El concepto y la frecuencia de la violencia de los adolescentes en nuestro entorno
marcio200000000Tutorial3 de Mayo de 2014
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1.- Introducción
Las personas recurrimos en numerosas ocasiones a la violencia y a la agresión para dominar a otros semejantes o para tratar de gestionar nuestros conflictos. Pero es un lugar común en nuestro marco cultural entender que las conductas violentas y agresivas no forman parte de una estrategia adecuada para la convivencia ni para la buena gestión de los conflictos interpersonales o intergrupales. Podemos argumentar, entre otras cosas, que, si bien inicialmente las agresiones pueden conllevar la represión del conflicto manifiesto, al asentarse esta pseudogestión en la desigualdad de poder, sobrevive el conflicto latente a la espera de mejor ocasión para que reaparezca el conflicto manifiesto y, a partir de aquí, o bien recomponer las relaciones en el marco contrario, en el que los roles de dominado - dominador estén intercambiados, o recomponerlas en un escenario vivenciado como más equitativo, sin el uso de ese tipo de conductas. Como podemos entender, lo que conduce a una adecuada gestión de los conflictos es el uso de formas no violentas de relación. Existe, pues, una contradicción entre las conductas deseables y las frecuentes.
Nuestra sociedad parece sensibilizada hacia la violencia en algunas de sus manifestaciones, como la violencia juvenil, la violencia de género, etc.. En concreto, en las dos últimas décadas, los medios de comunicación han destacado las noticias relacionadas con la violencia adolescente y juvenil y, específicamente, con la que se produce en el ámbito escolar o derivada de ella.
En este artículo, una vez que hayamos delimitado los conceptos y la incidencia de estas conductas de violencia adolescente en nuestro entorno, vamos a tratar de reflexionar sobre las causas y circunstancias que las elicitan y mantienen, para, después, sugerir algunas líneas de actuación desde distintas instancias sociales que se encaminen hacia su prevención.
2.- Aspectos conceptuales
En el nivel coloquial del lenguaje, el concepto de violencia se utiliza comúnmente como sinónimo de agresividad. Pero en el nivel científico, aunque no todos los autores coinciden, se suele reservar el término agresividad para referirse a tendencias impulsivas derivadas de un sentimiento de frustración o insatisfacción y, los términos agresión y violencia, se utilizan para significar una conducta a cuya actualización se dirigen esas tendencias impulsivas (se ha cometido una agresión, se ha hecho violencia). En esta línea, el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en su edición de 2001 [1], define a la agresividad como tendencia y a la agresión y violencia como acto y acción respectivamente. Por último, los adjetivos derivados (agresivo/a, violento/a) se refieren tanto a una característica de personalidad de los sujetos (Juan es muy agresivo o es violento) como a la cualidad de una conducta o de un suceso (le hizo un gesto agresivoo le dijo palabras agresivas).
Pero, si los términos agresión y violencia se refieren ambos a conductas que en muchas ocasiones derivan de una tendencia impulsiva y que causan un daño o perjuicio a un tercero, ¿se diferencian en algo? y en caso afirmativo, ¿en qué?: Cuando en un partido de fútbol, un jugador le da una patada a otro intencionadamente solemos decir que le ha agredido y, del receptor, que ha sufrido una agresión. Si al terminar el encuentro en el que su equipo ha perdido, los ultras preparan una algarada, destruyen el mobiliario urbano, insultan y agraden al árbitro o a los partidarios del equipo contrario o se enfrentan a la policía, hablamos de violencia en el deporte.
Aquí tenemos algunas diferencias que nos pueden ayudar a delimitar los conceptos: en el primer caso, los jugadores están en un contexto normativo (las reglas del juego) que incumplen pero se someten a una autoridad (la del árbitro). En el segundo caso, los ultras no se someten a ningún contexto normativo ni a la autoridad. En el primero, los autores están en una situación que podríamos decir de igualdad, de uno a uno, no hay un abuso de poder y se está a la vista de todos. En el segundo, se arropa cada uno en el anonimato para utilizar abusiva e injustamente el poder del grupo.
Veamos otro ejemplo: si durante el recreo, en el colegio, un alumno tiene un balón que no quiere devolver a su dueño y éste se lo quita de un empujón porque se tiene que ir a clase, el dueño del balón está resolviendo un conflicto por medio de una conducta agresiva, pero no podríamos calificarla de violenta porque la intención del agresor no es hacerle un daño físico ni psicosocial gratuito al otro, sino utilizar un recurso inadecuado para un objetivo razonable.
En el origen de las conductas agresivas existe siempre un conflicto que, en definición de Suárez [2], es un proceso interaccional que se construye recíprocamente entre dos o más partes en el que predominan las interacciones antagónicas sobre las competitivas. Algunas veces el antagonismo lleva a la agresión mutua, donde las personas que intervienen lo hacen con sus pensamientos, afectos y discursos. Así el conflicto es un proceso que se origina en una diferencia de intereses y las conductas agresivas son una forma de resolver esa diferencia de intereses.
La violencia va más allá de ser una forma agresiva de solucionar un conflicto. En primer lugar, para ejercer violencia no es necesario que exista un conflicto previo entre las partes; incluso, puede que antes no se conociesen, puede ser una violencia con un objetivo lúdico, con la que únicamente pretenden los actores divertirse. En segundo lugar, suele ser unidireccional y conllevar una relación desequilibrada entre las partes, en la que las fuerzas son desiguales entre el actor y la víctima, a favor del actor; frecuentemente es un grupo contra una víctima aislada o un agresor más fuerte respaldado por un grupo que le aplaude la acción. Conlleva, además, una intencionalidad de hacer daño gratuito a la víctima en ausencia de una regulación normativa de la interacción. Ortega y Mora-Merchán [3] definen la violencia interpersonal como el ejercicio agresivo físico, psicológico, social o verbal mediante el cual una persona o grupo de personas actúa, o estimula la actuación de otros, contra otra persona o grupo, valiéndose de ventajas sociales que le proporcionan su situación física, psicológica o social.
La violencia interpersonal o intergrupal se pueden dar en cualquier contexto interactivo en el que intervengan seres humanos, como individuos o como grupos. Así, los ámbitos familiar, escolar, laboral, lúdico, deportivo o institucional son marcos psicosociales en los que pueden surgir estas conductas. Los actores y receptores de este tipo de conductas pueden ser de cualquier edad y género.
La violencia puede llevarse a cabo de diversas maneras, como acabamos de ver en la anterior definición, puede ejercerse a través de golpes u otras conductas físicas que hagan daño; por medio de influencia psicológica, aterrorizando o manipulando de forma negativa sus sentimientos; ejercitando o propiciando el aislamiento o el rechazo social de la víctima; o a través de amenazas o insultos directos o conductas verbales dirigidas a terceras personas que comporten acusaciones falsas y/o difamaciones sobre la víctima.
Estas formas de manifestación de la violencia dan lugar a su clasificación en violencia física y verbal, directa e indirecta, incluso activa o pasiva (puede ejercerse una violencia que consista en no prestar una ayuda necesaria a una persona a sabiendas del daño que se le hace y queriendo ese daño). Pero, existen algunas manifestaciones a las que, por sus peculiares características, se les da una denominación particular: mobbing, violencia de género, acoso sexual, violencia doméstica, bullying, acoso psicológico, etc. Y, de igual modo, también existen algunos delitos más extendidos entre la juventud –a los que se les presta mayor atención– como son el tráfico de drogas y sus derivados: asesinatos o lesiones por ajustes de cuentas, robos, asociaciones para delinquir, etc.
Una de las formas de violencia/delito que más repercusión está teniendo actualmente sobre las personas en edad escolar es el bullying. Se trata de un anglicismo que se podría traducir como matonismo (bully significa matón y, to bully, significa intimidar con gritos y amenazas y maltratar a los débiles). Oñate y Piñuel [4], entienden que el bullying se refiere sólo al maltrato físico y que éste constituye sólo una parte del total de conductas de hostigamiento y acoso que sufren los escolares, por eso prefieren usar el término mobbing, normalmente reservado para el acoso laboral, pero lo traducen en este ámbito como acoso escolar y lo definen como un continuado y deliberado maltrato verbal y modal que recibe un niño por parte de otro u otros, que se comportan con él cruelmente con el objeto de someterlo, apocarlo, asustarlo, amenazarlo y que atentan contra la dignidad del niño. De hecho, no son pocos los autores que incluyen al bullying dentro de campo semántico del Acoso [5, 6, 7].
Por su parte, Díaz-Aguado [8] considera el bullying como una forma de violencia entre iguales que tiene las siguientes características: 1) suele incluir conductas de diversa naturaleza (burlas, amenazas, intimidaciones, agresiones físicas, aislamiento sistemático, insultos); 2) tiende a originar problemas que se repiten y prolongan durante cierto tiempo; 3) supone un abuso de poder, al estar provocada por un alumno (el matón), apoyado generalmente en un grupo, contra una víctima que se encuentra indefensa
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