresado en su desigual geografía), que editan
diarios líderes escritos en cuatro idiomas (The New York
Times, The Guardian, Der Spiegel, Le Monde y El País).
La asociación con estos diarios permitió a Wikileaks
maximizar la difusión de la megafi ltración a niveles que no
hubieran tenido lugar sin la transferencia de prestigio editorial,
ofi cio periodístico y credibilidad en la comunidad de
profesionales y lectores que reprodujeron en otros medios
la información. Así, pues, en lugar de reemplazo tecnológico,
fue la colaboración entre el uso de Internet, como sinónimo
de la velocidad y de manejo de gigantescos volúmenes
de datos, y los viejos medios, con sus competencias editoras
y sus rutinas secuenciales, lo que se conjugó como estrategia
de alto impacto. La asociación entre Wikileaks y los
cinco grandes diarios podría leerse como un peculiar pacto
fáustico en el que lo viejo y lo nuevo se alternan en el rol de
Fausto y de Mefi stófeles y los dos creen compensar con los
14
benefi cios del pacto sus riesgos. En la versión de Assange
la asociación permitió desplegar una estrategia promocional
sin mácula para el alma de su ONG, necesitada de una
cobertura institucional mayor dada la magnitud de los documentos
a difundir; para los diarios, se trató de reponer el
lugar de la edición periodística para ordenar el desconcierto
que promueven los torrentes de bytes digitales.
Corresponde decir que la tarea de ambas partes (Wikileaks
y las empresas periodísticas que editaron y difundieron
los cables) fue facilitada por la óptima factura estilística
de muchos de los cables, con lo que la diplomacia
estadouni dense, vapuleada por su insegura red de comunicación
interna, exhibe gracias a la fi ltración competencias
como capacidad de síntesis, identifi cación de fuentes, fi na
ironía y sufi ciencia redactora; cualidades que no son tan
frecuentes, por ejemplo, en el campo del periodismo.
En febrero de 2011 la luna de miel entre Assange y sus
primeros socios mediáticos se terminó. La causa de la ruptura
revela hasta qué punto las viejas industrias culturales,
como en la fábula del escorpión y la rana, llevan en
“su naturaleza” la traición de sus ídolos cuando resulta
un buen negocio priorizar la venta de “su” historia, aun
cuando ésta incluya la divulgación de cuestiones agraviantes
para el personaje. El Guardian Media Group, editor de
The Guardian, anunció la publicación del libro Wikileaks.
Julian Assange’s War on Secrecy, que ventila discusiones
entre el hacker y los editores de The Guardian y describe a
un Assange vacilante entre convertirse en un luchador por
la libertad de información o en un delincuente sexual. Tras
el anuncio del libro, Assange rompió el acuerdo de exclusividad
con The Guardian y, despechado, cerró trato con
el conservador Daily Telegraph. Por supuesto, la temprana
ruptura de la sociedad no sólo ilustra sobre la “naturaleza”
de las industrias culturales, sino que se convierte en toda
15
una moraleja acerca de qué tan consecuente con los principios
políticos puede ser el discurso de la transparencia
metaideológica.
Wikileaks precisó aliarse con las mencionadas cinco corporaciones
periodísticas y esta alianza —demostrativa de
las limitaciones que tiene todavía Internet para imponerse
como escenario de proyección noticiosa— tuvo costo en la
independencia editorial. Un ejemplo evidente fue la selección
de cables que presentó en los primeros diez días de la
megafi ltración el diario español El País (Grupo Prisa). Los
cinco primeros socios de Wikileaks, los reemplazos que
fueron hallando entre su competencia, así como su réplica
por parte de muchos otros medios de comunicación, operaron
como gatekeepers que ampliaron y resignifi caron, en
un mismo movimiento, el impacto de la megafi ltración. En
el caso argentino, el sesgo editorial se combinó, como se
dijo, con la polarización del campo periodístico, mediático
y político en general.
Esta polarización se profundizó a partir de marzo de
2008 (inicio de la “crisis del campo”) pero este libro de Santiago
O’Donnell, en sus dos artículos sobre Clarín, aporta
elementos hasta hoy desconocidos en el debate público sobre
el inicio del distanciamiento entre el gobierno de Néstor
Kirchner (concesivo con el multimedios al que habilitó
entre 2003 y 2007 niveles de concentración mayores a los
registrados al inicio de su mandato) y el Grupo Clarín.
Ejemplo de la polarización política y mediática argentina
es el antagonismo entre La Nación y Página/12, los
dos mejores productos del periodismo con opinión de la
Argentina, por capturar los cables y sobre todo, por editarlos.
Este antagonismo y su edición, reveladora no sólo
de las posiciones dicotómicas sino también del carácter de
constructo que la noción de “diversidad de fuentes” y “pluralismo”
tiene en la versión de cada una de las dos empresas
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periodísticas, es atenuado por la decisión de Página/12 y de
La Nación de suministrar, a quienes se interesan por el caso,
una versión literal de los cables diplomáticos difundidos en
sus portales digitales.
Diario sobre diarios (Dsd, www.diariosobrediarios.com.
ar), el principal sitio de análisis cotidiano sobre los contenidos
de los periódicos argentinos, clasifi có como “partidización
de la agenda” al comportamiento editorial de las empresas
de comunicación, al advertir que los medios acceden
al mismo material de base (los papeles del Departamento
de Estado) y que su edición es absolutamente incongruente.
Para Dsd, “una de las características de la partidización
entre algunos diarios (cuando éstos se comportan como
partidos políticos) es que cada uno elige de cada hecho la
información o el enfoque funcional a su posicionamiento
político-editorial […] Clarín y La Nación han privilegiado
los que son adversos al gobierno nacional (y que levantaron
del diario español El País), mientras que Página/12 (que
tiene un acuerdo con la organización de Julian Assange) ha
priorizado los favorables al Ejecutivo (o adversos a opositores).
Como ni los dos primeros se hicieron eco en los
últimos días de la información de Página/12 y éste tampoco
consignó la difundida por El País, el lector debió recurrir
al menos a tres diarios para tener un panorama completo
de los cables desclasifi cados”.
En realidad, este libro relativiza la observación de Dsd,
ya que contiene información que ni El País, ni Página/12
ni La Nación publicaron hasta ahora y que resulta medular
para comprender no sólo la lógica editorial de esas empresas
sino, fundamentalmente, el tipo de vínculos que la
dirigencia política, empresarial, religiosa y mediática argentina
sostiene con los representantes diplomáticos de los
Estados Unidos. Es decir que no bastaba con leer esos tres
importantes diarios para acceder a la información de la me17
gafi ltración. El acceso a la información tiene en este libro,
pues, una contribución decisiva. Si una organización con
asiento en Internet (Wikileaks) precisa ampliar la difusión
de la megafi ltración por medio de algunos de los principales
diarios para superar las limitaciones del medio digital, en el
caso argentino resulta necesario editar un libro para sortear
los condicionamientos del sistema de medios masivos.
Por otro lado, Wikileaks permite mejorar la comprensión
sobre la relación circular que existe entre medios de
comunicación, periodismo y política. Los medios de comunicación,
los periodistas y los políticos actúan en este
caso como fuentes y recolectores de información indistintamente,
generando una endogamia articulada pero carente
de dispositivos efi caces de validación de la información de
la que se nutren. Algunos cables referidos a los contactos
entre la embajada de los Estados Unidos y algunas de las
estrellas periodísticas vernáculas confi rman esa circularidad
y autorizan una lectura documentada sobre sus vicios endogámicos.
Reviste importancia la difusión que realiza Santiago
O’Donnell de las reuniones de Joaquín Morales Solá,
Eduardo van der Kooy o Jorge Lanata con la embajada.
El mérito de O’Donnell no es estrictamente periodístico.
Además de cumplir con rigor profesional su labor, el autor
es consciente de la contrariedad que la edición del presente
libro causará en la polarizada escena mediática y política
argentina. Allí donde otros periodistas aceptan esa polarización
como inexorable determinación de su práctica, Santiago
O’Donnell se resiste a reverenciarla. Las páginas que
siguen dan testimonio, infrecuente en los días que corren,
de que la vocación informativa del periodismo puede trascender
el cálculo sobre quién capitalizará la noticia.
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0.2 | Introducción
No me lo digas, mostrámelo.
Bella Stumbo
Los Wikileaks nacieron de un choreo. De un tipo que
hoy está en la cárcel y la está pasando muy mal, el soldado
Bradley Manning. Dicen que su único ejercicio es
caminar en una habitación vacía. Lo del choreo no está
probado, pero parece que saben que fue él y pueden demostrarlo,
aunque no pueden sacarle a quién le pasó la
merca. Los documentos sustraídos son cientos de miles de
cables, correo militar de las guerras de Irak y Afganistán
y despachos diplomáticos de todo el mundo del gobierno
estadounidense. Millones de empleados públicos como el
soldado Manning podían acceder a ellos desde sus computadoras.
Llegaron a un tipo que maneja un sitio seguro
para hackers llamado Wikileaks, que se encargó de difundirlos
por el mundo.
Cuando conocí a Julian Assange, fundador del sitio, en
un castillo inglés, lo que más le preocupaba era que no publicara
nada que pudiera perjudicar a Manning. Nada que
pudiera usarse en una corte estadounidense para demostrar
que la información supuestamente sustraída por Manning
había puesto en peligro la vida de alguien en la Argentina.
Assange no me lo dijo, pero me dio a entender que Manning
era el primer mártir de la causa, llámese revolución,
ideología, nueva forma de comunicar, ciberposperiodismo.
Hablamos, tomamos café y su ayudante me mostró un do20
cumento para publicar Wikileaks en Página/12. Llamé al
diario, fi rmó, fi rmé, dos copias, una para cada uno.
Era mi primer viaje a Europa pero no podía pasear con
los documentos. Aunque después me di cuenta de que podría
haber googleado el lugar, o seguido la huella de los
paparazzi, el viaje había sido una película de espías. Llegué
siguiendo instrucciones trianguladas por teléfono desde un
país sudamericano por un miembro de la organización, que
a su vez se comunicaba vía chat encriptado con la gente del
castillo.
Me entregaron un pendrive, me dijeron que la clave para
abrir los archivos me la darían en Buenos Aires. Me dejaron
en la estación de Beccles media hora antes de que pasara el
último tren. Esa noche, mi única noche en Europa, no quise
salir para no toparme con ninguna espía. Pasé la noche en
un hotel de Londres durmiendo con el pendrive en el bolsillo,
por las dudas, para que no entre nadie en el cuarto y me
lo reemplace cuando me ganara el sueño. Al día siguiente
paseé por el Támesis con el pendrive en el bolsillo, me tomé
un tren y volví a Buenos Aires. Cuando me llegó la clave
y los pude abrir no lo podía creer. Dos mil quinientos diez
cables partiendo de o con destino a la embajada estadounidense
de Buenos Aires, todos ordenaditos en planillas de
Excel.
Es cierto, los cables están llenos de chismes, recortes de
diarios e historias archiconocidas. Sólo dicen lo que cuenta
un montón de gente que piensa de determinada manera.
Pero no hay duda de que son reales. Además, son verosímiles
en tanto que la gente que aparece en ellos, al no
pensar que está hablando en público, tiene menos razones
para mentir.
Cinco meses después de empezar a leerlos puedo decir
que los Wikileaks están manchados desde su origen, por
más que venerables instituciones del periodismo como
21
The New York Times, The Guardian, Le Monde, El País,
La Jornada, Página/12 o Editorial Sudamericana los hayan
pasado por el Lave-Rap de la credibilidad y la respetabilidad.
Manchan a los estadounidenses, y a los argentinos. A
quienes los chorean, a quienes los reparten, a quienes los
escriben, a quienes los editan, a quienes los publican y a
quienes los leen. ¿Querés saber lo que dicen los poderosos
entre cuatro paredes en la sede local del país más poderoso
del mundo? Bancatelá. Ya cruzaste la línea.
23
1.0 | Julian
Entramos por la puerta de atrás, por la cocina, en la mansión
donde vive Julian Assange, una tarde de enero helada
y gris, a eso de las cinco y media de la tarde.
Ni sirvientas ni mayordomos en Ellingham Hall, la edifi
cación georgiana construida en el siglo XVIII que sirve
de guarida al fundador de Wikileaks. Lo primero que se ve
es un par de empleadas de la organización preparando una
tarta sobre una larga mesada frente a un ventanal mientras
dos chicos, en uniforme escolar, toman la leche junto con
su niñera alrededor de una mesa redonda. Son los hijos de
los dueños de casa, el adinerado periodista Vaughan Smith
y su esposa Pranvera.
La cocina da paso a un salón amplio y despojado, con
paredes altas de tonos oscuros en las que cuelgan grandes
óleos con antepasados ilustres, como en las películas. De
muebles, poco y nada. Un par de sillones mullidos tapizados
en tela negra, algunas sillas, una repisa de madera
tallada que sostiene dos o tres candelabros rústicos, plateados
y vacíos. Frente a una gran ventana que da al jardín,
por donde se fi ltra un resto de luz, otras dos empleadas de
Wikileaks trabajan en sus laptops, sentadas a una mesa de
comedor para unas quince personas.
Assange está en un salón contiguo al nuestro. Sabe de la
visita pero no puede ser molestado. Pasa horas en ese cuar24
to, trabajando en su computadora y durmiendo en el sofá.
Sale de la mansión sólo una vez por día para presentarse
en la comisaría local y cumplir con el acuerdo de libertad
condicional que fi rmó al salir de la cárcel bajo fi anza tras
ser detenido en Londres en diciembre pasado. Había sido
arrestado a pedido de Suecia por dos acusaciones de abuso
sexual.
Según las denunciantes, los presuntos crímenes habían
ocurrido durante relaciones consensuadas que Assange insistió
en continuar sin protección profi láctica, algo que en
Suecia está penado por la ley. Las mujeres que lo acusaron
dijeron que no se conocían entre sí previamente pero que
a raíz de lo sucedido entraron en contacto y decidieron
presentarse juntas ante la Justicia. Assange jura que todo
es una maniobra de los Estados Unidos para extraditarlo
a ese país. El fi scal general estadounidense confi rmó que
lo está investigando por presunto espionaje pero todavía
no lo ha acusado. En los cinco años de existencia de Wikileaks,
el sitio difundió más de un cuarto de millón de documentos
secretos, casi todos de los Estados Unidos. El
fi scal general lo quiere procesar pero no la tiene fácil: en
ese país es un crimen robar documentos pero no es un
crimen publicarlos.
De repente se abre la puerta y aparece. Tiene cara de
sueño y la ropa arrugada: lleva traje azul, camisa celeste,
zapatos negros. Es alto, fl aco, bien rubio y parece más joven
que sus 39 años. Sólo le falta la mochila con la laptop
para completar el cliché del guerrillero cibernético del siglo
XXI.
El viaje había sido largo. Me ofrece un café. Se va. Al rato
reaparece con un plato de galletitas caseras de limón. Lo
deja en la mesa y se desliza hacia su cuarto. Al rato vuelve a
salir, pasa a la cocina y vuelve con dos tazas de café. Atiende
su celular. Vuelve a irse al otro cuarto; vuelve a salir. Apa25
rece y desaparece casi en silencio, inesperadamente, como
un fantasma.
Está claro que desconfía de los periodistas, que guarda
distancia con ellos. Sabe que los necesita pero no le gusta
que se acerquen. Acaba de romper relaciones con The New
York Times y The Guardian después de que ambos diarios
publicaran perfi les de Assange que lo dejaban en ridículo.
Lo describían como un neurótico autoritario con delirios
de persecución, un fugitivo con las horas contadas. Se trata
de los mismos diarios que se cansaron de vender tapas con
las primicias de Wikileaks. Yo no lo veo tan terminado. Lo
veo a full, yendo y viniendo.
Cuesta atraer su atención pero se detiene un momento
si uno habla de él. Le cuento que me impresionó la popularidad
que había ganado en Europa mientras que en los
Estados Unidos era tan criticado y en América latina era
prácticamente un desconocido. Le digo que me gustaría
contar su historia. Menciono una columna de opinión de
El País de España que había leído en el avión y que lo presenta
como el nuevo ícono revolucionario. El artículo dice
que miles de jóvenes ya se visten y se peinan como él y que
Hollywood ha copiado su estética.
Assange no parece muy impresionado pero al menos está
escuchando. Entonces le digo: “El Che Guevara estaba en
la selva y usaba el fusil, el subcomandante Marcos estaba
en la selva pero usaba la computadora, y ahora venís vos y
usás la computadora pero ya no estás en la selva”.
Lo hago sonrojar un poco. “Soy consciente de ese lugar
que ocupo”, me contesta en voz baja, casi como un susurro.
Comento que mucha gente está esperando su próxima
jugada y le pregunto si es verdad que va a publicar información
sobre un banco estadounidense, como le había adelantado
al Times de Londres.
“Uy, cometí el error de mencionarlo una vez y ahora
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todos me preguntan. Algo vamos a hacer, pero no quiero
adelantar nuestras movidas”, dice.
“Tanto no te equivocaste porque todo el mundo habla
de eso”, contesto.
“Puede ser”, dice ensayando una media sonrisa mientras
emprende otra retirada a su habitación, donde se escuchan
nuevas voces. Al rato pasa otra vez, ahora camino a la cocina,
cargando dos cartones con huevos. Lo miro y sonríe.
Parece contento. Cuando vuelve a pasar lo intercepto con
más preguntas.
“¿Estás convencido de que la causa en Suecia (por presuntos
delitos sexuales) fue armada por los Estados Unidos?”
“No tengo ninguna duda. El Pentágono es capaz de cualquier
cosa. Fijate los cables y te das cuenta. Si mandan a
matar a un ministro en Zimbabwe, ¿cómo no van a tratar
de hacerlo conmigo?”
Se refería al ministro de Comercio e Industria del “gobierno
de unidad” zimbabwense, Welshman Ncube. Según
un wikicable, el embajador estadounidense en Harare había
escrito que era “una fi gura divisiva y destructiva dentro
de la oposición” y había recomendado que “lo saquen de
escena”. A Ncube la revelación no le cayó bien. Dijo que
podría ganar o perder elecciones pero que siempre seguiría
en política y que la única manera de “sacarlo” era matándolo,
por lo que él interpretaba que el embajador había
ordenado su asesinato. Mi pregunta sobre el caso judicial
había incomodado a Assange. Enseguida aclara que no puede
hablar más del tema por consejo de sus abogados, y se
retira a su cuarto.
Al rato salgo a fumar un cigarrillo. Al volver lo encuentro
cuchicheando y sonriendo con dos colaboradoras. Les
pregunto de qué hablan. Me contesta él.
“¿Viste cuando salís con una chica y a los diez minutos
te das cuenta de que la cosa no va pero ya te clavaste para
27
toda la noche? Bueno, eso me pasa con los australianos que
están en el otro cuarto. A los cinco minutos de empezar a
hablar me di cuenta de que la cosa no va, pero se vinieron
desde Australia para verme, y no puedo no escucharlos”. Se
ve que le gusta jugar con fuego. Comenta que está apurado
porque tiene que presentarse en la comisaría y se le está
haciendo tarde. Le pregunto si lo puedo acompañar y me
contesta con un “no” rotundo.
“Quiero escribir sobre vos”, le repito. “Para explicar lo
que estás haciendo tengo que hacerlo a través de tu personaje,
así le llega a más gente.”
Apenas sonríe mientras sacude su cabeza en señal negativa
“Mi vida no es importante, lo que importa es lo que
hago y lo que digo”, contesta.
Lo que hace es difundir información secreta robada. Lo
que dice en sus últimas entrevistas es que ha desarrollado
la teoría de lo que él llama “periodismo científi co”; esto
es, periodismo que va acompañado por la documentación
correspondiente para que los lectores puedan corroborar
por sí mismos, objetivamente, si el periodista está diciendo
la verdad. Sus críticos señalan que el periodismo siempre se
valió de documentos, y mucho más desde que estalló Internet.
Assange también viene hablando de la idea de “gobierno
transparente”, un gobierno que pone todos sus actos
en la red y así evita fi ltraciones de hackers como Assange.
El año pasado Canadá y Gran Bretaña presentaron distintas
iniciativas de gobierno transparente pero hasta ahora
no han hecho mucho más que anunciarlas. Otro tema que
interesa a Assange es la propagación de información. Habiendo
estudiado física y matemática en la Universidad de
Melbourne, Assange aplica principios de esas ciencias para
estudiar el impacto multiplicador de los medios de comunicación.
Pero todo eso ya salió en los diarios. Lo mismo
que su intrincada arquitectura informática para evitar que
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el gobierno de los Estados Unidos prohíba sus operaciones.
Y su contrato millonario para escribir un libro, con el que
le paga a sus abogados. Y su tormentosa relación con los
principales diarios del mundo. Ni hablar de las historias
que se escribieron a partir de los documentos fi ltrados.
Agarro una galletita de limón y se la muestro. “Quiero
escribir acerca de esto”, le digo.
Se queda pensando. “Lo que podemos hacer es una entrevista
por teléfono”, me contesta fi nalmente. “Podemos
hablar de la misión de Wikileaks y de la importancia de
Wikileaks para la Argentina. Llamá a tu contacto y pedile
mi número porque lo cambio todas las semanas.”
Salgo a fumar otro pucho, me pierdo y aparezco sin querer
en el cuarto de Assange. Al igual que el otro cuarto, éste
también es oscuro y despojado, con un ventanal que da al
jardín y una laptop sobre la mesa. Me doy cuenta de que
me equivoqué recién cuando veo la chimenea encendida,
justo cuando aparece una empleada de Wikileaks y me saca
presurosa, mientras Assange va entrando por la otra puerta.
Llega la hora de tomar el tren de las ocho y me avisan
que mi visita está terminada. Pregunto si me puedo despedir
de Assange y al rato aparece. Me acompaña hasta la
puerta de la cocina.
“Tené cuidado. Este lugar está lleno de espías”, me advierte
mientras me ofrece su mano, suave y fría. Las mismas
dos empleadas que me fueron a buscar me llevan de vuelta
a la estación ferroviaria de Beccles, un pueblito distante de
Ellington Hall unos cinco minutos en auto. Faltan quince
minutos para que llegue el tren y 190 kilómetros para llegar
a Londres. La estación está cerrada y el andén, vacío.
Medianoche en Londres. Alquilo un cuarto en Paddington
y prendo el televisor. Acaba de empezar la revolución
egipcia. La BBC entrevista a Bill Keller, editor ejecutivo
de The New York Times. “En tanto los documentos que
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publicamos sobre Túnez fueron decisivos en la caída de
Ben Alí y los egipcios declararon que su inspiración fue la
revuelta de Túnez, podría decise que los cables de Wikileaks
han tenido una incidencia fundamental sobre lo que está
pasando en el mundo árabe”, declara.
Assange ha proclamado muchas veces que su objetivo es
usar la transparencia para corregir injusticias. Podrá tener
la horas contadas, como dicen algunos, pero mientras tanto
no le va tan mal.
...