El Reino De Este Mundo (completo)
micajael2 de Agosto de 2011
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COLECCIÓN IDEAS, LETRAS Y VIDA
ALEJO C A R P E N T I E R
EL REINO DE ESTE MUNDO
(Relato)
CIA. GENERAL DE EDICIONES, S. A – MEXICO
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COLECCIÓN IDEAS, LETRAS Y VIDA
ALEJO C A R P E N T I E R
EL REINO DE ESTE MUNDO
(Relato)
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DERECHOS RESERVADOS ("D. F,") (e) 1967 por la
COMPAÑÍA GENERAL DE EDICIONES, S. A Nardo 230 México 4, D. F.
Primera edición (Segunda de la obra) de la Compañía General de Ediciones, S. A. 15 de junio de 1967
Segunda edición (tercera de la obra) de la Compañía General de Ediciones, S. A. 30 de mayo de 1969
Tercera edición (Cuarta de la obra) de la Compañía General de Ediciones, S. A. 15 de julio de 1971
Cuarta edición (Quinta de la obra) de la Compañía General de Ediciones, S. A. 31 de mayo de 1973
Primera Edición Popular (Sexta de la obra) de la Compañía General de Ediciones, S. A. 15 de
noviembre de 1973
IMPRESO Y HECHO EN MÉXICO Digitalizado por Chimango
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…Lo que se ha de entender desto de convertirse
en lobos es que hay una enfermedad a quien
llaman los médicos manía lupina…
(Los trabajos de Persiles y Segismunda.)
A fines del año 1943 tuve la suerte de poder visitar el reino de Henrí Christophe —las ruinas, tan
poéticas, de Sans–Souci; la mole, imponentemente intacta a pesar de rayos y terremotos, de la
Ciudadela La Ferriére— y de conocer la todavía normanda Ciudad del Cabo —el Cap Françáis de la
antigua colonia—, donde una calle de larguísimos balcones conduce al palacio de cantería habitado
antaño por Paulina Bonaparte. Después de sentir el nada mentido sortilegio de las tierras de Haití, de
haber hallado advertencias mágicas en los caminos rojos de la Meseta Central, de haber oído los
tambores del Petro y del Rada, me vi llevado a acercar la maravillosa realidad vivida a la acotante
pretensión de suscitar lo maravilloso que caracterizó ciertas literaturas europeas de estos últimos
treinta años. Lo maravilloso, buscado a través de los viejos clisés de la selva de Brocelianda, de los
caballeros de la Mesa Redonda, del encantador Merlín y del ciclo de Arturo. Lo maravilloso,
pobremente sugerido por los oficios y deformidades de los personajes de feria — ¿no se cansarán los
jóvenes poetas franceses de los fenómenos y payasos de la fête foraine, de los que ya Rimbaud se
había despedido en su Alquimia del Verbo?—. Lo maravilloso, obtenido con trucos de
prestidigitación, reuniéndose objetos que para riada suelen encontrarse: la vieja y embustera historia
del encuentro fortuito del paraguas y de la máquina de coser sobre una mesa de disección, generador
de las cucharas de armiño, los caracoles en el taxi pluvioso, la cabeza de león en la pelvis de una
viuda, de las exposiciones surrealistas. O, todavía, lo maravilloso literario: el rey de la Julieta de Sade,
el supermacho de Jarry, el monje de Lewis, la utilería escalofriante de la novela negra inglesa:
fantasmas, sacerdotes emparedados, licantropías, manos clavadas sobre la puerta de un castillo.
Pero, a fuerza de querer suscitar lo maravilloso a todo trance, los taumaturgos se hacen
burócratas. Invocado por medio de fórmuías consabidas que hacen de ciertas pinturas un monótono
baratillo de relojes amelcochados, de maniquíes de costurera, de vagos monumentos fálicos, lo
maravilloso se queda en paraguas o langosta o máquina de coser, o lo que sea, sobre una mesa de
disección, en el interior de un cuarto triste, en un desierto de rocas. Pobreza imaginativa, decía
Unamuno, es aprenderse códigos de memoria. Y hoy existen códigos de lo fantástico, basados en el
principio del burro devorado por un higo, propuesto por los Cantos de Maldoror como suprema in
versión de la realidad, a los que debemos muchos "niños amenazados por ruiseñores", o los "caballos
devorando pájaros" de André Masson. Pero obsérvese que cuando André Masson quiso dibujar la
selva de la isla de Martinica, con el increíble entrelazamiento de sus plantas y la obscena promiscuidad
de ciertos frutos, la maravillosa verdad del asunto devoró al pintor, dejándolo poco menos que
impotente frente al papel en blanco. Y tuvo que ser un pintor de América, el cubano Wilfredo Lam,
quien nos enseñara la magia de la vegetación tropical, la desenfrenada Creación de Formas de nuestra
naturaleza —con todas sus metamorfosis y simbiosis—, en cuadros monumentales de una expresión
única en la era contemporánea.1 Ante la desconcertante pobreza imaginativa de un Tanguy, por
ejemplo, que desde hace veinticinco años pinta las mismas larvas pétreas bajo el mismo cielo gris, me
dan ganas de repetir una frase que enorgullecía a los surrealistas de la primera hornada: Vous qui ne
voyes pas, pensez a ceux qui voient. Hay todavía demasiados "adolescentes que hallan placer en violar
los cadáveres de hermosas mujeres recién muertas" (Lautreamont), sin advertir que lo maravilloso
estaría en violarlas vivas. Pero es que muchos se olvidan, con disfrazarse de magos a poco costo, que
lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una alteración de la realidad
(el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o
singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las
1 Obsérvese con cuánto americano prestigio sobresalen, en una honda originalidad, las obras de Wifredo
Lam sobre las de otros pintores reunidos en el número especial —panorámico de la plástica moderna—
publicado en 1946 por Cahiers d’Art.
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escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del
espíritu que lo conduce a un modo de "estado límite". Para empezar, la sensación de lo maravilloso
presupone una fe. Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no
son Quijotes pueden meterse, en cuerpo, alma y bienes, en el mundo de Amadís de Gaula o Tirante el
Blanco. Prodigiosamente fidedignas resultan ciertas frases de Rutilio en Los trabajos de Persiles y
Segismunda, acerca de hombres transformados en lobos, porque en tiempos de Cervantes se creía en
gentes aquejadas de manía lupina. Asimismo el viaje del personaje, desde Toscana a Noruega, sobre el
manto de una bruja. Marco Polo admitía que ciertas aves volaran llevando elefantes entre las garras, y
Lutero vio de frente al demonio a cuya cabeza arrojó un tintero. Víctor Hugo, tan explotado por los
tenedores de libros de lo maravilloso, creía en aparecidos, porque estaba seguro de haber hablado, en
Guernesey, con el fantasma de Leopoldina. A Van Gogh bastaba con tener fe en el Girasol, para fijar
su revelación en una tela. De ahí que lo maravilloso invocado en el descreimiento —como lo hicieron
los surrealistas durante tantos años— nunca fue sino una artimaña literaria, tan aburrida, al
prolongarse, como cierta literatura onírica "arreglada'', ciertos elogios de la locura, de los que estamos
muy de vuelta. No por ello va a darse la razón, desde luego, a determinados partidarios de un regreso a
lo real —término que cobra, entonces, un significado gregariamente político—, que no hacen sino
sustituir los trucos del prestidigitador por los lugares comunes del literato "enrolado" o el escatológico
regodeo de ciertos existencialistas. Pero es indudable que hay escasa defensa para poetas y artistas que
loan el sadismo sin practicarlo, admiran el supermacho por impotencia, invocan espectros sin creer
que respondan a los ensalmos, y fundan sociedades secretas, sectas literarias, grupos vagamente
filosóficos, con santos y señas y arcanos fines —nunca alcanzados—, sin ser capaces de concebir una
mística válida ni de abandonar los más mezquinos hábitos para jugarse el alma sobre la temible carta
de una fe.
Esto se me hizo particularmente evidente durante mi permanencia en Haití, al hallarme en
contacto cotidiano con algo que podríamos llamar lo real maravilloso. Pisaba yo una tierra donde
millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto
de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. Conocía ya la historia prodigiosa
de Bouckman, el iniciado jamaiquino. Había estado en la Ciudadela La Ferriére, obra sin antecedentes
arquitectónicos, únicamente anunciada por las Prisiones Imaginarias del Piranese. Había respirado la
atmósfera creada por Henri Christophe, monarca de increíbles empeños, mucho más sorprendente que
todos los reyes crueles inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, aunque no
padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y
vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera,
donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real
maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres
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