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¿México país de primer mundo?


Enviado por   •  28 de Octubre de 2016  •  Ensayos  •  3.204 Palabras (13 Páginas)  •  266 Visitas

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Facultad de Estudios Superiores Iztacala

Psicología

Psicología Social Teórica I

LÁZARO BARAJAS JUAN PABLO

¿México país de primer mundo?

Ya lo diría Javier Sicilia[1] en Los axiomas de la modernidad: “...la corrupción, la pérdida del valor ético, la búsqueda desesperada del poder por el poder mismo, los intereses económicos (...) todo esto, que no son más que síntomas de la pérdida del sentido del hombre, tiene su origen en la incapacidad para cuestionar las certezas modernas”[2]. El sueño eterno de progreso y desarrollo parece estar tatuado en la idiosincrasia del ciudadano mexicano con la frase: “Primer Mundo”. Sueño que pareciera extinguir la voluntad de crítica de aquellos nacidos –y muertos- en esta nación de tornasoles. El tema de la modernidad es recurrente a lo largo de la historia de  México (por lo menos del final de la Revolución hasta nuestros días), tanto que permea el discurso de todos los sectores políticos, económicos y sociales. Es interesante y a la vez perturbador como estas palabras están presentes en el discurso de todos los actores predominantes en las diversas áreas del país.

A principios del sexenio de Enrique Peña Nieto, el Ing. Carlos Slim[3] en su participación en el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC, por sus siglas en inglés, organizado en el marco de la Primera Cumbre Regional de las Américas) declaró que: “México desaprovechó su potencial en las últimas tres décadas, pero… en la próxima década podría consolidarse como un país desarrollado, generando niveles de ingreso per cápita de 15 mil dólares”[4] [5]. Este sentido de proximidad pero nunca de alcance es una constante que se puede ver repetida a lo largo del último tramo de la historia de México. No solo en el sector económico, sino cómo veremos más adelante, político y educativo entre otros. Es como sí la promesa de que el lugar anhelado estuviera al alcance de nuestros dedos, fuera suficiente para movilizar a toda una sociedad para dar el último esfuerzo. O tal vez solo es una canción de cuna para mantener a la masa en un estado de letargo del que como veremos en párrafos más abajo, alguien saca provecho.

México como uno de los países miembros de América Latina se ha ocupado desde el siglo pasado por entrar en la modernidad. Se trata de un proceso de carácter global -de una realidad distinta a las precedentes etapas históricas- en la que lo económico, lo social, lo político y lo cultural se interrelacionan, se interpenetran, avanzan a ritmos desiguales hasta terminar por configurar la moderna sociedad burguesa, el capitalismo y una nueva forma de organización política, el Estado-nación. Como lo describiría Jürgen Habermas, “la modernidad es un proyecto inacabado”[6], o en otras palabras: la modernidad es una época que se define a partir de haber alcanzado conciencia de sí misma, de su novedad, que rompe, a su modo, el continuo histórico y, en especial, rompe con la noción de tradición como fuente obligatoria de lo que debe ser. En ese sentido cuando volteamos la mirada al ciudadano medianamente informado que puede ver y sentir en propia piel, nos preguntamos sí es o no conciente de sí mismo y de sus circunstancias. Es por ello que esto va más allá de un simple análisis de quién o por qué (y tal vez de algunos cómo); pero aunque pareciera evidente, esto ha sido posible gracias a múltiples factores.

“El Tercer Mundo están en vías de desmoronarse”. Esa es la frase con que Arturo Escobar[7]  abre la discusión sobre las economías de Latinoamérica “en vías de desarrollo”. Para Él esta condición de ruptura ocurre:

 “...no tanto porque el Segundo Mundo (las economías socialistas de Europa del este) haya desaparecido y la sagrada trinidad del orden mundial de la posguerra esté llegando a su fin, sino por el fracaso rotundo del desarrollo en términos de sus propios objetivos, y gracias a la creciente resistencia y oposición a él por parte de un número cada vez mayor de actores y movimientos sociales de importancia”.

En su intento de análisis defiende que el mundo latinoamericano está cansado del ideal de desarrollo como un mero experimento histórico. Por lo que siempre hemos estado a las puertas de nuevas condiciones que no pueden ser atravesadas, sino “...contribuimos a imaginar alternativas, cambios de rumbo, otras formas de representar y diseñar nuestras múltiples realidades sin reducirlas a un patrón único ni a un modelo cultural hegemónico”.[8]

Los términos, primer mundo, segundo mundo y tercer mundo se usaron para dividir al mundo en diferentes clases sociales. Después de la Segunda Guerra Mundial, y la división del mundo en “el bloque occidental” (aquellos afiliados a Estados Unidos y los Aliados) y “el bloque oriental” (afiliados a la URRS)  quedaron muchos países que no cabían en ninguna categoría. Fue hasta mediados de los años cincuenta este último grupo llegó a ser llamado “el tercer mundo”.

Para Enrique de la Madrid[9] los mexicanos no dejamos de soñar en ese lugar y momento donde podamos dejar atrás los problemas y las carencias; más aún no lo hemos alcanzado. En los linderos del cambio del siglo pasado, pensaba que tal vez solo era por “la falta de estrategias, de metas claras” [10] o de la idiosincrasia particular; ya que otras naciones con similares sueños han logrado a lo largo de las generaciones alcanzar y reconstruir su realidad. Para De la Madrid México “habita en un estado de infinitas posibilidades, donde pareciera que ser una de las primeras economías del mundo es solo cosa de trabajo” – mucho trabajo (de todos)- en conjunto. En el caso de nuestro país, ese trabajo debe ser constante y continúo de parte de todos los actores sociales por al menos tres décadas (desde que escribió esas líneas)[11].

Gustavo Ernesto Emmerich[12] junto con otros autores proponen que esta búsqueda (utópica) por la modernidad es asunto solo de algunos privilegiados (las élites), quienes a su parecer han establecido una visión de país imitativo de modelos europeos y estadounidenses. Esta realidad dibujada a penas con tenues líneas, tiene raíces más escabrosas, Emmerich no solo deposita la responsabilidad en las figuras de control, sino que pone la mirada y el dedo acusador en los ciudadanos. Es el pueblo quien se ha alejado de sus raíces, renegando de su identidad y de sus infinitas potencialidades. Esta situación paradójica y ambigua no ha dado paso a un desarrollo progresivo y paralelo en todos los niveles. Es por ello que se puede identificar un estado de modernización por fragmentos, llevando solo a algunas ciudades y ciertas capas sociales a vincularse con un mundo moderno como “…islas perdidas en un mar de miseria, ignorancia, aislamiento y desesperanza…”[13].

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