Mexico Escenario Mundial
lupitacinco28 de Agosto de 2014
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México ante un escenario mundial
en transformación
En 1989, después de la caída del muro de Berlín, el mundo se imaginaba entrando en una nueva era caracterizada por la concordia, la libertad y el desarrollo. La realidad nos presenta en 2004 un mundo donde prevalece el conflicto y la incertidumbre.
A pesar de esto, gracias a los mecanismos que hoy en día ponen a nuestra disposición la democracia y el conocimiento, los seres humanos tenemos la oportunidad de construir un futuro mejor, un mundo más digno y libre para nosotros y para las generaciones futuras, basado en el ejercicio pleno de derechos humanos, políticos, económicos y sociales. El ser humano no puede decir que en todas las épocas haya contado con las mismas oportunidades, con la capacidad para tomar libremente decisiones colectivas y, habría que decirlo con mayúsculas, con tantas responsabilidades comunes que traspasan las fronteras nacionales.
La dinámica del cambio nos plantea retos que afectan prácticamente todas las esferas de la vida nacional. El principal reto que enfrenta nuestro país consiste en decidir cómo queremos relacionarnos con el mundo en el futuro. De la forma en que respondamos a esta pregunta y de los cursos de acción concretos que tomemos en consecuencia dependen nuestras posibilidades de desarrollo como nación en el siglo XXI.
Desde el principio del sexenio del presidente Vicente Fox Quesada, la conducción de la política exterior ha sido objeto de un fuerte debate sobre bases falsas.
Nuestra participación en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas es el caso más ilustrativo. Cuando se vio la necesidad de un voto sobre Iraq, entre los líderes de opinión nacionales se generaron cuatro posiciones. Para algunos, México había cometido un grave error al haberse postulado para el Consejo de Seguridad y, ante la inconveniencia de tomar decisiones delicadas en el futuro, lo mejor era renunciar a participar en este tipo de foros.
Para otros, el problema no era necesariamente participar en el Consejo, sino tomar una decisión favorable o contraria a la resolución; desde este punto de vista, ante decisiones complejas, lo más conveniente es mantener una política de abstención para evitar comprometerse hacia algún sentido. En contraparte, hubo quienes argumentaron que la decisión de México tenía que tomarse respaldando de manera incondicional a Estados Unidos por ser nuestro principal socio comercial, mientras que otros exigían rechazar en forma tajante cualquier propuesta estadunidense.
Finalmente, otras personalidades argumentaron que México tenía que tomar sus decisiones siguiendo los principios establecidos y la tradición dictada por el pasado. Después de escuchar las diferentes posiciones, el presidente y la Cancillería adoptaron un curso de acción basado en el respeto al derecho internacional y en nuestra vocación multilateral.
El punto no consiste en discutir si la política exterior que México siguió durante el siglo XX fue correcta o incorrecta. Es desatinado mantener los ojos escrutando el pasado y condicionar nuestro futuro sólo por lo que hemos sido. Hoy, lo central es preguntarnos si la política exterior del siglo XX es la más adecuada para enfrentar los retos del nuevo siglo.
En 1981, al recibir el Premio Cervantes, Octavio Paz afirmaba que el arraigo de la libertad en América Latina dependía de nuestra capacidad para aprender a reconciliar antiguas tradiciones con el pensamiento político moderno. Nuestro Premio Nobel se quejaba: “Salvo unos tímidos y aislados intentos, nada hemos hecho. Lo lamento: no es una tarea de piedad histórica, sino de imaginación política”. A su vez, otro gran intelectual mexicano, Carlos Castillo Peraza, criticaba nuestra tendencia a entender la historia nacional como un mural rígido e inamovible, al que todas las generaciones de mexicanos deben contribuir reproduciendo los trazos que dicta la ortodoxia.
A mi juicio, no tiene sentido debatir la importancia de los principios constitucionales porque todos reconocemos en ellos su carácter fundamental. El tema central es discutir qué estrategias y cursos de acción debemos derivar de nuestros principios para aspirar a un futuro mejor en este nuevo milenio.
México es en la actualidad una potencia media. En 2003 nuestro producto interno bruto nos coloca como la décima economía del mundo; nuestro comercio ocupa el lugar número 11; el tamaño de nuestra fuerza laboral también nos ubica en ese lugar y, en términos de población, somos la tercera democracia más grande del continente americano.
Somos otro país desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), sin duda el giro más importante de la política exterior mexicana en la segunda mitad del siglo XX, pues terminó con una tradición de encierro y la sustituyó por una política de apertura. El dato más ilustrativo es que el TLCAN le ha permitido a México pasar de 1.4% a 2.2% de participación en el comercio mundial entre 1993 y 2003. México debe aceptar su responsabilidad y asumir un liderazgo regional basado en la fortaleza de nuestra historia y el firme compromiso con el derecho internacional.
Convertirnos en líderes regionales sin duda nos obligará a participar con mayor activismo en foros internacionales y a seguir tomando decisiones delicadas en foros multilaterales. Sin embargo, es indudable que una política exterior más activa y comprometida es la más adecuada para impulsar los intereses nacionales en el siglo XXI.
Durante esta administración hemos apostado por incrementar el protagonismo de nuestro país en la definición de la nueva agenda internacional. Pregunto, ¿nuestro papel debe limitarse a participar en los debates multilaterales? Como democracia que aspira al liderazgo regional, ¿no debemos asumir un rol más activo y comprometido?
México necesita asumir una política exterior cimentada en sus principios, comprometida con los valores universales de la democracia, los derechos humanos y la justicia internacional, pero también orientada por estrategias concretas y políticas diseñadas para potenciar el desarrollo nacional desde la agenda internacional. En esta perspectiva, la Cancillería ha definido seis ejes estratégicos para la conducción de nuestra política exterior.
1. Defensa y promoción de los derechos humanos.
2. Atención y defensa de los mexicanos en el extranjero.
3. Defensa del multilateralismo y de las normas internacionales.
4. Promoción cultural de México.
5. Promoción económica y comercial.
6. Atención prioritaria de nuestros principales socios estratégicos.
A continuación comentaré aspectos relevantes sobre estos ejes y los retos que representan.
Para México, los derechos humanos son un elemento fundamental para fortalecer y nutrir nuestra democracia. Su plena vigencia es un objetivo prioritario que impulsamos con empeño. En este contexto, la cooperación internacional se convierte en elemento central de nuestra política en materia de derechos humanos. Esta cooperación es el canal que permite recibir la experiencia, la visión y el apoyo de la comunidad internacional con el fin de potenciar nuestros propios procesos internos y fortalecer las capacidades de las personas al dotarlas de las estructuras y del conocimiento necesario para que puedan ejercer sus derechos fundamentales.
Dentro de las principales acciones de cooperación instru¬mentadas en los últimos tres años, invitamos al alto comisionado para los Derechos Humanos de la ONU a establecer una oficina en México, hecho poco común por tratarse de un país en situación de paz. También recibimos más de 15 visitas en el marco de la invitación abierta que extendimos a los mecanismos internacionales de derechos humanos, y estamos revisando sus recomendaciones con miras a implementarlas.
De igual forma, concluimos de manera exitosa la elaboración de un diagnóstico nacional sobre la situación de los derechos humanos, preparado por la Oficina del Alto Comisionado a petición del gobierno. Este esfuerzo, que proporciona un insu¬mo para la elaboración de un programa nacional de derechos humanos, ha sido ampliamente reconocido como un ejemplo en otros países. No obstante, uno de los retos principales que México aún enfrenta es el de la armonización de la legislación nacional con los estándares internacionales de derechos humanos, de tal modo que su goce y ejercicio queden plenamente garantizados.
Como un primer paso encaminado a alcanzar este objetivo, en un esfuerzo conjunto con el Senado de la República, hoy somos parte de casi la totalidad de los instrumentos internacionales en la materia y continuaremos revisando aquellos que faltan por ratificar a fin de completar el marco de protección, e iniciar una ardua labor para integrar los derechos contenidos en los tratados a nuestra legislación nacional. No cabe duda que la existencia de un marco jurídico claro es indispensable y urgente dentro de toda estructura que pretenda garantizar la vigencia de estos derechos.
Respecto al segundo eje, es pertinente señalar que la migración es un factor de dinamismo económico que, por su naturaleza social, forma parte sustantiva de los procesos de globa¬lización. Si bien se trata de un fenómeno de carácter universal, en cada caso presenta manifestaciones específicas.
Por su característica de universalidad, la migración también está asociada a la preservación de los derechos humanos como una condición inherente
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