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Cuento Clementina


Enviado por   •  25 de Mayo de 2012  •  1.384 Palabras (6 Páginas)  •  687 Visitas

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Anochecer de un día agitado

Éste es uno de los primeros recuerdos que tengo de mis charlas después de la revolución de mayo. En el reloj había sonado la hora fatal: la de ir a la cama. ¿A qué niño le gusta ir a la cama? Mi tatita acababa de darme la bendición cuando, al pasar al lado de mi madre, pude ver que todavía tenía los ojos enrojecidos por el llanto de esa tarde. Entonces, mientras me zambullía en las sábanas heladas, le dije a Clementina..

– Tía Clementina, contáme, ¿por qué lloraba mi mamá esta tarde?

– ¡Ay, niña Eugenia, no me haga andar contando las cosas de mi amita!

– Contáme, Clementina. Hasta que no me cuentes, no me voy a dormir.

– ¡Mire que es caprichosa, mi niña! Le cuento rapidito y después se me duerme. Mañana es fiesta de la Patria y tenemos que estar tempranito en la plaza para cantar el Himno.

– Prometido.

– Su merced lloraba porque para esta fecha se le viene a la memoria el recuerdo del hermano que está en España.

– ¿El tío Eusebio, Clementina?

– El mismo, mi niña.

– Yo no lo recuerdo para nada.

– ¿Y de las primas tampoco se acuerda?

– Nada de nada.

– ¡Ay, qué negra bruta que soy! Cómo se va a recordar, si mi niña era así de chiquitita cuando ellos se fueron.

– ¿Chiquitita como mi hermano era yo, Clementina?

– ¡Igualita!

– Bueno, seguíme contando, ¿por qué lloraba mi madre?

– Como le decía, niña Eugenia, su mamita lloraba porque hace siete años, para esta fecha, se armó un lío tan grande en este país y en esta casa que de resulta de eso, su tío se fue con la familia a España para nunca más volver.

– ¿Y no se sabe nada de ellos?

– Algo debe saber mi amita, porque de vez en cuando recibe cartas. Después que las lee me pide que se las guarde en un baúl que yo tengo.

– ¿Y qué dicen, Clementina?

– ¡Y no sé niña, si yo no aprendí a leer! Y aunque supiera, tampoco andaría por ahí husmeando cartas ajenas. ¿Qué le estaba contando? ¡Ah!, sí, el lío que había armado. Eran como las seis de la tarde del 25 de mayo del año ‘10. Había lloviznado todo el santo día, lo mismito que hoy. Esa mañana, después de una semana movida como un candombe, había sacado el virrey del gobierno y lo había cambiado por una Junta.

– ¿Un virrey? ¿Qué es un virrey, Clementina?

– ¡Ay, niña! ¡Si a cada cosa que sale de mi negra boca usted va a preguntar! Espere que ya vamos a llegar a esa parte.

– Le decía, entonces, que ese día 25 había cambiado el gobierno. Y de tener gobernantes españoles pasamos a tener gobernantes de acá, nacidos en esta tierra, criollos, como se dice.

– ¡Cómo yo!

– Como usted, como su hermano, como su padre. Pero no como su madre ni como su tío Eusebio, que por ese lado de la familia son todos españoles.

– ¿No me traerías un jarrito de mazamorra, Clementina? ¡Tengo un hambre!

– ¡No mi niña, ya comió demasiado! Ahorita que le termino de contar, le traigo un dulcecito para engañar el estómago. Le decía, entonces, que ese 25 los criollos se habían hecho cargo del gobierno, dejando afuera a los españoles. ¡Así que se imagina cómo estaban los españoles!

– ¡Ahí estaba el asunto! El amo era uno de los que habían ido ese día al cabildo, a votar para que el virrey se fuera. Y el tío Eusebio, a votar pa’ que se quedara.

– Y como habían ganado los que lo querían sacar, el amo se burlaba de su tío.

– ¿Y qué le decía, Clementina?

– De todo; “chivato” y otras cosas que no se pueden repetir. ¡Y ahí estaban los dos, sacándose chispas por los ojos!

– ¿Siempre se peleaban, tía?

– Discutían bastante.

– ¿Por…?

– Parece ser que los lío’ entre el amo y su tío eran porque no pensaban lo mismo.

– ¿En qué cosas pensaban distinto, Clementina?

– En muchas. No sé, yo mucho no entiendo. Parece que en cuestiones

de dinero, de política.

– Pero, ¿quiere que

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