Las Obras De Georges Canguilhem
carloschescobar20 de Marzo de 2013
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No cabe duda que cada época imprime no sólo ciertas formas
de pensar y actuar frente a la realidad, sino también cambia la manera como concebimos incluso lo que es pensar y conocer de acuerdo con el contexto histórico que nos toca vivir. Por ejemplo, un griego clásico como Parménides o Heráclito no dudaba en expresar poéticamente los argumentos por medio de los cuales trataba de dar con el componente último de la realidad natural, ese arché (del griego , fuente, principio, origen) que daría cuenta de la composición primera del mundo físico. Ya sea acerca del fuego, el aire o el agua, los filósofos presocráticos intentaron dar una explicación racional de la naturaleza sin recurrir a argumentos religiosos ni a fuerzas místicas, pero para ello tampoco se valieron de teorías sistemáticamente representadas o de conceptos matemáticos; fue por medio de un lenguaje poético e inspirado que trataron de dar cuenta de la composición y la dinámica última del universo.
Parménides mismo, por ejemplo, negaba la realidad del cambio y apostaba por una naturaleza inmutable —en la cual el cambio es mera ilusión— y hacía valer sus argumentos con un poema, algo que en ese entonces no entraba en contradicción con los objetivos racionales de una teoría sobre el ser. Que tal conjunción de una teoría racional y la exposición de la misma en un poema no resultara ni extraña ni contradictoria se debe a que los presocráticos no concebían el conocimiento como lo hacemos nosotros, para ellos no existía ninguna distinción tajante entre ciencia y poesía o entre ciencia y filosofía; de hecho, la categoría de “científico” no existía entonces (el término aparece por vez primera en el siglo xix) y lo que, por ejemplo, un filósofo como Platón —discípulo de Sócrates— entendía como ciencia o episteme tiene muy poco que ver con nuestra actual concepción del conocimiento científico.
Para nosotros, herederos de la revolución científica del siglo xvii —evento que trastocó la manera no sólo de entender el universo, sino la manera de concebir el conocimiento mismo—, las cosas son muy diferentes, la ciencia tiene formas particulares de expresión y exposición —teorías, funciones, fórmulas, leyes—, mientras que la literatura y la filosofía no sólo se expresan de manera distinta, sino que tienen objetivos e intereses diferentes. Sin embargo, tal especialización y distinción de ámbitos no tiene que reflejarse en un divorcio total entre tales esferas del saber; al contrario, cuando el filósofo se acerca a la ciencia o cuando el científico va a la filosofía suelen producirse diálogos y discusiones que no sólo resultan interesantes, sino que generalmente renuevan la mirada con la que cada especialista suele contemplar y representarse su propio campo.
Esto es precisamente lo que encontramos en una obra como la de Georges Canguilhem (19041995), filósofo y médico francés, quien supo reflexionar y repensar muchos de los conceptos fundamentales de la medicina, a la vez que encontró en esta última las herramientas para renovar algunos de los tópicos clásicos de la tradición filosófica occidental. Poco conocido en el ámbito filosófico —suele ser recordado, sobre todo, como maestro de pensadores más afamados como Michel Foucault—, es prácticamente desconocido en el ámbito de la medicina, y aunque muchas de sus ideas puedan considerarse superadas o desfasadas, con todo, su obra deja una impronta en la que se hace patente el fructífero diálogo que pueden entablar la filosofía y la medicina, y que es posible abrir nuevos derroteros de reflexión y cuestionar los conceptos e ideas que en cada disciplina se suelen considerar como duros e inamovibles. Entre sus obras más conocidas destacan: El conocimiento de la vida (1942), Lo normal y lo patológico (1943), La formación del concepto de reflejo en los siglos xvi y xvii (1955), Estudios de historia y de filosofía de las ciencias concernientes a los vivientes y a la vida (1968) e Ideología y racionalidad (1977), además de innumerables artículos dispersos en distintas publicaciones académicas.
La posibilidad del conocimiento de la vida
Después de terminar sus estudios en filosofía en la prestigiosa Escuela Normal Superior de París, Canguilhem tuvo que escoger una disciplina científica para poder obtener el certificado que le permitiría enseñar. Entre física, química y medicina, se decidirá por la última, algo que está lejos de ser azaroso. Hijo de su tiempo, Canguilhem es un crítico mordaz de los efectos del progreso industrial y científico, de la racionalidad instrumental y técnica que domina casi todos los rubros del conocimiento; piensa que las ciencias de la vida son el último reducto en el cual aún se puede resistir a la tecnificación e instrumentalización excesiva. Desde su perspectiva, la vida, como fenómeno biológico, siempre encuentra la manera de resistirse a todo esfuerzo reduccionista que trata de hacer de ella una mera expresión mecánica de componentes físicos y químicos. Sin negar la importancia de las leyes y conocimientos que estas dos ciencias han aportado para la comprensión de la vida, Canguilhem apuesta por ver en ésta una realidad que siempre trasciende dichos condicionantes. Lo viviente, antes que dejarse reducir a los esquemas explicativos de la física y la química, reclama su propio espacio de conocimiento, conceptos diferentes que den cuenta de la originalidad de los fenómenos vitales, la cual se expresa para nuestro filósofomédico como normatividad, individualidad, regulación, totalidad y plasticidad, conceptos que aquí expondremos.
Quizá hoy sea difícil para un biólogo molecular aceptar la idea de que los fenómenos de la vida responden a leyes distintas a las que explican el transcurso del mundo físico en general; sin embargo, cuando Canguilhem comenzó a reflexionar filosóficamente sobre la naturaleza de lo viviente, los descubrimientos de la biología molecular aún no llegaban, tardarán una década más; pero lo que el pensamiento filosófico le aportó a su concepción de la vida fue la posibilidad de cuestionarse dos cosas: primero ¿es suficiente una perspectiva físicomecanicista para comprender la vida? y, segundo, si no es así, ¿es posible conocer la vida de manera racional sin caer en explicaciones animistas o espiritualistas?
Daremos respuesta a estas dos interrogantes empezando por la última. Adelantamos, sin embargo, que la respuesta canguilhemiana a la primera cuestión fue negativa. Comenzaremos entonces por dilucidar la segunda cuestión: ¿es posible un conocimiento racional y científico de la vida sin reducirla a un esquema meramente causalmecánico y sin, al mismo tiempo, hacer de ella un fenómeno animista e irracional? Es decir, para Canguilhem el problema consistía en saber si la razón y las teorías, la argumentación lógica y racional de los discursos médicos, podían dar cuenta de los fenómenos de la vida. La respuesta que en su momento dio a esta pregunta fue afirmativa: a pesar de que la razón parece ir siempre un paso atrás de los fenómenos de la vida, es posible conocer ésta, pero tal conocimiento no debe desposeerla de su originalidad, de aquello que la hace diferente a un fenómeno mecánico: “la inteligencia no puede aplicarse a la vida más que reconociendo la originalidad de la vida. El pensamiento del viviente debe tener en él la idea de lo viviente”.
Así, el conocimiento de la vida implica no renunciar a la razón, sino darle la suficiente flexibilidad para aprehender lo vivo sin reducirlo a lo no vivo. Quizá en la práctica y el actuar médico cotidianos estas preguntas no ameriten ser pensadas de manera urgente, tal vez porque en la práctica las teorías funcionan y permiten salvar vidas y disminuir el sufrimiento. Pero, desde una perspectiva filosófica, es válido interrogarse sobre tales cuestiones, al menos para Canguilhem ésta es una de las consecuencias de conjuntar dos espacios que en la lógica moderna creemos fatalmente desconectados: la filosofía y la ciencia. Esto no quiere decir, con todo, que nuestro autor planteara que sólo el filósofo puede dar al científico las herramientas para pensar filosóficamente su disciplina; todo lo contrario, la apuesta de Canguilhem se orientó en el sentido de que el científico es el mejor artífice de la reflexión filosófica al interior de su propia disciplina.
En este talante, si vida y razón no son dos polos antitéticos, si es posible un conocimiento racional de la vida, ello implica reconocer los límites de esa razón que trata de conocerla, los cuales se hacen evidentes en la historia de las teorías que han tratado de explicar los fenómenos vitales. Efectivamente, decir que la razón siempre va un paso atrás de lo que la vida puede, no es un principio a priori e incuestionable del cual partiríamos, sino una evidencia que está plasmada en la historia de las teorías biológicas y médicas. Afinar la razón como instrumento para conocer lo vital requiere reconocer los límites que los discursos médicos y biológicos han expresado a lo largo de la historia al tratar de conocer la vida.
Como intentos, dichos discursos han ocurrido en algún momento de la historia, algunos han sido refutados, otros reformulados y varios se han legitimado y permanecen como válidos y vigentes. Las diversas posiciones, teorías y discursos por medio de los que el ser humano ha tratado de dar cuenta de lo viviente no son más que producto de la dificultad misma de su objeto: la vida como realidad plástica, fluctuante, donde prevalece también la lógica del ensayo y el error. Se dirá con justa razón que tal no es privativa de las ciencias de la vida, sino de todas las ciencias; sin embargo, para Canguilhem resulta claro que, en la época en la que escribe,
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