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El Narcotráfico Desgarra Familias En Michoacán

esban28 de Abril de 2014

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TANCÍTARO.- La historia de doña María del Carmen ilustra una consecuencia del conflicto en Michoacán: la división entre las familias.

Su hijo Efraín llega a pasar horas enteras aferrado a un rifle y exponiendo la vida, a expensas de que un día se aparezcan los integrantes de Los Caballeros Templarios. En cambio Valeria, su otra hija, se pasó a las filas de la organización criminal y la obligó a dejar su vivienda.

“Apenas se murió mi esposo y mi hija luego luego me sacó de la casa. Me dijo que era parte de la gente (templarios) y que necesitaban la casa para venderla y sacar algo de dinero. Su esposo y hombres armados vinieron por mí y me obligaron a entregarles las escrituras”, relata.

Y el conflicto en la entidad persiste, a pesar de que el pasado miércoles lasautodefensas anunciaron que dejarían las armas, como parte de un acuerdo con las autoridades federales y estatales.

Ayer, integrantes de los grupos de civiles armados de Parácuaro se acercaron a tan sólo cinco kilómetros de la cabecera municipal de Apatzingán. Avanzaron a la comunidad Hacienda de la Huerta y en su acceso principal instalaron una barricada para vigilar quién sale o entra.

Hermanos, en bandos contrarios

A doña María del Carmen a cada rato el corazón se le arruga y se le cae en mil pedazos. La viuda a veces deja su carrito ambulante con uchepos y corundas para acercarse a una de las barricadas del pueblo, donde su hijo Efraín llega a pasar horas enteras aferrado a un rifle, exponiendo la vida a expensas de que un día aparezcan Los Caballeros Templarios.

Por otro lado, las lágrimas se asoman cuando cuenta que su hija un día decidió, con su esposo, pasarse al otro bando.

Dice que su Valeria se fue con los Templarios y que una tarde decidió regresar “sólo para echarme de la casa”.

No quiere que los vecinos se enteren de que Valeria habita con el enemigo, por temor a que se desquiten con su hija o decidan aplicar la ley por propia mano. Pero no puede dejar de sufrir cada vez que la mira en el pueblo y recuerda lo que pasó el 15 de septiembre pasado.

“Apenas se murió mi esposo y mi hija luego luego me sacó de la casa. Me dijo que era parte de la gente (Templarios) y que necesitaban la casa para venderla y sacar algo de dinero.

“Esa tarde ella, su esposo y hombres armados vinieron por mí y me llevaron a la escuela El Molinito, donde me obligaron a entregarles las escrituras.”

Le duele que la hayan echado de su propia casa, pero más que haya sido su misma hija.

“Yo nomás le decía ‘Que Dios te perdone por lo que vas a hacer’. Ahora, cada que me la encuentro, ella nomás me ignora”.

Dice que con las ventas ambulantes le alcanza para pagar un cuartito, lejos de la calle donde está la que fue su casa. “Yo quisiera que Dios se acordara de mí y mejor me quitara la vida”.

Sin embargo, María del Carmen se da ánimos para rezar por su hijo Efraín y pedir que nunca se acerquen los Templarios. “Él dice que quiere ser policía y me queda el temor de que un día le pase algo”.

Sabe que su hijo está a unos pasos de donde ella vende sus corundas y cada que puede se acerca para llevarle café negro y pan. Trata de no mirar, porque le da mucho nerviosismo verlo con armas en las manos.

Efraín y Valeria son sólo hermanos por parte de madre. Ambos saben que están en bandos enemigos y que el destino podría enfrentarlos. Tampoco se hablan y prefieren evitarse.

“¿Pelear por la casa?, ya para qué. Con los centavos que gano me alcanza para la renta y llevarle a mi hijo café para que aguante despierto las madrugadas.

“¿Por quién he llorado más?, por ella. Nunca olvidaré que mi propia hija me echó de mi casa.”

Autodefensas, a tiro de piedra de Apatzingán

Integrantes de los grupos de autodefensa de Parácuaro

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