EL REGRESO DE LA INDUSTRIALIZACIÓN SUSTITUTIVA DE IMPORTACIONES (2003-2015)
RomeroxflaviaDocumentos de Investigación9 de Febrero de 2021
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Materia: Historia de la Educación Argentina
Profesor: Jorge Raúl Aranda
T/P N° 12
EL REGRESO DE LA INDUSTRIALIZACIÓN SUSTITUTIVA DE IMPORTACIONES (2003-2015)
CAPITAL FINANCIERO Y ENDEUDAMIENTO EXTERNO
La deuda externa argentina -siempre ligada a los modelos Aperturista o neoliberales-, como una forma nodal de exacción y desnacionalización de la riqueza pública y social por parte de los grupos del capital financiero, ha sido producto de los procesos abiertos a comienzos de la década del ’70. Por una parte, el aumento de los precios del petróleo desató una aguda recesión en los países capitalistas centrales; por otra, las naciones productoras de crudo comenzaron a recibir importantes ingresos de capital, provenientes de sus ventas petroleras: si en 1973 el superávit de esas naciones era de 3.000 millones de dólares, en 1974 se había incrementado a 65.000 millones. En los siguientes cuatro o cinco años, esos montos habían alcanzado cifras que hacían peligrar el control del mercado de capitales, hasta entonces en manos de los bancos de Occidente. Comenzaron entonces las presiones para garantizar un reciclaje de esos petrodólares mediante su inversión en bancos o empresas del mundo central y una parte importante fue captada por nuevos grupos financieros de carácter aventurero, que se dedicaban a inversiones de alto riesgo, especulación y búsqueda de ganancias extraordinarias.
Pero, esos capitales no encontraron espacios de inversión, debido a la crisis de las naciones del Norte, afectadas por los precios del petróleo. Dado que, a su vez, debían pagar intereses a los poseedores de los petrodólares reciclados en sus bancos, las naciones de América Latina bajo regímenes dictatoriales fueron consideradas como candidatas ideales para orientar hacia ellas créditos masivos: si los bancos pagaban a sus depositantes un 2% anual, los préstamos a los latinoamericanos tenían tasas que giraban entre el 4% y el 5%. La diferencia entre esos intereses, cuando se trató de cientos de miles de millones, garantizó aceptables ganancias en tiempos de recesión. Desde 1978, se iniciaron fuertes presiones y atractivas ofertas para los receptores de créditos, otorgados con total irresponsabilidad y en condiciones que se saben delictivas. En ese contexto, el caso argentino fue especialmente paradigmático: los grupos económicos locales tomaron créditos privados que nunca pasaron por el país; se endeudaron empresas como YPF -la única en el mundo que, en momentos de auge de los precios petroleros, presentó números en rojo y contrajo una deuda espuria de 6.000 millones de dólares-; se consideró como deuda la transferencia de ingresos desde las casas matrices a las filiales; entre otros muchos mecanismos totalmente ilegales. De este modo, el endeudamiento pasó de 5.000 millones de dólares en 1975 a 45.000 millones en 1981, de los cuales 22.000 millones correspondían a la deuda privada que poco después se estatizó.
La situación internacional cambió a partir de 1981, cuando el proyecto neoliberal conservador que se instauró en los Estados Unidos con la presidencia de Ronald Reagan requirió atraer una inmensa cantidad de capitales para su inversión en la carrera armamentista y en la reconversión tecnológica a gran escala. Los Estados Unidos, utilizando un incremento unilateral de las tasas de interés desde el 4% al 16% anual por parte de la Reserva Federal, se convirtieron en una gran aspiradora de recursos financieros. Su contrapartida fue el estallido de la crisis del endeudamiento externo en América Latina, precisamente en 1981.
Desde entonces, como representantes políticos de esos capitales, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial impusieron a los países de la región sucesivos planes de ajuste -en especial, disminución del gasto público y baja de los salarios y del consumo con el fin de obtener una balanza comercial favorable- destinados a pagar los intereses, servicios y amortización de la deuda, que en su totalidad pasó a ser respaldada por el Estado, mientras los grupos económicos-financieros locales y externos quedaban librados de esa responsabilidad y favorecidos con los miles de millones de dólares que habían recibido en concepto de préstamos fáciles. El Plan Austral lanzado por el presidente Alfonsín en 1985 bajo la consigna de “economía de guerra” tuvo como objetivo garantizar esos pagos al precio de un creciente empobrecimiento de la población y de la desnacionalización de los recursos. Fue el comienzo de una nueva forma de saqueo, conocido en los años ’80 bajo el suave nombre de la “Década Perdida”. A pesar de esos duros esfuerzos y de los importantes montos pagados, el gobierno alfonsinista terminó su mandato con la hiperinflación y en 1990 la deuda externa argentina había crecido a 60.000 mil millones de dólares.
La caída del Muro de Berlín en 1989 hizo perder sentido a la carrera armamentista y espacial y desde 1990 nuevamente comenzaron a estar disponibles en los Estados Unidos altísimos montos de capital financiero que, al retornar al continente, fueron utilizados para apropiarse del patrimonio público en un extenso plan de privatizaciones. Mientras tanto, el Plan Brady estableció una pequeña quita de la deuda a cambio nuevas garantías de pago, siempre bajo las orientaciones del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial.
De esa manera, en los ’90 se restablece el financiamiento externo -a tasas de interés mucho más altas- a los países subdesarrollados, ahora rebautizados como “países emergentes”, nombre que los volvía nuevamente atractivos para los inversores externos. Ese restablecimiento del financiamiento externo -principalmente en la primera mitad de los ’90- permitió sostener la paridad cambiaria 1 a 1, a través de la Ley de Convertibilidad. El regreso del financiamiento externo tuvo como consecuencia que la deuda externa correspondiente a los años 1992 y 2000 pasó de 62.766 millones de dólares a 147.667 millones.
Como consecuencia del predominio del capital financiero, nuestro país fue empobrecido y vaciado. En la década del ‘90 se destacaron tres vías principales a través de las cuales se produjo ese enorme flujo de recursos hacia el exterior:
a) El pago de la deuda externa. Se pagó por intereses y amortizaciones entre 8 y 14 mil millones de dólares anuales como promedio, y aun así, el monto adeudado creció exponencialmente. Alcira Argumedo, analizando todo el período -1974 al 2001-, observa que “la deuda externa pasó de 5.000 millones de dólares a 145.000 millones, después de haber pagado durante esos 25 años 200.000 millones y haber liquidado todo el patrimonio público”
Una de las herencias más dolorosas que nos legara el modelo aperturista fue el aumento de la deuda pública. En efecto, cuando asumen los militares en 1976, la deuda externa de la Argentina era de 7.800 millones de dólares; en 1983, cuando se retiran los militares, asciende a 45.100 millones (casi se sextuplicó); al asumir Menem, en 1989, era de 65.300 millones, cuando éste se retiró, la deuda era de 146.219 millones de dólares. Hoy en día, incluyendo la deuda interna, la deuda ronda los 200.000 millones (los 7.800 iniciales multiplicados por 23,33), luego de haberse pagado entre 2002 y 2013 173.000 millones, como expresó la presidente Cristina Kirchner, al asegurar que “la Argentina era pagadora serial”, para evidenciar la voluntad de pago de su gobierno. Es de recalcar que desde que se exacerbó la crisis financiera mundial, a fines de los ‘90, los aumentos en el monto adeudado están más referidos a los intereses y refinanciamientos que a nuevos préstamos;
b) La transferencia de ganancias de las empresas privatizadas (favorecidas por el tipo de cambio 1 a 1). Las privatizaciones habían puesto en manos extranjeras (fundamentalmente de Europa o Estados Unidos, aunque en la primera fase participaron activamente grupos locales) la explotación y el control de los principales recursos de la economía nacional -petróleo y gas, comunicaciones, electricidad, transporte, vías terrestres y marítimas- cuyas rentas son las que se giraban al exterior.
Por otro lado, José Ignacio de Mendiguren, por entonces secretario general de la Unión Industrial Argentina (UIA), exponía en julio de 2002 -refiriéndose a las empresas extranjerizadas- que “entre 1992 y 1998 la remisión al exterior de utilidades y dividendos en las empresas por estas transnacionales pasaron de 900 a 2.400 millones de dólares anuales (...). De los 17 mil millones de dólares obtenidos como ganancia por estas empresas entre 1992 y 1998, sólo 5.000 fueron reinvertidos, los 12.000 restantes se transfirieron a sus casas matrices. Los intereses girados al exterior por las empresas transnacionales entre 1992 y 1998 ascendieron a 12.000 millones, que sumados a los 12.000 enviados como pago de utilidades, resulta una transferencia global de 24.000 millones de dólares”; y
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