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El legado de familia

dayana.florianApuntes17 de Noviembre de 2022

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El legado de familia

Juan de Francisco Martín y Martínez Aparicio nació en Cartagena el último año del siglo X V III, en el seno de una de las familias de comerciantes de mayor prestigio y caudal de fines del período colonial. Su padre, Juan de Francisco y Martín, castellano oriundo de Soria muy ligado al comercio de Cádiz, desembarcó en Cartagena hacia 1787. Como muchos de sus coterráneos, a los pocos años contrajo matrimonio con una cartagenera hija de españoles, doña Catalina Martínez de Aparicio y Tatis. Denot del sistema colonial vigente, la De Francisco y Martín-Martínez de Aparicio se trataba, sin duda, de una “rica e ilustre familia” del virreinato. Rica, por cuanto De Francisco y Martín formaba parte del reducido grupo de comerciantes mayoristas españoles radicados en el puerto, quienes monopolizaban el comercio trasatlántico de la Nueva Granada, entonces el negocio más lucrativo en toda la América española. Ilustre, porque el padre de Catalina, Manuel Martínez Aparicio, había sido Procurador General y Alcalde Ordinario de Cartagena. Una señal del creciente poder económico de Juan de Francisco Martín, fueron los numerosos cargos públicos que ocupó entre 1795 y 1801, y que contribuyeron a dar lustre y honor a su reputación en la plaza. A finales del siglo xvii, aquellos personajes dedicados a los negocios de comercio trasatlántico se habían consolidado, efectivamente, como el grupo económico más poderoso e influyente, no sólo en la ciudad, sino también en la provincia, y en alguna medida en el resto del virreinato.

Ese poderío se había visto favorecido desde mediados de 1740 al abolirse el sistema de las flotas, y luego en 1778 al expedirse el reglamento de libre comercio. Esas medidas, conjuntamente con otras de tipo administrativo tomadas dentro de la reorganización del Imperio, habían contribuido a aumentar el flujo de intercambio entre las colonias americanas y los puertos del sur de España. Cartagena, al igual que otros puertos sobre el Caribe y el Atlántico, se benefició considerablemente de ese incremento cuyas principales ganancias quedaron en manos de los comerciantes españoles que habían fijado en ella sus casas mercantiles, u obraban como agentes corresponsales de casas domiciliadas en la metrópoli.

 En 1795 los importadores españoles en Cartagena acrecentaron su preponderancia económica, política, y social al crearse el Consulado de Comercio con jurisdicción sobre todo el territorio del Virreinato de la Nueva Granada y la Audiencia de Quito, con las excepciones de las provincias de Popayán y Quito. Los objetivos básicos de esa institución eran los de resolver los conflictos mercantiles que se presentaran entre los comerciantes de su jurisdicción mediante un tribunal de justicia, y servir también como agencia promotora del desarrollo económico de la colonia. Aunque los miembros del consulado no siempre adelantaron con empeño y dedicación las tareas necesarias para el logro de esos objetivos, pertenecer a sus cuerpos directivos no sólo les confería status, sino que les permitía la posibilidad de acceder a ciertos privilegios económicos y fiscales. Desde la creación del Consulado en junio de 1795, Juan de Francisco y Martín siempre perteneció a sus directivas y ocupó varios de sus principales cargos, desde prior hasta juez del tribunal de justicia; así mismo, desempeñó otros puestos en la ciudad como comisario de barrio, alcalde ordinario y regidor del ayuntamiento, lo que era una clara muestra de su riqueza’. En 1801, De Francisco y Martín hizo gala de sus cuantiosos recursos al financiar las festividades religiosas de san Sebastián, el patrono de Cartagena.

6 Años más tarde, elevó una petición al Rey para que se le nombrara Ministro de la Junta General de Comercio, Moneda y Minas, cargo que ocuparía adhonorem porque no necesitaba su remuneración. De Francisco y Martín motivaba su solicitud en el deseo de dejarles a sus diez hijos, además de su fortuna, una distinción que les ayudara en sus futuras ocupaciones. Juan de Francisco dejó testimonio, en algunos registros mercantiles7, de las exportaciones que hizo, entre 1787 y 1804, en compañía de otros comerciantes: sumas importantes en doblones de cordoncillo y barras de oro quintadas que sumaron un total de 896.859 pesos, así como también algunas exportaciones de frutos del país. 

Para comienzos de la Independencia, Juan de Francisco y Martín era un leal y privilegiado súbdito del rey Fernando vii, con más de veinte años de residencia en Cartagena, donde habían nacido sus hijos. Para entonces, su hijo Juan había sido enviado a España para darle una educación más esmerada que la que en este país era posible obtener en aquel tiempo. No obstante haber tenido así la oportunidad de recibir una formación universitaria en Europa y continuar alguna otra carrera, se dedicaría más bien al comercio aprovechando la experiencia y las conexiones de su padre.

Cuando estalló el movimiento de Independencia en Cartagena, Juan de Francisco y Martín cerró filas inmediatamente al lado de los realistas. Su lealtad a la causa de Fernando vii no fue pasiva. A comienzos de febrero de 1811, junto con otros comerciantes de la ciudad, apoyó una conspiración que tenía por objetivo derrocar a la Junta Suprema de Gobierno, que había asumido el poder en la provincia desde agosto de 1810, y reinstalar en su cargo al depuesto Gobernador español. La conspiración, sin embargo, fracasó; sus principales instigadores fueron develados y arrestados sus cabecillas. La casa de De Francisco y Martín, y las de otros comerciantes peninsulares, fueron atacadas por el pueblo. Días más tarde se le abrió un proceso por sedición por haberse encontrado que sus dependientes habían tomado parte activa en el complot. No obstante haber sido absuelto al no comprobársele el delito de sedición, De Francisco y Martín fue condenado a cubrir las costas del proceso y a jurar solemnemente adhesión a la Junta de Gobierno. Más tarde, al radicalizarse el proceso de Independencia en Cartagena, Juan de Francisco y Martín emigró con algunos de sus hijos a Jamaica, víctima de la persecución y confiscaciones de los patriotas. Preocupado por trasladar a Cádiz sus bienes, esparcidos en Panamá, Nicaragua, Guatemala, Guayaquil y Lima, la muerte lo sorprendió en Kingston a comienzos de marzo de 181310. Hasta último momento reiteró su lealtad a la Corona: le ordenó al albacea grabar en su tumba un epitafio en el que le reconocía a Fernando vii derechos sobre América". El realismo de don Juan de Francisco y Martín, sin embargo, no fue compartido en forma unánime por sus hijos. Su primogénito, Narciso, no sólo permaneció en Cartagena al lado de los republicanos, sino que ocupó varios puestos de mando en las milicias de la ciudad hasta llegar al grado de Teniente Coronel. En ejercicio de sus funciones militares, estuvo en todo momento al frente de las fuerzas que defendieron la ciudad amurallada ante el sitio del ejército de Pablo Morillo en 1815; llegó, incluso, a formar parte de la comisión que las principales autoridades de Cartagena.

enviaron a Kingston, a comienzos de octubre de ese año, para poner a disposición del rey de Gran Bretaña la provincia entera12. Por su parte, Miguel de Francisco Martín, uno de los hijos menores de don Juan, se quedó en Cartagena una vez fue reconquistada por Morillo. Allí permaneció al frente de los negocios de su padre con el beneplácito del gobierno realista, ya que en octubre de 1816 fue nombrado por el Gobernador Francisco Montalvo como consiliario del restablecido Consulado de Comercio13. Años más tarde, Miguel se radicaría como comerciante en Cádiz. Las cuatro hijas de Juan y Catalina, hermanas de Juan de Francisco, regresaron a Cartagena una vez restaurada la República. Un indicio de la importancia comercial de la casa De Francisco en la plaza es el hecho de que tres de ellas se casaran con notables comerciantes: Concepción contrajo matrimonio en 1827 con el británico Henry Grice, representante comercial de la casa Oxford y Grice, y socio de Juan de Francisco; Teresa contrajo nupcias en 1830 con George B. Watts, hijo de quien fuera el cónsul británico en Cartagena; y Dolores lo hizo con el comerciante del occidente del país José Lloreda Becerra. María Escolástica murió soltera en Cartagena en 184o14. En cuanto a Juan, quien a la sazón no llegaba aún a los veinte años de edad, regresó a Cartagena en 1817 procedente de Europa, seguramente al amparo de la posición de su hermano Miguel. Entre 1820 y 1821, y a medida que las fuerzas libertadoras al mando del entonces coronel Mariano Montilla se acercaban a Cartagena, De Francisco Martín empezó a colaborar con ellas. Gracias a sus conexiones con Jamaica y a sus recursos económicos, contrató barcos que viajaban a esa isla para mantener abastecidas, tanto de alimentos como de municiones y armamentos, a las tropas republicanas15. En septiembre de 1821, en los días finales del gobierno español en Cartagena, utilizó sus influencias personales para persuadirlas de que capitularan, lo que finalmente ocurrió el 22 de dicho mes.

Contrastan las condiciones que rodearon a Juan de Francisco Martín con aquellas, bien distintas, que debió sortear en esos años Manuel Marcelino Núñez, su contemporáneo, y quien sería con el paso del tiempo el epítome de lo que hoy llamaríamos “un hombre hecho por sí mismo”. Para empezar, Núñez procedía de una familia menos favorecida económicamente por la fortuna. Era el hijo mayor y único varón de Bibiana Duarte, natural de Santa Marta, con el Teniente de Infantería español José Núñez, quien fuera asignado a fines del siglo xviii a la guarnición de aquel puerto.

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