Autoridad Y Dominación
jesusito8425 de Octubre de 2013
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ÍNDICE
I. Autoridad y poder. Concepto y diferenciación
II. El ejercicio de la autoridad
III. La autoridad en la educación
IV. Autoridad vs. Autoritarismo
V. Teoría de la dominación
VI. Relación social de dominación
VII. Dominación legítima
VIII. Los Tipos de Dominación.
INTRODUCCION
La autoridad y la dominación son temas principales del siguiente trabajo de investigación, la autoridad visto como tema en donde se aprecia cómo se puede acrecentar algo, en el sentido de la opresión hacia las demás personas, con la autoridad que una persona tiene, para hacer algo, a veces, se le desborda de las manos y esa autoridad como le lleva cometer actos de autoritarismo y de imposición de ideas en las demás personas, en tema de la dominación un tema que habla no sobre la subyugación de personas, no le demos ese sentido, debemos de ser lo suficiente cautos para no dominar a nadie o subyugar a alguien.
I. AUTORIDAD Y PODER. CONCEPTO Y DIFERENCIACIÓN
Si acudimos al diccionario de la lengua, la autoridad tiene los siguientes significados Poder que gobierna o ejerce el mando, de hecho o de derecho.
• Potestad, facultad, legitimidad.
• Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia.
• Persona que ejerce o posee cualquier clases de autoridad.”
El poder tiene una doble acepción:
“Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo. Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo.”
“Dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo. Gobierno de un país. Fuerza, vigor, capacidad, posibilidad, poderío. Suprema potestad rectora y coactiva del Estado.”
Como se puede apreciar, en el concepto de autoridad aparece implícito el poder, la potestad de hacer, aunque también aparece referida a la persona que la ejerce y, como matiz, también se refiere a un carácter moral, como prestigio o crédito de la persona o institución; el poder se contempla desde una doble naturaleza: como verbo, como la capacidad y la posibilidad de hacer; como sustantivo, aparecen todos los matices del mando y el imperio en su sentido personal y político, incluyendo el matiz coactivo del poder por encima de la voluntad del sometido. Como veremos, el concepto de autoridad se ha desvirtuado algo del sentido con el cual nació.
El concepto de autoridad, en latín, deriva del verbo augere, que significa aumentar, hacer crecer; autoridad sería, pues, aquello que nos ayuda a crecer. Apareció en Roma como opuesto al de poder (potestas). El poder es un hecho real: una voluntad se impone a otra por el ejercicio de la fuerza. En cambio, la autoridad está unida a la legitimidad, dignidad, calidad, excelencia de una institución o de una persona.
El poder no tiene por qué contar con el súbdito, le coacciona sin más, y el miedo es el sentimiento adecuado a esta relación. En cambio, la autoridad tiene que despertar respeto, y esto implica una aceptación, una evaluación del mérito, una capacidad de admirar, en quien reconoce la autoridad. Una muchedumbre encanallada sería incapaz de respetar nada. Es desde el respeto desde donde se debe definir la autoridad, que no es otra cosa que la cualidad capaz de fundarlo. El respeto a la autoridad instaura una relación fundada en la excelencia de los dos miembros que la componen: quien ejerce la autoridad y quien la acepta como tal.
Desde la perspectiva católica, se entiende como una determinación en la naturaleza social humana y como un principio bíblico, en cuanto delegación establecida por Dios; incluso como el derecho delegado para la investidura del pastor e indispensable para una organización eclesial pero requiriendo normas y leyes, que permiten a un líder dar un orden adecuado y se dé un funciona.
El sentido que Cristo le da a la autoridad queda bien claro en los siguientes versículos del Evangelio: "Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No será así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos"(Mt. 20, 25-27) Vemos pues, que Cristo define su autoridad en términos de servicio y no de mando.
Max Weber afirma que cuando se entiende la autoridad “como dominación, es la probabilidad de encontrar obediencia dentro del grupo determinado para mandatos específicos”. Afirma que en el caso concreto esta dominación ("autoridad") en el sentido indicado, “puede descansar en los más diversos motivos de sumisión, que se dan por habituación o por arreglos afines. La obediencia es esencial para que se ejerza la autoridad”. Habla de tres tipos de autoridad: la carismática, la legal y la tradicional.
II. EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD
La convivencia entre humanos exige reglas. Toda sociedad demanda, para su viabilidad armónica, una normativa. Y cuanto más numerosa e intensa sea esa convivencia, tanto más amplios y polifacéticos serán los ámbitos que habrán de requerir ser reglamentados. A su vez, la aplicación efectiva de tales disposiciones exige que éstas sean vistas y tenidas, de manera generalizada, como de obligado cumplimiento. Así, a modo de principio, no cabe sentirse miembro de una sociedad y tenerse, no obstante, por exento de cumplir sus normas o como desafecto radical a las mismas. Antes o después, quien tal pretenda se encontrará necesariamente con el dispositivo coactivo que la comunidad genera como salvaguardia de su coexistencia pacífica y de sus normas.
El ejercicio de la autoridad es en sí, por lo tanto, facultad y función ineludible en toda convivencia en sociedad, que ésta habrá de realizar, según los casos, bien por sí misma, mediante presión colectiva, o por institución delegada. Su ausencia o quiebra entraña anarquía. Lógicamente, tal ejercicio coercitivo habrá de adoptar en la práctica una gran diversidad de modalidades, según sean el carácter, constitución y fines de cada sociedad concreta. No será igual ni tendrá el mismo objetivo dicho ejercicio, por ejemplo, en una sociedad benéfica, en una empresa industrial o comercial, en el seno de una organización religiosa o militar, o en el ámbito de un Estado. Su entidad, límites, procedimientos y medios serán muy distintos en unos u otros casos. También lo serán según sea la “institucionalización” política, económica, religiosa o simplemente estatutaria que se haya dado o le haya sido impuesta a cada sociedad.
La autoridad es, ante todo, una cualidad de las personas, basada en el mérito propio. A ella se refería el emperador Augusto en una frase famosa: «Pude hacer esas cosas porque, aunque tenía el mismo poder que mis iguales, tenía más autoridad». Sin embargo, por extensión, se aplica a las instituciones especialmente importantes por su función social: el Estado, el sistema judicial, la escuela, la familia. En este caso, la autoridad no es el ejercicio del poder, sino el respeto suscitado por la dignidad de la función. Y esa dignidad obra de dos maneras diferentes.
En primer lugar, confiere autoridad a quienes forman parte de esa institución, para que puedan realizar sus tareas. Por ello, todos los jueces, padres o profesores merecen respeto «institucional». Pero, a su vez, esa dignidad conferida por el puesto, les obliga a merecerla y a obrar en consecuencia. Forma parte de su obligación profesional, podríamos decir”
Es notorio que el modo de ejercer la autoridad presenta, históricamente, una gran diversidad, dependiendo estrechamente en cada caso de la legitimidad y el ascendiente que tenga el poder como concepto y como realidad, así como también de los principios éticos y organizativos vigentes en cada época y en cada circunstancia social concreta. Sin duda, la autoridad no se ha ejercido del mismo modo en el ámbito de una monarquía absoluta o en una parlamentaria; en un régimen totalitario, en uno liberal censitario o en una democracia; en una economía esclavista, en una dirigida o en una de libre mercado; en un club deportivo, en una organización filantrópica o en un reformatorio; etc.
En el pasado han sido numerosos y diversos los sistemas que han asentado en la fuerza el mantenimiento en su seno del orden y de una armónica convivencia. Los frecuentes excesos represivos, al igual que el consabido recurso a la exclusión del inconformista y del diferente, como forma para aglutinar al resto de la masa social, han dejado patentes en todo tiempo niveles de intransigencia, dispares sin duda según las circunstancias de tiempo y cultura, pero siempre proclives a la aplicación intensiva de medidas disciplinarias, sanciones privativas de la libertad y coacciones más o menos arbitrarias.
En todos esos casos, a quienes ha incumbido el ejercicio de la autoridad, han actuado siempre sin asomo de autocuestionamiento, con inicial decisión y firmeza, y sin más coordenadas que las que les imponía su voluntad de eficacia.
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