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Eugéne François Vidocq, De Criminal A Investigador Criminal

burbuja322328 de Junio de 2011

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Eugéne François Vidocq

“De criminal a investigador criminal”

Articulo publicado en el “Criminal Investigation Newsletter “ Año 4 N 1 (2007)

Prof. Dr. Fernando Cardini

Con los años acuñé una frase, algo tragicómica, “para ser un buen investigador

criminal hay que ser en potencia un buen criminal”. Entendiendo obviamente que la

idea era tratar de pensar y analizar el delito bajo investigación, con la mente del

criminal que lo cometió. Esto nos permite en muchos casos formular las adecuadas

hipótesis de investigación, la búsqueda de los indicios, la reconstrucción de cada

paso dado para cometer el hecho.

A veces son muchos los indicios que nos permiten llegar a saber la edad , el sexo, el

nivel cultural y la clase social del delincuente, en la medida que analicemos los

detalles de la escena del crímen, del modus operandi, etc, etc.

Es el día de hoy que vemos casos como el de Nora Dalmaso en donde la justicia “se

revuelca en el colchón de la duda” teniendo dos imputados tan disímiles en el hecho,

a un famosos abogado y político de la clase alta y a un pintor con escasos estudios y

de clase media baja. Esto nos muestra que evidentemente no se siguieron los pasos

básicos de inducción, deducción y abducción necesarios en toda investigación

criminal.

A veces me pregunto, si hay principios básicos, procedimientos, métodos y técnicas

para seguir en una investigación, porqué los que se dedican a esto no lo practican.

Algunos podrán pensar: pero se conocen?, funcionan? Son eficaces? La historia de

casi doscientos años en estas disciplinas creadas para luchar contra el crimen lo han

demostrado y estén seguros que servirán siempre y cuando las practiquemos y las

utilicemos adecuadamente.

Por años usé en mis clases introductorias del curso de Técnicas de Investigación

Criminal lo que entiendo por el “concepto madre” en la investigación científica del

delito. La frase a la que me refiero, la leí de una breve reseña de la vida de Eugéne

François Vidocq, que expresó a principios del siglo diecinueve “en la escena del

crimen todo debe ser mirado bajo el microscopio”. Algo que hoy no nos dice nada

relevante, pero si nos ponemos en la mente de la gente de aquella época, era como

decir miremos cada rastro con la tecnología más avanzada y de punta que exista.

Por aquel entonces era el microscopio el equipo científico más sofisticado, sino el

único que se podía usar.

Vidocq sin lugar a dudas fue el primero en hacer un arte de la investigación

criminal y utilizar la inducción y la deducción en cada caso que le tocaba investigar.

Es por ello que consideré relevante dedicar este informe especial de nuestro

Newsletter, a este pionero y singular investigador. Creo además que aún después de

casi 200 años de sus andanzas tenemos todos mucho que aprender de su filosofía de

encarar la investigación de un hecho delictivo.

“De criminal a investigador criminal”

François Eugène Vidocq, quien, en el transcurso de pocos años, pasó de ser un

famoso criminal al policía más respetado de Francia, encierra sin lugar a dudas, una

de las historias más apasionantes en materia de la lucha contra el crimen.

Nacido el 24 de Julio de 1775 en la ciudad de Arras, su padre, panadero de

profesión, pudo darle estudios, pero él no quiso recibirlos. Prefería pasar sus días

adolescentes enamorando mujeres y batiéndose por causas que él mismo se

encargaba de generar.

Claro está que era un buen espadachín, salía indemne de sus encuentros y,

corresponde decirlo, cuidaba de sólo producir rasguños en sus adversarios.

Alternaba sus dos ocupaciones principales, las mujeres y la esgrima, con pequeños

hurtos y todo tipo de delitos menores.

Hasta que en una ocasión en un duelo en el que había desafiado a su instructor de

esgrima, su espada atravesó a su contrincante y lo mató.

Poco después a los 15 años, robó la nada despreciable suma de 2.000 Francos de la

caja de su padre, con la intención de viajar a EE.UU. y empezar una nueva vida. Sin

embargo no tuvo tiempo de malgastar el dinero paterno, pues otros compañeros de

fechorías se encargaron de robarle mientras dormía la mona tras una noche de

borrachera en una taberna de mala muerte. Sin un céntimo en los bolsillos, se vio

obligado a aceptar pequeños trabajos, por lo menos miserables, hasta que harto de

su triste situación, volvió como un hijo pródigo a casa de sus padres con la intención

de pedir y obtener el perdón. De poco le sirvió el gesto de hijo arrepentido, ya que

sus padres le cerraron las puertas en sus mismísimas narices.

Esto ocurrió en el año de 1790, época en que la Revolución paseaba triunfalmente

sus banderas tricolores, así que Vidocq decidió hacer fortuna en las armas.

Alistado, luchó con arrojo en las batallas de Valmy y de Jemmapes, en 1792.

Pero era previsible que, dado su natural carácter de pendenciero e indisciplinado,

no podría durar mucho en el ejército.

A lo largo de 2 años tuvo nada menos que 20 duelos a consecuencia de los cuales dos

rivales más encontraron la muerte.

Abandonó el ejército, convirtiéndose en desertor, lo que era un mal asunto en los

días del recién instaurado régimen del Terror. Pasó a las filas enemigas austríacas,

pero también hubo de huír para evitar ser condenado al apaleamiento, refugiándose

en Bélgica.

Con papeles falsos, se unió a una banda de forajidos que, con la excusa de perseguir

contrarrevolucionarios, robaban y saqueaban en beneficio propio. Detenido, fue

encarcelado en Lille. Desafiando muros y carceleros, logró evadirse.

“De criminal a investigador criminal”

A partir de aquel hecho, y a lo largo de 14 años, vivió exclusivamente para y del

delito.

Valiéndose de su más que notable habilidad para el disfraz y el cambio de

personalidad, fue (o simuló ser) marino, terrateniente, monja, banquero, noble o

campesino.

Y aunque también robaba, lo suyo era el arte de la estafa. Tenía habilidad de sobra

para esquilmar incautos, pero no tanta para esquivar a la policía, siendo

encarcelado periódicamente. Y con la misma periodicidad, escapaba de todas las

prisiones donde le encerraban.

A causa de sus fugas, algunas inverosímiles, como la que protagonizó en el temible

presidio de Toulon, donde estaba aherrojado de manos y pies, Vidocq se hizo

célebre en toda Francia.

La prensa y la gente esperaba con ansias su siguiente detención para así poder

cruzar apuestas sobre el tiempo que permanecería en prisión. Siempre ganaban los

que apostaban por el menor período de tiempo, claro está.

Contemplando su retrato grabado que de él hizo el artista Coignet, cuando Vidocq

había alcanzado la madurez, llama la atención lo despejado de su frente y el recto

mirar de sus ojos, unido todo ello a unas facciones regulares y hasta distinguidas.

No es, sin duda, el rostro de un delincuente. De hecho, Vidocq no lo era en lo más

profundo de su ser. Su rebeldía y su agresividad lo habían llevado al delito; su

inteligencia, que era aguda y muy notable, podía sacarlo de él.

Vidocq, por Marie Gabriel Coignet

En 1809, cuando contaba 34 años de edad, se produjo la inflexión que le haría dar

un giro de 180º a su vida y le permitiría entrar en la Historia.

Algunos historiadores señalan que estando en el presidio de Toulon tres

delincuentes asesinan a otro compañero y lo acusan a Vidocq de este crimen, luego

de escapar de este temible presidio Vidocq espera y mata a dos de los que lo

acusaron de este delito. Pero cuando iba a ser efectivo el ajusticiamiento del último

delincuente es detenido en Lyon.

Luego de ser apresado, pidió ser llevado ante el comisario general, Dubois, quien

accedió a la entrevista intrigado por su fama y popularidad. Sin preámbulos,

Vidocq le dijo que había decidido cambiar de profesión (la de ladrón y estafador),

para abrazar la de policía; el comisario general, harto de oír proposiciones similares

en boca de prisioneros que deseaban mejorar su situación, dio media vuelta y se

dispuso a marcharse, pero su interlocutor lo detuvo con una propuesta

extraordinaria:

-"Ahora me llevarán dos gendarmes inmovilizado con grilletes hasta la prisión. Si

logro escaparme en el trayecto y regresar, será esto una prueba de mi buena fe."

Dubois, divertido, acepta el reto. Dos expertos y forzudos guardianes lo maniatan y

se lo llevan. Al cabo de un cuarto de hora Vidocq, libre y satisfecho, reaparece en el

despacho de Dubois: se ha escapado de sus guardianes y está dispuesto a cumplir su

palabra. Convencido, el comisario general acepta y, en 15 días, la mayoría de los

delincuentes de Lyon caen en las redes de la policía. Dubois se da cuenta de que,

como el mismo Vidocq presentía, ha nacido más para policía que para malhechor.

Como antes con sus delitos, ahora asombra a sus conciudadanos con sus hazañas

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