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LEY DE LA COMPLEJIDAD “EL HOMBRE COMO UN TODO O LA INTEGRALIDAD DEL HOMBRE”


Enviado por   •  5 de Septiembre de 2020  •  Informes  •  2.195 Palabras (9 Páginas)  •  130 Visitas

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LEY DE LA COMPLEJIDAD

“EL HOMBRE COMO UN TODO O LA INTEGRALIDAD DEL HOMBRE”

                

Desde el Big Bang hasta nuestros días, el hombre ha concebido de diferentes maneras al Universo, de acuerdo con el modelo científico y la línea de pensamiento prevaleciente en cada época. Sin embargo, una coincidencia entre las diferentes posturas es el concepto de caos y la complejidad del Universo y, desde allí, el intento de simplificar el entorno en un intento vano por tratar de comprender al universo y, por consiguiente, al ser humano en su integralidad.

De acuerdo con Sánchez M., citando a Maldonado,  “Existirían tres grandes modos de contemplar la complejidad: como método (pensamiento), como ciencia (conformación múltiple) y como cosmovisión. En estas tres formas se incluye la obra de E. Morín, 1998; I. Prigogine, 1997; H. Maturana, 1970; F. Varela, 1981; S. Kauffman, 1991 y otros más; finalmente, la cosmovisión de la escuela de Palo Alto, Estados Unidos, cuyo exponente fue G. Bateson, 1972.

Asimismo, Morín (2003) indica que “vivimos bajo el imperio de los principios de disyunción, de reducción y abstracción, cuyo conjunto constituye el paradigma de la simplificación”. Es decir, terminamos aceptando la idea de simplificar nuestra experiencia y reducirla a sectores limitados del saber, con la intención de facilitar la comprensión de lo que, a, nuestro criterio parece “complejo”. Sin embargo, tal como lo dice XXX, “hemos sucumbido a la tentación del pensamiento reduccionista” olvidando que todos formamos parte de un todo mayor, somos componentes de un sistema lleno de interconexiones e interrelaciones.

La disyunción, asegura Morín, basada en separaciones y compartimentos, ha favorecido la falta de comunicación entre el conocimiento científico y la reflexión filosófica, pero sobre todo, ha privado a la ciencia de toda posibilidad de conocerse, de reflexionarse, incluso de concebirse científicamente a sí misma.

En el curso de la evolución humana, hemos aprendido a que nuestros conocimientos trabajen y se logren a través de la selección y la descalificación de datos significativos y de los que no lo son, es decir, nuestro conocimiento; o separa, distingue, y desarticula, o une, asocia, e identifica, en una especie de jerarquización de lo que considera principal y secundario y, en este sentido, centraliza toda la información para, nuevamente, desmembrarla y así facilitar su comprensión y manejo.

Peter Senge (XXX), en su libro La Quinta Disciplina, indica que de chicos nos enseñan a fragmentar el mundo, pero al intentar ver la imagen total nos resulta difícil dado que estamos acostumbrados a ver fragmentos de ella. Así, la separación del todo en partes se ha convertido en una práctica común para poder comprender nuestro entorno y su complejidad. Es una muestra clara de cómo, en todos los escenarios de nuestra vida, buscamos la visión más sencilla y práctica de las cosas.  

Uribe Sánchez (2013), reseña que Descartes formuló el paradigma científico por excelencia, el de la simplificación, que regido por los principios de disyunción-reducción-abstracción, hace separar al sujeto pensante de la cosa extensa, y separa así, a la filosofía de la ciencia. Este paradigma, según Uribe, permite los enormes progresos del conocimiento científico a través del dominio de la ciencia. Dicha manera de concebir al universo, ha proporcionado la autorización científica para establecer la manipulación de los recursos naturales, misma que se ha vuelto una constante de nuestra cultura occidental.

El método de reducir fenómenos complejos ha quedado tan arraigado en nuestra cultura que común y equívocamente es identificado como el único método científico. Es cierto que tiene mucho éxito, especialmente en el campo de la física y la biología, pero también que ha limitado otros posibles caminos para la investigación científica. Desafortunadamente, la única manera en que hemos solucionado el problema de la disyunción en las ciencias ha sido a través de otras simplificaciones: la reducción de lo complejo a lo simple; la reducción de lo biológico a lo físico, la reducción de lo humano a lo biológico. Así, la hiperespecialización ha deshecho y fragmentado el tejido complejo de las realidades, al mismo tiempo que el ideal del conocimiento científico clásico ha sido descubrir detrás de la aparente complejidad de los fenómenos, un orden perfecto, rector del cosmos, hecho de micro-componentes, átomos, diversamente reunidos en objetos y sistemas. Tal conocimiento sostiene su rigor y su funcionalidad sobre lo medible y lo calculable, pero la matematización y la formalización han desintegrado cada vez más a los seres y a los componentes por considerar solamente como realidades a las fórmulas y a las ecuaciones que dirigen a las entidades cuantificadas. El pensamiento simplificante es incapaz de concebir la conjunción de lo uno y lo múltiple, ya que, o unifica abstractamente anulando la diversidad, o por el contrario, yuxtapone la diversidad sin concebir la unidad (Morín, 2003)

Definitivamente, para Morin estamos ciegos ante el problema de la complejidad, sin embargo, esa ceguera es parte de los efectos de nuestras ideas no evolucionadas, porque en nuestro empeño de alcanzar nuestra comodidad hemos afectado nuestros sistemas de pensamiento, de tal modo que cuanto más civilizados nos creemos más incivilizados somos, por el simple hecho de no querer pensar y de simplificar todo para evitar complicaciones mayores. Me atrevería a asegurar que con el paso de los años muchas personas han optado por evitar la confrontación y el debate de ideas por el simple hecho de no pensar; a fin de cuentas ‘para que pensar si hay quienes piensan por nosotros ¿no?’

Coincido con Morin cuando comenta que debemos concientizarnos, porque las hiperespecializaciones nos impiden ver tanto lo global como lo esencial, tratar correctamente los problemas particulares que sólo pueden ser planteados y pensados en relación a un contexto: Cada vez aparecen más y más especializaciones, que lo que hacen es disminuir la capacidad humana para lo abstracto, para la concepción e internalización del todo, de la integralidad; cada vez más el pensamiento humano es más y más desmembrado por la facilidad y la comodidad de lo que muchos llaman nuevo pensamiento y nuevas tecnologías.

Asimismo, me hago eco de la idea de Morín al plantear que a lo largo de la historia el término complejo ha resultado sinónimo de confusión y de incertidumbre, mientras que es, en realidad, el desafío que debemos afrontar para poder distinguir y vincular lo incierto. El reto es doble, pues es necesario vincular lo que era considerado como separado y, al mismo tiempo, aprender a conjugar certidumbre con incertidumbre. De cualquier forma la complejidad no es la clave del mundo, sino el desafío a afrontar. No podemos ver al hombre como un ser eminentemente físico, biológico o espiritual, porque el hombre es al mismo tiempo los tres y uno; debemos vernos como seres integrales, con visión integral capaz de traspasar nuestra naturaleza simplista y llevarla a un nivel más elevado, porque somos caóticos, somos complejos, pero también somos simplicidad, unidad e individualidad, y debemos reconocernos en todos esos escenarios.

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