El REPLANTEAMIENTO DEL ESTADO DE BIENESTAR

El REPLANTEAMIENTO DEL ESTADO DE BIENESTAR

El keynesianismo se ha mostrado más débil e ineficiente con cada crisis que ha superado. Su fracaso no fue en el 73 con el petróleo, su fracaso ha sido ahora. Debido a esto, tenemos que replantearnos las competencias en las que el Estado debe intervenir e invertir más y en la que los reajustes presupuestarios estarían terminantemente prohibidos, y aquellas que podrían ser incluso prescindibles, como la existencia de ciertas empresas públicas que bajo las reglas mínimamente supervisadas del mercado libre, podría funcionar mejor y generar más empleo, más riqueza, y más crecimiento económico. Sanidad y educación públicas pero no estatales ni adoctrinadoras, y pensiones por jubilación, son temas en los que se debería de aumentar la inversión año tras año, pero tampoco alegremente, sino teniendo en cuenta la coyuntura económica del momento. En un año se podrá invertir más y en otro menos, pero la inversión debe ser siempre creciente, ya que en juego está nuestro futuro laboral, el futuro educacional de nuestros hijos, y el bienestar de nuestros padres. Con una educación y sanidad públicas de calidad, casi nadie recurriría al mercado privado en estos dos sectores y la igualdad de oportunidades sería, sin duda, mayor. El punto de fricción llega con las prestaciones por desempleo, y otros temas que se tratarán más adelante. Las prestaciones por desempleo deberían revisarse, como todo el sistema de impuestos, para hacer que no se pague en exceso y se pierda poder adquisitivo, y que esas ayudas sean eficaces más que para mantener a una persona desempleada, para fomentar e incentivar su formación y adaptación laboral, y que encuentre un empleo lo más rápido posible. Eso lo que hace es incentivar el crecimiento económico en todas sus formas: si se utilizan los impuestos de manera más eficiente, no hay que pagar más y la gente gana en poder adquisitivo, y si además las ayudas por desempleo van dirigidas a la recualificación del desempleado, este encontrará trabajo más fácilmente y volverá a ejercer una actividad productiva necesaria que le dará remuneración y le permitirá contribuir al crecimiento de la economía y a la sostenibilidad de los bienes y servicios públicos, que son los bienes y servicios que pagamos todos. Por eso hay que replantearse la intervención estatal excesiva en la economía, fijar unos puntos clave en los que sí sea necesario hacer alguna actuación por parte de los poderes públicos, y dejar que fluctúen otros sectores en los que el libre mercado, con una regulación estatal mínima orientada a la defensa de los derechos básicos del trabajador, sea quien mande. ¿Qué quiero decir con esto? Que se puede tener una tendencia económica liberal sin renunciar a ciertos puntos básicos e irrenunciables como son los expuestos en este artículo, y que obviamente, esto no está reñido, ni mucho menos, con un pensamiento progresista. La evolución progresista del pensamiento humano debería resumirse en una frase: “Adaptación de nuestras ideas a la evolución de la historia y a los cambios de mentalidad a lo largo de las diferentes sociedades”. Porque el futuro es ese: un pensamiento económico liberal con intervención estatal mínima que permita una relativa mayor igualdad económica, unido a un pensamiento progresista dirigido al desarrollo social completo de la libertad del ser humano, como son una libertad total de elección de credo gracias a un Estado laico, y la definitiva y tan costosa de conseguir no discriminación unida a la igualdad total de oportunidades por motivos étnicos, sexuales (tanto de género como de orientación) o religiosos.

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