La Familia
mimispatatina3 de Diciembre de 2012
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La familia como objeto de investigación social
López Ramírez, Adriana (2001), “La familia como objeto de investigación social”, “Patrones denupcialidad” y “Continuidad y cambio en los hogares mexicanos”, en El perfil sociodemográfico de los hogares en México 1976-1997, México, Conapo (Serie: Documentos técnicos), pp. 10-12, 20-27 y 36-40.
Consejo Nacional de Población
La familia, como tema de análisis de los procesos sociales, económicos y políticos de América Latina, surge en las últimas dos décadas como resultado de tres grandes tendencias: la crisis del paradigma desarrollista y su incapacidad para abordar prácticas sociales emergentes; los debates y discusiones provenientes del feminismo internacional, los cuales replantean la distinción entre lo público y lo privado, y con ello la división sexual del trabajo y los ámbitos de poder; y la presencia de nuevos fenómenos sociodemográficos como el aumento en el número de hogares formados por la mujer y sus hijos, el incremento de las disoluciones matrimoniales, el mayor peso relativo de la población de ancianos, y la creciente participación económica de las mujeres y sus efectos sobre la organización doméstica y la reestructuración de las obligaciones basadas en el parentesco y la convivencia (Jelín, 1994). Es importante anotar que con el análisis de la institución familiar se revaloriza el nivel microsocial y la cotidianidad. En América Latina, la investigación social sobre la familia fue escasa hasta hace algunos años. Por un lado, el análisis sobre la condición social de la mujer y de otros grupos vulnerables relegaron a la familia como tema de análisis social (CEPAL, 1993) y, por el otro, su estudio impone dificultades de diverso orden. Feijóo (1993) ha identificado al menos tres tipos de obstáculos presentes en el estudio de la familia: ideológicos, epistemológicos y metodológicos, por lo que no duda en señalar que como objeto de investigación, la familia sigue siendo una “caja negra” estereotipada. Considera, además, que la dificultad metodológica para abordar el estudio de la familia deriva de su dimensión ideológica en tanto la percepción de la familia como una unidad natural prima sobre el concepto de una unidad de organización condicionada social, histórica, económica y políticamente. Esto, aunado al hecho de que la familia es depositaria de un saber empírico y sensible todos hemos sido creados y vivimos en familias, ha originado discursos contradictorios sobre su naturaleza (Segalen, 1992).
Hogares y familias
A pesar de la tendencia bastante generalizada de manejar indistintamente los términos de “familia” y “hogar”, se considera que en la primera el tiempo pasado y futuro se enlazan en una continuidad simbólica que trasciende a individuos y generaciones, en tanto que el hogar representa un asentamiento acotado en el tiempo y el espacio que cumple una función económica.
En la práctica, esto significa que en el hogar un grupo de individuos, emparentados o no, comparten alimentos y gastos dentro de un mismo ámbito doméstico a modo de un “pequeño taller en el que se produce el primero de los bienes la vida y la mayor parte de los servicios que cada individuo recibe a lo largo de su propio ciclo vital” (Durán, 1988: 14). Tradicionalmente, los estudios sociodemográficos sobre la familia se han centrado en el análisis del hogar para abordar las formas en que los grupos domésticos se organizan para llevar a cabo la subsistencia cotidiana y para reproducirse a través del tiempo. El hogar representa una pequeña colectividad social en donde sus integrantes comparten una identidad común sustentada generalmente en el parentesco y cierto sentido de solidaridad derivado de una residencia y una economía común. Esto supone que los miembros de un hogar no sólo están unidos por lazos de sangre, adopción o alianza, sino que establecen relaciones interdependientes para satisfacer sus necesidades, y asignar y cumplir deberes y responsabilidades en función de características demográficas y sociales individuales. En México existe una larga tradición de estudios sobre familia desde distintas disciplinas y enfoques teórico-metodológicos, lo que ha permitido contar con información sobre el tamaño y estructura de los grupos familiares; la influencia de las relaciones de parentesco en la conformación de élites nacionales, regionales y locales; la situación de los niños y de las mujeres en la sociedad y en el hogar; el efecto de las migraciones y de las crisis económicas en la organización doméstica, entre otros aspectos (Gonzalbo,1995).La información disponible sobre los diferentes tamaños y tipos de familia proviene tradicionalmente del análisis que la demografía hace de censos y encuestas de hogares. Sin embargo, pese a su enorme potencialidad, estas fuentes de información sólo permiten abordar aspectos aislados de lo que la CEPAL (1994) llama “la nueva topografía familiar”. Además de esta limitación temática de las fuentes, es importante señalar que en la actualidad ni los enfoques conceptuales utilizados, ni el tipo de información contenida en censos y encuestas, permiten abordar el hogar como una estructura social cualitativamente diferente y más compleja que la simple adición de sus miembros individuales, lo cual dificulta estudiar la evolución de los hogares en el tiempo y supone abordarlo en términos de transiciones discretas entre estados experimentados por individuos (Murphy, 1996).
Con respecto a la dinámica interna de la familia, se sabe muy poco de la manera en que viven los integrantes de los grupos familiares y del significado que les adjudican a los procesos familiares (Feijóo,1993). Por otra parte, la información con que se cuenta, generada casi en su totalidad desde la perspectiva de las estrategias de sobrevivencia, se centra casi de manera exclusiva en las familias de los sectores populares, por lo que se desconoce cómo es la vida en familia de los sectores medios y altos, los cuales no sólo constituyen una proporción importante, sino que tienen un papel rector en la sociedad (CEPAL, 1993)y algunos de sus segmentos también han sido afectados por los cambios económicos de los últimos años(Kliksberg, 1993). A pesar de estas limitaciones, resulta indispensable contar con información actualizada sobre la situación de las familias y los hogares en México. Las actividades desempeñadas por los miembros del hogar y las decisiones que se toman en él, ubican al hogar como una unidad propicia para la intervención social y la acción pública, y lo convierten en una alternativa de análisis que cada vez cobra mayor importancia en la investigación sociodemográfica, ya que en su interior se adopta la mayoría de las decisiones sobre la conducta reproductiva, migratoria y de cuidado de la salud de cada uno de sus integrantes. Por esta razón, su estudio proporciona los insumos necesarios para el diseño, ejecución y evaluación de programas orientados a promover la plena participación de todos los miembros de la familia de los beneficios del desarrollo social y económico.
Patrones de nupcialidad
La nupcialidad es un fenómeno complejo que depende tanto de factores demográficos los cuales determinan el volumen y estructura por edad y sexo del “mercado matrimonial” como de las normas sociales, expectativas y valores culturales de los grupos de población (Ojeda, 1993). Tradicionalmente, el estudio de la nupcialidad se ha centrado en la mujer. Sus patrones de nupcialidad se definen a partir de la edad en que se unen o casan por primera vez, la velocidad con que se incrementan las uniones en una cohorte (o edad en que se alcanza el máximo de uniones) y la proporción final de solteras a edades específicas. Si bien el descenso de la fecundidad en México se inició sin un cambio notable en la edad al matrimonio yen un contexto de matrimonio universal (CONAPO, 1999), es posible observar algunas variaciones en el comportamiento de la nupcialidad particularmente en los últimos quince años que se asocian, en gran medida, con la creciente presencia y permanencia de las mujeres en ámbitos educativos y laborales, y concambios culturales asociados con la percepción del deber ser de las mujeres
Edad a la primera unión
En nuestro país, como en la mayoría de las sociedades, el inicio de la vida en pareja representa una transición importante en el paso de la adolescencia a la edad adulta y se acompaña, generalmente, del inicio de la vida reproductiva (Tuirán, 1997). Datos derivados de encuestas sociodemográficas sugieren un aumento gradual en la edad en que las mujeres empiezan a vivir en pareja por primera vez. Así, por ejemplo, mientras que dos de cada diez mujeres nacidas durante la década de los cuarenta iniciaban su vida en unión antes de los 16 años y seis de cada diez lo hacían antes de los 20 años, las proporciones correspondientes para las mujeres nacidas en la segunda mitad de los años sesenta son de una y cuatro de cada diez (CONAPO, 1996).En un estudio realizado recientemente por el Consejo Nacional de Población (1999), se observa que la edad a la primera unión se ha desplazado: mientras que en el periodo 1972-1976, una de cada cinco mujeres se encontraba unida a los 15 años de edad, esta proporción se redujo a una de cada diez en el periodo 1992-1996. La proporción de mujeres unidas antes de los 21 años también ha disminuido, aunque la magnitud de la reducción no es tan pronunciada como la que se observa en edades más tempranas(13.4 y 10.5%, respectivamente), con el consiguiente aumento en la proporción de mujeres que se unen después de los 23 años. Esto se refleja en un aumento en la edad media a la primera unión de las mujeres entre los 15 y 29 años, de 18.8 años en los años setenta
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