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Derechos Humanos

alex111herrera30 de Noviembre de 2013

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LOS DERECHOS HUMANOS

LOS DERECHOS HUMANOS Y LA DIGNIDAD DE LA PERSONA.

En su desarrollo, la humanidad ha vivido una verdadera evolución en cuanto al reconocimiento de sus derechos se refiere. Hemos visto cómo, a medida que aumenta la conciencia del individuo en su persona, se evidencia su necesidad de proteger y hacer proteger sus distintas dimensiones, tanto como individuo cuanto como miembro de un colectivo social.

Es así como nos encontramos con una serie de principios y valores que la humanidad ha considerado indispensables para vivir en armonía y paz, ideales a los que aspira y ha puesto como base en el establecimiento de leyes y referencias de acción. En el establecimiento de estas normas, el reconocimiento de la libertad y el respeto al ser humano han sido los principios dominantes.

Hoy en día es evidente que la sociedad lucha cada vez más por el reconocimiento y respeto de sus derechos individuales y sociales a través de sistemas políticos que los legitimicen, como es el caso de los sistemas democráticos en donde, para que funcionen adecuadamente, la voz de la gente debe ser escuchada y tomada en cuenta.

No podemos exigir nuestros derechos mientras no los conozcamos, por lo que el conocer a fondo estos principios te ayudará a tener una participación más activa en la construcción de ese mundo ideal que todos soñamos.

OBJETIVO PARTICULAR

• Reconocerás que los derechos humanos son un conjunto de valores a los que la humanidad aspira alcanzar, a través de su práctica diaria, basándose en el reconocimiento y respeto de la dignidad de la persona.

• Confrontarás tu propia manera de relacionarte con tu entorno social, identificando el valor que le das a la dignidad de las personas que te rodean.

ACTIVIDAD INTERACTIVA

¿Me relaciono con las personas a mi alrededor?

Es normal que en nuestra vida diaria nos identifiquemos más con ciertas personas que con otras; sin embargo, también sucede que sin conocerlas, nos hacemos ideas de cómo creemos que son de acuerdo con su forma de vestir, el color de su piel, su forma de caminar o hasta su nombre. Esto nos sucede incluso dentro del salón, así es que te invitamos a que rompas esta inercia y conozcas un poco más a aquellas personas a quienes has tratado poco.

Platica con la persona que menos conozcas del salón y pregúntale:

1. ¿Qué es lo que más le gusta hacer y por qué?

2. ¿Qué es lo que menos le gusta hacer y por qué?

Romper nuestros esquemas siempre tiene un impacto en nuestra forma de ver las cosas y en este caso puede ayudarnos a deshacernos de nuestros prejuicios y poder ver a la persona tal cual es y valorarla sin ponerle etiquetas. Al final del ejercicio date un tiempo para reflexionar en la siguiente cuestión: ¿de qué te diste cuenta al platicar con esta persona? Y si alguien se acercó a platicar contigo, ¿qué sentiste? Escribe tus reflexiones en este espacio:

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¿Derechos? ¿Para quién?

La primera actividad te ha llevado a romper esquemas de ideas preconcebidas sobre las personas lo cual, como has visto, está directamente ligado con el reconocimiento de la dignidad del ser humano. En este ejercicio te llevaremos a indagar qué tanto sabes sobre los temas que nos ocupan en esta lección. Lee el siguiente texto de Kofi Annan, secretario general de la ONU, y responde las preguntas que se te presentan al final.

Prejuicio: Opinión acerca de una persona, una cosa o una situación, creada antes de conocerlo (a).

LOS DERECHOS HUMANOS, URDIMBRE DE NUESTRAS VIDAS.

Urdimbre: Conjunto de hilos paralelos colocado en el telar, entre los que pasa la trama, para formar el tejido.

"Sé que su intención es buena. Pero ya tengo lo que usted me quería dar, el derecho a ser un hombre. Ese derecho lo adquirí al nacer. Usted, si es más fuerte, me puede impedir vivirlo, pero jamás me podrá dar algo que me pertenece."

Estas palabras, dirigidas a un bienintencionado antropólogo, las pronunció, hace cerca de un siglo, un esclavo de nacimiento. Si las he elegido como encabezamiento de este texto es porque nos recuerdan una verdad tan evidente y elemental que hasta resulta ridículo decirla: los derechos humanos son derechos innatos, inherentes a la persona. Como atributo inalienable de todos los seres humanos, son universales por definición. De hecho sobre el principio de igualdad congénita de todos los miembros de la familia humana no sólo reposa la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo 50° aniversario celebramos hoy, sino otros textos fundamentales como la Declaración de Independencia de Estados Unidos, de 1776, o la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, de 1789.

Inalienable: Que no se puede perder.

Inherente: Que por su naturaleza está íntimamente ligado a otra cosa.

Este principio forma parte de las verdades que, en términos de Thomas Jefferson, tenemos por evidentes, y como tal está profundamente arraigado en la historia de la humanidad: lo encontramos en todas las grandes tradiciones religiosas y filosóficas del planeta. Y es la razón por la que no puedo suscribir la tesis según la cual el respeto a los derechos humanos es un lujo de países ricos que el mundo en desarrollo no puede permitirse. Pensar en estos términos es ofender el deseo de libertad que habita en cada uno de nosotros; ¿hay alguien, en efecto, que se atreva a negar que todos aspiramos a la felicidad, que compartimos el mismo horror a la violencia y la arbitrariedad, que buscamos protegernos del miedo y de la opresión, que queremos tener los medios para expresarnos libremente y para participar en la vida de la ciudad? Pero también es dar muestras de miopía política y económica, pues hoy sabemos hasta qué punto el respeto a los derechos fundamentales es indispensable para el desarrollo y para el progreso de las sociedades.

Los derechos humanos no son, pues, privilegios que los gobiernos pueden conceder o retirar a voluntad, sino que son indisociables del valor que otorgamos a la dignidad humana. Es responsabilidad de los gobiernos velar para que se den las condiciones necesarias con el fin de que cada uno pueda disfrutar de sus derechos fundamentales: derecho a la vida, a la seguridad, a la educación, y también a la libertad de opinión, de expresión, de asociación... Pero es privativo de cada uno de nosotros el hacerlos nuestros, impregnarnos de ellos, hacerlos realidad día a día, tanto a título individual como colectivo. En lo que se refiere a los derechos humanos, todos tenemos un deber de conciencia y de vigilancia.

En 1995 la UNESCO elaboró una declaración de principios sobre la que iba unido un plan de acción destinado a poner en marcha en el Año de las Naciones Unidas a Favor de la Tolerancia. Si evoco estos documentos es porque la idea de tolerancia me parece crucial: sin ella, todos los derechos humanos que nos hemos preocupado por definir, enumerar y consagrar están abocados a ser letra muerta. La tolerancia, base de la sociedad civil y de la paz, nos permite ver en la diversidad de culturas no un obstáculo para el respeto a los derechos humanos o, lo que es peor, una justificación para las violaciones que de ellos se cometen, sino una fuente de riqueza en la que todos podemos beber.

En los 50 años transcurridos desde la adopción de la Declaración Universal, la ONU ha alumbrado progresivamente el corpus de los instrumentos internacionales referentes a los derechos humanos, añadiendo textos tan importantes como la Declaración sobre los Derechos del Niño, la Convención Sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación hacía la Mujer y la Convención Internacional sobre toda Forma de Discriminación Racial. Pero, si bien tiene razones para estar orgullosa de su trabajo de codificación, es obligado constatar que no se han sabido prevenir las excesivamente numerosas atrocidades que han marcado nuestra historia reciente. Este fracaso es sin duda parcialmente imputable al hecho de que, durante mucho tiempo, se han considerado los derechos humanos como uno de los aspectos de las actividades de la ONU, cuando deberían ser su urdimbre, puesto que son la urdimbre misma de nuestra existencia.

Podríamos vernos tentados a rendirnos ante las violaciones masivas de los derechos humanos que siguen cometiéndose por doquier en el mundo, pero hay algo que nos infunde valor: los pueblos tienen un sentido cada vez más agudo de las responsabilidades de los unos para con los otros y para con el planeta. El surgimiento de una conciencia universal, de la que la creación del Tribunal Penal Internacional no es más que una manifestación, nos hace tener la esperanza de que está creciendo una auténtica cultura, una cultura en la que el ejercicio y la defensa de los derechos fundamentales no son asunto de unos pocos -diplomáticos, gobernantes o militares-, sino de cada uno de nosotros. Entonces la Declaración Universal dejará de ser un ideal común a alcanzar, para pasar a ser el fundamento de todas las sociedades.

Tomado de: Los Derechos Humanos, urdimbre de nuestras vidas.

En Adolescentes y derechos humanos. El País digital, núm. 951. 10 de diciembre de 1998.

CUESTIONARIO:

1. ¿Qué

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