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General Tomas Regalado


Enviado por   •  31 de Agosto de 2012  •  2.753 Palabras (12 Páginas)  •  2.539 Visitas

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GRAL. TOMAS REGALADO

1861 – 1906

General Tomás Regalado

El General Tomás Regalado nació en Santa Ana, El Salvador el 7 de Noviembre del año 1861 y murió en Yupiltepeque, Guatemala el 11 de Julio de 1906 ya casi finalizando cinco décadas de una vida militar y política rodeada de desavenencias, virtudes, triunfos e historias siendo su vida misma un parte de éstas.

Fueron sus padres: don Tomas Regalado y doña Petrona Romero de Regalado; ambas personas distinguidas de la mejor sociedad.

El General Tomas Regalado fue bautizado en la Parroquia de Santa Ana (hoy Catedral), el 8 de noviembre de 1861 y al bautizarlo llevó los nombres de Tomas Herculano de Jesús Regalado Romero.

Sus hermanos fueron: Felicito, Euladio, Santiago, Marcial, José María, Luz y Ercilia.

Sus primeros años de colegio los realizó en Santa Ana con la señorita Mariquita Alvarado; después siguió sus estudios en Guatemala, al lado de su hermano mayor Felicito y siendo ya un joven regresó a Santa Ana para ayudarle a su madre en los trabajos agrícolas.

Físicamente, el General Tomas Regalado era delgado, de rostro pálido de grandes ojos expresivos, hablaba en voz baja, despacio y sin perder de vista a su interlocutor. Por un accidente en la finca familiar le faltaban 4 dedos de la mano izquierda, por lo que la llevaba siempre enguantada; a causa de esto era conocido como el “Cuto Regalado”.

A los 33 años de edad, el 8 de octubre de 1849, El General –Regalado contrajo matrimonio con la señorita Concepción González . Este matrimonio se llevo a cabo en la Alcaldía de la ciudad de Santa Tecla. El Gobernador de entonces General Adán Molina Guirola lo autorizo; fueron testigos de de la ceremonia los señores General Rafael Antonio Gutierrez y doctor Margarito González. El acta de este matrimonio aún puede encontrarse en la Alcaldía de Santa Tecla.

Los hijos del General Tomás Regalado son: Tomas Regalado González, persona que fue muy estimada en la sociedad, quien murió el 25 de agosto de 1969; y Maria Regalado González de Mathies, también ya fallecida. La esposa del General Regalado doña Concepción González v. de Regalado murió 37 años después de su amado esposo, en el año de 1943.

Del hijo del General Regalado, don Tomas Regalado González, casado con doña Marta Dueñas de Regalado, nacieron 4 hijos. Los nietos del General en orden de nacimiento: Tomas, Ernesto (quien murió asesinado el 18 de febrero de 1971), Miguel (ya fallecido) y Raúl.

Otros nietos del General Regalado por parte de su hija doña Maria Regalado González de Mathies son: Ana Maria Mathies Regalado de Leannec, Miriam Mathies Regalado de Francés y Roberto Mathies.

En otro ámbito de su vida, el General Tomás Regalado fue uno de los conspiradores que el 29 de abril de 1894 participó en el derrocamiento del gobierno del presidente Carlos Ezeta , dentro del movimiento llamado de "Los 44".

El 14 de noviembre de 1898, el General Regalado derrocó al presidente Rafael Antonio Gútierrez quien lo consideraba a Regalado su mejor amigo, y asumió la presidencia de la República; gobernando provisionalmente hasta el 1 de marzo de 1899. El 1º de marzo de ese año fue elegido, presidente constitucional para un período de cuatro años decretando al inicio de su amndado, amnistía para todos los emigrados políticos.

Se opuso al presidente Manuel Estrada Cabrera de Guatemala, al liderar una campaña militar contra él en 1899 y ayudar a los exiliados guatemaltecos.

El General Tomás Regalado fue relevado el 1º de marzo de 1903 por el General Pedro José Escalón, al cual Regalado había seleccionado porque pensó que era fácil de manipular y así fue ya que terminado su mandato, el general Regalado fue nombrado, ministro de Guerra, por su sucesor Pedro José Escalón.

El General Regalado rechazo la reelección como Presidente, a pesar de pedírselo el pueblo.

En 1906 Tomás Regalado convenció a los exiliados guatemaltecos para organizar una campaña militar otra vez en contra Manuel Estrada Cabrera desde territorio salvadoreño; esperaba poder instalar un hombre de confianza en el cargo de presidente de Guatemala. Razón por la cual suministró armas a los rebeldes y dirigió personalmente el ataque.

El General Tomás Regalado murió durante la invasión que encabezó en contra del otrora presidente de Guatemala Manuel Estrada Cabrera. La famosa invasión se combatió en el Jícaro, cerca de Yupitelpeque, en tierra de Guatemala.

Este salvadoreño sobresaliente fue ciudadano presidente de nuestro país entre 1898 y 1903, llegando al poder en noviembre de 1898 después de un período de caos político y declive económico.

Se dice que entre los logros de su mandato obtuvo reconocimientos por parte de los Gobiernos de Nicaragua, Guatemala, Costa Rica y Honduras; Regalado redujo la deuda nacional, ayudó al comercio agrícola del país y desarrolló el ferrocarril en la zona central y occidental, y las comunicaciones marítimas.

Durante su presidencia organizó el Consejo Supremo de la Cruz Roja, siendo Presidente de esa Institución don Federico Prado, creó un Museo Científico, Agrícola e Industrial, se inició la construcción del Teatro Nacional de Santa Ana, se realizó la anexión del Pueblo de San Jacinto como Barrio de la Capital.

Construyó el Cuartel de Policía; creó la Policía Rural Montada, antecedente de la que fuera años después la Guardia Nacional; estableció la Escuela Politécnica Militar; terminó la construcción del Cuartel de Artillería llamado El Zapote; sentó las bases para la creación de la “Sección General de Inspección” de la 1° Brigada de Artillería y Casa Presidencial; organizó un Consejo de Guerra y pena de muerte al General Jacinto Castro quien fue fusilado en el Campo de Marte, a las 5 de la tarde exactamente el día 7 de septiembre de 1900.

En su período presidencial también le hizo frente a la catástrofe por temblor en San Vicente, a aquel incendio de grandes proporciones que en el año 1900 destruyó dos manzanas comerciales del Centro de la Capital; estableció el uso de la Cédula de Vecindad, se creó la Subsecretaria de Agricultura. Además, logró el Tratado de Paz en el Puerto de Corinto, Nicaragua entre los Gobiernos de El Salvador, Nicaragua, Honduras y Costa Rica, entre otros grandes logros de valor para el país.

El General Tomas Regalado ha sido el único Presidente considerado como “EL CAUDILLO”. El pueblo en general lo admiraba y seguía, y sus acciones bélicas fueron temerarias.

Adicionalmente, a través de un poder ejecutivo autoritario terminó con los amenazas de invasión de los políticos exiliados y restauró la paz nacional, a menudo con la supresión de las libertades individuales.

La noticia de la muerte del General Regalado causo un hondo pesar. El Pabellón Nacional permaneció a media asta durante varios días. Su entierro fue el 18 de agosto de 1906 en el Cementerio Santa Isabel de la ciudad de Santa Ana. Se le rindieron los más altos honores militares y el cortejo fúnebre fue una verdadera demostración de duelo; pues asistieron desde altas esferas de la sociedad, hasta los más humildes del pueblo a rendir homenaje a su Caudillo. Se dice que Gutiérrez, su amigo a quien derrocó en 1898 para llegar al poder, jamás lo perdonó.

Hoy en día militares y conocedores de la historia salvadoreña recuerdan al General Regalado constantemente, escuelas primarias y guarniciones militares como la Segunda Brigada de Infantería llevan con honor su nombre.

Finalmente, vale la pena recordar una vez más las palabras que el escritor guatemalteco Carlos Salazar plasmó en su libro denominado “La Muerte del Gral. Regalado. La Campaña de 1906” en donde resalta el aporte que este legendario General de las Fuerzas Armadas Salvadoreñas hizo hacia el progreso evolutivo de la democracia:

“Las tropas de Amatitán fueron llamadas a reforzar la defensa, un tanto comprometida, por haber logrado los salvadoreños ocupar algunas alturas en ambos flancos. Los jefes Alarcón y Ríos conducían los refuerzos; pero pronto se vio regresar al Coronel Ríos, con el brazo izquierdo en alto, exhibiendo una pequeña herida en uno de los dedos. Ríos no se detuvo sino hasta Jutiapa. Eso dio motivo a que el General Apolinario Ortiz con otro batallón entrara al callejón por el cual había de pasar a fin de reforzar el frente, exponiéndose a una posible derrota por tener que atravesar tal callejón sufriendo los ataques de sus flancos, desde posiciones de altura.

Pronto fueron llegando los heridos procedentes del estratégico avance del adversario y algunos muertos que pudieron ser retirados, entre estos tuve la pena de identificar a un simpático muchacho de Pueblo Viejo, que todas las noches cantaba canciones y tonadas, a dúo, con otro compañero suyo. Por la tarde el combate había intensificado su fuerza, entre tanto en nuestras tropas se notaba debilidad, contentándose en mantenerse firmes no obstante el visible avance de los salvadoreños. El doctor Casco atendía a los heridos, en la propia línea de combate, siempre sonriente, calmado y valiente, siendo ayudado por las vivanderas que no cesaban de llevar agua o comida a los soldados.

El Coronel Marcos Calderón y los suyos estaban observando de lejos cierto movimiento, ya anunciado, de desmandamiento de los jalapas. Dos jefes militares viéronse venir al trote largo de sus caballos; eran dos Tenientes Coroneles, a quienes detuvo el Coronel Isaac Dardon: para interrogarles acerca de las novedades murmuradas. “Ya nos derrotaron y nosotros nos vamos a Jutiapa” dijeron los interpelados, habiéndoles replicado Dardon: Quédense aquí, pues no esta bien que ustedes sean los primeros en correr. Ya vienen los jalapas gritando y disparando sus caballos y desaparecieron en las vueltas del camino…!

En el crucero que hace el camino que procedente del combate desemboca en la plaza de Yupiltepeque, se colocaron el Coronel Marcos Calderón con su hijo Víctor Manuel; el Teniente Coronel Julián Ponciano, el Coronel Isaac Dardon, un coronel de apellido Leiva y algunos individuos de tropa. Se oía el grito de insubordinación de los jalapas, quien se aproximaba a la plaza en completo desorden. Alto ahí! Grito el Coronel Calderón y acompañando el dicho al hecho, disparo su pistola contra el grupo, cayendo herido un sargento. Ponciano disparo también y cayeron otros más. Las palabras de reproche de Calderón denotaban una resolución a hacerse obedecer, habiendo hecho nuevos disparos. Ante esa actitud, los insubordinados se retiraron regresando posiblemente a sus filas, pues de lo contrario caerían en manos de los salvadoreños. La plaza fue debidamente reforzada para resistir a cualquier acción inmediata.

La artillería enemiga fue silenciándose, así como las embestidas de la infantería. Durante la noche oianse disparos aislados que no significaban un asalto. Muy temprano del siguiente día, Calderón con su plana mayor se dirigió al Jicaro a fin de inspeccionar el resultado del combate del día anterior. Antes de llegar al Jicaro encontramos unos camilleros que traían probablemente algún herido, para atenderlo en Yupiltepeque. Interpelados los camilleros, dijeron que llevaban un muerto. Nos apeamos de los caballos para ver el cadáver, el que representaba a un hombre delgado, de media estatura; por todo traje vestía camiseta y calzoncillos de seda cruda, calcetines de igual calidad. La palidez cadavérica no permitía ningún dato especial. Continuamos el camino y al llegar a la llanura pudimos ver unos diez o quince cadáveres de caballos y no mas de siete u ocho de soldados caídos en la acción del día anterior. La artillería del Centro Paxte había callado y no había signos de tropas enemigas cercanas.

Yo no podía imaginar que, después de veinticuatro horas de combatir con toda clase de armas, aquellos pocos muertos fuera el saldo adverso. Cierta era la posibilidad de que los salvadoreños se hubiesen llevado a sus muertos; pero tampoco tenia explicación la fuga de los atacantes, después de aquel nutrido fuego de las guerrillas que avanzaban en escalones técnicamente correctos, que amenazaban tomar la cumbre en pocas horas, para ocupar Yupiltepeque, el sillón y almorzar en Jutiapa, como lo había prometido el General Regalado.

Regresamos a Yupitepeque y, en el atrio de la Iglesia estaban los camilleros con su mortuoria carga, esperando órdenes del jefe de la plaza Coronel Calderón. También esperaban instrucciones los cirujanos allí presentes Julio Bianchi, Salvador Casco, Francisco Salazar y algún otro que no recuerdo.

Descubierto el cadáver y dejando a un lado la sábana que lo cubría, fueron reconocidas siete heridas de bala de cinco milímetros; la principal estaba en la parte baja de la frente, entre los dos ojos; no había huella de hemorragia y no era creíble que alguien hubiera lavado el cadáver. Uno de los cirujanos extrajo de la herida, con unas pinzas, un fragmento de la cápsula de proyectil; otras heridas de igual naturaleza fueron reconocidas en diferentes partes del cuerpo. Fueron quitados los escarpines al cadáver, para reconocer los pies; y el Coronel Carlos Duarte me dijo, al oído: “Páseme los calcetines” y se los pase para su reconocimiento. Ahora, quedaba lo principal; ¿quién era el ocioso? Nadie de los presentes lo conocía; pero se me ocurrió y así lo propuse, que trajéramos a algunos de los prisioneros salvadoreños que estaban en el cuartel. Era probable que ellos lo conocieran. Traídos tres prisioneros, fue interpelado el primero que era de Santa Ana, quien, al levantar la sabana que cubría el cuerpo, dijo asombrado y cuadrándose militarmente: “es mi general”.

¿Qué general? Le replicamos; - el General Regalado, afirmo; mírenle la “cuta” – nos dijo – Efectivamente, el General Regalado tenia una de las manos con solo dos dedos.

La sorpresa era de gran importancia, pues significaba nada menos que la terminación de la guerra. Quedo bien confirmada la identidad del General con el reconocimiento de una hermosiísima mula prieta, de gran alzada y peligrosamente herida en la región de los riñones. Esa mula vagaba en las llanuras del Jicaro, siendo reconocida por unos soldados que la llevaron a Yupiltepeque, en la creencia de pertenecer a alguien de la oficialidad. La montura era un fino galápago ingles, formado con una piel de tigre; los estribos eran de bronce, pesados, y tenían las iniciales T-R-.

En virtud de tan extraordinario descubrimiento, yo, como Auditor, dispuse que se hiciera allí mismo la autopsia y que se preparara el cadáver, como hubiere lugar, para remitirlo inmediatamente el cuartel general. No había posibilidad ni equipo para hacer una autopsia; pero los cirujanos dijeron que prepararían el cadáver de tal manera que pudiera llegar hasta Guatemala en perfecto estado de conservaron. Un garrafón de aguardiente fue inyectado en la aorta, y después de redactar el acta del reconocimiento, que yo mismo escribí, sirviéndome de escritorio el atrio de la Iglesia, los camilleros emprendieron la marcha hacia Jutiapa.

Estoy cierto que, salvo los salvadoreños que acompañaban al General Regalado, nadie supo entre las tropas de Guatemala, la caída del caudillo, hasta que fue descubierto el cadáver en la forma y manera que dejo apuntadas. Sin embargo, después de comunicada la noticia desde Yupiltepeque – cosa inusitada – muchos se atribuyeron la muerte del General, habiendo dirigido el Coronel Rosalio López al Presidente Cabrera, el famoso telegrama: “Lo volaron los muchachos”. Lo que realmente aconteció fue que, cuando las guerrillas salvadoreñas avanzaban, técnicamente, por escalones, procedentes de El Entredijo hacia la cumbre del Jicaro, regalado que hizo precipitar la victoria y poniéndose a la cabeza de un grupo de oficiales, tomo la bandera salvadoreña y haciéndola flamear al viento, animaba a sus tropas para que embistieran con mayor coraje y subía por la ascendente llanura hasta llegar a un punto en que una pirámide de piedras sostenía un banderín guatemalteco, allí abandonado en la retirada que ordenadamente se hacia. Regalado sacó el banderín nacional y coloco en sus lugar la banda salvadoreña; y en aquellos momentos, una sección de tropa guatemalteca, no identificada como perteneciente a otra unidad técnica especial, se detuvo en su retirada e hizo una descarga sobre el grupo que ponía la bandera salvadoreña, sin detenerse a averiguar el resultado: la retirada continuaba… y al obscurecer amainó la actividad del ataque.

Firmada la paz, los Jefes del Ejército salvadoreño exigieron al Presidente Escalón que apoyara e impusiera la candidatura de su Ministro de Guerra, General Fernando Figueroa, en contra de la candidatura popular del doctor y general Luis Alonso Barahona.

BIBLIOGRAFÍA

• “Tomás Regalado, el último caudillo de Cuscatlán” de Enrique Kuny Mena, 2003

• “El Salvador de 1840 a 1935”, Rafael Menjívar y Rafael Guidos Véjar (editores)

• “Historia Presidencial de El Salvador” de Mario Jiménez Castillo, 2005

• “La historia y anécdotas de Santa Tecla”, Ernesto Rivas Gallont

• "Todos los Presidentes 1821-2004", Arturo Soto Gómez, 2005

• Sitio web www.biografiasyvidas.com

• Sitio web http://comisioncivicademocratica.org

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