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Los libros, hacen las revoluciones?


Enviado por   •  5 de Enero de 2016  •  Monografías  •  621 Palabras (3 Páginas)  •  204 Visitas

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Los libros, hacen las revoluciones?
Roger Chartier

 

 

 

 

 

 


Los libros, ¿hacen las revoluciones? En lo que se refiere a los tres autores cuyo pensamiento hemos recorrido en el primer capítulo de este libro, [
Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución francesa] la respuesta a esta pregunta no deja lugar a dudas. Veamos lo que dicen. Tocqueville: “Esta circunstancia, tan nueva en la historia, de toda la educación política de un gran pueblo hecha en su totalidad por los hombres de letras fue, quizás, lo que más contribuyó a dar a la Revolución francesa su genio propio y a hacer que de ella brotara todo lo que vemos. Los escritores no sólo proporcionaron al pueblo que la hizo sus ideas; le dieron su temperamento y su humor. Bajo su gran disciplina, en ausencia de otros conductores, en medio de la ignorancia profunda en que se vivía habitualmente, toda la nación, al leerlos, termina por adquirir los instintos, el ingenio, los gustos y hasta los defectos naturales de aquellos que escriben; de tal suerte que, cuando por fin tuvo que actuar, la nación transfirió a la política todos los hábitos de la literatura”.[1]

Taine: “La filosofía se insinúa y se desborda por todos los medios públicos y secretos, por los manuales de impiedad, las Teologías portátiles y las novelas lascivas que se llevan a escondidas, por los versos picarescos, los epigramas y las canciones que cada mañana son la novedad del día, por los desfiles de la feria y las arengas de academia, por la tragedia y por la ópera, desde comienzos hasta fines de siglo, desde el Edipo de Voltaire hasta el Tarare de Beaumarchais. Al parecer la filosofía es lo único que hay en el mundo; al menos está en todas partes e inunda todos los géneros literarios; ya no preocupa saber si los deforma, basta que le sirvan como canales”.[2]

Por último, Mornet dice: “La filosofía permitió a aquellos que querían intervenir en política discurrir sobre el tema. Sin duda, en todas las épocas del Antiguo Régimen, incluso en los tiempos en que la censura era más severa y más eficiente, circularon panfletos; pero eran más o menos raros y su difusión era más o menos ardua. Por el contrario, después de 1770 y sobre todo después de 1780, la libertad de escribir reclamada por los filósofos es, de hecho, casi completa [...] Es por eso que los centenares de libelos publicados sin ninguna intención filosófica o los tratados más anodinos fueron una de las causas que incidieron con mayor intensidad en la opinión; expusieron ante ella los problemas políticos e hicieron que se habituara a reflexionar al respecto”.[3]

Una misma idea subyace en estos tres juicios: que la lectura está investida de un poder de persuasión tan fuerte que es capaz de transformar por completo a los lectores y de hacer que sean como los textos los quieren. De ahí que los tres autores, bajo modalidades diferentes, tengan una manera idéntica de comprender la formación prerrevolucionaria de la opinión como un proceso de interiorización, de parte de lectores cada vez más numerosos a lo largo del siglo, de las maneras de pensar propuestas por los textos filosóficos. Vehiculizadas por el escrito impreso, las nuevas ideas conquistan los espíritus, modelan los modos de ser, suscitan los interrogantes. Si los franceses de fines del siglo XVIII hicieron la Revolución es porque, previamente, habían sido transformados, “hechos” por los libros, libros que transmitían un discurso abstracto, alejado de la vida real y que, al criticar la tradición, socavaban el poder de las autoridades. Esta es la hipótesis de la cual hay que partir, sin perjuicio de demostrar en el trayecto ciertas dudas al respecto.

 

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