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Educacion

lauraandreagar24 de Junio de 2012

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Educación

interculturalidad y descolonización

Introducción

Este pequeño ensayo tiene como propósito establecer algunos puntos que se consideran importantes en el tema de la educación e interculturalidad, tomando en cuenta el proceso histórico de la descolonización en Bolivia. Se trata de explicitar las problemáticas históricas de la articulación de ambas asumiendo que su novedad, en términos de su propuesta teórica, no deriva necesariamente de una deducción teórica, sino de pensar la articulación de éstas en el contexto.

No se pretende por tanto, concluir nada ni definir teóricamente, sino hacer visibles las relaciones posibles como problemáticas y por supuesto como tareas históricas que están surgiendo y que necesitan ser teorizadas. Seguramente ésta será una tarea mucho más larga y que involucra a muchos sujetos, pero ya el hecho de intentar proponer la necesidad de pensarlas ya es un salto importarte para comenzar a construir un camino propio.

Por eso, este pequeño documento quiere aportar a la reflexión, estableciendo algunos criterios que pueden entenderse también como hipótesis de trabajo, que aún están en proceso de su clarificación, debido a que esta coyuntura donde la exigencia del presente nos pone a prueba, obliga a poner en consideración incluso ideas y reflexiones que seguramente se repensarán continuamente, pero que aún así deben empezar a ser propuestas aunque sea provisionalmente.

La recuperación intercultural del legado propio

En el contexto boliviano y latinoamericano sobre todo la cuestión de la interculturalidad se ha acrecentado como discusión problemática, más aún cuando la diversidad cultural latinoamericana, muestra un espesor que rebasa los marcos interpretativos de perspectivas pluralistas como el multiculturalismo (Kimlicka, 1995) para pensar la relación entre las culturas, en un marco signado por una crisis civilizatoria del capitalismo (Wallerstein, 2005 y Dierckxsens, 2009).

El tratamiento de ésta temática es complejo y conflictivo, en principio porque deviene en una suerte de unilateralidad frente a las condiciones desiguales de vida en Latinoamérica, claro que esto también tienen que ver con la percepción o noción que se tenga de interculturalidad. Cuando se la piensa como diálogo o como un mero reconocimiento de la diversidad cultura (Betancourt, 2004), aquí emergen contradicciones que no se ajustan a la realidad.

Y aunque la interculturalidad como problemática es reciente, el pensamiento filosófico en sentido estricto siempre estuvo en contacto con lo que le es ajeno, al preguntarse por lo que no se conoce se abre a la trascendencia que es el primer contorno de la interculturalidad (Panikkar, 2006), pero no es suficiente para establecer su pertinencia en un contexto de desigualdad tan grande.

En un plano amplio se habla de dialogos interculturales como una necesidad, inherente a la condición humana, importante y suficiente para superar las dificultades de las sociedades asimétricas, en las que las relaciones interculturales parecen ser la única vía para la convivencia. Hay entonces un reconocimiento de las asimetrias sociales y económicas de las culturas y también la necesidad de que, pese a ello, las culturas diferentes coexistan (Betancourt, 2003).

La asimetría juega como contrapeso a la interculturalidad, de ella se desprende una aspiración de convivencia dentro de la diferencia cultural, pero ello no niega que la sociedad sea desigual y bajo estas condiciones es insostenible o por lo menos problemático pensar la interculturalidad bajo un sentido de buscar la convivencia y la liberación al mismo tiempo. El diálogo como primer complemento de la interculturalidad, bajo condiciones asimétricas se hace dificultoso y queda en duda, planteada así la cuestión, la posibilidad de una liberación.

Cuando hablamos de descolonización en el contexto Boliviano nos referimos también a la exclusión, a la discriminación y a la explotación al que eufemísticamente se ha llamado “descubrimiento”. Autores como Aníbal Quijano (2007), por ejemplo, identifican el capitalismo constitutivo a partir de 1492, paralelos al proceso de “racialización de la sociedad”, es decir que sólo desde la emergencia de la modernidad y el capitalismo podemos hablar de categoría “raza” como inferior o superior. Raza y clase son entonces constitutivos e inseparables a la lógica del capitalismo.

Por eso es importante la distinción que el propio Quijano establece entre colonialismo y colonialidad. El primero es el “hecho” histórico de la colonia que en concreto mantenía el control económico político y militar sobre la población del continente. El segundo es un proceso amplio de control hegemónico (social, político, cultural, religioso, económico) de dominación, donde se imponen prácticas de otras culturas que anulan otras formas de pensamiento y de realidad, aquí la colonialidad implica también la dominación del capitalismo, es decir colonialidad es un proceso civilizatorio generado no sólo por la exclusión de los indígenas sino que tiene como base la expansión del capitalismo.

Justamente por la “colonialidad del poder” a la que se refiere Quijano, se hace evidente que los procesos de exclusión del indígena y del negro son constitutivos del nacimiento de la modernidad capitalista. Es indisoluble el vínculo del nacimiento de la exclusión indígena o la racialiazación de la sociedad que involucra la colonialidad del poder con el nacimiento del capitalismo. En este sentido, ¿Cómo pensar entonces al interculturalidad bajo este contexto?

La interculturalidad antes que nada es una actitud frente el mundo, es la forma actual en que el mundo intenta hablar de paz (Panikkar, 2006), por tanto no debemos suponer que solo se establece en la dimensión cultural a secas, no se trata por tanto de una simple relación entre culturas, haya antes que dimensionar la realidad a la que nos referimos y que no se reduce a un plano sociológico o empírico (en el sentido de las ciencias sociales) de lo que implica la cultura; es un nivel de relación con nosotros mismos, y este hecho es decir del modo de vernos a nosotros mismo.La interculturalidad supone también hablar de diálogo y de paz, lo que desde lo “indígena” se ha llamado “armonía”. Esto es un modo de relación con el mundo donde uno “es” constituyéndose con el otro, pero también dejándose constituir (Panikkar, 1990), es decir “dejándose ser”, dejando de lado las pretensiones de dominación.

La interculturalidad por tanto, no se la puede reducir a un concepto, no significa simplemente una determinación conceptual ya racional; es también una disposición, uno no es intercultural porque aplica un concepto, se trata de una disposición, es lo que en filosofía se ha planteado como una manera de trascender, una manera de salir de un solo discurso o un solo lenguaje y aunque podamos definir la interculturalidad con palabras, estas hacen alusión también a esta característica que no se agota en su contenido conceptual.

De ahí que lo intercultural se manifiesta no solo en el ámbito de conocimiento de las formas que adquiere la cultura sino en su disposición que es fundamentalmente simbólica. La cultura se expresa también en el modo de hacer las cosas, hay entonces elementos del horizonte cultural explicito en lo simbólico donde la comprensión o el reconocimiento de otras culturas u otros saberes no alcanzan. Por esta razón el dialogo cultural ésta mas allá de una postura moral que se define como ética o normativa es un “modo de asentimiento frente al mundo”. El nivel simbólico cultural (Panikkar, 1992) es menos conciente y no se expresa en los “artefactos” o determinaciones de la cultura, y no siempre nos aparecen como conceptos sino nos aparecen como símbolos (lo que no significa inferioridad frente al concepto).

Bajo una definición amplia la cultura es lo simbólico y no solo lo conceptual lo determinado, el artefacto cultural que aparece como un “ente”, el problema es cómo aparecen los “entes” o estos “artefactos” (si hablamos en un lenguaje de la analítica del ser existencial de Heidegger), la identidad cultural no tendría que “justificarse” a partir de identificarse solo con los “artefactos” de su cultura, sino más bien en su formas de facilitar la vida de una cultura, esto es una dimensión no culturalista de la cultura sino “civilizatoria”. La determinación supone el nivel de la reproducción de la vida a partir de la producción de “objetos” (aunque en sentido simbólico ellos sean objetos animados con vida como lo es para gran parte de la visión indígena), pero la posibilidad de la vida de reproducirse, también supone un horizonte simbólico amplio que se expresa en el “modo de ser” de una cultura. Frente a este aspecto amplio donde es posible pensar la interculturalidad, ¿cómo es posible la descolonización?

Por otro lado, el contexto boliviano donde se expresa bajo una historicidad concreta este mismo problema, también establece la necesidad de pensar la interculturalidad precisamente bajo la descolonización, es decir, la asimetría es vivida como colonización, exclusión literal de todo lo que involucra lo indígena. Hay una negación de las civilizaciones indígenas sobre la hegemonía de la cultura moderno occidental.

La descolonización como proceso histórico involucra dar cuenta del proceso de colonización que lleva más de 500 años en sus diferentes manifestaciones, sin embargo algunas de ellas han expresado dos caminos que tienen dificultades pensadas separadamente del proceso de “colonialismo” al que hacemos referencia anteriormente, esto es; reducir la descolonización a la recuperación

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