Problemas De La Realidad Mexicana
elankisch30 de Octubre de 2013
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• Pueblo en Vilo
Luis Gonzàlez
Tres Entradas
• Para 1860 el tercio alto y adjunto el río de la Pasión de la hacienda de Cojumatlán había tenido cinco vidas.
• A partir de 1916, fue vacío económico, hacienda de nadie y cuerpo deshabitado.
• Desde 1791 Martín Toscano lo escoge como escenario de batallas en la lucha de la independencia. La guerra civil le proporciona prófugos.
• En 1860 había mil habitantes repartidos en 16 rancherías con treinta jacales cada una. Las casas estaban muy alejadas entre sí y se encontraban muy alejadas del resto del paìs.
• En lo eclesiástico, desde la independencia los vecinos estaban sujetos a la vicarìa de Cojumatlán y a ese pueblo iban una vez tres veces en la vida.
• Los habitantes muy pocas veces se habían visto obligados a ventilar asuntos con las autoridades de Azuayo, la cabecera municipal, y Jiquilpan, la capital del partido.
• Cada año, de 1850 a 1860, arrojaron al mundo un promedio de 53 niños.
• Una parte de su tiempo la ocupaban los rancheros en la lucha contra la barbarie zoológica, pero sus fuentes de lucro eran el ganado, las abejas y los magueyes.
• Cada spirante al matrimonio construía sin ayuda ajena su propio jacal con varas cubiertas de lodo y techo de zacate, con un cuarto dormitorio, una cocina y un soportal para estar.
• El maíz, el frijol el ganado y la miel les daban para comer con sencillez y abundancia. Las mujeres preparaban los alimentos; también hilaban, tejían y cosían los vestidos ordinarios, ayudaban al hombre en milpas y ordeñas y lidiaban a las criaturas y los animales domésticos.
• La hacienda tenía sus cincuenta mil hectáreas arrendadas a un rico de Cojumatlán quien se reservaba la mitad mejor del latifundio para sembarlo y agostar sus reses por medio de peones y apareceros. La otra mitad se subarrendaba a los ranchos.
• La célula social la constituía la familia chica. Cuando los hijos se casaban, vivían en las inmediaciones del jacal paterno y seguían ayudando y obedeciendo al padre. Era pues una especie de gran familia regida por el abuelo.
• En ausencia del marido, la mujer mandaba. La mujer ideal y la mujer común y corriente era varonil y fortachona, se acercaba al modelos de Jesusa Santillán.
• A los diez años, los niños ya sabían valerse en las cosas más indispensables de la vida y ayudar en todo al padre y a la madre. A los 15 años alcanzaban la madurez y podían casarse y no esperaban mucho para hacerlo en medio de la música del papaqui.
• El padrinazgo y el compadrazgo emparentaban espiritualmente a las familias entre sí y contribuían a mantener la cordialidad entre los varios apellidos de la meseta.
• Era una sociedad de seres libres donde nadie valía más que nadie, donde sólo el paterfamilias y la costumbre dominaban con fuerza ciega.
• Más que temor a Dios aquella gente tenía miedo a los muertos y al diablo que acostumbraba aparecerse ora en forma de perro negro con ojos como brazas encendidas, ora como era, ya en cuerpo de mujer, ya con aspecto de murciélago como le sucedió al malhechor de la barranca del Diablo.
• Los rancheros de la hacienda de Cojumatlán eran católicos. En ninguna vivienda faltaba la imagen de algún santo. Saber el rezado era indispensable para casarse. El ser “buenos cristianos” tenía menos importancia.
• No sabían leer, pero sí sabían multitud de refranes y proverbios acarreados por la tradición oral. También llenaban su memoria con historias familiares que a veces se remontaban hasta siglo y medio.
• Se sentían orgullosos de su ascendencia española.
• En fin, la historia que se contará a continuación reconoce tres cimientos: un paisaje de montaña o casi, una prehistoria de edificaciones y destrucciones y una sociedad de aluvión, pequeña, rústica, ganadera, marginada y bronca.
Los ranchos y el pueblo (1901-1910)
• Cabe dividir este período en tres etapas: La de 1861 a 1881 tiene límites bien marcados, la aurora boreal y la nevada. Abriga un suceso de gran influjo y trascencencia: el fraccionamiento y la venta de la hacienda de Cojumatlán. Cae también en esa etapa la rebelión cristera. La segunda ola (1882-1900) estuvo al mando de los nacidos entre 1848 y 1862. Se funda el pueblo y la vida de una cuarta parte de los campesinos se modifica notablemente. Después de 1900 se imponen los gustos de la generación nacida entre 1863 y 1878, de los rancheros y pueblerinos aspirantes a nos ser diferentes, a ser como todo el mundo. Las dos últimas etapas transcurren en un clima optimista y expansivo.
• De 1861 a 1910, la población del área de San José creció mucho más aprisa que la del conjunto del país; se triplicó.
• Las familias que en esos tres momentos se trasladaron al pueblo, procedían de rancherías, y pueblos cercanos, eran de la región, excepción hecha de cinco o seis.
• Se mantuvo una elevada tasa de natalidad (40 por mil) y una mortalidad (16 por mil) de tipo medio. Había mucha mortalidad infantil, era también sensible la juvenil, pero muy poco la adulta.
• El hecho más importante desde el punto de vista demográfico es la tendencia a la concentración.
• Se produjo el fenómeno del paso de una economía de consumo a una economía de mercado, y el crecimiento extensivo de la producción. No hay progresos técnicos apreciables.
• La ganadería mayor siguió siendo la tarea predominante de los vecinos, pero se acentúa dentro de esa actividad la extracción de leche y la fabricación de queso. Se aumenta la extensión, pero no la importancia de los cultivos tradicionales: maíz, frijol y calabazas.
• Se da el ascenso, el apogeo y la decadencia de tres actividades económicas: la explotación de ganado lanar, la factura de aguardiente de maguey y el blanqueamiento de la cera de las abejas que llegó a ser, el quehacer más importante en el último tercio del siglo XIX.
• Después de 1861 comienzan a tener importancia, los intercambios mercantiles.
• Empezó a entrar dinero. La mayoría fue fundido en ollas bajo tierra; otra porción se destinó a comprar predios rústicos. Así pues, tuvo como principal finalidad la de conseguir prestigio mediante su posesión.
• Fuera del pueblo se mantuvo la costumbre de vivir en jacales; en el pueblo y los ranchos siguieron imperando como vestiduras masculinas los guaraches, el calzón de manta, el ceñidor rojo o azúl, la camisa y el sombrero de zoyate al que le creció la copa desmesuradamente. Las mujeres se pusieron ropa debajo de las enaguas.
• No se conocían, desde siglos atrás, tierras sin terratenientes. Ni la iglesia, ni las comunidades indias habían tenido aquí propiedades.
• El trabajo siguió siendo la parte menos definible. Cada uno manejaría su negocio con sus propias manos, y a lo sumo, las de su mujer y sus hijos. Los jornales eran bajos, pero no había, quien se la pasara con sólo el jornal.
• Lo nuevo fue la división de la sociedad en clases, la escuela, el templo, el mercado, la incipiente vida de relación con la ciudad, la difusión de las armas de fuego que vienen a completar la trinidad de caballo, perro y rifle, y sobretodo el nacimiento del pueblo de san José de Gracia y la aparición de las pasiones políticas.
• El gobierno local impuesto por la tradición se derrumbó. El gobierno civil nombró y respaldó en cada una de las doce rancherías y en el pueblo un encargado del orden y un enérgico juez de acordada. Pero lo que vino a disminuir la autoridad de los ancianos fue el poder del sacerdote a partir de 1888. Puede decirse que el período 1861 a 1910 vio el paso del régimen patriarcal al teocrático.
• Inició la influencia de los maestros, en educación se partió de cero y se imparten la lectura,
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