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LA MUJER Y SU PAPEL DESDE EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD OCCIDENTAL, REIVINDICADA POR CERVANTES EN EL CELOSO EXTREMEÑO


Enviado por   •  20 de Marzo de 2020  •  Ensayos  •  2.102 Palabras (9 Páginas)  •  255 Visitas

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LA MUJER Y SU PAPEL  DESDE EL ORIGEN DE LA SOCIEDAD OCCIDENTAL, REIVINDICADA  POR CERVANTES EN EL CELOSO EXTREMEÑO

Ma. Josefina Jiménez Fuentes

Desde el inicio de la cultura occidental, la mujer, en su gran mayoría,  ha tendido un papel secundario y pasivo en la sociedad. El trato dado a ella no iba más allá de una   transacción comercial o  como un  simple objeto sexual.  Miguel de Cervantes Saavedra[1] en El celoso Extremeño[2],  pone al descubierto la falsedad de las convenciones, la malicia y la sordidez de los hombres en uno de los personajes más perversos de toda su obra: Carrizales.

Sin embargo, es a través de este mismo personaje que Cervantes reivindica a la mujer, instaurando  la recuperación del raciocinio, casi póstumo, del viejo, al reconocer sus  faltas morales y conductuales, perdonando y liberando a su joven esposa después de haberle heredando sus bienes y fortuna.

El título El Celoso Extremeño nos lleva en sí a una paronimia entre las palabras “Extremadura” y “extremo”,  que nos remite a un celoso extremo. La historia comienza cuando un joven de familia noble llamado Felipo de Carrizales, sale de Extremadura y gasta sus años y su hacienda en viajes y diversiones. Viéndose viejo y pobre, con sus padres y amigos muertos, emprende un viaje a las Indias, del que regresa, veinte años después, tan lleno de oro como de años.

Un día  vio a una hermosa doncella  de trece años, con quien se casa casi enseguida,  después de darles a sus padres veinte mil ducados. Desde este momento quedó  embestido  por los rabiosos celos que lo hicieron temblar y tener mayores cuidados que jamás había tenido. Lleva a su esposa a una casa que convirtió en fortaleza, tapó ventanas y subió paredes. Contrató sólo a mujeres para el servicio y compañía de su esposa y no permitió contacto alguno con la sociedad. Por su parte, el viejo Carrizales se entretenía regalando cosas a su esposa y acariciando a las jóvenes criadas con quienes se comportaba de manera liberal.

La historia sigue cuando Loaysa, un joven virote, movido por el vicio y codicia, encendiéndosele el deseo, “quiso ver si sería posible expugnar, por fuerza o por industria, fortaleza tan guardada”.[3] Con engaños y astucia entra a la casa y después de muchas argucias logra estar solo con Leonora, esposa de Carrizales, con pretensiones meramente sexuales, pero ella lo persuade de respetar su honor.

El viejo, al encontrarlos dormidos y abrazados en la alcoba del ama de llaves, quien fue la cómplice del virote,  muere unas horas después, debido al enorme dolor y celos, no sin antes perdonar a su joven esposa, a quien heredó sus bienes y fortuna, pidiéndole se casara con Loaysa. Pero ella, sabedora de su mal, se arrepiente y entra al convento donde vivió hasta el final de sus días.

LA MUJER VISTA DESDE UNA PERSPECTIVA CERVANTINA EN EL CELOSO EXTREMEÑO

El Celoso Extremeño se fragua en tiempo renacentista, caracterizado, según Álvaro Custodio, en El Patio de Monipodio[4], por la disolución social de las postrimerías de la edad media, que da pie a una anarquía de palabras, ideas y costumbres  que favoreció el libre pensar y que abrió, en parte, los caminos de la Reforma, dando cierta licencia de imprenta, pues la Inquisición se enfocaba en la persecución de los judaizantes, y no se cuidó, hasta un poco más tarde, de intervenir en la censura de libros, por lo que comienzan a publicarse obras picarescas, que lustros antes podían haber causado una gran alteración social.

Cervantes, en su aislamiento humano y literario, casi olvidado e ignorado por otros autores contemporáneos, pudo desarrollar su obra sin sometimientos ideológicos, alejándose del entusiasmo ingenuo y mayoritario de éstos. Su dinamismo responde a la sátira, ironía y burla severa hacia una sociedad de doble moral, corrupta y viciosa que, por un lado,  cierra los ojos ante situaciones  como un matrimonio tan dispar, el enclaustramiento, las licencias libertinas que el viejo se daba con  las mujeres puestas al servicio del hogar; y por otro, la cimentación de esa misma sociedad en los preceptos religiosos.

Si tenemos en cuenta que la civilización occidental está fundada en la ideología greco-romana, en donde la mujer, si ésta  pertenecía a la clase privilegiada, servía como instrumento de alianza para fortalecer los reinos o señoríos, o como simple mano de obra a la que se le exigía trabajo excesivo para poder pagar su manutención, ocupaba un papel secundario; podemos observar que dicha línea discriminatoria siguió el mismo curso a través de los siglos que prácticamente abarcó hasta la civilización occidental contemporánea.

Hesíodo, en Los Trabajos y los días[5], muestra datos concisos y reveladores  del papel de la mujer  setecientos años antes de nuestra era, ya sea hacia su maldad, su uso o su destino. En el Mito de Pandora, Hesíodo escribió lo siguiente: “Antes de eso, la raza humana vivía en la tierra al amparo y abrigo de todo mal, de la fatiga y de las dolorosas enfermedades que traen la muerte a los hombres. Pero aquella mujer, levantando con sus propias manos la ancha tapa del recipiente que las contenía, derramó sobre los hombres las más horribles miserias”.[6] 

Más adelante, refiriéndose a los trabajos de campo, especificó en el apartado 405: “Haz por tener primeramente una casa, una mujer y un buen de labor; la mujer comprada, no esposa, para que si es preciso vaya tras los bueyes.”[7], así como en otros consejos sobre los beneficios de casarse con una “buena” esposa.[8] 

Continuando con La Iliada[9], encontraremos los casos de Helena, esposa de Menelao que fue raptada por Paris; Briseida, viuda de Lirneso, raptada por Aquiles; Andrómaca, esposa de Héctor,  entregada como esclava a Neoptólemo, hijo de Aquiles; Casandra, hija de Príamo, raptada por Agamenón; así podríamos seguir una enorme lista de mujeres que aparecen en la literatura griega,   cuya valía equidistaba acorde al provecho que de ella se pudiera obtener, aunque su final fuera una muerte temprana, o su integridad violentada y nulificada, enmarcada en una supuesta legitimidad impuesta por el orden masculino.

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