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DECADA INFAME

JinsungExamen28 de Julio de 2021

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E.E.M.P.A. Nº  3041 Padre Barbé

Asignatura previa Ciencias Sociales

Año: 5to

Alumno: Agustin Gregorio Salcedo

DECADA INFAME

La crisis económica mundial que estalló en 1929 tuvo serias repercusiones en Argentina. El desempleo y otras dificultades provocaron una profunda inquietud social y política. En 1930, después de una segunda presidencia de Yrigoyen, los conservadores -apoyados por el Ejército dirigido por Uriburu- dieron un golpe militar filofascista que interrumpió, por primera vez desde 1853, la continuidad constitucional y un ciclo de progreso. Tras dos años en el poder, comenzaría un periodo denominado la Década Infame, caracterizado por el fraude electoral y la corrupción. Las condiciones económicas mejoraron sensiblemente durante el mandato del general Agustín Justo, aunque se intensificó la agitación política, que culminó con fallidas rebeliones del Partido Radical en 1933 y 1934. En el periodo anterior a las elecciones presidenciales de 1937, las organizaciones fascistas incrementaron sus actividades. En mayo de 1936 se produjeron los comicios de renovación presidencial. El gobierno auspició a los candidatos de la Concordancia: el ex-ministro Roberto M. Ortiz para presidente, y Ramón S. Castillo para vicepresidente. La Unión Cívica Radical proclamó las candidaturas de Alvear-Mosca, y el socialismo la de Respetto-Orgaz. Verificadas las elecciones, el triunfo correspondió a los candidatos oficialistas mediante el fraude electoral. No obstante, contrariamente a las expectativas y exigencias de sus seguidores, Ortiz tomó decididas medidas para fortalecer la democracia: se reprimieron las actividades subversivas de los agentes alemanes, que se habían incrementado tras la victoria del nacionalsocialismo en Alemania, y la corrupta maquinaria electoral del país fue desarticulada. Al estallar la IIGuerra Mundial, Ortiz proclamó la neutralidad de Argentina, aunque posteriormente colaboró estrechamente con las demás repúblicas americanas en asuntos propios de la defensa del hemisferio.

El peronismo. Primeros gobiernos. Proscripción y resistencia. Tercer gobierno

El peronismo surgió como un movimiento en la década de 1940, cuando Perón, siendo coronel, comenzó su participación en la vida pública argentina. Juan D. Perón ocupó la presidencia de la nación en tres oportunidades: 1946-1951, 1952-1955 y 1973-1974. Su segundo mandato fue interrumpido por un golpe militar y el tercero por su muerte. Comenzó estando a cargo de la Secretaria de Trabajo y Previsión, donde realizó una labor con los trabajadores que rápidamente aumentó su popularidad y lo hizo escalar posiciones en el gobierno. Sin embargo, el 13 de octubre de 1945, Perón fue encarcelado por la dictadura de Farrell. El nacimiento del peronismo se remonta al 17 de octubre de 1945, cuando una manifestación popular en Buenos Aires exigió su liberación de prisión, y posterior a la cual se convirtió en la figura política más relevante del momento. El reconocimiento de su figura incrementó, además, debido a varias acciones que tomó durante este período, tales como la introducción de un seguro social que benefició a 2 millones de trabajadores, la creación de tribunales de trabajo que apoyaban a los trabajadores, mejoras salariales, el reconocimiento de asociaciones profesionales y sindicales, y la instauración de un salario mínimo. a lo largo del tiempo han surgido otras corrientes políticas derivadas del peronismo original, tales como el neoperonismo, peronismo sindical, menemismo, peronismo federal y el kirchnerismo, entre otros.

Los gobiernos justicialistas fueron derrocados dos veces por golpes de Estado cívico-militares (en 1955 y en 1976) y el Partido Justicialista fue proscripto e impedido de participar en las elecciones desde 1955 hasta 1972, mientras que en el caso de Juan Domingo Perón la proscripción se extendió hasta mayo de 1973.

El 16 de septiembre de 1955, se produjo un golpe de Estado cívico-militar que derrocó al Gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, dando inicio a una dictadura autodenominada Revolución Libertadora (1955-1958). El Gobierno de la Revolución Libertadora estuvo encabezado inicialmente por el general Eduardo Lonardi y luego por el general Pedro Eugenio Aramburu, contando desde noviembre de 1955 con un Consejo Consultivo integrado por destacados dirigentes de la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Progresista, el Partido Demócrata Nacional (conservador) y el Partido Demócrata Cristiano. La respuesta del peronismo fue en varios ámbitos simultáneos: la más inorgánica fue la respuesta de pequeños grupos de militantes peronistas que se lanzaron a la violencia, concentrándose en el boicot a empresas públicas y privadas, y la colocación de bombas, llamados popularmente "caños". Ambas formas de resistencia tuvieron un gran auge a principios de 1956, decayendo rápidamente hacia mediados del mismo año. La eliminación de las filas del Ejército de los sectores nacionalistas —que habían formado parte central del Gobierno de Lonardi— llevó a muchos de ellos a intentar derrocar a Aramburu. El grupo que llegó más lejos en su intento de derrocar a la dictadura fue el que dirigió el general de división Juan José Valle, que fue apoyado por algunos militares peronistas, como el coronel Adolfo Philippeaux en Santa Rosa, que fue el único que logró dominar la ciudad en que se había sublevado. Tras la cruel represión, volvieron a tomar protagonismo las acciones de resistencia armada, especialmente los atentados con bombas. Los atentados pasaron de las bombas caseras con mechas encendidas a formas algo más elaboradas, incluyendo bombas incendiarias. Estos atentados evitaban en lo posible el ataque a personas, al punto que en todo el lustro que siguió a la caída de Perón solo causaron un muerto, nota 1​ a pesar del gran número de atentados sobre bienes y edificios que se realizaron. Un actor principal de este proceso fue el propio Perón, que desde el exilio intentaba controlar la evolución del peronismo en su ausencia. En enero de 1956 había enviado unas "Directivas Generales para todos los Peronistas", en que se mostraba propenso al ejercicio de la violencia como método, y a luchar con la dictadura mediante la resistencia pasiva hasta que se debilite y nuestras fuerzas puedan tomar el poder.  El trabajo a desgano, el bajo rendimiento, el sabotaje, la huelga, el paro, el desorden, la lucha activa por todos los medios y en todo lugar debe ser la regla. Sin esta preparación la revolución social no será posible a corto plazo, porque la tiranía sólo caerá por este medio; luego, es necesario incrementarlo diez veces más cada día. Siendo la finalidad básica la revolución social, todos los demás objetivos deben subordinarse a esa finalidad. La conducta de cada obrero estará fijada cada día en lo que pueda hacer para derribar a la tiranía e imponer el Justicialismo integral y absoluto por la forma más rápida y definitiva. Las acciones violentas se mantuvieron como el principal medio de acción política peronista hasta mediados de 1957, cuando la cuestión electoral —tanto para la reforma de la Constitución como para las elecciones del año siguiente— hicieron pasar las preocupaciones de los militantes por otros carriles. Aun así, hubo unos 125 atentados con bombas, solamente entre diciembre de 1956 y julio de 1957.

Revolución libertadora. Los gobiernos de Frondizi e Illia. La revolución Argentina

La oposición activa contra Perón comenzó a gestarse hacia 1951, cuando sectores cívico-militares autodenominados Comandos Civiles desarrollaron acciones de sabotaje que si bien hicieron más ruido que daño, constituyeron un síntoma temprano de lo que tomaría cuerpo cuatro años más tarde, cuando el 16 de junio de 1955 se produjo el fallido bombardeo a Plaza de Mayo con la intención de matar a Perón. Fracasada la intentona golpista y tras la revancha incendiaria del mismo 16 a la noche, la crisis se encaminó por un laberíntico proceso de diálogo con las fuerzas de la oposición para impedir una confrontación de impredecibles consecuencias. La censura parecía quedar atrás y los más importantes representantes del antiperonismo organizado vieron abiertas por primera vez en años los medios de difusión estatales para expresar sus ideas y propuestas. El cambio de actitud del gobierno, según señalan numerosos observadores, tenía una base férreamente fundada: los mandos del Ejército que lo habían salvado del derrumbe total cuando la intentona del 16 de junio, le habían impuesto ahora una tutela que el presidente debía aceptar a rajatabla. Perón ofreció a la Iglesia que fuera el Estado quien costeara la restauración de los templos destruidos, a la vez que hacía rodar las cabezas políticas del ministro del Interior y del de Educación, hombres de reconocida posición contraria a aquella institución religiosa. También debió dejar el gobierno el titular de la Secretaría de Prensa, Apold, en un gesto que parecía anunciar una mayor libertad de expresión. Pero los hechos ocurridos eran demasiado graves como para establecer rápidamente una línea acuerdista, y la tentación de desalojar a Perón de la Casa Rosada era en esos momentos una posibilidad real. La oposición de derecha, alarmada porque la política distributiva del gobierno recortaba considerablemente su tasa de ganancia, y la oposición de izquierda, obnubilada por su caracterización del gobierno como fascista, coincidieron paradójicamente en una misma estrategia. De esta manera, frustrado el diálogo y una salida negociada, la suerte quedó echada. Perón, congelada la política de “mano tendida” ensayada tras la crisis de junio, regresaba a sus prácticas de discursos explosivos frente a sus seguidores. El 31 de agosto, frente a una multitudinaria concentración popular, convocaba a los peronistas a ejercer la justicia por mano propia con la fórmula del “cinco por uno”, que invitaba a quintuplicar las muertes de los opositores por cada uno de los propios en las luchas presentes y por venir. Esta actitud alteró los ánimos de la sociedad y cada bando comenzó a velar sus armas. A principios del mes siguiente, varios mandos militares pasaron a una clandestinidad preparatoria de una inminente asonada militar, mientras el día 7 la CGT propiciaba formalmente la formación de milicias obreras armadas para defender a su gobierno. Perón creía haber sido lo suficientemente previsor al reemplazar los mandos de las principales guarniciones de Buenos Aires y Campo de Mayo y colocando en su lugar a jefes militares fieles. Sólo  quedaban como posibles focos de rebelión algunas unidades del interior del país, a las que en breve pensaba neutralizar. Efectivamente, sería el interior donde se iniciaría la asonada militar, pero, contrariamente a los cálculos de Perón, las neutralizadas serían las fuerzas leales. Finalmente, el  16 de septiembre de 1955, las Fuerzas Armadas iniciaron en Córdoba un movimiento destinado a derrocar a Perón, con la complacencia de un amplio espectro de partidos que iban desde el más tradicional conservadurismo hasta el Socialista. Parecía que la vieja Unión Democrática revalidaba sus títulos y pretensiones. A la cabeza de la revuelta se hallaba el general Eduardo Lonardi, quien a las cero horas del 16 dio la luz verde a los insurrectos. El primer objetivo, la toma de la Escuela de Infantería de Córdoba, se logró tras una dura lucha de casi ocho horas de combate. Para las primeras horas de la tarde, los insurrectos controlaban varias radioemisoras y comenzaban a difundir por el país proclamas golpistas. Mientras tanto, las guarniciones cuyanas adhirieron al movimiento y otros alzamientos militares se reprodujeron en varias provincias. Incluso algunas fracasaron, como la comandada por el general Pedro Eugenio Aramburu en Curuzú Cuatiá, quien fue rodeado por tropas leales y obligado a huir. La Marina, por entonces comandada por el almirante Isaac Rojas, se apostó, según lo convenido con sus colegas del Ejército, con varias naves bloqueando Buenos Aires y amenazando con volar los depósitos de combustible de La Plata y Dock Sud. El levantamiento naval en Río Santiago fue duramente reprimido por tropas del Ejército y aviones de la Fuerza Aérea. El golpe militar en marcha daba muestras de seriedad y coordinación, pero no lograba librarse plenamente de la resistencia de los sectores aliados. Incluso la acción de los Comandos Civiles, preparados para tomar las emisoras radiales de la Capital fueron eficazmente repelidos por la Policía Federal. La situación se mantuvo con cierta indefinición en los siguientes dos días. El principal foco rebelde era el de Lonardi en Córdoba, razón por la cual los mandos leales a Perón proyectaron el llamado “Operativo Limpieza” para reprimirlo. Cuando todo hacía prever que Córdoba caería, la situación giró bruscamente cuando al mediodía de aquel 19 de septiembre, Perón hizo pública una carta donde aceptaba renunciamientos personales para evitar un enfrentamiento sangriento. El anuncio, que en su ambigüedad no hablaba de ceder el ejercicio de la presidencia, dejó desarmadas a las fuerzas leales y alentó a los rebeldes. Tras la llegada de los emisarios de Lonardi, se acordó también cuales serían las bases de la llamada Revolución Libertadora: convocatoria a elecciones, legitimación de la Constitución de 1853 y conservación de los beneficios obtenidos por los trabajadores durante el gobierno peronista. El 23 de septiembre, mientras Perón partía hacia el exilio a bordo de una cañonera paraguaya, una multitud compuesta mayoritariamente por sectores de clase media y alta, colmó la Plaza de Mayo para aclamar al nuevo presidente provisional, el general Eduardo Lonardi, que anunciaba  desde los balcones de la Casa Rosada que no había “ni vencedores ni vencidos”.

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