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LA MODERNIZACIÓN EDUCATIVA (1988-1994)

hhugo1123 de Enero de 2014

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LA MODERNIZACIÓN EDUCATIVA (1988-1994)

Josefina Zoraida VÁZQUEZ El Colegio de México

CUALQUIER EVALUACIÓN DE LA EDUCACIÓN pública mexicana exige considerar la rémora que representa el sexenealismo presidencialista. El empeño del ejecutivo en turno de darle sello propio a la política, ha impuesto la tradición nefasta de cambiar las prácticas educativas cada seis años sin que medie un estudio de su pertinencia e impidiendo que los esfuerzos sean sostenidos. Desde los años sesenta, los anuncios de “reforma educativa” se repitieron,1 aunque sólo en tres momentos hubo cambios sustanciales: el Plan de Once Años (1959-1964), la “reforma educativa” de 1970-1976 y la “modernización educativa” del periodo salinista.2 El Plan de Once Años intentó enfrentar los problemas que planteó la explosión demográfica, tratando de prever las necesidades que anunciaban las proyecciones de crecimiento de población con una planeación que permitiera preparar aulas, maestros y materiales para enfrentarla. Se aplicaron medidas de emergencia en construcción de aulas y capacitación de personal y se instituyó el libro de texto gratuito en la escuela primaria. La expansión acelerada de la educación fue acompañada de una baja en la calidad de todos los sectores, al tiempo

Véase LATAPÍ, 1975. Programa, 1989. “Acuerdo Nacional. Modernización de la Educación Básica”, 464 (19 mayo 1992), pp. 8. México (f 372.972/189).

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HMex, XLVI: 4, 1996

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que la expansión espectacular del conocimiento, requería cambios educativos. Por eso la reforma de los años setenta que se plasmó en la ley de educación de 1974, promovía un cambio de métodos de enseñanza destinado a desplazar el memorístico para preparar a los niños para un proceso permanente de aprendizaje. Se pretendía entrenarlos para inquirir e investigar, procesar la información y responder a problemas variados. Se agruparon los conocimientos transmitidos en la educación elemental dos lenguajes, español y matemáticas y dos ciencias, sociales y naturales. Esta enseñanza por áreas significó un cambio fundamental en las concepciones y prácticas pedagógicas tradicionales. Por otra parte, hubo el intento decidido de eliminar trabas reglamentarias para la acreditación de conocimientos y de ampliar la educación media para que el ciclo no sólo fuera preparación para entrar a instituciones superiores, sino que proveyera alternativas terminales (agrícolas o técnicas) que posibilitaran la incorporación al trabajo. Pero las reformas fueron incapaces de cubrir el rezago educativo y mejorar la calidad de la escuela pública mexicana,3 cuyos contenidos no resultaban pertinentes para enfrentar los retos del desarrollo económico. Todas las reformas se emprendieron sin diagnósticos y sin la experimentación y evaluación adecuadas ante la bendita prisa de aplicarla en el término de un sexenio presidencial, lo que le resta la solidez que la importancia de la educación amerita, amén de implicar el abandono de excelentes ideas y de sustituir grupos de trabajo eficientes y calificados por otros improvisados que volvieron a partir de cero. Ahora bien, las críticas negativas que siempre despierta la educación pública mexicana es necesario situarlas en el marco de su gran complejidad, para calibrar el tamaño del reto que ha enfrentado. México es un país de contrastes y gran desigualdad, tanto social como geográfica. Con una población multiétnica que habla más de 50 lenguas diferentes y con una mayoría concentrada en el centro y sur del país hasta hace unas décadas, los grupos monolingües vi3

TIRADO, 1986 y 1990.

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ven en zonas aisladas, lo que hace difícil su incorporación. Esta situación de por sí problemática, la ha complicado la impresionante explosión demográfica que ha presenciado el país a partir de 1940 y que le ha hecho pasar de 20 a más de 90 000 000, en 1995, lapso en el que también se transformó de rural, en predominantemente urbana. A pesar de esos impresionantes obstáculos, la educación pública logró bajar el analfabetismo de 46% en 1940, a 12% en 1990, aunque todavía excesivamente alto, en especial en el contexto de Norteamérica (cuadro 1). Una de las víctimas no podía sino ser la calidad de la enseñanza, pues la demanda de escuela ha superado todas las proyecciones. Cuadro 1 ÍNDICE DE ANALFABETISMO, GRUPO DE EDAD 15 AÑOS O MÁS

(PORCENTAJE DE LA POBLACIÓN TOTAL) País Estados Unidos Canadá Chile Costa Rica México Índice 0.5 3.4 6.6 7.2 12.40 Año 1979 1986 1990 1990 1990

FUENTE: Anuario Estadístico, UNESCO, 1992.

A estos problemas de por sí graves, se ha venido a sumar el impacto que han representado las crisis económicas en el gasto educativo. De 1970-1981, el porcentaje del Producto Interno Bruto (PIB) gastado en educación había subido de 1.76 a 5.5% y entre 1982-1988 se redujo de 3.25 a 1.39%, lo que en términos de educación superior significó pasar de 0.5 a 0.2% en el mismo periodo.4 Como resultado se abandonaron proyectos importantes, se dejaron de adquirir materiales y libros y el salario de los maestros y profesores sufrió un deterioro que condujo a muchos a abandonar las aulas.5

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IBARRA COLADO, 1993 y FUENTES MOLINAR 1990a. FUENTES MOLINAR, 1990, pp. 339-343.

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EL PROYECTO EDUCATIVO DE 1989-1994 Los temas educativo y de la difusión de la cultura estuvieron presentes en la campaña presidencial de 1988 y, por supuesto, se anunciaron reformas. De todas formas, fue el amplio campo de la difusión de la cultura el primer aspecto que encaró el nuevo presidente. A siete días de la toma de poder, Carlos Salinas de Gortari anunció la creación de un Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, como entidad autónoma adscrita a la Secretaría de Educación Pública (SEP), Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) iba a coordinar todos los aspectos de la difusión. La decisión respondía a la presión que había ejercido durante la campaña, uno de los principales grupos de intelectuales para que se creara una Secretaría de Cultura, pretensión que contravenía la meta básica del adelgazamiento del Estado. Además de absorber las instituciones existentes (Instituto Nacional de Bellas Artes, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Conservatorio, Dirección de Publicaciones, etc.), creó una nueva burocracia. La nueva institución sufrió un cambio de dirigencia y con ésta, de una parte de sus lineamientos. El Consejo emprendió la promoción de eventos artísticos y culturales de la más alta calidad, tal vez excesivos para un país con las carencias de México. También producción de cine y grabación de videos de cine clásico para venta y para préstamo en las bibliotecas públicas, subvención a la televisión cultural (incluyendo la fundación de un nuevo canal cultural), financiamiento de excavaciones en muchas zonas arqueológicas, así como exhibiciones museográficas, dentro y sobre todo fuera del país (incluso el financiamiento de una sala de culturas precolombinas en el Museo Británico que por cierto quedó algo escondida). En cambio, no logró darle coherencia a su ambiciosa labor editorial que favoreció a las editoriales privadas. Es claro que planear los cambios en educación formal tenía mayores dificultades. El sexenio de Salinas, centrado en la transformación económica del país, cuyos objetivos, prioridades y estrategias se definieron en el Plan Nacional de De-

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sarrollo, 1989-1994, reconoció que la educación era parte del cambio “inevitable” exigido por las transformaciones mundiales para que una nación en vías de desarrollo pudiera “competir y avanzar en sus intereses, anticipando las nuevas realidades”. Según rezaba el plan, “mejorar la calidad de la educación y de sus servicios de apoyo es imperativo para fortalecer la soberanía nacional, para el perfeccionamiento de la democracia y para la modernización del país”.6 Se consideraba fundamental estimular la educación y la investigación de alto rango para mejorar el ejercicio de la ciencia y la tecnología y evitar la dependencia del exterior, pero las exigencias del Banco Mundial aseguraron que la educación básica se convertiría en prioridad para el desarrollo.7 Por tanto, la agenda de “modernización” de la educación fijó como objetivos: mejorar la calidad del sistema educativo, elevar la escolaridad de la población, descentralizar la educación y fortalecer la participación de la sociedad en el quehacer educativo. Aunque a lo largo del sexenio la educación pública recobró presupuesto (cuadro 2), la continuidad de las tareas se vio obstaculizada por cuatro cambios en el ministerio, no experimentadas desde los años cuarenta. Manuel Bartlett ocupó la cartera del 1º de diciembre de 1988 al 7 de enero de 1992; Ernesto Zedillo del 7 de enero de 1992 al 30 de noviembre de 1993; Fernando Solana del 1º de diciembre de 1993 al 11 de mayo de 1994 y de esa fecha a fin de noviembre, Ángel Pescador Osuna, lo que conllevó también relevo de algunos encargados de área.8

Documentos 1, 1994, pp. 9-10. Documentos 1, 1994, p. 23. Véase LOCKHEED y VERSPOOR, 1988. 8 Con Bartlett la Coordinación Educativa estuvo a cargo de Fernando Elías Calles; la Educación Media, de Jesús Liceaga; la Educación Elemental, de Juan de Dios Rodríguez; Educación e Investigación Tecnológica,

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