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Cristianismo Y Revolucion

mutantis15 de Agosto de 2014

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Cristianismo y Revolución

Por Gustavo Morello

Universidad Católica de Córdoba (Argentina)

gmorello@campus1.uccor.edu.ar

El objetivo de este trabajo es analizar las relaciones que se dieron entre la Iglesia y la Izquierda, en Argentina, en la década de 1960. No se trató de un diálogo entre “instituciones” sino entre “culturas”, una religiosa y otra política, dentro de un contexto de modernización y conflicto. Entendemos que la cultura socio-vital de los ciudadanos —las aspiraciones, mentalidad y valores—, es la emisora de las demandas al sistema político. Las demandas de la cultura ciudadana y la sociedad civil de los ’60 tenían que ver con lo que podríamos llamar demandas de “izquierda”. Bajo el nombre un tanto amplio de “izquierdas” se agrupaban movimientos que, aplicando el análisis marxista, se plantean objetivos sociales emancipatorios: el intento de disminuir las injusticias, buscar la fraternidad, la rebelión contra la explotación, la dominación y el empobrecimiento.

Para abordar la perspectiva del actor católico en el proceso revolucionario argentino, trabajamos en torno a una revista, Cristianismo y Revolución, publicada en Buenos Aires entre setiembre de 1966 y septiembre de 1971. Su objetivo fue esclarecer el papel del cristiano en ese proceso.

Indagamos los presupuestos sobre los que se asentó el “diálogo” entre lo religioso y lo político, en qué contextos se dio, cuáles fueron sus objetivos, el modo en el que se hizo, y sus frutos eventuales.

Cristianismo y política

La pregunta clave para el análisis que nos proponemos realizar es qué papel jugó la fe en la acción revolucionaria del cristiano; y en qué medida la praxis revolucionaria del católico se nutrió de su fe. No se explica la praxis política de un cristiano que se asume como tal, si no se entiende el pensamiento que nutre esa praxis. En este sentido, las iglesias juegan un papel importante en la política, no sólo porque participan en la lucha por el poder, sino por su influencia en el pensamiento del ciudadano y en sus elecciones políticas. Sin una fundamentación desde la creencia religiosa, el análisis de la intención política queda incompleto.

Una influencia indiscutible en el núcleo ético-mítico de los latinoamericanos, es el cristianismo. El cristianismo de los ’60 en el continente no era fuga mundi, sino transformatio mundi: cuando un grupo religioso le pide a sus seguidores que den la vida por algo terrenal, lo religioso adquiere una dimensión política.

Parte de la utopía socialista en América Latina fue cristiana o muy influenciada por el relato cristiano. Este es, especialmente, el caso de Argentina. Por otra parte, para muchos cristianos de América Latina, la mejor creencia política fue el socialismo. Izquierda e Iglesia son movimientos de masa, predican la liberación de la esclavitud y la miseria. Lo ético fue la sustancia de la unidad política entre izquierda e Iglesia, lo que agrupó a amigos y enemigos. Cuando las guerras se plantean de tal modo que es impensable que un hombre con ideas morales no tome posturas, la neutralidad es despreciable.

Cabe preguntarse si el revolucionario cristiano actuó desde la institución o fue un marginal dentro de la misma. ¿Fue el suyo un proyecto político eclesiástico o al menos “alentado” por ciertas convicciones que se deducían de su fe?

El cambio en la conciencia cristiana: La reconciliación de la Iglesia con el mundo Letrán:

El “Pacto de Letrán”, febrero de 1929, por el cual la Iglesia Católica renuncia a reclamar los Estados Pontificios y se crea el Estado Ciudad del Vaticano, es un hito en el cambio institucional de la Iglesia del siglo XX. Redefinió sus relaciones con la sociedad ya que pasó de los intentos de restaurar la Cristiandad, a la convivencia política y la aceptación de la historia. Esto se manifestó en:

1. la convicción de que el Estado es una institución distinta de la Iglesia y no una concesión de esta. Más aún, se acepta que el Estado no es un instrumento de la misión de la Iglesia;

2. la aceptación de las reglas del juego político, si pretende mantener o reconquistar su “incidencia” en la res pública, debe atenerse a los modos de la organización del Estado Moderno;

3. esto empuja a la Iglesia a generar un laicado comprometido en el aliento a participar en los asuntos temporales, fomentar instituciones católicas en la vida civil, y hasta apadrinar partidos políticos. Se aceptó, de hecho, lo que se formulará durante el Vaticano II como “autonomía de las realidades terrenas”.

La Nouvelle Theólogie

Durante la década del cincuenta se gestó la Nouvelle Theólogie, una importantísima renovación teológica cristiana. Fue un movimiento de relectura de la tradición cristiana a la luz de los autores modernos. Se redescubre y revaloriza el pasado propio de la mano de pensadores ajenos. El desembarco de la Teología Nueva en América Latina se da con los seminaristas de todo el continente que cursaban sus estudios de filosofía y teología en Lovaina, Insbruck y París.

Una propuesta de este movimiento es revalorar el cristianismo primitivo, y proponer como un ideal, las comunidades de los cristianos del siglo I y II, en dónde se compartían los bienes, había una genuina preocupación por los pobres y atención a los problemas comunitarios, donde la coherencia de vida y la crítica al poder del Imperio los llevó a sufrir persecuciones. Esta nostalgia potenciaba un discurso de izquierda que proponía al “cristianismo primitivo” como sistema político. Volver a las comunidades cristianas originales era avanzar en la llegada del socialismo.

El fenómeno de la guerra hizo surgir nuevas “tecnologías” de praxis pastoral, litúrgica y social: un mundo en crisis necesita una praxis distinta, el nuevo mundo se construye con instrumentos nuevos. El ejemplo más destacado es el de los “Curas obreros” franceses.

El Vaticano II

El Concilio Vaticano II será el punto de culminante de todos estos cambios. De la lectura de sus textos se destaca la revalorización de lo humano. Si el hombre se salva siguiendo su recta conciencia, no hay necesidad “urgente” de bautizar o convertir a nadie. La generosidad de Dios libera del fanatismo.

La renovación teológica --manifiesta en el diálogo ecuménico, la defensa de la libertad de conciencia, y la reconciliación con el mundo moderno--, sumada a la convicción de que hay problemas estructurales complejos, frente a los que la caridad no basta, hace que sea posible, y más aún necesaria, la capacitación científica adecuada y la colaboración con otros hombres. En América Latina la “aplicación” del concilio a la realidad continental se hará en la Conferencia de Medellín, en 1968.

Repercusiones en América Latina

La participación destacada de los obispos del Tercer Mundo empujó a la Iglesia a conocer y reconocer los problemas de la injusticia, el subdesarrollo y el colonialismo. De esta manera, la Iglesia aprende a pensarse desde América Latina.

Esto coincide con lo que podríamos llamar el autodescubrimiento latinoamericano de los 1960. Da la impresión de que durante esa época, América Latina se ve distinta de occidente. No es Europa ni Estados Unidos, no es Rusia ni el Este. Y si bien se siente hermanada con el Asia y África, se sabe “hermana” y no “lo mismo”. En este descubrimiento de América, frente al encubrimiento de cinco siglos, participan los cristianos y los grupos de izquierda latinoamericanos.

Los cristianos tienen que actuar. Cuando el problema era coyuntural, como por ejemplo una persona con hambre, el católico actuaba puntualmente cumpliendo con el precepto religioso de dar de comer al hambriento. Pero cuando el problema es estructural, por ejemplo un sistema social injusto, la obligación moral del católico es actuar estructuralmente, transformando el orden social. Y muchos pensaron que el cambio pasaba por el socialismo.

El marxismo aparece como una praxis más eficaz, como un sistema alternativo que puede funcionar en el continente. Será demoníaco en Europa del Este, pero Cuba muestra que puede no serlo en América Latina. Además, la proliferación de los grupos de izquierda muestra que no todo el marxismo es “pro moscovita”.

La preocupación social de la Iglesia

Esta preocupación se remonta a León XIII y la Rerum Novarum. Del corpus doctrinal hemos tomado tres notas que influirán en los años ’60.

La antipatía cultural con el liberalismo

Para explicar mejor como el comunismo ha conseguido de las masas obreras la aceptación sin examen de sus errores, conviene recordar que estas masas obreras ya estaban preparadas para ello por el miserable abandono religioso y moral al que las había reducido en la teoría y en la práctica la economía liberal.

Esta cita, del número 16 del documento Divini Redemptoris (Encíclica de Pío XI, del 19 de marzo de 1937 contra el comunismo ateo y bolchevique) marca, a nuestro entender la clave de comprensión de las relaciones “sociales” de la Iglesia: los obreros se hacen comunistas, que está mal, por culpa de los liberales que son peores; de algún modo, la violencia de arriba hace “comprensible” las reacciones de abajo.

El enemigo, para la enseñanza social católica, siempre fue el liberalismo. Desde la creación del Estado moderno, pasando por la separación de la fe y la vida, hasta

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