El dolor de dejar la patria

Universidad Nacional de Cuyo

Cátedra: Lengua y Literatura Latina II

Nombre: Stephanie Aguilera Soto

Registro: 22495

El dolor de dejar la patria

Cuando comencé a leer la selección de textos latinos de la cátedra de Lengua y Cultura Latina II nunca pensé en que terminaría escribiendo acerca del sufrimiento que conlleva abandonar el país natal. De hecho no sabía sobre qué podría llegar a escribir, pues el dolor es un tema muy amplio que se puede abordar de diferentes maneras. Pero una vez que leí los primeros versos de Tristes I, 3 de Ovidio:

“Cuando me viene al recuerdo la funesta imagen de aquella noche, en la que transcurrieron mis últimos momentos en Roma, cuando recuerdo la noche en la que abandoné a tantos seres queridos, todavía ahora se me escurren las lágrimas de los ojos.”

Supe inmediatamente sobre qué escribiría. Pues recordé la noche anterior al día en que partimos de Chile a Argentina. Aquella noche en la que se reunió la familia de mi madre en la casa de mis abuelos para despedirnos y desearnos buena suerte. Todo era sonrisas y chistes. Todos los presentes estaban alargando lo que más se podía la noche. Nadie quería aceptar que no estábamos celebrando una fiesta, sino que era una despedida. Cuando ya no se pudo evitar más el momento de decir adiós, fue muy notorio el cambio en el ambiente. Se podía sentir la tristeza que permeaba el aire cuando los abrazos comenzaron y las lágrimas no se pudieron contener más.

        Han pasado más de diez años y recordar esa noche todavía me hace llorar. Creí que el pasar de los años haría más fácil escribir de esto, pero me equivoqué. Aunque las lágrimas no tienen el mismo pesar que una vez tuvieron en aquellos primeros años. Esos años en los que me tuve que acostumbrar a un nuevo hogar, a un nuevo país y a no tener cerca a gran parte de mi familia. Creo que lo que más duele de dejar la patria es el dejar en ella a tu familia.

Me vine a Argentina con mi mamá y una de mis hermanas, mi papá y mi hermana mayor se quedaron en Chile. En cada oportunidad que teníamos para viajar nos veíamos y nos juntábamos en casa de mis abuelos. Pero no siempre se podía viajar y fue así como no siempre se pudo estar en fechas importantes de la familia. En esas ocasiones era cuando más dolía no estar, cuando más se sentía la separación de un país al otro, y el deseo de volver se hacía más grande. Deseo que no se podía cumplir tan fácilmente.

        Con el pasar de los años las cosas se fueron haciendo más fáciles. Fáciles en el sentido de que uno se acostumbra al dolor de estar lejos de la patria, al menos en mi caso, no sé cómo lo vivirán mi madre y hermana. Yo aprendí a soportarlo y aprendí a querer al país que me recibió. Ambos países ahora ocupan un lugar importante en mi vida, gran parte de lo que soy se lo debo a las experiencias vividas en ellos. Y aunque hay veces que la nostalgia ataca el pensamiento y hace brotar lágrimas de los ojos, siempre recibiré ese sufrimiento con los brazos abiertos, porque es el sufrimiento lo que te hace más fuerte, te enseña y te hace crecer como persona.

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