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LA INMIGRACIÓN DE MASAS

Nico LamasResumen22 de Junio de 2018

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LA INMIGRACIÓN DE MASAS

FERNANDO DEVOTO

FLUJOS MIGRATORIOS, EXPANSIÓN ECONÓMICA Y POLÍTICAS DE PROMOCIÓN

Entre 1881 y 1914, 4.200.000 aprox. de personas arribaron a la argentina. De entre ellos, los italianos eran alrededor de 2000000, los españoles 1400000, los franceses 170000, los rusos 160000. La curva de la emigración muestra dos prolongadas fases  de expansión cortadas por la crisis de los 90 y sus secuelas temporales. En las segunda de sus fases, la Argentina llegó a sus máximos históricos antes de la Primera Guerra Mundial, superando el aluvión de Brasil y Canadá.

Los rasgos de esta emigración predominaban los hombres jóvenes, de origen rural, llegados a través de mecanismos migratorios principalmente en “cadena”. El porcentaje de retorno, fluctuante mostraba que los italianos retornaban más que los españoles y éstos a su vez más que sirio-libaneses o rusos; entre 1881 y 1910 retornó el 36% de los inmigrantes.

En un contexto internacional comparativo, la Argentina atrajo mayor porcentaje de grupos familiares que viajaron en forma conjunta o la mayoría de las veces de manera separada, reuniéndose aquí, cuando mujeres y niños alcanzaban a los hombres emigrados precedentemente. Atrajo también mayor porcentaje de personas que declaraban ocupación (más agricultores y trabajadores calificados que jornaleros) y tuvo índice de retorno más bajo que en otros países. La elevada oferta de tierras disponibles es probable que favoreciese la llegada de familias de agricultores.

La conclusión a que se puede llegar es que el destino argentino entre los migrantes del Mediterráneo parece haber sido preferido por grupos con un horizonte de migración de más largo plazo, que podía priorizar el tener mejores empleos y vivir en una sociedad que para ellos era menos discriminatoria y/o con menor distancia lingüística, mientras que los EEUU o Cuba eran escogidos en mayor número por personas que desarrollaban muchas veces tareas adventicias, esperaban retornar pronto y aspiraban a maximizar sus ingresos en el menor tiempo posible, por lo que estaban más atraídos por los altos salarios o el menor costo de la travesía existentes en el Norte.

Irada en su conjunto, la migración de masas a la Argentina coincide con una expansión de la oferta global europea que duplica el porcentaje de emigración por habitante de la década de 1870 a la de 1880, volviendo a duplicarla en la primera década del siglo xx.

Desde luego que todo el proceso coincidió y fue alimentado principalmente por una notable expansión de la economía argentina. A expansión de la frontera agropecuaria permitió la puesta en producción de millones de hectáreas, que fue acompañada por un crecimiento de la red ferroviaria y que generó un proceso de actividades conexas (desde el comercio a los servicios) que los inmigrantes ocuparon. Incluso un consistente número de profesionales, médicos, farmacéuticos, profesores, músicos, maestros, sacerdotes, personas con un pequeño capital que, con pocas posibilidades en la sociedad de origen, venían para aprovechar las oportunidades que brindaban las comunidades inmigradas que necesitaban sus servicios.

Todo el sector atrajo inversiones extranjeras en el sector de os transportes, servicios y finanzas, ello a su vez permitió un significativo aumento de los ingresos y gastos de un Estado que además no dejó de endeudarse. Así se generaron nuevas fuentes de trabajo en otras actividades.

Si bien las políticas del estado para atraer inmigrantes influyeron en el proceso, era la economía la que brindaba el principal incentivo para emigrar a la Argentina y no el Estado (Devoto). Por ej. aunque se ofrecía a los inmigrantes recién llegados un conjuntos de servicios, en el marco del Hotel de Inmigrantes, más de la mitad de ellos no se alojaban en él, sino que eran recibidos en el puerto o se dirigían a casas de amigos y parientes.

Ciertamente algunos habían llegado sin contactos y otros incluso al destino equivocado, pero la mayoría sí tenía lazos sociales previos en el nuevo país. Nuevamente aquí la distinción debe hacerse entre grupos con una larga tradición migratoria y aquellos expulsados súbitamente del Viejo Mundo y que se embarcaban con noticias menos ciertas y sus contactos. Muchos de éstos últimos eran los que utilizaban el servicio de la Oficina de Trabajo que existía e el hotel para conseguir empleo o los que eran reclutados en sus portones por mediadores y contratistas. Eran los grupos más antiguos que procedían de Italia, Francia y España, los que menos requerían de sus servicios.

La emigración de masas reconoce dos grandes oleadas hasta la primera guerra mundial. La primera en la década del ochenta. Fueron éstos los años en que emigró mayor número de familias y el porcentaje de retornos fue menor. Un gran número de ellos eran colonos decididos ahora a aprovechar las posibilidades que bridaban las tierras disponibles, con la expansión de la frontera y los precios altos de los granos para los costos de producción argentinos. Sin embargo, hubo reticencias ante el rumbo que seguí el movimiento migratorio. Para resolver los problemas de la competencia con el Brasil y sus pasajes subsidiados, y el predominio de italianos, la Argentina se embarcaría entre 1888 y 1890 en un esfuerzo semejante al de Brasil. Si bien el gobierno esperaba otorgar 200000 pasajes subsidiados, entre comienzos de 1888 y marzo de 1891 concedió sólo 134.000. Esto sirvió para dar impulso al flujo español, que se engrosó con el mayor número de pasajes: 60000. Otros grupos que recibieron pasajes fueron los franceses con 45000, los belgas con 12000 y los británicos con 7000. Los italianos estaban excluidos.

La política de pasajes subsidiados se reveló rápidamente como un fracaso. Las tasas de retorno de las personas llegadas a través de esa vía fueron altas, y la percepción de algunos funcionarios argentinos fue que era preferible volver a la inmigración espontánea. Las elites de las comunidades inmigrantes consolidadas, como los italianos, y una parte de los dirigentes argentinos remarcarían todas las desventajas de la inmigración que llamaban “artificial”, sosteniendo que: Mientras la inmigración espontánea seleccionaba a los más fuertes, la promovida por el Estado reclutaba entre los más débiles. Esparcían sospechas intencionadas de que los reclutadores estaban trayendo mendigos y personas alojadas en las cárceles, el mismo Director de Migraciones Juan Alsina dría que se había traído “el bajo fondo de las ciudades”, no siendo la mayoría agricultores como habían declarado. En realidad, la experiencia fue bastante negativa ´para los mismos inmigrantes, independientemente de donde procedieran. La cuantía de número de arribos, sumado a la aún mayor de la inmigración espontánea, generó un enorme desorden en la gestión. Más allá de todo, fue el quiebre de las fianzas del Estado nacional, con la crisis del 90, lo que puso punto final a las posibilidades de financiar la inmigración.

EL DEBATE SOBRE LA INMIGRACIÓN EN LA DÉCADA DE 1880

La política migratoria que buscaba motivos tan contradictorios como expandir el flujo migratorio y reorientarlo regionalmente se enmarcaba, en realidad, en un conjunto de preocupaciones de las elites argentinas ante la inmigración. La idea de reorientar el flujo migratorio tenía que ver con el predominio de los italianos. Éstos nunca habían sido los inmigrantes preferidos, pese a las buenas relaciones que habían existido y seguían existiendo entre los personajes de la elite porteña como Mitre y Varela y la elite masónica de las instituciones italianas.

Los contornos de la crítica a los italianos eran variados y no uniformes. Existían dentro de ellos subgrupos regionales considerados mucho más positivamente, como los genoveses y piamonteses. Lo mismo ocurría con los grupos españoles: los vascos eran siempre los más elogiados. Sin embargo, los italianos eran para muchos un grupo no preferido no sólo por razones culturales y económicas, sino por el hecho de que parecían haberse convertido en una amenaza dado su número, su poca disposición a integrarse, la fortaleza de sus instituciones étnicas y su presencia pública organizada en manifestaciones y mítines para celebrar sus héroes, Mazzini y Garibaldi.

Al comenzar los años ´80, Sarmiento fue uno de los más enérgicos en manifestar su disgusto ante u proceso que no seguía el rumbo prefijado. Particularmente irritada fue su reacción contra un progreso pedagógico italiano ¿Qué es eso de querer educar “italianamente” a sus hijos? Los inmigrantes además no se nacionalizaban y ello les impedía cumplir el rol transformador del sistema político que solo una mesocracia podía garantizar. Era la funesta escisión entre “productores” y “ciudadanos” acuñaba Sarmiento. Un resultado fue que muchos, como Lucio Mancilla y Estanislao Zeballos, comenzaron a pensar en los años ’80 en nacionalizar compulsivamente a los inmigrantes europeos para transformar el sistema político. No sólo para ello. También para resolver, a través de esa vía, el problema de la lealtad de unos inmigrantes divididos entre sociedad de origen y la sociedad de recepción. En ello reposaba el problema de la nacionalidad en términos jurídicos. Es decir, cómo resolver la inevitable tensión que se generaba entre la idea de ciudadanía derivada de origen étnico de los ancestros y aquella otra contrapuesta derivada del territorio donde nace. A las preocupaciones por la identidad y por la reforma del sistema político de parte de los dirigentes argentinos, se sumaba la fuerte demanda de un sector de las elites de las colectividades extranjeras. Ellas derivaban de las amenazas que éstas comenzaron a percibir para el futuro de sus bienes, en especial con la crisis de 1890, si se dejaba en manos de los nativos la gestión de la política y de la economía. Claro está que tal iniciativa no gozaba del favor de los gobiernos europeos, para quienes el statu quo existente era satisfactorio, ni de otra parte de las elites comunitarias, para quienes la condición de “huéspedes” era la más ventajosa. Éstas se inclinaban hacia otra solución: la adquisición de los derechos políticos sin la pérdida de la ciudadanía de origen.

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