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Enviado por   •  18 de Septiembre de 2013  •  1.309 Palabras (6 Páginas)  •  259 Visitas

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EL RELOJ

Autor: Ramón Rubín

En la vida ninguna generalización funciona. Mi compadre Ponciano Bayón es hombre rudo, pero expresivo en su afecto y hasta me temo que un tanto mezquino. Por eso me sorprendió vivamente cuando, a su regreso de la capital, me regalo un reloj con apariencia de fino.

Yo sé que él me estima. Pero su decisión de traerme aquel obsequio era demasiado abrupta. Y no podía concebir que esa estimación fuera tan alta como para merecerle u regalo que debió constarle algunos cientos de pesos; pues la joya era chapeada de oro, de prestigiada marca y excelente máquina y hasta de un modelo bastante reciente. A el mismo jamás le había conocido otro reloj que el que heredó de su tatita, raspado, viejo y panzudo y de valor harto inferior.

Había a visitarlo el mismo día de su regreso al pueblo. Y ufano de haber conocido antes que él la metrópoli, le dije:

-¿Quihubo, compadre? ¿Salieron o no atinados los consejos que le di?

Me miro unos instantes con una especie de encono. Y luego introdujo la mano en su bolsillo y ofreciéndome con una sonrisilla maliciosa aquella alhaja, repuso:

Seguro, compadre. Y nomas para que vea que lo estimo, le regalo este reloj.

Al principio pensé que bromeaba……..Mas, cuando comprendí que estaba seriamente resuelto, tome la prenda y me puse a examinarla sin disimular mi sorpresa..

Me habían dicho que él y mi compadre Caritina retornaron tan pronto al pueblo precisamente porque la chamba que le consiguió a Ponciano en la capital el hijo del difunto Buenaventura Soria al salir diputado por nuestro distrito, no les daba para comer. ¿Cómo podía explicarse entonces tanta esplendidez?...

Esto de que no iban a durar mucho tiempo por allá tenialo yo muy bien previsto. Aunque herido y humillado por una mala suerte crónica, mi compadre se conserva excesivamente digno y orgulloso para que pudiera prosperar en esos sucios menesteres de la política, donde la aptitud fundamental es la desvergüenza y el servilismo. Sin embargo, no se contaba con esta advertencia, que hubiera podido lastimarle, entre los consejos que yo le di a su partida. Y mal podría atribuirle a tal acierto el generoso obsequio que me traía.

Examinando bien el reloj, vine a reparar en que ya tenía algo de uso, y hasta una iniciales grabadas que no eran ni las mías ni las de mi compadre. Con lo cual llegue a despreocuparme y a justificar rumbosidad pensando que de seguro lo había adquirido de ocasión en la Lagunilla o en algún montepío, o se quedó con el como garantía de algún préstamo no rescatado de algunos cuantos pesos.

No obstante, tiempo después el insistió en que pagaba con esa prenda el justo valor de mis consejos, asegurando que uno de ellos le debía su adquisición.

Lo que yo le aconseje al marchar, más bien por presumirle de mis conocimientos de la vida en la ciudad que por una sincera precaución por su bienandanza en ella, fue que le adviertiese a mi compadre Caritina que evitara subirse a un libre con dos choferes cuando fuera sola; pues, aunque a decir verdad tiene muy poco que apetecer desde que le salió la nube en al ojo derecho y le dejaron tan flacas las tercianas, bien pudiera ser que se les antojara y le hicieran pasar un mal rato. Le encomendé también que si se metían entre la muchedumbre que llena el zócalo la noche del grito procuraran llevar sus zapatos más viejos, ya que probablemente los dejarían allí por los atropellones. Y finalmente le hice notar que cuando se tropezase con alguien en la calle tuviera buen cuidado de tentarse los bolcillos para ver si en el restregón no le habían volado en el reloj la cartera, pues los rateros en la capital trabajan muy fino.

Después

...

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