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Sólo 3 Segundos

andrea970720 de Agosto de 2014

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Solo Tres Segundos

Paula Bombara

Solo tres segundos en el espacio azul iluminado.

Tres, para buscarse.

Dos, para encontrarse.

Uno, para apretar los párpados.

Y, aun así, verse.

Solo tres segundos antes del impacto.

Luego, blanco y ruido,

Ruido ruido ruido en el espacio azul iluminado.

PRIMERA PARTE: NICOLÁS

1.

Afuera brilla el sol. Sol de febrero. Febrero en la Ciudad de Buenos Aires.

Nicolás está rindiendo un examen: si lo aprueba se queda en su colegio, el Carlos Pellegrini, el colegio que comparte con su hermana Sol. Si lo reprueba, debe cursar el quinto año en otro lado.

Lo reprueba.

A la salida del aula, sentado en el suelo frente a la puerta, su amigo Rodrigo lo espera ansioso.

¿Y?

Tres

Nicolás no va a llorar, ¿Acaso es un nene?, pero que tiene ganas, tiene ganas. ¿Qué pasará ahora? ¿Cómo será la escena familiar? Puede imaginar muchas versiones de las mismas caras de sus padres, las manos recorriendo los rostros desde la frente hasta las mandíbulas, su padre rascándose la barba o revolviéndose el pelo, su madre cayendo en la silla o dándole la espalda para prepararse un té. También puede imaginar su propia actitud, ya sin defensas, vencido sobresus codos, plegado sobre la mesa, el rostro cerrado sintiendo el roce de la madera en la frente.

Expulsado.

¿Me acompañas a casa?-le pregunta a Rodrigo.

Vamos.

Nicolás no va a llorar, ¿Acaso es un nene?, pero que tiene ganas, tiene ganas. ¿Cómo será la vida a partir de ahora? ¿La amistad de Rodrigo será la misma? ¿Seguirán compartiendo las tardes de BMX, la búsqueda de nuevos videos de freestyle en YouTube, las salidas? ¿Quién ocupará su sitio en la división del Pellegrini? ¿Con quiénes irá de viaje de egresados? ¿Se sentirá su ausencia? Apaga el celular, no quiere hablar con nadie.

Mira las baldosas y toca las paredes. Los ruidos de la calle, la angostura de la vereda y las caras de otros chicos del colegio son los mismos de siempre. Levanta la vista y el cielo cruzado de cables y de nubes le sopla el flequillo. El aire viene bien. El sol, también. No es para tanto. Respira hondo y cruza de vereda.

-¿Vamos caminando? -le pregunta Rodrigo.

-¿Estás en pedo? ¡Son como cuarenta cuadras!

-¿Y? Dale, no tenemos nada que hacer.

-Bueno.

- Vení, doblemos acá. Vamos a ese local de CD’s que quiero mostrarte.

Nicolás no va a llorar. No con un amigo así… O tal vez sí con un amigo así. Se acomoda la mochila y apura el paso. Las lágrimas se aprietan en sus ojos y pujan por abandonarlo. Hay bronca y decepción. No es un nene pero tal vez llore.Deja de tragar saliva. Que sea lo que tenga que ser.

2.

Rodrigo le pasa el brazo por los hombros mientras caminan.

Tienen unos CD’s increíbles. Y te dejan escucharlos. Conozco al flaco que atiende. Es amigo de mi hermano.

Rodrigo quiere distraer a Nicolás pero no logra que deje de mirar las baldosas. Aprieta el brazo sutilmente: sus dedos le prensan el hombro cuando detecta las lágrimas.

Bueno, qué vas a hacer. Nos vamos a seguir viendo. Obvio que el viaje de egresados lo vas a hacer con nosotros…

Nicolás tiene que volver a su casa y hablar con sus padres, el plan ya delineado desde hace meses: si no lograba aprobar las materias necesarias, iría al mismo colegio que Leopoldo. También es un buen colegio, nadie puede cuestionarlo por ese lado tan temido de que desperdició una excelente oportunidad de “triunfar en la vida”. El colegio de Leopoldo es el más prestigioso del barrio.

Leopoldo.

Nicolás sacude la cabeza y espanta una sonrisa que pretendía instalarse en su boca. Leopoldo es ese que estaba pared de por medio, ese con el que habían inventando un código de golpecitos en la medianera para avisarse cúando salir, ese al que abandonó llorando el día que sus padres decidieron mudarse. Aún hoy le cuesta creer haberlo reencontrado tan fácil. Poner un nombre en la web y listo. Allí estaba, tapados sus ojos por un gorro negro. ¿Era elmismo? Se movía bien sobre la bici. Allí estaba, también, en Facebook, tapados sus ojos por un gorro blanco, a un mensaje de distancia. Sí, no podia ser otro. El mensaje fue “¿Te acordás de mí?”. Y sí, se acordaba.

La caminata lo cansa. Pero tantas cuadras conversando con Rodrigo le dan fuerzas.

Cuando llegan a su casa, se hacen unas milanesas en sánguches. Su amigo come y se va. No quiere estar cuando la familia llegue.

Nicolás se queda solo, mirando el techo desde el sillón. La rajadura casi invisible que mira siempre.

Decide esperar a que lleguen sus padres del trabajo. No les adelantará nada por teléfono. Enciende el televisor y agarra el control remoto antes de volver al sillón; comienza a hacer zapping. Quiere dormirse, pero Sol llega antes.

¿Y?

Mal.

Uuuuyyy... ¿Y ahora?

Qué se yo.

Por lo menos no vas a repetir el año. Es una suerte que el Pelle tenga un programa distinto

Psí.

Hay milanesas.

¡Ah! Bueno, ¿Vos comiste?

Psí.

Bueno, voy a comer.

Dale.

Si querés alg…

Sí, ya sé. Gracias, pero por ahora quiero ver tele un rato. Así me preparo para cuando llegue papá.

Yo le tendría más miedo a mamá…

Mamá ya se descargó. Ayer me dijo de todo.

¿Y papá?

Papá se aguantó para hoy. Parece que todavía apostaba algunas fichas por mí.

Qué feo. Despedite del celular. Y de la Play. Van a ser las primeras cosas que te van asacar.

Ya sé…

Sol se va a la cocina y Nicolás se queda con esa sensación de apuesta perdida. Piensa otra vez en la cara de su padre: Tristeza arrugas ojos boca barba. En la rabia que podrá (falta) con llamas anaranjadas y deriva hacia otros objetos decorados con llamas anaranjadas hasta que termina recordando su colección de autitos Hot Wheels.

Se queda dormido.

En el sueño, agitadas carreras en bicicleta se mezclan con seres oscuros y voces subidas de tono. Puede distinguir un casco, luces girando en un techo con espejos, una sonrisa que se estira, se deforma, crece. Él avanza entre personas de su altura o más bajas, llega a un lugar despejado y allí hay una chica sentada. La mira. Se agacha para verla mejor, para capturar la belleza que se le adivina. Tiene ojos asustados. Tiene sus ojos.

Desde el mundo llega una voz. La voz de su hermana lo saca de los sueños.

Nico… Nico… mamá, en el teléfono. Quiere saber cómo te fue,

Nicolás se levanta. Más dormido que despierto, sigue viendo los ojos de la chica. Casi nada de su rostro. Los ojos asustados. Fijos en él, como preguntando. A los diez minutos, ya no los ve. Pero la impresión de esos ojos sigue allí, agazapada, y se transforma en un recuerdo. Recuerdo para ser identificado, descubierto. Recuerdo para mirar por última vez y parpadear.

3.

En la plaza del centro portodas partes hay explanadas, rampas y escaleritas de dos o tres escalones. Es una plaza de cemento. Por lo tanto, es una plaza gris. Andar con la bicicleta, sobre los picos, con una rueda girando libre, concentrado en mantener el equilibrio mientras rota el cuadro, hasta acercarse a una escalerita y bajarla rozando, apenas, el filo de los peldaños, como ha visto hacer a tantos otros bikers, es encontrar colores puros en medio de una ciudad contaminada.

Nicolás respira.

En esos segundos que pasan entre rebote y rebote; en la tensión de sus músculos para mantener el control y, sobre todo, el equilibrio; en la mente vacía de pensamientos, ocupada en mover de la mejor manera su cuerpo y su bicicleta; ahí está encerrada la felicidad de Nicolás. Lo que busca con el viento que genera en cada giro es liberarla. Aún no lo consigue.

Luego, volver a sentarse con sus amigos, ver cómo otro demuestra lo que mejor hace, practicar juntos las pruebas y los saltos, andar a toda velocidad por los playones, jugar alguna carrera, compartir un par de gaseosas, regresar a su casa pedaleando, cansado.

Así pasa las últimas tardes de las vacaciones.

Cuando recuerda que ya no irá a su colegio de siempre, que pronto comenzarán las clases, conocerá nueva gente, deberá hacerse un lugar… Nicolás desea viajar tiempo atrás y aprobar las materias que lo expulsaron.

4.Primer día de clases.

Se siente mirado por mil ojos.

La verdad es que Nicolás es mirado por mil ojos.

Su rostro, de facciones bien marcadas pero levemente redondeadas, sus ojos verdes, su pelo sobre la frente, los labios, el mentón cruzado por esa cicatriz que tan bien le queda, no pasan inadvertidos. A veces, tener esa cara a Nicolás le pesa más que una máscara de hierro.

Hoy es una de esas veces.

De pronto una mirada inquistidora surgiendo debajo de un gorro que dice “BMX”. Es un chico alto, más alto que él, de cuerpo delgado y flexible, de rostro sereno y alegre. ¿Es Leopoldo? ¡Es Leopoldo! No puede ser otro. A los treinta segundos de observarlo no tiene dudas de que es él. Treinta segundos mirándose en silencio son una eternidad llena de palabras. Una sonrisa marca el tiempo. El otro chico responde.

¿Nicolás?

Sí, Leo, soy yo. ¡¿Qué foto colgaste en la web?! ¡Casi no te reconozco!

¡Jaja! ¡Era la idea, era la idea!

...

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